CLUB SOCIAL SAN JUSTO
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"Al Servicio de la Comunidad de San Justo y La Matanza"

lunes, 15 de marzo de 2010

Prof. Alfonso Corso, un socio destacado de nuestro club social


Aniversario de La Matanza; Alfonso Corso, historia andante de La Matanza

Fuente: DIARIO NCO 29/07/10

El que más sabía








Epígrafe: Imagen de 1964. Alfonso Corso en la Redacción del Diario Crónica



Edición especial La Matanza.- Murió hace casi tres años. Fue uno de los mayores promotores, si cabe la palabra, del partido de La Matanza. Sus cenizas fueron esparcidas por diversos puntos del distrito y otros lugares del mundo. Fuente de cualquier consulta se lo recuerda hoy como el hombre que más sabía sobre este territorio.

El 1º de julio pasado se recordó el Día del Historiador. Esta fecha fue instaurada en el año 2002 por el Congreso de la Nación en homenaje a escritores, investigadores, profesores y aficionados que se empeñan en reconstruir el pasado. La fecha no es caprichosa y tiene su origen en el año 1812 cuando el Primer Triunvirato ordenó dejar escrito los acontecimientos de la Revolución de Mayo con la finalidad de “perpetuar la memoria de los héroes y las virtudes de los hijos de América del Sud, y a la época gloriosa de nuestra independencia civil”.
En La Matanza existieron, existen y existirán muchos hombres y mujeres a los que se los podrá homenajear en ese día. Pero será la figura de Alfonso Corso la que recurrentemente emergerá entre ellas como símbolo de este esforzado oficio. Es por eso que este, el Mes del Historiador, y a pocos días de recordarse un nuevo aniversario de su fallecimiento (1º de agosto de 2007), es un buen momento para mencionar al querido Profesor Corso.
Había nacido un 8 de junio de 1928 en Calabria, Italia; pero eso fue circunstancial puesto que su lugar en el mundo siempre había sido La Matanza. Me solía contar que a fines de la década del ’40 había comprado un terreno en el primer loteo del barrio San Alberto de Isidro Casanova y que llegaba a ese terrenito caminando por las vías del ferrocarril. Sin embargo fue San Justo la ciudad matancera en la que se asentó junto a su familia.
Se desempeñó como periodista en el diario alemán Argentinischen Tageblatt durante casi 40 años. En los resquicios que le abría ese trabajo aprovechó para investigar en distintos centros de documentación histórica de la ciudad de Buenos Aires. Colaboró en varios periódicos locales y publicó libros que dieron el puntapié inicial para la historia matancera.
Empezó a trabajar con la historia argentina en 1972 y más tarde comenzó a centrarse en el distrito de La Matanza. Entre sus obras se destacan Historia de La Matanza, Historia de San Justo, Historia de Ramos Mejía e Historia del Periodismo en La Matanza entre otras.
Además fue fundador del Primer Museo Histórico Municipal, del Archivo Histórico e Integrante de la primera Junta de Estudios Históricos del Partido de La Matanza y Presidente de la Comisión de Homenaje a la Generación del 80.
Su amor por La Matanza no lo vamos descubrir ahora, pero como muestra alcanza un botón. Cuando promediaba la década del 60 Corso dedicaba gran parte de sus días a enviar cartas a diferentes personalidades del mundo para que conozcan a este distrito ubicado al oeste de la Capital Federal. Intercambió correspondencia con presidentes, políticos, artistas, reyes y príncipes que hoy son mosaicos en la historia del siglo XX. El Príncipe Rainiero de Mónaco, Charles De Gaulle, Fidel Castro, el egipcio Abdel Nasser y el Mariscal Tito de Yugoslavia fueron algunos de sus interlocutores epistolares. Por entonces ya había enviado más de 1.000 cartas y había recibido cerca de 500 respuestas.
Aquella labor le valió el reconocimiento del diario Crónica que le brindó una doble página en la revista ASI en el mes de junio de 1964. “El hombre que se cartea con presidentes y reyes”, se titulaba la nota en donde se ve a un joven Alfonso Corso visitando la redacción del Diario.
También el enorme Jorge Luis Borges sucumbió a la seducción de ese hombre de apellido italiano, con baja estatura y bigotes vigorosos le escribía sobre unas tierras ubicadas muy lejos de aquel Palermo orillero que él tan bien había narrado en sus cuentos. Corso solía recordar que conoció personalmente a Borges y que éste le había obsequiado algún libro.
Justamente un libro, que era uno de los objetos que el profe más apreciaba. Esos libros que fueron poblando la biblioteca en el fondo de su casa de José Martí. En materia de libros era capaz de coleccionar hasta los más inimaginables, como aquel ejemplar de no más de 3 milímetros y de 14 páginas en donde se podía leer el Padrenuestro.
Posteriormente se destacó en tareas que todos conocemos. La divulgación de la historia matancera y el papel que habría jugado este pago en distintos momentos fundacionales de la patria fueron algunas de sus preocupaciones y obsesiones. Inclusive hasta sus últimas horas.
Recuerdo el último Día del Periodista en que pude saludarlo. Fue el 7 de junio de 2007. Estaba junto a su querida esposa Alessandra, compartíamos una cena en el Centro de Panaderos de La Matanza y se lo veía más jovial que nunca.
Una de las últimas voluntades de Corso fue que sus cenizas descansen para siempre en lugares tan disímiles como distantes. Sus hijas, Julia y Caty, fueron las encargadas de cumplir aquel deseo. Distintos rincones de San Justo como el monumento a Almafuerte, a San Martín, a Juan Domingo Perón, a Evita y a los héroes de Malvinas (todos en la plaza San Martín). En otros puntos de la ciudad cabecera, como “el viejo surtidor” en la esquina de Villegas y Entre Ríos, el puesto del banderillero del ferrocarril en Villegas y las vías, y en la Plaza del Periodista también descansan los restos del Profe. Por último, sus familiares también llevaron sus restos a otros tres lugares tal como él lo había pedido: en el complejo Campanópolis de González Catán (donde hay un pasaje con su nombre), en el Coliseo Romano y en su casa natal de Badia en Italia.
El último puñadito de cenizas fue a ese lugar que él tanto amaba: su biblioteca. Biblioteca que, libro a libro, fue edificando en el fondo de su casa.
Por Alejandro Enrique