Reseña histórica del líder
cubano Fidel Castro en su visita a la Argentina en 1959; y compartimos un
relevamiento histórico de Luis Báez.
El
Presidente argentino Arturo Frondizi recibe a Fidel Castro en la quinta de
Olivos, Buenos Aires en 1959. (Imagen)
Video
de la Fuente: Archivo General de la Nación: https://www.youtube.com/watch?v=pxas-_sDwKo
El viaje de Fidel a Sudamérica en 1959
“El
8 de mayo de 1959, el entonces Primer Ministro, Fidel Castro Ruz, retornaba a
la Patria luego de una extensa gira por los Estados Unidos, Canadá, Brasil,
Argentina y Uruguay. Uno de los periodistas que lo acompañaron, narra para los
lectores de Granma las vivencias de aquel histórico periplo.
Abril de 1959.
Durante su estancia en Nueva York, Fidel recibe una invitación del presidente
argentino Arturo Frondizi para participar en Buenos Aires, en la Conferencia de
los 21, iniciativa del mandatario brasileño Juscelino Kubistchek, en la que se
abordarán los problemas económicos de la región.
Cuando
viajábamos rumbo a Trinidad, donde haríamos escala para continuar a América del
Sur, al sobrevolar La Habana algunos de los periodistas que lo acompañábamos
improvisamos una conferencia de prensa.
La conversación
realizada en la cabina de la nave se transmite en directo para el pueblo cubano
por las ondas de Radio Rebelde. Una entrevista a 19.500 pies de altura. Eddy
Martín actúa de moderador.
La primera
pregunta se la hace este enviado especial, y está relacionada con el mitin
efectuado unos días atrás en el Parque Central de Nueva York. En su respuesta,
Fidel afirma:
Tiene su valor
simbólico, su valor moral y su valor emocional, y entiendo que pasará como un
gran evento en la historia de la política de nuestro país y también entre los
grandes triunfos de Cuba y de nuestra Revolución, porque allí se reunió una
masa enorme de ciudadanos cubanos, latinoamericanos y norteamericanos que
atestiguan la admiración y la simpatía que se ha sabido ganar en el mundo
nuestra causa.
Al preguntársele
sobre la Conferencia Económica de los 21 en Argentina, donde hablará el 2 de
mayo de 1959, expresa:
Vamos a Buenos
Aires a mantener los puntos de vista de la Revolución Cubana sobre los
problemas económicos de América, y esperamos encontrar la coincidencia de los
demás pueblos hermanos de América Latina y de los demás pueblos del continente
americano por cuanto entendemos que es hora ya de buscar verdaderas soluciones
a lo que constituye la fuente de las grandes preocupaciones, los grandes
trastornos sociales, económicos y políticos de América, que son el
subdesarrollo y la crisis crónica que en el orden económico están viviendo los
pueblos latinoamericanos.
A las 11:07 de
la noche del miércoles 29 de abril, Fidel llega a Puerto España, Trinidad, y es
recibido por el Primer Ministro Erick Williams.
El jueves 30 se
emprende vuelo hacia Sudamérica. El turbohélice de Cubana se posa en el campo
de aterrizaje de Sao Paulo, donde realiza una escala de pocas horas.
Tan pronto como
se conoce la noticia del arribo de Fidel, la multitud comienza a congregarse
frente al hotel Excélsior. El viajero enfrenta otra vez las cámaras y la
prensa.
—América Latina
debe mejorar su mercado interno a fin de realizar mayor progreso económico...
Más adelante:
—Las
dificultades económicas de mi país son las mismas que las de los demás países
latinoamericanos. Nuestras aspiraciones son las mismas en toda América Latina.
El viajero
marcha bajo el signo de la prisa. No es posible preparar un programa formal
pues el presidente Juscelino Kubistchek lo espera en Brasilia.
La futura
capital a 1 200 pies sobre el nivel del mar se levanta en medio de un
lujuriante panorama de selva. La naturaleza retrocedía vencida por la acción
creadora del hombre. La genialidad del arquitecto Oscar Niemeyer se puede
apreciar en las obras terminadas. Muestra de ello es el Palacio de la Alborada,
sede presidencial, donde se celebra el encuentro entre el mandatario cubano y
el brasileño. Fabuloso edificio, hecho de vidrios coloreados y de mármol
blanco, proyectado en armonía con las largas líneas del horizonte montañoso.
La entrevista
con el Presidente de la gran nación del sur transita entre tazas de aromático
café. La expresión satisfecha con la que luego respondieron a los periodistas
sirve de índice para medir el balance de la charla.
—Da gusto hablar
con un hombre que puede realizar un sueño, dijo Fidel, porque entre otras
cosas, tiene el respaldo del pueblo.
Kubistchek,
apoyando su mano en el brazo del Primer Ministro, manifiesta:
—Fidel es un
gran héroe de Cuba. (…) Siento que la noble nación cubana toma nuevos caminos
de paz, fe y prosperidad.
La noticia de la
proximidad de Fidel acrecía la expectación en Buenos Aires. El propio Comité de
los 21 pasaba a un plano secundario, como si el evento entrara en un compás de
espera, pendiente del pronunciamiento destinado a insuflarle dimensión y
contenido.
Detrás de los
bastidores, en laboriosos conciliábulos diplomáticos se allegaron fórmulas para
designar al Presidente de la reunión. Por su jerarquía, el cargo correspondía
al Primer Ministro de Cuba. De otro lado, conforme a inocuos formulismos,
apunta el nombre del delegado de Nicaragua. Finalmente se acuerda en escoger al
canciller argentino Carlos A. Florit.
En realidad, a
Fidel no le interesa ni le apetece el tedioso papel de director de debates. Le
mueve un afán más alto, y su mismo rango humano no necesita otro escaño que la
silla de la delegación isleña. Por su voz va a hablar la esperanza de América.
Un héroe de nuestro tiempo.
Desde que se
anunció el viaje, la embajada cubana en Buenos Aires se vio asediada por
centenares de llamadas. Instituciones porteñas de todo tipo, representativas de
las clases sociales, quieren ofrecer tribuna al legendario guerrillero.
Argentina vive
una hora difícil, bajo el agobio de problemas sociales y políticos. Se
desarrolla una marejada de huelgas y se ha decretado el estado de sitio.
En semejante
clima de agitación colectiva, la presencia de Fidel representa un impacto
emocional de alcance imponderable. Las esferas oficiales no disimulan su
preocupación. El nerviosismo aumenta cuando se proyecta un documental que
refleja los recibimientos y actos multitudinarios de Washington y Nueva York.
La acogida, a la
1:37 de la madrugada del viernes 1ro. de mayo, sirve de termómetro para calibrar
los sentimientos populares. A pesar de la hora y del intenso frío, una inmensa
multitud, rompiendo los cordones policiales, se hace presente en el aeródromo
de Ezeiza a unos 40 kilómetros de la capital.
En los
alrededores del hotel Alvear Palace, alojamiento del visitante, se repiten las
escenas de los Estados Unidos. En el silencio y la quietud de un 1ro. de mayo
sin manifestaciones públicas ni desfiles obreros, la zona aledaña pone una nota
de excepcional animación.
El viernes Día
de los Trabajadores, receso para el proletariado mundial, es de intenso
esfuerzo para el Primer Ministro. No sale a la calle, sino que permanece en sus
habitaciones, leyendo y estudiando los discursos pronunciados hasta ese momento
en la Conferencia de los 21. Junto a él, Regino Boti y otros miembros de la
delegación. En el transcurso de la jornada recibe al canciller Florit.
Temprano en la
mañana del sábado, Fidel abandona el hotel para dirigirse al moderno edificio
de la Secretaría de Comercio, sede de la reunión. Tras un breve recorrido por
la ciudad penetra en el salón de conferencias. Antes de que le toque su turno,
intervienen otros oradores.
El ministro de
Relaciones Exteriores de Venezuela, Ignacio Luis Arcaya, al mencionar la
presencia de Fidel en el recinto, afirma:
—Tenemos aquí al
hombre que representa el símbolo de lucha por la libertad de América.
Toma la palabra
el canciller Florit:
—En mi carácter
de presidente de esta reunión tengo el alto honor de expresar el sentir unánime
de los delegados al recibir entre nosotros al señor delegado de Cuba, doctor
Fidel Castro —hace una pausa y añade—. Creo que no exagero al decir que Castro
constituye hoy en América una figura de brillante relieve por su esforzado
trabajo a favor de la libertad humana, y que toda América está pendiente de la
realización de esta gran obra que él está enfrentando arduamente en Cuba.
¡Tiene la palabra el doctor Castro!
El Héroe de la
Sierra se pone de pie con las manos en la espalda. Empieza a hablar pausadamente,
espacia las frases, apenas sin levantar el volumen de la voz.
Soy aquí un
hombre nuevo en este tipo de reuniones; somos además, en nuestra Patria, un
gobierno nuevo y, tal vez por eso, sea también que traigamos más frescas las
ideas y la creencia del pueblo, puesto que sentimos como pueblo, hablamos aquí
como pueblo y como un pueblo que vive un momento excepcional de su historia,
como un pueblo que está lleno de fe en sus propios destinos (…) Vengo a hablar
aquí con la fe y la franqueza de ese pueblo.
Emergía como
portavoz de la sinceridad. El orador examina el panorama negativo de las
conferencias interamericanas, con sus vacuos torneos oratorios, con el análisis
teórico de los problemas, sin que, en ningún caso, se levantara una firme
solución. “Los pueblos apenas si se preocupan por las cuestiones que se
discuten en las conferencias internacionales. Los pueblos apenas si creen en
las soluciones a que se llega en las conferencias internacionales.
Sencillamente, no tienen fe (…)”.
Hubo movimientos
de asentimiento. Nadie había dicho antes, en el propio escenario de una
conferencia, aquellas verdades tan evidentes y concretas.
No tienen fe
porque no ven realidades; y no tienen fe porque las realidades muchas veces
están en contradicción con los principios que se adoptan y proclaman en las
conferencias internacionales... No tienen fe porque hace muchos años que los
pueblos nuestros están esperando soluciones verdaderas y no las encuentran (…).
Agitó
repetidamente el brazo derecho, como si estuviera sembrando, a golpes de
martillo, sus ideas. El estilo oratorio con el que se había ganado la voluntad
de las multitudes parecía ejercer su irresistible influjo en la sensibilidad
del auditorio. La palabra fe, repetida con intensidad, cobraba en su acento
matices peculiares.
Se hace
necesario despertar la fe de los pueblos, y la fe de las masas no se despierta
con promesas; la fe de los pueblos no se despierta con teorías; la fe de los
pueblos no se despierta con retórica. (…) La fe de los pueblos se despierta con
realidades, la fe de los pueblos se despierta con hechos; la fe de los pueblos
se despierta con soluciones verdaderas, y nosotros debemos tener muy en cuenta
que el más terrible vicio que se puede apoderar de la conciencia de los hombres
y de los pueblos es la falta de fe y la falta de confianza en sí mismos.
Fidel hablaba de
la fe y de pueblos. Y al decir “pueblo” no se refiere a una persona jurídica ni
expresaba un concepto abstracto, sino que otorgaba a la idea un contorno
individual y físico, como una estampa vívida del hambre y la miseria: “(…)
porque no es posible olvidar que esos pueblos existen, que son realidades de
carne y hueso (…)”.
Exclama con
pasión:
Al expresar aquí
un sentimiento respecto a las fórmulas que se discuten y se barajan para
resolver nuestros problemas, yo diría que lo primero, lo fundamental, no es
solo la fórmula que se busca... Lo fundamental es la actitud de ánimo con que
vamos a aplicar esa fórmula. Lo fundamental es la cuantía de la medicina que le
vamos a aplicar a nuestros males.
Con firmeza:
Nosotros podemos
llegar a conclusiones correctas, adecuadas, sobre la solución de nuestros
problemas, y emprender esas soluciones desalentados, escépticos, o bien con la
creencia errónea de que los males que conocemos en su cuantía, en su magnitud y
en su alcance, los vamos a resolver con dosis de remedios que están muy lejos
de resolver verdaderamente el problema.
Elaborando los
cimientos de su tesis: “Aquí se ha dicho que una de las causas del
subdesarrollo es la inestabilidad política. Y quizás la primera verdad que debe
sacarse en claro es que esa inestabilidad política no es la causa, sino la
consecuencia del subdesarrollo”.
La ovación no le
deja terminar la frase. Cada pensamiento expuesto encadena al siguiente. La
improvisación no afecta la singular arquitectura del discurso. Ni una sola vez
incurre en disquisiciones marginales ni abandona la idea cardinal.
Hay que salvar
el continente para el ideal democrático, mas no para una democracia teórica, no
para una democracia de hambre y de miseria, no para una democracia bajo el
terror y bajo la opresión, sino para una democracia verdadera, con absoluto
respeto a la dignidad del hombre, donde prevalezcan todas las libertades bajo
un régimen de justicia social, porque los pueblos de América no quieren ni
libertad sin pan, ni pan sin libertad.
Insiste en que
las cuestiones políticas son inseparables de los conflictos económicos, como
las dos caras de la misma moneda.
Antes de
concluir su histórica intervención, plantea: “El desarrollo económico de
América Latina necesita un financiamiento de 30 000 millones de dólares en un
plazo de diez años”.
Como si hubiera
recibido un corrientazo de 220 watts, el auditorio se pone de pie a la vez que
una cerrada ovación apoya el pronunciamiento del líder cubano.
Quien no recibe
con agrado la propuesta es Thomas Mann —nada tiene que ver con el novelista—,
jefe de la delegación norteamericana, quien se apresura a declarar: “No
contestaré a esa petición”.
Pero el
subsecretario de Estado, Douglas Dillon, dice ante la Comisión de Relaciones
Exteriores del Senado: “La cifra pedida por Castro es mucho más de lo que
podemos aportar. Treinta mil millones son muchos millones”.
Inmediatamente,
la iniciativa es calificada en Washington de ridícula y demagógica. Sin embargo,
menos de dos años después, el presidente John F. Kennedy ofrecería 25 000
millones de dólares para el desarrollo de América Latina, de acuerdo con el
programa de la Alianza para el Progreso. Fidel, entonces, riéndose, comentaría
que se trataba de un intento de arrebatarle su iniciativa.
Fidel tenía una
percepción extraordinaria sobre las necesidades y actitudes de Latinoamérica
que ninguna Administración de los Estados Unidos podría o querría comprender en
las siguientes décadas. Y el contraste entre su viaje triunfador y el recorrido
del vicepresidente Nixon, entre pedradas y salivazos, a través de América del
Sur un año antes, destacaba el estado de ánimo reinante en esa región del
globo.
El matutino La
Nación se refirió de la siguiente manera a Fidel: “Un héroe de nuestro tiempo.
Si el rostro es el espejo del alma, el alma de Fidel Castro tiene la lealtad,
la nobleza y la grandeza de los seres excepcionales”.
Antes de partir
de Buenos Aires, Fidel concurre a Cabello 3 589 donde almuerza con su tío
Gonzalo Castro, de 79 años, hermano de su padre Ángel, quien reside en
Argentina desde 1913. También visita a los padres de Che Guevara; y más tarde
sostiene una entrevista de 45 minutos en la residencia presidencial de Los
Olivos con Arturo Frondizi.
De Argentina,
Fidel se traslada a Uruguay que está viviendo momentos muy difíciles por el
desbordamiento del Río Negro que ha producido numerosas víctimas y cuantiosos
daños materiales en algunas ciudades del interior del país. De los balcones, en
la terraza del aeropuerto de Carrasco de Montevideo, cuelga el cartel de
bienvenida: “¡Fidel es nuestro!”. Hombres y mujeres alzan en brazos a sus hijos
para que capten siquiera una visión fugaz del paso del líder revolucionario.
Centenares de manos se extienden en su afán de estrechar la diestra de Fidel.
Los cordones de protección ceden al suave requerimiento del pueblo: “Fidel es
nuestro señor, déjeme tocarlo”.
Es un permanente
desbordamiento de entusiasmo, sin vacíos de reposo. Hay algo de mayor hondura
que la simple admiración por el héroe. La aguda sensibilidad de la patria de
José Artigas se percata lúcidamente de la dimensión política de Fidel. Desde la
misma terminal aérea, a través de las cadenas de radio, Fidel pronuncia las
primeras palabras de saludo. La escena se repite más tarde en las extensas
zonas arrastradas por las inundaciones. Habla con los damnificados. Su
presencia contribuye a levantar los ánimos.
En Chamberlain,
una de las ciudades afectadas por la crecida, el Primer Ministro elogia el
esfuerzo de los comandos de emergencia del ejército que auxilian a las víctimas
del desastre. Las tropas en formación, le rinden honores con los acordes del
Himno Nacional del Uruguay. “Esta misión —comenta Fidel—, ayudar y servir al
pueblo en su infortunio, es la más alta tarea que puede realizar un ejército de
América”.
A su regreso a
Montevideo, frente al hotel Victoria Plaza, la policía moviliza refuerzos para
rescatar a Fidel de la marea popular. A pesar de que sopla un aire frío de
otoño austral, gotas de sudor le mojan la frente.
Al atardecer se
dirige a la Casa de Gobierno a cumplimentar la usual visita de cortesía al
presidente del Consejo, Martín Etchegoyen.
La charla con el
político uruguayo y sus ministros se efectúa en presencia de los periodistas, a
la sombra de un gigantesco cuadro del prócer José Artigas. Se habla de la
Conferencia de los 21, de la gesta cubana, de la catástrofe de Río Negro, de la
generosa hospitalidad uruguaya.
La inevitable
rueda de prensa abarca diversos temas. Sobre la conferencia económica celebrada
en Buenos Aires, expresa: —El mercado común del continente representaría un
gran paso hacia la futura unión política, en una confederación de los Estados
latinoamericanos, como fue el sueño de nuestros fundadores.
En la noche, el
apasionado interés de Montevideo se traslada hacia la explanada municipal para
escuchar y ver al líder revolucionario.
El pueblo se
derrama por las calles. Jamás la ciudad había presenciado una concentración
semejante. El calor de la multitud compensa la fría temperatura. Ya frente el
micrófono, entre otras cuestiones, Fidel destaca: Es que hemos implantado
fronteras artificiales que han creado diferencias donde no existen. Hemos
creado ficciones en medio de verdades que son evidentes. Hemos cerrado los ojos
ante ellas y hemos vivido en medio del absurdo, sin que voces aisladas o voces
unánimes de todos nuestros pueblos empezasen a comprender la verdad de nuestra
debilidad, la verdad de nuestra impotencia, la verdad de nuestra infelicidad.
Precisa: “Es que
siendo unos, enteros, hemos vivido separados, hemos vivido alejados, hemos
vivido divididos. Hemos vivido al margen de lo que pudo habernos hecho grandes;
de lo que pudo habernos protegido de la impotencia”.
Plantea con
vehemencia: “Hemos vivido al margen de la orientación de nuestros libertadores,
a los que hemos levantado estatuas, a los cuales hemos dedicado millares de
ramos de flores, millones tal vez de discursos, pero a los que no hemos seguido
en la esencia pura de su pensamiento”.
Redondea la
idea: Parécenos que si se presentaran hoy ante nosotros, desde Simón Bolívar
hasta José Martí, desde José de San Martín hasta Artigas, y con ellos todos los
próceres de las libertades de América Latina nos reprocharían vernos como nos
encontramos todavía y se preguntarían si esta es la América que ellos soñaron,
grande y unida, y no el racimo de pueblos divididos y débiles que somos hoy.
Aborda las
profundas razones que explicaban la extraordinaria concentración. Ni la
curiosidad, ni el mérito, ni la gratitud política podían hacer el milagro de
reunir a millares de uruguayos para escuchar la palabra de un gobernante de
otra tierra.
¿Qué es lo que
reúne a los pueblos si no es una aspiración, si no es una conciencia
latinoamericana, si no es un decoro que late en el corazón de todos nosotros?
¿Qué quiere decir que a mí no se me mire como a un extranjero, palabra indigna
para calificarnos los hermanos de América Latina?
Cada pregunta
tiene un vigoroso acento afirmativo: ¿Qué quiere decir sino que hay una
conciencia que despierta en todo el continente? ¿Qué quiere decir esto sino que
la América va madurando para la gran tarea que debe realizar en el mundo, para
cumplir también su rol en el mundo, para llevar adelante los sueños y
aspiraciones a que tienen derecho todos los pueblos?
Con emoción
advierte: Si la Revolución Cubana, por errores de los cubanos, por la traición
de sus líderes, por falta de sentido de responsabilidad, lejos de conducirla al
triunfo la llevan al fracaso, seremos responsables ante los ojos de América de
haber dado muerte a una de sus más hermosas esperanzas.
Finaliza: Al
igual que hoy nuestros corazones pueden abrazarse por encima de esas barreras
que absurdamente se interponen entre ustedes y nosotros, porque ustedes son
llamados uruguayos y nosotros somos llamados cubanos, tenemos pasaportes
distintos, leyes distintas... Al igual que hoy nos abrazamos por encima de esas
barreras, en un futuro más o menos lejano, si nosotros no lo vemos, nuestros
hijos pueden abrazarse con los corazones, sin barreras de ninguna clase.
El martes 5 la
comitiva viaja rumbo a Río de Janeiro. Antes de posarse en el aeropuerto de
Galeao, desde la nave se puede observar la bahía en forma de media luna y los
recios mogotes del Pan de Azúcar y el Corcovado. Le dan la bienvenida el
ministro de Relaciones Exteriores, Francisco Negrao de Lima; el representante
presidencial, general Nelson Melo; el embajador brasileño en Cuba, Vasco Leitao
da Cunha, y el representante diplomático cubano en Brasil, Rafael García Bárcenas.
La primera
actividad de Fidel es en la Associacao Brasilera de Imprensa, en una de las
salas del complejo Heitor Beltrao. Responde a numerosas interrogantes de los
periodistas cariocas. Durante su estancia en Río de Janeiro, Fidel sostiene
diversas entrevistas. Habla nuevamente con el presidente Juscelino Kubitsheck y
con el vicepresidente Joao Goulart.
En el transcurso
de una entrevista por televisión, Fidel lee un artículo de Ernest Hemingway. El
autor de El viejo y el mar, plantea: Creo en la causa del pueblo cubano.
Algunos oficiales de Fulgencio Batista eran hombres buenos y honestos, pero
muchos de ellos eran ladrones, sádicos y torturadores. Algunas veces torturaron
a niños que los mataron. Sus cuerpos fueron encontrados mutilados. Las ejecuciones
(de los esbirros batistianos) fueron necesarias. Si el gobierno no hubiera
fusilado a esta gente, los hubieran asesinado por venganza. El resultado serían
las vendettas personales por todos los campos y ciudades. (…) Confío
ampliamente en la Revolución de Castro porque tiene el apoyo del pueblo cubano.
Creo en su causa. Cuba ha sido buena para mí. Es un maravilloso lugar para
vivir. Viví y trabajé allí (…).
Esa noche, Fidel
asiste a una concentración pública convocada por la Unión Nacional de
Estudiantes. El discurso de dos horas mantiene la tónica americana que preside
su gira.
El jueves 7, el
Primer Ministro inicia su viaje de retorno a la isla.
Hacemos noche en
Puerto España, y de allí hacia la patria.
El espectáculo
no es nuevo para la capital. Desde el triunfal 1ro. de enero, La Habana ha
vivido horas similares. Alegría en las calles, emoción en los rostros, banderas
en los balcones, columnas de mujeres y hombres respondiendo a una convocatoria
de entusiasmo.
A las 3:15 de la
tarde la torre de control registra la presencia del avión aproximándose a la
capital. Aparatos de la Fuerza Aérea Revolucionaria escoltan a la nave cuando
penetra en cielos cubanos.
Flanqueado por
Raúl, Fidel baja las escalerillas del Britannia. La banda de música de la
Policía Nacional entona las notas del Himno Nacional y, luego, las del 26 de
Julio.
En medio de la
multitud, Fidel monta en un jeep abierto. Junto a él se encuentran compartiendo
la jubilosa demostración, Raúl, Camilo Cienfuegos, Che, Juan Almeida, Ramiro
Valdés y Efigenio Ameijeiras.
Miles de
capitalinos lo vitorean a su paso por la Avenida de Rancho Boyeros.
Frente al
edificio de Bohemia, Fidel reclama un ejemplar de la última edición de la
revista, puesta a la venta ese propio día. Inmediatamente se pone a hojearla.
La Plaza Cívica,
hoy Plaza de la Revolución, y las avenidas colaterales se encuentran repletas
de pueblo. Violeta Casals, como en los días de la guerra, hace la presentación.
Son las 7:40 de la noche.
Fidel, con su
ademán característico, hace pantalla con la mano sobre los ojos para disfrutar
del hermoso panorama.
Comienza
diciendo: Salimos de la patria, no a limitar nuestra Revolución, salimos
patria, no a negar nuestra Revolución, sino a reafirmarla... A decir a los
pueblos del continente las causas que tuvimos para hacerla y las razones que
tenemos para llevarla adelante. […] Hemos respondido a las preguntas de cientos
de periodistas, hemos hablado aproximadamente a 100 millones de personas.
Tuvimos que hablar en un idioma que no era el nuestro, y nos entendieron […].
Establece un
paralelo entre el recibimiento del 8 de enero y este del 8 de mayo. Entonces
afloraba un júbilo cuajado de esperanzas.
Ahora, a cuatro
meses de distancia, es la alegría serena y confiada de una nación que se enfrenta
al porvenir.
¿Temor por qué,
de una Revolución cuyas ideas y fines están nítidamente claros? ¿Temor por qué,
de una Revolución que se lleva adelante bajo un cielo enteramente claro? ¿Temor
por qué, de una Revolución que es tan respetuosa con los derechos y la dignidad
del hombre? ¿Temor por qué, de una Revolución donde todo el mundo puede hablar
y escribir libremente? ¿Temor por qué, de una Revolución donde las ideas no se
imponen, sino que se razonan, donde las ideas no se imponen, sino que se discuten?
Argumenta: “¿Por
qué los pueblos no van a tener derecho a su propia ideología nacida de la
entraña de la tierra, nacida de las necesidades del pueblo, nacida del corazón
de los pueblos, nacida de la esperanza de los pueblos y nacida de las
aspiraciones de los pueblos?”. Hace un alto mientras se lleva la mano a la
garganta enronquecida.
Camilo le ofrece
una botella de agua mineral. Fidel pasea la mirada por el grupo verde olivo que
le rodea.
Nadie hizo con
tanto desinterés y con tanta pureza lo que han hecho nuestros hombres. […] Ni
con tanta lealtad a la nación y generosidad lo que han hecho nuestros hombres.
Y no eran académicos, no eran doctores, ni eran generalotes, ni son
generalotes. […] Son modestos comandantes de un ejército que ganó una guerra
[…].
Cierra su
oración el recuerdo de Antonio Guiteras: Por primera vez podemos conmemorar un
8 de mayo enteramente soberano y libre. Antonio Guiteras, por primera vez
podemos conmemorar un 8 de mayo digno, porque los hombres que a ti te
asesinaron, ya no empuñan armas ni volverán a empuñarlas jamás. Porque el
ejército que a ti te asesino, cayó vencido y destruido por los gallardos
combatientes de tu pueblo. Y porque el tirano que a ti te asesinó hubo de
morder, esta vez, y para siempre, el polvo de la derrota, y huyó cobardemente
de esta tierra que ensangrentó, pero donde nunca más volverá a pisar con sus
botas.
Ha hablado
durante cuatro horas. El auditorio de 6.000.000 cubanos ha quedado satisfecho.
Durante 23 días
el líder cubano mezclado con la muchedumbre donde quiera que fuese —en los
Estados Unidos, Canadá y América del Sur— ha sido siempre fácil blanco para un
asesinato. Sin embargo, en ningún sitio se hizo jamás un intento público de
agresión contra su persona. Cuando le mostraron en Nueva York unos titulares de
prensa que anunciaban una conspiración para asesinarle, Fidel sonrió y comentó:
“Eso no me preocupa. No viviré ni un día más allá del día de mi muerte”.”
Por Luis Báez
Fuente: http://www.granma.cu/cuba/2014-05-07/despertar-la-fe-de-los-pueblos?page=2