“La cultura no
es una actividad del tiempo libre; es lo que nos hace libres todo el tiempo”
Luisa Etxenike (San Sebastián, 1957) es
escritora de novelas y relatos, pero también reflexiona sobre el lenguaje, la
realidad política o el porvenir con certera clarividencia como muestran sus frecuentes
artículos en prensa.
El
próximo 18 de junio presentará un nuevo libro en San Sebastián, El arte de
la pesca, reescritura de la última parte de su novela Los peces negros, una
especie de 'collage' de cortos en
relación con ese texto, que llevará una ilustración sonora a cargo del
compositor Borja de Miguel.
Directora
del festival literario Un mundo de escritoras, miembro del Consejo de
Redacción de la revista de cultura y pensamiento Grand Place, el pasado
sábado 18 de abril intervino en el evento TEDx Almendra Medieval, en Vitoria, para hablar sobre ecología
lingüística: "Como las selvas
amazónicas, las palabras también se expolian, se violan, se maltratan y hay que
cuidarlas", comentó.
¿De dónde
surge tu argumentación sobre la necesidad de una ecología lingüística ante el
empobrecimiento del lenguaje?
Yo le
llamo ecología lingüística, pero podríamos hablar también de ecología del
pensamiento, de ecología cultural. La reflexión viene de la constatación de la
desertización que avanza en determinados campos que considero fundamentales,
que son el de la cultura, el pensamiento, el arte, la creación intelectual. Y
que tiene que ver también con un empobrecimiento del lenguaje. La relación con
el lenguaje es la relación estelar de nuestras vidas y el perder ese matiz, esa
ambición, se convierte en una catástrofe personal y social. Las Humanidades
están siendo desterradas del sistema educativo y eso tiene consecuencias. Vemos
cómo se ha despertado la conciencia ecológica y la ciudadanía comprende la
pérdida colosal que supone la devastación del Amazonas, del mismo modo, hay
bienes culturales, patrimonio, libros, capacidad de lectura de referencias que
se están perdiendo, que se están devastando por el poco aliento que desde
instancias institucionales se da a la preservación de ese patrimonio.
¿Podemos
decir que esto es premeditado?
No quiero
que mi pensamiento se articule en forma de la polémica o la provocación. Decir
que esto es "premeditado" es un titular fácil. Sinceramente, creo que
lo tenemos que abordar con serenidad. Es verdad que hay una identificación
excesiva de la cultura con el entretenimiento, pero la cultura no es una
actividad del tiempo libre sino lo que nos hace libres todo el tiempo. Hay una
poderosísima industria del entretenimiento y eso nos hace perder de vista el
sentido emancipador, el sentido de crecimiento personal y social que la
cultura, y lo fundamental que es en este sentido la capacidad del lenguaje. No
es lo mismo poseer 1.000 palabras que 40.000, en ningún orden de la vida. No en
la vida del conocimiento íntimo, pero tampoco en la comunicación social y
política, por eso creo que hay democracias de 1.000 palabras y democracias de
40.000. La cultura está mucho más cerca de la creación artística que del
entretenimiento.
Junto al
empobrecimiento del lenguaje, vivimos también la perversión de los
significados, la invasión de la neolengua.
Es que al
mismo tiempo que hablamos de la falta de siembra en el lenguaje, hay que citar
la manipulación del mismo, acompañado por un conformismo con la ausencia de
matiz, con la brocha gorda, con la perversión de los conceptos. Lo que llamo
las apropiaciones indebidas del lenguaje, que es llamar a las cosas por nombres
que no les corresponde. Todo forma parte del mismo conjunto que nos hace vulnerables
a cualquier tipo de manipulación. Es fundamental tener del otro lado un
receptor que sepa distinguir lo que le cuentan. Y no solo es responsabilidad de
la escuela, también los medios de comunicación que no informan con el rigor que
corresponde, o los discursos públicos que no preconizan el matiz, el hilar fino
en la expresión.
Eres
escritora vasca en castellano, vives junto a la frontera con Francia, cuyo
gobierno te ha reconocido como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras,
y tu obra se traduce a esta lengua... ¿Cómo vives el día a día de esta cultura
trilingüe?
Cuando
hablaba de ecología lingüística, hablaba de ecologismo de las lenguas, sin
duda: lo que amenaza a una lengua, amenaza al resto. Creo que es una situación
que se vive en todas partes, aunque bien es verdad que hay sistemas educativos
que lo ven más claro y tratan de combatirlo. Cuando alguien cruza la frontera o
se coloca frente a la ciudadanía francesa en el ámbito que sea, se queda
maravillado ante lo bien que hablan. Está claro que el sistema educativo y el
debate público franceses están más preocupados por la calidad de la lengua que
el que tenemos a este lado de la frontera.
¿Y en
cuanto a la convivencia entre el euskera y el castellano?
A mí no
me importa en qué lengua escribe una persona, sino lo que dice. Por tanto,
quienes escribimos en euskera y castellano ya llevamos muchos años de
convivencia, tenemos entre nosotros una relación fluida y natural y no
confundimos la lengua de expresión con las convicciones de cada cual ni con los
respectivos proyectos creativos. Otra cosa es el apoyo institucional, donde
todavía hay trabajo que hacer. Seguimos teniendo instituciones volcadas en
apoyar la creación en euskera más o de manera diferente que la que se hace en
castellano. Y yo sí creo que se debería revisar la discriminación positiva al
euskera. Por ejemplo, hasta años muy recientes, hasta que llegó el gobierno del
lehendakari Patxi López, la edición en castellano no recibía ningún apoyo.
Fueron muchos años de discriminación. Patxi López lo resolvió, pero a mi juicio
todavía falta en las instituciones vascas una convicción más decidida para
considerar que el apoyo a la creación no tiene que tener esa variable
lingüística que deja en un segundo plano la creación literaria en castellano. Y
me refiero, por ejemplo, al Instituto
Etxepare, una ventana al exterior de la cultura vasca, que en su
trabajo en la literatura en castellano necesita revisarse y, sobre todo,
reforzarse.
En más de
una ocasión, has reflexionado sobre la relación de Euskadi con España, ¿Cómo
entiendes tú esa relación, o la de Cataluña, en estos momentos quizás más
crispada que la vasca?
Lo voy a
decir simplemente: supongo que habrá personas que viven con conflicto el hecho
de ser español o vasco. Pero hay muchas personas, entre las que me incluyo, que
no viven con ningún conflicto el ser vascas y españolas. Es más, ese vivir sin
conflicto les prepara también para ser otras cosas: europeos. No estamos en esa
polaridad, sino en esa triangulación que es estimulante, necesaria,
fundamental. Además, crucemos la frontera, como yo hago constantemente. Y me
encuentro a mi alrededor con una mayoría de personas que viven sin conflicto
ser vascos y franceses. Y a este lado, ocurre lo mismo: muchísimas personas que
viven con alegría, con naturalidad, sin conflicto. Ese vivir así necesita un
amparo político, que esté en el discurso público. A veces, la crispación viene
de que el debate lo copan quienes viven en ese conflicto. En cualquier caso,
creo que en el ámbito de las identidades, mi posición fundamental es que la
identidad no es algo que recibimos de serie, como el equipamiento de los
coches. La identidad es algo singular. Yo abogo, antes que por ser vasco,
español..., por ser yo misma, con los mestizajes que la vida me va proponiendo.
Hablaría de la originalidad íntima de la identidad. En ese sentido, sí puedo
participar de una identidad común, dinámica, que es la de las convicciones
políticas.
La
aparición de nuevas fuerzas políticas, ¿nos sitúa ante una nueva era en la que esas
identidades políticas de las que hablas tengan un impulso?
La crisis
económica ha destapado una realidad que estaba tapada por una ilusión de
riqueza que no afectaba a todo el mundo. La crisis nos obliga a replantearnos
muchísimas cosas, como una cierta inercia política que nos hacía entender como
si las cosas funcionaran porque sí. Hay que replantear las convicciones de la
izquierda, de la democracia y la aparición de nuevas fuerzas obliga a
replantear esa inercia en una dinámica. Y todo lo que supone una dinámica es
bueno. Dicho esto, yo no creo que necesitemos líderes o partidos
providenciales, sino que necesitamos regenerar la relación entre la ciudadanía
y la política, desde la convicción de que la política debe estar libre de toda
sospecha. La calidad de la política viene por la monitorización que hace el
ciudadano de la misma en tiempo real. Ha habido una inercia de abandono de esa
capacidad que es al mismo tiempo una responsabilidad de la ciudadanía. Creo que
estamos ante un momento estimulante.
¿Puede
haber un paralelismo con los momentos posteriores a la muerte de Franco?
Yo era
muy joven entonces. Ahora las hemerotecas hablan de líderes políticos, pero yo
me acuerdo de la calle, de la importancia que le dábamos a votar. Había una
comprensión de que la democracia no se hacía de arriba hacia abajo, sino de la
ciudadanía a la clase política. Es necesaria una ciudadanía lúcida,
responsable, que sabe que la calidad de la democracia están en sus manos. Yo
creo que tenemos que recuperar eso, pero para recuperar eso hay que recuperar
lo primero, lo que iniciaba la conversación: una ciudadanía lúcida es una
ciudadanía formada, capaz de hilar fino y sobre todo de leer fino los
discursos.
Fuente: Libros y Letras – jueves 04 de febrero de 2016.
http://www.eldiario.es/norte/cultura/cultura-actividad-tiempo-libre-libres_0_380062062.html