Con la imposición de las cenizas,
se inicia una estación espiritual particularmente relevante para todo cristiano
que quiera prepararse dignamente para la vivir el Misterio Pascual, es decir,
la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús.
Este tiempo
vigoroso del Año Litúrgico se caracteriza por el mensaje bíblico que puede ser
resumido en una sola palabra: "metanoeiete", es decir
"Convertíos". Este imperativo es propuesto a la mente de los fieles
mediante el rito austero de la imposición de ceniza, el cual, con las palabras
"Convertíos y creed en el Evangelio" y con la expresión
"Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás", invita a todos a
reflexionar acerca del deber de la conversión, recordando la inexorable
caducidad y efímera fragilidad de la vida humana, sujeta a la muerte.
La sugestiva
ceremonia de la ceniza eleva nuestras mentes a la realidad eterna que no pasa
jamás, a Dios; principio y fin, alfa y omega de nuestra existencia. La
conversión no es, en efecto, sino un volver a Dios, valorando las realidades
terrenales bajo la luz indefectible de su verdad. Una valoración que implica
una conciencia cada vez más diáfana del hecho de que estamos de paso en este
fatigoso itinerario sobre la tierra, y que nos impulsa y estimula a trabajar
hasta el final, a fin de que el Reino de Dios se instaure dentro de nosotros y triunfe
su justicia.
Sinónimo de
"conversión" es así mismo la palabra "penitencia"...
Penitencia como cambio de mentalidad. Penitencia como expresión de libre y
positivo esfuerzo en el seguimiento de Cristo.
¿Cuál es el origen del
Miércoles de Ceniza?
Una práctica
que hunde sus raíces en la Biblia y que se desarrolló en la Edad Media
El Miércoles de
Ceniza recibe en la tradición litúrgica de la Iglesia el nombre de “miércoles
al inicio del ayuno” (in capite ieiunii). Comienza con el austero rito
de la imposición de la ceniza, y, de este modo, inaugura la Cuaresma. La
Cuaresma representa, en el Año litúrgico, el ciclo de preparación a celebrar el
misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.
El Miércoles de
Ceniza se halla estrechamente unido con la idea de la penitencia, que ya
se expresaba entre los hebreos cubriéndose la cabeza de ceniza y vistiéndose de
aquel áspero paño llamado cilicio.
Judit, antes de
emprender la ardua empresa de liberar Betulia, “entró en su oratorio y, vestida
con el cilicio, cubrió de cenizas su cabeza y,
postrándose delante de Dios, oró” (Jud 9, 1). Jesús mismo,
deplorando la impenitencia de las ciudades de Corozaín y de Betsaida, dice que
merecerán el mismo fin que Tiro y Sidón, si no hacen penitencia con ceniza y
cilicio (Mt 11, 21).
He aquí por qué
Tertuliano, San Cipriano, San Ambrosio, San Jerónimo y otros Padres y
escritores cristianos antiguos aluden frecuentemente a la penitencia in
cinere et cilicio; y la Iglesia, cuando en los siglos V y VI organizó la
“penitencia pública”, escogió la ceniza y el saco para señalar el castigo de
aquellos que habían cometido pecados graves y notorios.
El período de
esa penitencia canónica comenzaba precisamente en este día y duraba hasta el
Jueves Santo. En Roma del siglo VII, los penitentes se presentaban a los
presbíteros, hacían la confesión de sus culpas y, si era del caso,
recibían un vestido de cilicio impregnado de ceniza, quedando excluidos de la
iglesia, con la prescripción de retirarse a alguna abadía para cumplir la
penitencia impuesta en aquella Cuaresma. En otras partes, los penitentes
públicos cumplían su pena privadamente, es decir, en su propia casa.
Era general la
costumbre de comenzar la Cuaresma con la confesión, no sólo para purificar el
alma, sino también para recibir más frecuentemente la sagrada Comunión. La
confesión de los propios pecados estaba siempre orientada a tener “comunión con
el altar”, es decir, a poder acceder al Sacramento eucarístico, pues la Iglesia
vive de la Eucaristía.
El primer
formulario de bendición de cenizas data del siglo XI. El rito de imponer
cenizas sobre la cabeza de los penitentes, gesto de gran carga simbólica, se
extendió rápidamente por Europa. Las cenizas, que provienen de la combustión de
los ramos de olivo del Domingo de Ramos del año anterior, se depositaban
sobre la cabeza de los varones. A las mujeres se les hacía una cruz sobre la
frente.
La tradición
En la Iglesia
primitiva, variaba la duración de la Cuaresma, pero eventualmente comenzaba
seis semanas (42 días) antes de la Pascua. Esto sólo daba por resultado 36 días
de ayuno (ya que se excluyen los domingos). En el siglo VII se agregaron cuatro
días antes del primer domingo de Cuaresma estableciendo los cuarenta días de
ayuno, para imitar el ayuno de Cristo en el desierto.
Era práctica
común en Roma que los penitentes comenzaran su penitencia pública el primer día
de Cuaresma. Ellos eran salpicados de cenizas, vestidos en sayal y obligados a
mantenerse lejos hasta que se reconciliaran con la Iglesia el Jueves Santo o el
Jueves antes de la Pascua. Cuando estas prácticas cayeron en desuso (del siglo
VIII al X), el inicio de la temporada penitencial de la Cuaresma fué
simbolizada colocando ceniza en las cabezas de toda la congregación.
Hoy en día en la
Iglesia, el Miércoles de Ceniza, el cristiano recibe una cruz en la frente con
las cenizas obtenidas al quemar las palmas usadas en el Domingo de Ramos
previo. Esta tradición de la Iglesia ha quedado como un simple servicio en
algunas Iglesias protestantes como la anglicana y la luterana. La Iglesia
Ortodoxa comienza la cuaresma desde el lunes anterior y no celebra el Miércoles
de Ceniza.
El significado
simbólico de la Ceniza
La ceniza, del
latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego. Muy
fácilmente adquirió un sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido
trasladado, de humildad y penitencia. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para
describir la conversión de los habitantes de Nínive. Muchas veces se une al
"polvo" de la tierra: "en verdad soy polvo y ceniza", dice
Abraham en Gén. 18,27. El Miércoles de Ceniza, el anterior al primer domingo de
Cuaresma (muchos lo entenderán mejor diciendo que es el que sigue al carnaval),
realizamos el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente (fruto de
la cremación de las palmas del año pasado). Se hace como respuesta a la Palabra
de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y puerta del ayuno
cuaresmal y de la marcha de preparación a la Pascua. La Cuaresma empieza con
ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo
debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la
novedad de la vida pascual de Cristo.
Mientras el ministro impone la ceniza dice estas dos expresiones,
alternativamente: "Arrepiéntete y cree en el Evangelio" (Cf Mc1,15) y
"Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver" (Cf Gén 3,19):
un signo y unas palabras que expresan muy bien nuestra caducidad, nuestra
conversión y aceptación del Evangelio, o sea, la novedad de vida que Cristo
cada año quiere comunicarnos en la Pascua.