CLUB SOCIAL SAN JUSTO
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martes, 12 de noviembre de 2013

Ángel Vicente Peñaloza

La mayoría de las veces se habla del “Chacho” (Ángel V. Peñaloza) sin el menor conocimiento histórico de su trayectoria; basta su leyenda y el recuerdo de su tremenda muerta para otorgarle una vigencia póstuma que no siempre es bien utilizado. Es cierto que algunas de sus características personales hacía bastante previsible este entusiasmo final por su figura: su bondad, su valentía, el empecinamiento de su lucha, la astucia criolla de sus recursos estratégicos, el invariable signo popular de sus empresas, el trágico desenlace de Olta. Sin embargo esta vigencia suele tener el riesgo de algunas distracciones graves: el olvido, por ejemplo de la línea política que siguió el caudillo, definida por una probada fidelidad a su tierra y a su gente, y comprometido hasta sus últimas consecuencias incluso en los umbrales de su ancianidad.
Biografía de Ángel Vicente Peñaloza: Nació en Guaja, un rancherío de los Llanos Riojanos, próximo a la aldea de Quiroga. Era diez años menor que Facundo y procedía de una familia afincada a en la región. Uno de sus tíos era cura y parece haber pasado con él los años de su infancia. En su juventud recibió la influencia de otro tío, que era militar (quien tenía a Facundo Quiroga por subalterno). Y el joven Peñaloza se decidió por la milicia. Era un mozo de mediana estatura, de ojos muy azules y pelo muy rubio; y tenía cierta intimidad con el tigre.
En la batalla del Tala recibió el grado de capitán, tenía 28 años. Desde entonces peleó al lado de Facundo, repitiendo la hazaña de enlazar los cañones enemigos para arrastrarlos fuera de las líneas. Después de la batalla de Oncativo, Peñaloza no siguió a su general, que iba a Buenos Aires; retornó a La Rioja, llevando una vida semi clandestina ante la ocupación de la provincia por Lamadrid. Pero cuando Quiroga llega a Mendoza, el capitán Peñaloza derroca al gobernador puesto por los unitarios en La Rioja y se incorpora a la División Auxiliares de los Andes en camino hacia Tucumán y participa de la batalla de Ciudadela. Su prestigio era tan grande como para comandar la escolta de Quiroga. Es lindo imaginar al Tigre de los Llanos y el jefe de su escolta fatigando los caminos de la república.
Pero el Chacho era muy diferente a su jefe. Facundo era una expresión insólita de su medio, por su nervio, su agresividad, su imaginación y hasta por los altibajos tormentosos de su espíritu era un producto típico de las convulsiones de la época. El Chacho era una expresión mucho más auténtica de la idiosincrasia paisana en su sencillez, su bonhomía, su ingenuidad. Era un gaucho servicial y casi iletrado, firme en sus lealtades, apegado a los regocijos menores de la vida campesina. A Facundo lo amaban, pero también le temían. En cambio, nadie temblaba ante el Chacho. El asesinato de Quiroga, en 1835, dejó vacante el liderazgo político–militar de La Rioja: fue Tomás Brizuela quien heredó en parte la jefatura popular. Al lado suyo quedó el Chacho. Ambos se designaban como federales, pero mordían sordos resentimientos contra Rosas: creían que él había sido actor oculto del desastre de Barranca–Yaco. Pero en 1840 estos remordimientos tenían una causa más profunda. La porteña ley de aduanas no alcanzó a evitar la creciente miseria de las provincias del interior, desguarnecidas de toda protección. El régimen autoritario impuesto por Rosas había decepcionado a los dirigentes del interior. Fueron causas banales y motivos de fondo los que llevaron al Chacho a colocarse la divisa unitaria. No estaba seguro de que la empresa tuviera posibilidades de éxito y quería evitar los horrores de la guerra a su provincia. Finalmente se sumó al pronunciamiento unitario y desde entonces, hasta 1845, libró una desigual y heroica lucha contra Rosas. Peñaloza puso su persona y su prestigio al servicio de su nueva causa. En 1840 se había casado con Victoria Romero, una niña de acomodada familia que le dio una sola hija. Ese mismo año empezó una lucha contra el poder de Buenos Aires.
La Coalición del Norte, dirigida por Lamadrid y Lavalle, no podía terminar sino en un desastre. Mientras Peñaloza se sostenía precariamente en Los Llanos cortando las comunicaciones de sus invasores, Brizuela y Lavalle se desentendían y se separaban: el primero para morir asesinado por sus propios oficiales, y el segundo para caer oscuramente en Jujuy. El Chacho consigue unirse a Lamadrid y lo sigue en sus marchas por La Rioja y San Juan. Poco más de un año duró esa desgraciada campaña signada por derrotas. Seis meses después de llegar a Chile, regresa a la patria con un puñado de hombres. En abril de 1842 pasa por los Llanos, sigue a La Rioja y sube a Catamarca. A su paso engrosaba su magra hueste y afrontaba a las partidas enemigas. Tenía sus propios motivos para continuar la guerra contra Rosas. A su lado iba Doña Victoria Romero. El Chacho derrota al gobernador de Catamarca y atrae a su lado a la mayor parte de los soldados enemigos. Sigue a Tucumán; se han reunido las fuerzas de cuatro provincias para enfrentarlo, y en el Manantial, en Julio de 1842, termina su aventura. Pero no por haber sido derrotado se siente el Chacho vencido. Siete meses después de la derrota del Manantial baja a la frontera de Córdoba, esperando la defección del Comandante Militar de los Llanos. En Febrero de 1843, después de librar dos combates formales con Nazario Benavídez, gobernador de San Juan, el caudillo repasa la cordillera. El Chacho pasa un año en Copiapó, pobre, entristecido, y añorando volver a la lucha. En febrero de 1844 intenta cruzar de nuevo los Andes: las autoridades chilenas lo detienen en Guasco y el intento se frustra. Un año después, otra vez en su guerra contra Rosas, en febrero de 1845 el gobernador de La Rioja cae sobre el Chacho, y el caudillo debe regresar al destierro, vencido una vez más.
El sistema de Rosas se había afirmado, e incluso institucionalizado. Los mismos unitarios habían abandonando toda esperanza de triunfo, el Chacho decide volver a su tierra. En Julio de 1845 está en San Juan, muy pobre. Se encuentra con Benavidez, ya lo había cruzado en varias oportunidades, ambos eran criollos enteros y tenían que entenderse. Empezó entonces un período de años felices para el Chacho. En 1848 andaba en San Juan y La Rioja, donde ayudó a Bustos a ganar la gobernación; su situación se afirmó al tener un buen amigo en el poder provincial. Vivía de nuevo en Guaja con su mujer y su hija, quienes conformaban el hogar que nunca antes había conocido. Gozaba de un prestigio hondamente arraigado en las provincias del noroeste.
A partir de Caseros (1852) afirmó mas aún su situación. Era un jefe cuyos antecedentes le otorgaban una indiscutible personería. Comienza a cartearse con Urquiza en comunicaciones que van adquiriendo cierta intimidad. En 1855, el Presidente de la Confederación lo asciende a coronel mayor y luego, por ley del Congreso, a general. Pero esto no altera su modo de vida, simple y popular. Hasta 1860 interviene en muchos episodios políticos y militares de la vida riojana, actuando siempre sin ambición personal y con su proverbial humanidad. Lo respetaban los antiguos federales, ahora urquicistas, por sus antecedentes quiroguistas; y los ex unitarios, ahora liberales, por sus luchas al lado de Lavalle y Lamadrid.
Andaba el Chacho sobre los 65 años. Hacia esa época parecía destinado a vivir sus últimos años en idénticos días de baraja y vino, en jornadas fiesteras y carreras de caballos, en periódicas intervenciones desde los Llanos a la ciudad cuando la política se complicaba. Pero en Septiembre de 1861 sobreviene lo de Pavón. El gobierno de la Confederación es derrocado y las orgullosas tropas porteñas avanzan sobre el interior para apuntalar el "nuevo orden de las cosas". Urquiza, el brazo armado de la Confederación, se encierra en Entre Ríos y adopta una neutralidad de hecho. La expedición pacificadora porteña ocupa Córdoba y envía columnas armadas a liquidar las situaciones provinciales dudosas. El viejo partido que afirmó la unidad nacional, institucionalizó el sistema federal y organizó constitucionalmente al país, cede en todos lados ante el avance de los nuevos vencedores. En los Llanos está Peñaloza, quién no está dispuesto a someterse por las fuerzas que representan el aborrecido poder de Buenos Aires. No necesitaba órdenes de su admirado Urquiza para oponerse a la invasión, creía que él se estaba haciendo fuerte en Entre Ríos para avanzar por cuarta vez sobre Buenos Aires. Ignoraba que Urquiza ya no lucharía mas, estaba decidido a quedarse en su feudo, dejando que su partido fuera prolijamente masacrado en el interior, su destino sería el de la pacífica ancianidad. El Chacho vería de nuevo la gloria de la lucha, el fervor de la cabalgata guerrillera, y su muerte sería bárbara.
El general Peñaloza, designado jefe del primer cuerpo del Ejército de la Confederación, no había participado de la batalla de Pavón: las fuerzas que debían habérsele incorporado, se disolvieron antes de llegar a La Rioja y tampoco el caudillo mostró mayor interés en salir de su provincia. Un mensajero del gobernador de Catamarca vuela a Guaja para pedirle ayuda ante el inminente ataque santigueño y él decide ayudarlos. El día de Reyes (1861) llega Peñaloza a Catamarca y se dirige, como mediador oficioso, a los hermanos Taboada, para persuadirles de entrar en conversaciones.
Luego avanza hacia Tucumán para unirse con el gobernador de Salta y los tucumanos adictos a Urquiza. Esta batalla de Río Colorado fue brava. A punto estuvo de lograr la victoria: Peñaloza encabezó personalmente un ataque, pero luego tuvo que ceder ante la superioridad numérica. Intentó echar sobre el enemigo su caballada y hacienda, para romper los cuadros: pero el 10 de febrero, después de tres horas de lucha, sus huestes debieron retirarse.
Aprovechando su ausencia, cuatro columnas nacionales habían invadido La Rioja desde Córdoba, San Luis y San Juan. Apenas entran a La Rioja las tropas invasoras, cuando la región de los Llanos se insurrecciona en masa: decenas de partidas estorban y aíslan a los nacionales mientras el gobernador de la provincia, menos digno que sus paisanos, repudia al caudillo derrotado y se entrega a la causa porteña.
A fines de febrero llega el Chacho a La Rioja, allí se instala con sus hordas a pocas leguas de la capital.
El coronel Sandes ataca a Peñaloza en su campamento de Aguadita de los Valdeses y lo dispersa. El Chacho va a los Llanos. Está dispuesto a someterse, manifiesta que se irá a vivir fuera de La Rioja si eso es necesario para la paz. Pero pone dos condiciones: que se sustituya al gobernador que lo ha traicionado, por otro que ofrezca garantías de fiel cumplimiento de lo que pacta. Y además, que en ningún caso se lo ponga en trace de tener que pelear contra Urquiza, su jefe y amigo.
El Chacho ha elegido un nuevo objetivo para su ataque: San Luis. Allí se han sublevado un gran número de paisanos y llaman al jefe de la resistencia. A fines de abril cae sobre la ciudad de la Punta de los Venados, poco después atacan y asedian La Rioja durante varios días.
Cuando regresa a su provincia, creyendo que la guerra había terminado, el coronel Rivas, que venía persiguiéndolo, cae sobre su vanguardia y la dispersa.
De nuevo empieza la guerra. El Chacho está en los Llanos. Mitre y Paunero decretan la paz imponiéndose a los elementos que, dentro del sector liberal, forman la "línea dura", es decir Sarmiento, los Taboada y algunos coroneles que hacen una cuestión de honor terminar violentamente con la insurrección.
Así llega el tratado de La Banderita (30 de mayo de 1862) ajustado entre Peñaloza y el rector de la universidad de Córdoba, en representación de Paunero. Encargaba la pacificación de La Rioja al propio Chacho. Y a pesar de todas las dificultades, a fines de junio de 1862 los batallones nacionales evacuaban La Rioja. El general Peñaloza asumía por decreto la tarea de incautar las armas y un lugarteniente del Chacho – el teniente coronel Felipe Varela – se hacía cargo de la comandancia general de la provincia en reemplazo del jefe liberal que había ejercido hasta entonces esa importante función.
Ese año, el pueblo estaba en la indigencia y el único modo que conocían los paisanos de remediarse era montarse a caballo y cuatrerear las provincias vecinas. La precariedad de la paz estaba dada por la irreductibilidad de las concepciones de vida en pugna. Eran dos patrias las que se enfrentaban: no había conciliación posible, por más esfuerzos que hicieron los espíritus menos enconados de ambos bandos. La guerra se aproximaba.
Una incursión de cuatreros a territorio sanjuanino le da motivo para exigir al gobierno de La Rioja la entrega de varios cabecillas de la montonera para ser procesados. El caudillo fue urgido por sus parciales a levantar la bandera de rebelión. Mitre encarga a Sarmiento la dirección de la guerra. A mediados de abril de 1863, Peñaloza firma una carta a Mitre exponiendo todos sus agravios y al mismo tiempo un manifiesto a sus paisanos. Ha estallado la última rebeldía del Chacho.
El Chacho envía a sus parciales al norte y al sur: van a Catamarca Felipe Varela, Severo Chumbita y Carlos Ángel. Sobre San Luis marchan Lucas Llanos, Gregorio Puebla, y Pablo Ontiveros. Sus fuerzas comienzan a moverse sospechosamente en todo el noroeste. Son rechazados sus lugartenientes en Catamarca y San Luis pero al mismo tiempo se sublevan partidas chachistas en el oeste catamarqueño y en las sierras de Córdoba. Ante esta convulsión, que amenaza extenderse a todo el noroeste, los gobernadores de Santiago, Tucumán y Catamarca resuelven llevar adelante la guerra contra Peñaloza por propia iniciativa. El ejército combinado de los gobernadores cae sobre La Rioja, encuentra la ciudad desguarnecida y, en río Mal Paso, topa al nuevo gobernador riojano que marcha hacia los Llanos. Taboada ataca la montonera con ardimiento y termina por hacer una gran mortandad en el gauchaje.
Entretanto Sarmiento dispone que el coronel Sandes suba a la Rioja desde San Juan. Dos semanas después consigue localizar al Chacho en Loma Blanca y le inflige una tremenda derrota.
El 20 de mayo ha peleado en Loma Blanca, el 7 de junio está en el valle de Punilla, desde donde manda un "propio" a Urquiza. Y una semana más tarde, el país se entera con estupor que el general Ángel Peñaloza ha ocupado Córdoba.
El riojano esperaba la sublevación de sus amigos cordobeses contra el gobernador liberal. Entra el Chacho como vencedor en la ciudad con 400 hombres, de los cuales 100 son riojanos. ¡La barbarie ha llegado a la docta ciudad de Córdoba!. Escribe a Urquiza urgiéndole a "ponerse al frente de la reacción política" y permanece durante dos semanas en Córdoba. El 27 de junio de 1863, no lejos del campo de La tablada sus 2000 paisanos mal armados enfrentan a los 4000 veteranos del ejército nacional.
Peñaloza casi no participa en la batalla. Retorna por el mismo camino que ha venido. Arredondo, topa en un lugarejo de los Llanos con una partida de 200 hombres que escapan enseguida. Resulta ser el Chacho con sus principales jefes y oficiales. Nada se sabe del caudillo durante dos meses.
Después de su topetazo casual con Arredondo, el caudillo resbaló hacia el norte dejando la ciudad de La Rioja a su izquierda, llegó a Mazán, habló con sus amigos y luego se dirigió rumbo a Tinogasta. Pero en vez de emprender el camino de su salvación, dobló hacia la cordillera. Estaba casi solo: lo acompañaban una docena de fieles y su doña Victoria Romero. Intenta pasar a Chile y se deja caer en Guandacol, retorna a los llanos después de 20 días.
Entretanto, las tropas nacionales han establecido una dictadura en La Rioja. A fines de agosto reaparece el Chacho y se afirma en Patquia con un millar de hombres salidos del fondo de la tierra. Patquia es un lugar estratégico desde donde puede subir a La Rioja, bajar a San Juan o meterse en las sierras.
El 30 de octubre, Sarmiento se entera que la montonera está "ad portas", a cuatro leguas de San Juan. A un paso de la ciudad, el Cacho da un corto respiro a su hueste. Trae 1200 hombres bien montados y un par de cañoncitos que dan risa. Ese descanso sería fatal. En esos momentos llega desde Mendoza un mayor Irrazábal que viene llevando cabalgaduras para Arredondo. La montonera es atacada con furioso ardimiento. Los chachistas que no son muertos o apresados, apenas alcanzan a huir. Esta era la última correría del Chacho.
Siempre acompañado por su mujer, el caudillo gana los Llanos. Con mejores caballos que sus perseguidores, les saca distancia y se refugia en la aldea de Olta. Envía una carta a Urquiza, da algunas órdenes para reorganizar su gente y descansa en la casa de un amigo. El 11 de noviembre, una avanzada de Irrazábal, comandada por un capitán Vera, se entera del paradero del caudillo. Un tal Pancho el Minero es el infidente, y una Rosita la Ligera o Rosita la Pelagiada corre a avisar al Chacho que viene una partida a prenderle, sin ser creída. Apenas raya al alba del 12, avanza el destacamento de Vera sobre la casa donde está Peñaloza. Los que están haciendo rueda en moroso diálogo con el caudillo, huyen por los fondos. Solo quedan doña Victoria y un par de personas. Vera le pide al Chacho que se de por rendido, el viejo jefe entrega su puñal, en cuya hoja rezaba esta leyenda: "el que desgraciado nace entre los remedios muere".
Ya llega Irrazábal avisado de su captura, desmonta y entra a la casa, lanza en ristre. La voz de Peñaloza es apagada por los alaridos de doña Victoria y los bramidos de Irrazábal mientras atraviesa el pecho del prisionero inerme. Luego hacen toda suerte de vejaciones con su cadáver. Le cortan una oreja y se la envían a don Natal Luna, en La Rioja. Degüellan su cabeza y la clavan en una pica, en la plaza de Olta. Pero el caudillo ya no podrá ver la devastación que siguió a su martirio.