¿De dónde
provienen las palabras “boludo” y “pelotudo”?
En las
Guerras de la Independencia, nuestros gauchos peleaban contra un ejército de lo
que en aquella época era el Primer Mundo. Una maquinaria de guerra con
disciplina de las mejores academias militares, armas de fuego, artillería,
corazas, caballería, el mejor acero toledano, etc.
Nuestros
gauchos (los montoneros), de calzoncillo cribado y botas de potro con los dedos
al aire, sólo tenían para oponerles pelotas, piedras grandes con un surco por
donde ataban un tiento, bolas -las boleadoras- y facones, que algunos amarraban
a una caña tacuara y hacían una lanza precaria. Pocos tenían armas de fuego:
algún trabuco naranjero o arma larga desactualizada.
¿Cuál era
la técnica para oponerse a semejante maquinaria bélica como la que traían los
realistas?
Nuestros
gauchos formaban en tres filas: La primera era la de los “pelotudos”, que
portaban las pelotas de piedra grande amarradas con un tiento. La segunda era
la de los “lanceros”, facón y tacuara, y la tercera la integraban los “boludos”
con sus boleadoras o bolas.
Cuando
los españoles cargaban con su caballería, los pelotudos, haciendo gala de una
admirable valentía, los esperaban a pie firme y les pegaban a los caballos en
el pecho, que de esta manera rodaban y desmontaban al jinete y provocaban la
caída de los que venían atrás. Los lanceros aprovechaban esta circunstancia y
pinchaban a los caídos.
Entonces,
los boludos, que no eran tan boludos porque venían atrás, los rematan en el
piso.
Allá por la
década del ’90 (1890) un Diputado de la Nación aludiendo a lo que hoy
llamaríamos “perejiles”, dijo que no había que ser pelotudo en referencia a que
no había que ir al frente y hacerse matar.
Fue algo así
como decir “no hay que ser estúpido”. Esta fue la segunda acepción que se le
dio al término: 1º aguerrido 2º estúpido o similar. Con el tiempo se sumó a
esta última clasificación la palabra boludo y el imaginario popular lo fue
incorporando como al que los genitales grandes le impedían moverse con
facilidad.
Luego se
transformó en un insulto grave, de tal manera que íbamos a las manos si alguien
nos lo decía. Y nos fuimos olvidando del verdadero origen de la palabra.
En las dos
últimas décadas, reemplazando a otros modismos del dialecto cotidiano
argentino, (como el ¿“viste”? ó “a ver”…), los jóvenes intercalan cada dos
o tres palabras un boludo, a veces por nada, a veces por respuesta, a veces en
vez de decir “querido”, es decir que es un término de uso múltiple que no tiene
el sentido original y que en realidad, no sabemos por qué lo decimos.