CLUB SOCIAL SAN JUSTO
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sábado, 2 de junio de 2012

Real Consulado de Buenos Aires

El Real Consulado de Buenos Aires se instaló solemnemente y celebró su primera sesión el día 2 de junio de 1794, "bajo la protección del Poder Divino por la intercesión de la Virgen María en su Purísima Concepción, patrona de España e Indias, para que inspirase a su insuficiencia". He aquí que el mismo Belgrano hace de los miembros del Consulado: "No puedo decir bastante mi sorpresa cuando conocí a los hombres nombrados por el rey para la junta que habría de tratar de agricultura, de industria y comercio, y propender a la felicidad de las provincias que componían el virreinato de Buenos Aires: todos eran comerciantes españoles, y exceptuando uno que otro, nada sabían, más que de su comercio monopolista, a saber, comprar por cuatro para vender por ocho con toda seguridad." En este terreno debía renovarse la lucha de la libertad contra el monopolio de Cádiz, que años antes había sostenido el comercio de Buenos Aires contra el Consulado. Belgrano, aunque en minoría, estuvo a la cabeza de uno de esos partidos, sosteniendo las doctrinas más adelantadas del comercio libre, en la acepción que hasta entonces se daba a estas palabras. En una de las sesiones de la Junta de Gobierno, él enunció y sostuvo esta preposición, que aún hoy mismo es el principio elemental de la libertad de los cambios: "El comercio debe tener libertad para comprar donde más le acomode y es natural que lo haga donde se le proporcione el género más barato para poder reportar más utilidad". Estas ideas, tan vulgarizadas en lo presente, eran entonces un escándalo en las colonias españolas, y tenían por competidores a todos los comerciantes españoles, que sólo miraban la cuestión del punto de vista de las ganancias de los negociantes de Cádiz, y sostenían con imprudencia la preposición contraria. A tal extremo llegaba la ojeriza de los monopolistas contra la doctrina de comprar barato, que habiendo don Pedro Cerviño leído un discurso ante el Consulado, apoyando las ideas de Belgrano y desacreditando el monopolio, el prior pidió que se mandase a recoger y quemar el borrador, por contener entre otras la siguiente proposición herética: "Nuestras embarcaciones irán a los puertos del norte. Los españoles harán sus compras en las mismas fábricas". Con este motivo decía don Martín de Álzaga, refutando a Cerviño: "El comercio que hasta ahora se ha hecho es el que han permitido las leyes como útil y proficuo, para mantener y estrechar los vínculos de los vasallos de estas remotas regiones con los de la metrópoli por medio de la recíproca dependencia en sus giros comerciales; pues esta es una verdad tan innegable como evidente el riesgo de que, tolerándose las exportaciones de frutos y dinero en derechura desde los puestos de América a las potencias del norte y en igual modo las importaciones de efectos comprados en aquellas fábricas, como insinúa el autor del papel (Cerviño), se aflojarían y extenuarían hasta el extremo en breve tiempo los mencionados vínculos, con perjuicio irreparable de la monarquía". Si al instituir el Consulado, la metrópoli hubiese tenido en vista poner un obstáculo insuperable al desarrollo del comercio marítimo de las colonias, no habría podido adoptar medida más acertada. El fue la cabeza de columna del monopolio y hasta el año 1810 no cesó de combatir por los privilegios de los comerciantes peninsulares, con una tenacidad digna de mejor causa. Las ideas económicas de Belgrano, aunque hallaron acogida en aquello que no hería sus intereses, se estrellaron en lo demás contra este obstáculo invencible, en el cual se había figurado encontrar un auxiliar de sus planes para la felicidad y engrandecimiento de su patria. El Consultado de Comercio de Buenos Aires era una de las principales instituciones oficiales del Virreinato del Río de la Plata, junto con el Virrey, el Cabildo y las del orden religioso. El Consulado de Comercio de Buenos Aires fue erigido en 1794 a pedido de comerciantes locales. Se trataba de un cuerpo colegiado que funcionaba como tribunal comercial (llamado Tribunal de Justicia) y como sociedad de fomento económico (llamada Junta de Gobierno). El Consulado dependía directamente de la Corona española se regía directamente por las normas que dictaba la Casa de Contratación de Sevilla, de la cuál el Consulado era imagen. Era, en gran medida, un gremio de comerciantes con facultades delegadas por el Rey en materia comercial. Podía dirimir pleitos y demandas presentadas por comerciantes y se financiaba mediante el cobro del impuesto de la avería. Con el pasar de los años iría aumentando el poder de control sobre aduana. Se requería anualmente que el Secretario del Consulado propusiera, mediante la lectura de una Memoria Consular, los medios para fomentar la agricultura, animar a la industria y proteger el comercio de la región. Manuel Belgrano, Secretario del Consulado desde su fundación se fijó como meta el transformar una región pobre y virgen en una rica y próspera. En su autobiografía, Belgrano relata: "Cuando supe que tales cuerpos en sus juntas de Gobierno no tenían otro objeto que suplir a las sociedades económicas, tratando de agricultura, industria y comercio, se abrió un vasto campo a mi imaginación... Tanto me aluciné y me llené de visiones favorables a la América, cuando fui encargado por la secretaría, de que en mis memorias describiese las Provincias, a fin de que sabiendo su estado, pudiesen tomar providencias acertadas para su felicidad...".

Fuente consultada:
Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina