He escuchado
muchas palabras malas, palabras duras, ofensivas, palabras que dañan, pero
ninguna como… “imposible”.
Lo imposible
limita al hombre, lo reduce a un simple: “es todo lo que hay”, frase tan
conocida en estos días, frase dicha en un acto de conformismo, de aceptación
sin reproche.
Sí, no he
escuchado palabra tan dura como “imposible”, porque limita al hombre para el
olvido de aquello que lo lastimara y permitirlo, así, renovarse en la
esperanza.
Imposible es la muerte fuera de la fe, porque no se puede
vivir sin ella, sin la esperanza de renacer en Dios, después de la vida
terrena.
Imposible nos impide ver la esperanza en los ojos del que
llora, del que sufre, aun en aquellos que ya lo dieron todo por perdido.
Imposible es no ver en las flores, en el mar, en el
firmamento o hasta en una noche de tormenta, a la poesía o… no encontrar en
ellos la mano de Dios.
Un sueño imposible es solo un sueño que precisa del
sacrificio y la constancia para lograrlo. Sólo el incrédulo, el cobarde o el que
pretende lastimar justifica su argumento con lo imposible.
Imposible es no amarla a ella, mi esposa, como la amo,
más allá del cuerpo; y fue imposible su amor tantos años atrás, que hoy lleva
una vida, de posible.
Imposible es el mejor ejemplo de que todo es posible.
Imposible es no ver la obra de Dios en todo lo que nos
rodea, incluso en aquellos momentos que pareciera habernos abandonado.
Imposible, realmente imposible... es no ver a Dios.
Por Samuel Ramires