En este día recordamos la Pasión de Nuestro Señor: su aprehensión, los interrogatorios de Herodes y Pilato; la flagelación, la coronación de espinas y la crucifixión. En aquel entonces, la crucifixión era la ejecución más cruel y degradante que se conocía. Un ciudadano romano no podía ser crucificado. La muerte sobrevenía después de una larga agonía. Jesús en la cruz, con un sufrimiento físico y moral muy grande, fue capaz de perdonar a los que lo ofendieron. Las “siete palabras" de Jesús son el testamento que nos deja al morir y emprender su partida al Padre: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen; En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso; Mujer ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre; Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?; ¡Tengo sed!; Todo está cumplido; Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Desde la cruz, Jesús nos termina de dar su mensaje de amor y salvación dejándonos a su Madre y enseñándonos a perseverar hasta el final. El sacrificio de la cruz se vuelve a vivir en cada Eucaristía, por medio de ella, Jesús sigue vivo y permanece con nosotros. El Viernes Santo lo conmemoramos con un Via Crucis solemne y con la ceremonia de la Celebración de la Pasión del Señor en la que se hace la adoración de la cruz.