El Real Consulado de Buenos Aires se instaló
solemnemente y celebró su primera sesión el día 2 de junio de 1794, "bajo
la protección del Poder Divino por la intercesión de la Virgen María en su
Purísima Concepción, patrona de España e Indias, para que inspirase a su
insuficiencia". He aquí que el mismo Belgrano hace de los miembros del
Consulado: "No puedo decir bastante mi sorpresa cuando conocí a los
hombres nombrados por el rey para la junta que habría de tratar de agricultura,
de industria y comercio, y propender a la felicidad de las provincias que
componían el virreinato de Buenos Aires: todos eran comerciantes españoles, y
exceptuando uno que otro, nada sabían, más que de su comercio monopolista, a
saber, comprar por cuatro para vender por ocho con toda seguridad." En
este terreno debía renovarse la lucha de la libertad contra el monopolio de
Cádiz, que años antes había sostenido el comercio de Buenos Aires contra el
Consulado. Belgrano, aunque en minoría, estuvo a la cabeza de uno de esos
partidos, sosteniendo las doctrinas más adelantadas del comercio libre, en la
acepción que hasta entonces se daba a estas palabras. En una de las sesiones de
la Junta de
Gobierno, él enunció y sostuvo esta preposición, que aún hoy mismo es el
principio elemental de la libertad de los cambios: "El comercio debe tener
libertad para comprar donde más le acomode y es natural que lo haga donde se le
proporcione el género más barato para poder reportar más utilidad". Estas
ideas, tan vulgarizadas en lo presente, eran entonces un escándalo en las
colonias españolas, y tenían por competidores a todos los comerciantes
españoles, que sólo miraban la cuestión del punto de vista de las ganancias de
los negociantes de Cádiz, y sostenían con imprudencia la preposición contraria.
A tal extremo llegaba la ojeriza de los monopolistas contra la doctrina de
comprar barato, que habiendo don Pedro Cerviño leído un discurso ante el
Consulado, apoyando las ideas de Belgrano y desacreditando el monopolio, el
prior pidió que se mandase a recoger y quemar el borrador, por contener entre
otras la siguiente proposición herética: "Nuestras embarcaciones irán a
los puertos del norte. Los españoles harán sus compras en las mismas
fábricas". Con este motivo decía don Martín de Álzaga, refutando a
Cerviño: "El comercio que hasta ahora se ha hecho es el que han permitido
las leyes como útil y proficuo, para mantener y estrechar los vínculos de los
vasallos de estas remotas regiones con los de la metrópoli por medio de la
recíproca dependencia en sus giros comerciales; pues esta es una verdad tan
innegable como evidente el riesgo de que, tolerándose las exportaciones de
frutos y dinero en derechura desde los puestos de América a las potencias del
norte y en igual modo las importaciones de efectos comprados en aquellas
fábricas, como insinúa el autor del papel (Cerviño), se aflojarían y
extenuarían hasta el extremo en breve tiempo los mencionados vínculos, con
perjuicio irreparable de la monarquía". Si al instituir el Consulado, la
metrópoli hubiese tenido en vista poner un obstáculo insuperable al desarrollo
del comercio marítimo de las colonias, no habría podido adoptar medida más
acertada. El fue la cabeza de columna del monopolio y hasta el año 1810 no cesó
de combatir por los privilegios de los comerciantes peninsulares, con una
tenacidad digna de mejor causa. Las ideas económicas de Belgrano, aunque
hallaron acogida en aquello que no hería sus intereses, se estrellaron en lo
demás contra este obstáculo invencible, en el cual se había figurado encontrar
un auxiliar de sus planes para la felicidad y engrandecimiento de su patria. El
Consultado de Comercio de Buenos Aires era una de las principales instituciones
oficiales del Virreinato del Río de la
Plata, junto con el Virrey, el Cabildo y las del orden
religioso. El Consulado de Comercio de Buenos Aires fue erigido en 1794 a pedido de
comerciantes locales. Se trataba de un cuerpo colegiado que funcionaba como
tribunal comercial (llamado Tribunal de Justicia) y como sociedad de fomento
económico (llamada Junta de Gobierno). El Consulado dependía directamente de la Corona española se regía
directamente por las normas que dictaba la Casa de Contratación de Sevilla, de la cuál el
Consulado era imagen. Era, en gran medida, un gremio de comerciantes con
facultades delegadas por el Rey en materia comercial. Podía dirimir pleitos y
demandas presentadas por comerciantes y se financiaba mediante el cobro del
impuesto de la avería. Con el pasar de los años iría aumentando el poder de
control sobre aduana. Se requería anualmente que el Secretario del Consulado
propusiera, mediante la lectura de una Memoria Consular, los medios para
fomentar la agricultura, animar a la industria y proteger el comercio de la
región. Manuel Belgrano, Secretario del Consulado desde su fundación se fijó
como meta el transformar una región pobre y virgen en una rica y próspera. En
su autobiografía, Belgrano relata: "Cuando supe que tales cuerpos en sus
juntas de Gobierno no tenían otro objeto que suplir a las sociedades
económicas, tratando de agricultura, industria y comercio, se abrió un vasto
campo a mi imaginación... Tanto me aluciné y me llené de visiones favorables a la América, cuando fui
encargado por la secretaría, de que en mis memorias describiese las Provincias,
a fin de que sabiendo su estado, pudiesen tomar providencias acertadas para su
felicidad...".
Fuente consultada:
Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina