El 16 de febrero
de 1959, tras seis años de guerra de guerrillas contra el dictador Fulgencio
Batista, Fidel Castro jura su cargo como premier cubano. A pesar de negar sus
ideas iniciales comunistas, Castro lanzó una reforma agraria, nacionalizó las
empresas estadounidenses de la isla, y proclamó un gobierno marxista. Después
de repeler un intento de invasión respaldado por el gobierno de EE.UU. en la Bahía de Cochinos en 1961,
estrechó lazos con la
Unión Soviética y en 1962 autorizó la instalación de la base
de misiles soviética en la isla. El descubrimiento de la ubicación de los
misiles por parte de aviones espía estadounidenses desencadenó la crisis de los
misiles, que terminó cuando los rusos aceptaron trasladar las armas a cambio de
un juramento de EE.UU. de no invadir Cuba.
DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ,
PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN EL ACTO DE SU TOMA DE POSESION
COMO PRIMER MINISTRO, EFECTUADO EN EL PALACIO PRESIDENCIAL, EL 16 DE FEBRERO DE
1959. (Versión taquigráfica)
Honorable
señor Presidente; Compañeros ministros; Señores periodistas:
Paradójicamente, en los instantes en que recibo este honor
de ponerme al frente del Consejo de Ministros, no experimento sino una honda
preocupación por la responsabilidad que se ha puesto sobre mis hombros, por la
seriedad y la devoción que siempre he puesto en el cumplimiento de mi deber.
Tal vez cuando lo que necesitaba era un buen descanso, lo
que he recibido es más trabajo; un trabajo mayor del que venía realizando; un
trabajo, además, más responsable del que venía realizando; una prueba, además,
muy dura.
De cuantas tareas he tenido que realizar en mi vida, ninguna
considero tan difícil como esta, ninguna considero tan preñada de obstáculos,
ninguna considero tan dura de llevar adelante, porque estoy consciente de todas
las dificultades, estoy muy consciente de todos los obstáculos.
De cuantas tareas me ha tocado realizar, en todas he actuado
motu propio. Esta, porque me ha sido asignada,
esta, porque no la escogí yo sino que me la escogieron, y solo con un profundo
concepto de la necesidad de sacrificarse por el país, sacrificio verdadero y
sacrificio sincero; porque para nosotros el gobierno, el cargo público no es
una posición para enriquecernos, una posición para recibir honores, sino una
posición para sacrificarnos. Y todo el
que haya presenciado este proceso revolucionario, todo el que haya observado mi
conducta tiene que haber comprendido el desinterés con que he actuado.
Los cargos, como cargos, no me importan; los honores, como
honores, no me importan. Aquí, desde
esta posición, sigo siendo el mismo ciudadano que he sido siempre. Como ciudadano, no me diferencio en nada de
cualquier otro ciudadano. Soy igual que
cualquier otro modesto y humilde cubano, solo que un cubano con las mismas
facultades que otro cubano cualquiera a quien se le ha asignado una grande y
difícil tarea. Por tanto, cuando digo
que para mi es un sacrificio, hablo muy sinceramente y hablo muy en serio.
No tengo, sin embargo, temor al esfuerzo que debo realizar;
no tengo temor por las dificultades que haya de encontrar en el camino. Soy un hombre de fe y siempre he afrontado
las obligaciones resueltamente. Estaré
aquí mientras cuente con la confianza del Presidente de la República y mientras
cuente con las facultades necesarias
para asumir la responsabilidad de la tarea que se me ha impuesto. Estaré aquí mientras la máxima autoridad de
la república —que es el Presidente— lo estime pertinente o mi conciencia me
diga que no soy útil.
Está de más reafirmar mi respeto por la jerarquía, mi
ausencia de ambiciones personales, mi lealtad a los principios, mi firme y
profunda convicción democrática.
Aprovecho la oportunidad para decir que aun cuando la Constitución de la República fue modificada
por el Consejo de Ministros para que el requisito de la edad no fuese un
obstáculo a los hombres jóvenes para aspirar a la Presidencia de la República, debo decir
que conmigo no se contó para esa modificación, que a mi ni siquiera se me
consultó; que fue un derecho del Consejo de Ministros, en el que yo no tenia
ningún interés.
Si se ha de instaurar realmente el régimen semiparlamentario en Cuba, si desde esta posición que se me
ha asignado puedo servir al país, desde aquí lo sirvo o desde cualquier
otra. Yo no soy un aspirante a la Presidencia de la República, y ojalá que
no tenga necesidad de aspirar a la Presidencia de la República, ojalá pueda
ser otro entre los muchos cubanos que tienen méritos y capacidad suficientes
para ello.
Si desde aquí la puedo servir, lo que me interesa es hacer la Revolución, lo que me
interesa es que la
Revolución vaya adelante, lo que me interesa es que el pueblo
no resulte defraudado y reciba de nosotros todo lo que espera de nosotros. Buena fe hay aquí de sobra; honradez hay de
sobra; decisión para afrontar los problemas hay de sobra también; serenidad,
calma y ecuanimidad, que son muy necesarias en el gobierno, hay también aquí de
sobra. Lo único que me preocupa es que
al final de esta jornada pueda Cuba haber recibido de nosotros todo lo que
desea. Y todo lo tendrá si de nosotros
depende, todo lo tendrá si el pueblo nos ayuda, todo lo tendrá si el pueblo nos
comprende.
Hay impaciencias y, sin embargo, nadie está más impaciente
que nosotros. Le pedimos al pueblo que
no se impaciente porque nosotros vivimos llenos de impaciencia. Somos hombres de trabajo, somos hombres de
acción y nos gustan los hechos más que las palabras.
Yo me impaciento cuando, por ejemplo, estoy pensando en las
viviendas que queremos hacerles a los campesinos; me impaciento cuando estoy
pensando en las ciudades escolares que queremos hacerles a los niños, y me
impaciento cuando pienso que el plan más elemental para llevar a cabo una obra
requiere semanas de estudios; que para construir una ciudad escolar hay que
hacer los planos, buscar los técnicos y buscar también a los pedagogos y que
digan cómo deben estar situadas, cómo deben construirse. No solamente a los arquitectos y a los
ingenieros, sino también a los pedagogos.
Hay ya dinero para empezar a hacer las ciudades y todavía no
se han podido empezar a hacer las ciudades, y tardará algunas semanas en
empezarse; hay fondos para hacer las viviendas campesinas y todavía no hemos
podido empezar a hacerlas, porque requiere tiempo. Y me impaciento constantemente pensando
cuándo se pondrá la primera piedra, cuándo se podrá empezar la obra.
No descansamos un minuto dando instrucciones, revisando los
planos, organizando los departamentos correspondientes, no solo para atender
esas necesidades sino para atender infinidad de necesidades. Porque en todos los órdenes y en todos los
campos estamos proyectando, estamos encaminándonos para realizar grandes obras
y llevar adelante grandes planes en beneficio del país. Sin embargo, sufrimos al pensar que nos
tengan que esperar algunas semanas y hasta algunos meses.
Sufro cuando pienso en el sacrificio que les hemos pedido a
los trabajadores, a quienes les hemos dicho: "Sacrifiquen todas las demandas
por salvar la zafra, sacrifiquen todas las demandas por salvar la Revolución. Esperen, tengan confianza
en nosotros." Y sufro pensando,
impaciente, en que llegue la oportunidad de demostrarles nuestra lealtad, de
demostrarles la gratitud de la nación por los sacrificios que están haciendo
hoy.
Sufro impaciente pensando en el momento que necesariamente
debe transcurrir hasta la oportunidad en que ellos, los trabajadores
principalmente, que han sido tan generosos, que han tenido una conducta tan
patriótica, que voluntaria y espontáneamente nos han ayudado y nos están ayudando
a pacificar el país, a normalizar el país, a consolidar la Revolución, a salvar la
zafra, puedan recibir los frutos de los sacrificios que están haciendo.
Quiero aprovechar este instante de la toma de posesión como
Primer Ministro para decirles a los trabajadores y a los campesinos que los
tenemos presentes, que no los olvidamos; que la reforma agraria —la ley más
amplia, más amplia que la de la Sierra Maestra, que resuelve el problema de los
campesinos que no tienen tierra— está confeccionándose y que será una realidad
dentro de breves semanas. Pero que,
además de la ley que proscribe el latifundio, como establece la Constitución de la República, se están
llevando adelante ya los proyectos para desecar la Ciénaga de Zapata, donde
obtendremos 15 000 caballerías de tierra, y para recuperar los bajos del
río Cauto, desecándolos también y preparándolos para la agricultura, donde
calculamos obtener 10 000 caballerías más de tierra. Y les digo también que sin descanso estamos
trabajando para ellos, significa trabajar también para el pueblo.
Son muchos los proyectos y es mucho el trabajo que debemos
realizar. Todas las cuestiones que
interesan al país, todas, absolutamente todas las cuestiones que interesan al
país, serán consideradas y serán resueltas.
Hoy en un periódico se publicaron 20 puntos. Yo no he adelantado puntos. Pienso que cada cosa debe tratarse en el
momento oportuno; que, por ejemplo, la rebaja de alquileres hay que tratarla en
el momento oportuno. Tratarla fuera de
tiempo, tratarla cuando todavía el Instituto de Construcción de Viviendas no
está totalmente organizado, no es lo inteligente, porque el resultado podría
ser paralizar las construcciones y privar de trabajo a miles de obreros.
Las medidas lo que hay que hacer es tomarlas en el momento
oportuno y cuando se pueden afrontar las consecuencias. Además, sobre el programa no he dicho una
palabra. He conversado con distintos
compañeros distintas ideas; pero las ideas se van perfilando, se van estudiando
y se irán resolviendo en el momento oportuno, ¡ni un minuto antes, ni un minuto
después! Todas las tareas del gobierno
tienen un orden de prelación:
unas primero y otras después, cada cual en el momento
oportuno. Pero sí le puedo decir al
pueblo que todas las cuestiones que interesan al pueblo, ¡todas! —y al decir todas lo
digo todo—, serán tratadas y serán resueltas por el gobierno.
Y en cuanto a la administración pública, es nuestro
propósito más firme escuchar las quejas que se han expuesto, investigar la
conducta y el trabajo de cada funcionario.
No me apuro en esto, porque para sustituir a un funcionario por otro hay
que buscar al funcionario que reúna todas las cualidades para sustituir al otro
con éxito, para que haga un trabajo mejor.
¡Pero es tan difícil encontrar funcionarios en estos tiempos!... Porque los hay capaces que, sin embargo, no
hicieron nada, y si se sitúan en una posición pueden pensar que se está
favoreciendo a los "bombines".
Si se busca al funcionario que tiene una historia revolucionaria pero no
es capacitado para ese cargo, entonces corremos el riesgo de que no lo haga
bien. Y es necesario lo ideal: encontrar al
funcionario con méritos revolucionarios y con capacidad. Y, desde luego, antes que nada la capacidad,
porque los asuntos del Estado hay que resolverlos con capacidad.
¿Que hay batistianos en algunos cargos de confianza? Pues que nadie se preocupe mucho, que a la
vuelta de algún tiempo no quedará un solo batistiano en ningún cargo de
confianza. Debe tenerse presente que es
cuestión de que el Estado quedó totalmente anarquizado porque se desplomó,
totalmente desorganizado, y que había que atender aquí una serie de tareas
fundamentales inmediatas, y que siempre hay el habilidoso, el que disimula su
historia, el que trata de hacerse insustituible y puede sorprender a un
funcionario; lo puede sorprender por algún tiempo, pero no por mucho tiempo.
Por eso yo he dicho que no se hable de "bombines",
sino que se diga quiénes son:
que no se hable de batistianos sino que nos hagan el favor de
decirnos quiénes son, dónde están y qué pruebas hay de su conducta. Porque para nosotros es un principio
incuestionable que un batistiano, o sea, un servidor y un colaborador de
la tiranía, no puede estar en un cargo de confianza; que un señor que no tenga
méritos revolucionarios, no tenga capacidad —que a ese es al que yo llamaría el
"bombín", porque naturalmente que el Estado tiene que ser
administrado por infinidad de personas; puede haber hombres que no hayan
participado en la
Revolución pero que tengan capacidad. "Bombín" es el que no tiene ni
méritos ni capacidad—, y, en consecuencia, no es en ningún sentido útil a la Revolución y, por
tanto, la administración pública tiene que ser depurada de esos elementos.
Pero, además, no importa que se tengan muchos méritos revolucionarios,
si no se es capaz y no se actúa correctamente, pues a esos también es necesario
sustituirlos, porque los intereses de la república están por encima de todo
interés personal, de toda amistad personal y de todo sentimiento familiar. El amiguismo, y el favoritismo, y el
nepotismo, son principios con los cuales jamás comulgará la Revolución.
La Revolución tiene obstáculos delante, no puede
hacer las cosas a la perfección, tiene sus errores; pero la Revolución tiene un
perenne propósito de superarse, de rectificar en aquellas cosas en que no haya
estado acertada. Lo que no hará jamás la Revolución es
contemporizar con una negación de los principios por los cuales hemos estado
luchando. Y el pueblo es quien debe
ayudarnos, señalándonos, aportándonos pruebas de aquellos casos que, a juicio
del pueblo, constituyan una violación del principio revolucionario, como es la
presencia de elementos no revolucionarios, "bombines" o batistianos
en la administración pública.
Pero hay también otras cosas que resaltar. No todo funcionario puede contar siempre con
la simpatía de todo el mundo, y es imposible que los criterios sean unánimes
respecto a un funcionario. Eso es
imposible. y a veces nos encontramos críticas justas, y otras veces nos
encontramos críticas injustas. También
es cierto que a veces el funcionario se excede; también es cierto que actúa un
poco precipitadamente, y que en el afán de resolver el problema de su
departamento se olvida del problema general del país y se olvida del problema
social.
Puede ocurrir que un funcionario llegue a un departamento
del Estado y se encuentre 2 000 "botelleros". Pues muy bien: ¡Cesantes los
"botelleros"! Eso es
elemental. Pero se encuentra también
2 000 empleados que trabajan: unos que llevan más de siete años,
otros que llevan menos de siete años, y puede hasta encontrarse con que hay un
exceso de burocracia, y, naturalmente, la burocracia es enemiga de la
administración pública. Solución fácil
sería para ese funcionario decir: "Cesante todo el exceso de
personal.” Muy bien: el departamento se beneficia, pero
lanza a la calle 500 ó 600 personas, crea un problema social. Y las medidas de gobierno deben tender a
resolver los problemas sin crear otros; resolver el problema de la burocracia, del
exceso de personal, sin crear otro problema de tipo social. Sobre todo que el funcionario no piense en
resolver el problema exclusivo de su departamento con olvido de los demás
problemas del país. Por lo tanto, es una
política errónea resolver el problema sencillamente cesanteando de inmediato
aquel exceso de personal.
Hay también otra serie de cuestiones. Una mayor parte de los funcionarios del
Estado fueron ya establecidos allí después del 10 de Marzo. En un país con un exceso de desempleo, eran
muy pocos, ¡pero muy pocos!, los ciudadanos a los que les ofrecieran un cargo
en el Estado para trabajar que no lo aceptase, por encima, desgraciadamente, de
las circunstancias.
Entonces, puede haber 10 000, 20 000, 30 000,
50 000, pero habría que preguntarse cuántos hubieran sido los miles que si
les hubieran ofrecido el cargo no lo hubieran aceptado. Obsérvese si no quiénes renunciaron a raíz
del 10 de Marzo, y se pueden contar con los dedos de las manos. A la inmensa mayoría los tuvieron que botar,
porque no renunciaron; fueron pocos los que renunciaron. Y realmente es así.
Es una realidad y, por lo tanto, no se puede actuar con un
criterio rígido respecto al caso de la infinidad de personas que encontraron
empleo en el Estado después del 10 de Marzo, que han trabajado, que no sean
confidentes, o que no sean "botelleros", o que no hayan sido, por
ejemplo, candidatos a las elecciones, porque ya ser candidato a las elecciones
es una falta que la
Revolución no puede tolerar.
Quienes fueron candidatos después de la ley que se hizo
contra la farsa electoral, han perdido su derecho por 30 años a ejercer cargos
en el Estado, a votar o a ser electos.
Pero hay infinidad de casos que no son esos. Y esos hombres ya están asentados, tienen una
serie de compromisos y obligaciones, deudas, un estándar de vida apretado, por
cierto, que si se les desplaza en este momento del cargo que desempeñan, del
sueldo modesto que reciben, sin ninguna otra compensación, constituyen un
problema social. Y, por lo tanto, hay
que conciliar los dos intereses: el interés de la administración y el
interés también del Estado con los problemas de orden social.
Yo me he encontrado infinidad de casos de personas con 12 y
13 años de servicio que las han cesanteado.
Y lo encuentran a uno en la calle y lo agobian a uno. Y siente uno, incluso, la injusticia de que
los errores de otros vayan a caer sobre los demás y vayan a agobiar a otros,
porque uno está en la calle hablando con la gente. Por lo tanto, creo que son errores que hay
que impedir que se repitan.
Es verdad que la economía del país quedó muy depauperada; es
verdad que tenemos escasez en este momento de recursos económicos. No es como antes que si hacían falta 100, 200
ó 300 millones de pesos, inmediatamente los buscaban. Nosotros tenemos que resolver los problemas
con lo que recaudamos. Y si las
recaudaciones son más altas es por la honradez con que se está recaudando y por
la colaboración de aquellos sectores que, pensando que el dinero no se lo va a
robar nadie ahora, lo pagan en impuestos gustosamente o, por lo menos,
puntualmente.
Y gracias a eso se han aumentado las recaudaciones, e
incluso han alcanzado cifras récords, pero son las
recaudaciones normales del Estado; no son las recaudaciones de los fondos que
se obtienen pidiendo al Banco Nacional, haciendo emisiones. Y aunque ese dinero es el único recurso con
que contamos en estos instantes, considero que debe aplicarse la siguiente
política en la administración pública: antes que nada, tener muy presente que
esta es una oportunidad de sanearla, de hacer una administración más eficiente,
de organizar un aparato administrativo del Estado que no tenga nada que
envidiarle a ningún otro aparato administrativo. ¡Hay que rescatar el crédito y el prestigio
del Estado!
Todo el mundo, cuando se trata de algo que va a administrar
el Estado, sospecha. Los enemigos de la Revolución, los
elementos que quisieran actuar libremente en todos los órdenes de la vida
nacional, siempre hablan de la incapacidad del Estado, de la ineficacia del
Estado y no se explican por qué una compañía privada tiene una buena
administración y el Estado no la tiene.
La explicación es clara: el Estado ha sido la víctima de todos
los errores y de todas las inmoralidades de los gobernantes. Cuando se ha tratado de buscarle un puesto a
un pariente, a un amigo, pues no les ha importado situarlo aquí; cuando se ha
tratado de organizar una camarilla política no les ha importado lo que le va a
costar al pueblo eso; no se han preocupado por el pueblo, que es quien paga los
ingresos del Estado.
¿Y cómo han invertido los fondos del Estado? Pues se los han robado o los han invertido
ligeramente, y han sobrecargado los ministerios de personal. Y tenemos casos de ministerios que, llamados
a hacer una tarea de construcción determinada, tienen más gasto de personal que
de obras. Y no solo le han hecho un gran
daño a la república sino que han desegmentado las
instituciones.
El Estado hay que sanearlo, el Estado hay que hacerla más
eficiente, el Estado tiene que funcionar mejor que cualquier otra institución
que no sea pública. ¿Por qué la palabra
"pública" tiene que estar desacreditada? ¿Por qué siempre se ha de referir a las cosas
públicas, a la administración pública, como lo más deficiente? ¡Pues tiene que ser más eficiente en cuanto
tenga, como tiene hoy, hombres que están dispuestos a servirla
desinteresadamente; cuando tenga, como tiene hoy, hombres que están dispuestos
a hacer todos los sacrificios, y que no están aquí como está un funcionario de
una empresa privada que está por un sueldo, está por el lucro!
El Estado no puede lucrar.
Los hombres que sirvan al Estado tienen que ser hombres de vocación para
que la administración del Estado, que es la del pueblo; para que el Estado, que
representa los intereses del pueblo, funcione mejor que cualquier otro tipo de
institución. Y por lo tanto es muy
necesario reestructurar y reorganizar el Estado. Pero, claro, que eso no tiene que contemplar
una serie de realidades sociales; no se logra con la simple buena
voluntad. Porque si nos proponemos
sanear el Estado en 24 horas, puede ser que lo que hagamos es ponerlo peor; si
lo que nos proponemos es sanearlo en 15 días, puede ser que lo pongamos peor y
que pongamos allí, por uno de más o menos alguna eficacia, a uno menos eficaz,
aparte de que crearíamos un problema social, y por tanto, requiere tiempo. Pero tiene que ser un propósito firme
organizar el aparato del Estado en forma verdaderamente eficiente.
Luego, si es imprescindible esa realidad hay que ajustarse a
un principio respecto a la administración del Estado.
En esta etapa revolucionaria es necesario, en primer lugar,
que todo el personal de los cargos de confianza sea sustituido, porque aquellos
eran también los hombres de confianza de la dictadura. En segundo lugar, quien haya sido un
colaborador de la tiranía o haya estado vinculado a la tiranía, tiene que ser
sustituido aunque el cargo no sea de confianza.
Si ha sido un recomendado de Ventura, de Tabernilla, de toda esa serie
de esbirros, es lógico que deba ser sustituido, porque no vamos a tener a un
confidente o a un amigo de cualquiera de aquellos criminales en la
administración pública.
También se puede dar otro caso: el caso ya de quien no es ningún vinculado a
la dictadura, ni está en ningún cargo de confianza, pero que realmente es un
funcionario que está de más porque apenas realiza tarea alguna, porque se creó
el cargo para proteger a algunos amigos, o por la razón que haya sido, y se han
ido acumulando los cargos, y que requiere el departamento ser reestructurado —¡reestructurado!—,
no botar a unos para poner a otros —¡reestructurado!—, considerando única y
exclusivamente la conveniencia de la administración pública. En ese caso, cesantear al ciudadano sin más
consideración no es correcto, ponerle una fecha atrasada no es correcto y es
una práctica injusta e inmoral. No creo
que nadie lo haya hecho —esto ha ocurrido, tengo entendido, con los casos de
personas que devengaban sueldos y no trabajaban—; pero si ha ocurrido algún caso
digo que es incorrecto.
La Revolución no puede renunciar a la oportunidad
de mejorar en todos los órdenes el aparato administrativo del Estado. Cuando sea necesario suprimir una plaza,
cuando a un individuo se le entregue la cesantía, que se le pague hasta el
momento en que ha trabajado y que, además, se le pague el mismo sueldo durante
tres meses, por lo menos, para que se adapte, para que busque otro trabajo; o
para que mientras tanto los planes del Gobierno Revolucionario hayan producido
una demanda de trabajo, aquella persona no se vea repentinamente desplazada o
privada de los medios de sustento con que cuenta.
En ese sentido vamos a proponer un acuerdo en el Consejo de
Ministros para llevar la tranquilidad a todos.
Y que se sepa que cuando uno es sustituido se está pensando en el interés
de la nación, y que se va a hacer lo que nunca se ha hecho en la administración
pública, y solo por estrictas razones de necesidad.
Es necesario resaltar que hemos observado en los últimos
tiempos como un despertar de las apetencias burocráticas. Y que si bien es cierto que en los primeros
días era difícil encontrar a alguien que quisiera ser ministro, hoy hay mucha
gente que quiere ser cualquier cosa en el Estado: lógica consecuencia, como es natural,
de una serie de sentimientos humanos y, sobre todo, más que de sentimientos
humanos, yo digo que de una necesidad social muy grande.
Creo que la pureza de los revolucionarios hay que mantenerla
lo más posible.
Por ejemplo, nosotros, los combatientes rebeldes, realmente
nos hemos sacrificado en estos dos primeros meses. Los miembros del Ejército Rebelde no cobraron
el mes anterior, y este mes van a cobrar pero menos de lo que deben
cobrar. ¿Ha sido por falta de interés? No. El
Presidente de la república habló con nosotros en más de una ocasión, hablándonos
de la necesidad de pagarles a los combatientes del Ejército Rebelde. Estos combatientes, al revés que cualquier
otro ejército del mundo, incluso después que han triunfado, no cobran, mientras
los soldados que quedaban cobraban.
Y les debo confesar que tengo en gran parte la culpa de eso,
y es porque vi formarse a ese ejército, vi formarse a
esos hombres en el sacrificio y en el desinterés más absoluto y me dolía
pensar, sentía cierta nostalgia al pensar que ese desinterés, esa pureza
comenzase a perderse desde el instante en que, apenas logrado el triunfo, ellos
comenzasen a percibir un sueldo que no habían visto nunca. Considero necesario, y además justísimo, que
cobren.
Pero tan arraigado es el sentimiento de admiración y de
seguridad, y tan grande nuestra conciencia y nuestro concepto de la pureza de
esos hombres, que nos hizo incurrir en cierta dejadez respecto al sueldo que
debían cobrar. Si fuera prácticamente
posible, lo ideal es que no hubiesen cobrado nunca. Y en este caso, sencillamente, hay que
plegarse ante la realidad de que necesitan cobrar y, por lo tanto, deben
cobrar.
Con esto les quiero decir que me preocupa grandemente que la
juventud mantenga su espíritu de sacrificio, que los revolucionarios mantengan
su espíritu de sacrificio; y que la apetencia burocrática no se despierte entre
los elementos de la
Revolución porque sería debilitar la Revolución.
Bien recuerdo el día en que tuve la noticia de la fuga del
tirano, la convicción completa de que la guerra había concluido. En medio de la natural alegría de todos los
cubanos, me preocupaba pensar que aquella escuela que había producido tantos
hombres formidables, aquella lucha llena de sacrificios que había producido
hombres tan ejemplares, había clausurado su curso. En lo adelante sería muy difícil distinguir
el bueno del malo, porque solo allá en aquella escuela, en el fragor de la
lucha es posible distinguir quien sirve de quien no sirve; quien es un hombre
valioso y quien un farsante; quien un interesado y quien un idealista; quien un
sincero o quien un hipócrita consumado.
Porque luchar en las altas montañas, con el frío, con el
hambre y con el enemigo en acecho, no es lo mismo que sentarse cómodamente en
un despacho y empezar a desempeñar una función de carácter administrativo, sin haber
conocido jamás el sacrificio. Y me
preocupaba lo que podían perder nuestros hombres en ese proceso. Y me preocupa grandemente que el espíritu
revolucionario y el espíritu de sacrificio no decaiga.
¡Tareas tenemos tantas por delante, trabajo y lucha tenemos
tanto por delante, que son suficientes para agotar no una, sino dos
generaciones de revolucionarios!
El revolucionario no necesita impacientarse por ocupar un
cargo. La Revolución necesita
tener muchas reservas de paz, muchas reservas de valores para cuando llegue la
hora, puesto que de los que van delante caerán muchos, como caen en la
guerra. Porque la lucha desgasta, la
lucha también en la etapa posbélica, en la etapa creadora, es una lucha intensa
y los hombres se desgastan, y es necesaria una gran reserva porque hay que
nutrir las filas de nuevo, hay que compensar las bajas que suframos.
Cuando a un hombre de méritos, a un hombre de capacidad se
le sitúa en un cargo importante, siempre me preocupa si será el momento
oportuno, si tendrá ya toda la preparación necesaria para cumplir cabalmente, o
si aquella oportunidad será para perderlo porque todavía no está en condiciones
de llevarlo adelante y con éxito.
Y por eso es necesario que los que estamos gobernando nos
sacrifiquemos, que vean que llevamos una vida verdaderamente de sacrificio y de
trabajo, para que los demás no crean que esto es un paseo, para que los demás
no crean que aquí se vive bien, que estamos encantados de la vida ocupando tal
o más cual cargo; que sepan que es muy amargo, que sepan que es muy duro, que
sepan que es muy sufrido, y que no hay que envidiarle nada absolutamente a
quien esté ocupando un cargo, un cargo cuando no se viene a lucrar, cuando no
se viene a enriquecerse.
Y la primera medida que se va a proponer hoy en el Consejo
de Ministros es que nosotros, los ministros, nos vamos a proponer una rebaja de
sueldo, empezando por la supresión de los gastos secretos, y que ganemos lo que
necesitemos para las cosas más elementales, porque al fin y al cabo, cuando
estábamos clandestinos vivíamos con cualquier cosa.
¡Máquinas grandes no; máquinas chiquitas! Vamos a hacer las cosas al revés de como las
hacían los funcionarios pasados, para que el pueblo no crea que estar de
ministro es una gran cosa y es una maravilla.
¿Sueldos? Sueldos modestos. Sí, es necesario, naturalmente, para que no
vaya a ir a pie, porque tiene que andar más rápido, para que no vaya a pasar
hambre ni vaya a hacer papel de pordiosero.
Sí lo necesario, no lo que ganaba un ministro, porque los ministros
aquellos ganaban más de la cuenta y, además, robaban. Nosotros vamos a ganar menos y no vamos a
robar. Vamos a demostrar que la honradez
no es cuestión de necesidad más o menos, si no que es cuestión de convicción.
¿Que se pague más para que no roben? Bueno, está bien. Pero eso no es lo que garantiza la honradez
del funcionario, lo que la garantiza es su convicción y su moral. Si es honrado no roba aunque le paguen 10
pesos al mes, y si es ladrón roba aunque le paguen lo que le paguen.
Por lo tanto, como les hemos pedido un sacrificio a los
trabajadores, nosotros vamos a hacerlo también, y cuando todo el mundo prospere
y el estándar de vida suba, pues que suba también el estándar de vida de los
ministros. Creo que es lo justo, para
que no piensen que estamos pidiéndoles sacrificios a los demás y que nosotros
no los estamos haciendo. Que vean que
nosotros nos sacrificamos y que nosotros no pedimos rebaja de tiempo de
trabajo; nosotros vamos a pedir de aumento, si es necesario, 24 ó 22 horas de
trabajo, por dos de descanso, sin domingos, sin lunes y sin nada. Porque ahora le corresponde al país trabajar,
trabajar mucho para que algún día —¡eso sí!— los que
trabajan reciban los beneficios de lo que hacen. No trabajar para otros porque eso no es justo,
porque tan ladrón es el funcionario que se roba un millón como el empresario
egoísta que quiere ganar también un millón.
Yo diría que debe conformarse con menos, con 100 000, por ejemplo,
que, al fin y al cabo, no le va a alcanzar para gastarlo al año, y que le va a
sobrar.
Robo es robarle al tesoro público y robarle también al
trabajador. Eso es una malversación
también. Hay empresarios egoístas que
quieren acumular fortunas para pasear por Europa, para dar grandes fiestas de
25 000 y 30 000 pesos, y quieren pagarles salarios de miseria a los
trabajadores o a los empleados que tienen más cerca, de cuyas necesidades y de
cuyos dolores no se conduele.
Vamos a hacer sacrificios todos, que, al fin y al cabo,
tanto derecho tengo yo a ser rico, o cualquier ministro, como lo tiene
cualquier otro. Renunciamos a ser ricos
para sacrificarnos por el país, para sacrificarnos por la patria, para salvar la Revolución que tiene
muchos enemigos —no muchos dentro, pero los que tiene son poderosos; muchos
fuera y poderosos—, que tiene muchos obstáculos, porque muchas veces nosotros
mismos con nuestra impaciencia, con nuestra ligereza, con nuestros prejuicios
somos un obstáculo a la
Revolución.
Hay mucha gente que todavía vive casi con 10 años de
retraso. No se dan cuenta de que una
revolución está teniendo lugar y que en esta Revolución todos tenemos grandes
deberes que cumplir. Y me doy cuenta de
que vivimos con 10 años de retraso cuando me detienen por la calle para
plantearme los problemas que antes le planteaban al concejal del ayuntamiento
—no se dan cuenta de que uno tiene que resolver los problemas de millones de
ciudadanos—, cuando llega usted a una asamblea y se encuentra los mismos
cartelones de demandas y las mismas cosas de hace 10 años.
Porque, por ejemplo, nosotros no somos los ministros de
Batista, nosotros no somos los líderes de la época de Batista: nosotros somos una misma cosa con el
pueblo. El pueblo no debe decirnos
"pedimos"; el pueblo lo que debe decirnos es: "Vamos a hacer",
"proponemos", hagamos", porque nosotros somos una misma cosa con
el pueblo. Es que muchas personas no se
han dado cuenta del cambio, están viviendo con retraso y tienen en la mente las
ideas de las épocas que han pasado.
Otra cuestión muy importante: todas las actividades del Estado
tienen que estar bien coordinadas. No es
cuestión de que un ministro haga una cosa por su cuenta, otro haga otra y otro
haga otra, aunque le parezca que sea buena, o sea buena, sino que todo tiene
que obedecer a un plan general. Y no se
trata de que cada cual triunfe él como ministro, sino que triunfe el gobierno
como gobierno y que triunfe la
Revolución como Revolución; porque hay veces que una medida
resuelve por un lado y complica por el otro, porque no es tan fácil...
Además, el gobernante tiene que analizar bien cada medida
cuánto va a perjudicar, estudiarla, persuadir, como nosotros ayer íbamos
persuadiendo ciertos intereses relacionados con las playas, de que es necesario
liberar las playas, que al pueblo le han cerrado la entrada al mar y que, por
lo tanto, es una cosa injusta, y convencerlos, persuadirlos, pedirles la
colaboración, preguntarles qué es lo que más les preocupa, si el aislamiento
del barrio, que eso se puede mantener, pero no de las playas. Y, en definitiva, buscar la buena voluntad de
todos, incluso de los intereses que resulten afectados, porque a esos intereses
hay que demostrarles que no se les quiere afectar por afectarlos o por odio, o
porque se le quiera hacer daño a nadie, sino porque es un derecho del pueblo y
que tenemos la obligación de gobernar, y que los que vinieron primero que
nosotros nos han dejado un millón de dificultades, han organizado esto a su
manera.
Nos encontramos que cuando uno tiene que analizar y tomar
medidas revolucionarias, los gobernantes anteriores permitieron que las playas
fueran ocupadas; en esas playas se construyeron miles de casas. Y cuando hay que hacer una medida
revolucionaria y justa para abrirle las playas al pueblo, se encuentra que hay
ya establecidos allí un sinnúmero de intereses, que invirtieron de acuerdo con
lo que había. Y para tomar una medida
revolucionaria tiene la
Revolución que cargar con un montón de enemigos. Esa es la consecuencia de haber permitido
cosas que no debieron permitirse y de que haya marchado el país desorganizada y
anárquicamente como ha marchado. Todos
son intereses en todos los órdenes.
Aquí antes, cuando se hacía una avenida, no beneficiaba al
pueblo, beneficiaba a los propietarios de aquella zona, a los que tenían un
club; al pueblo nada. No vacilo en decir
que el pueblo ha sido víctima de todas las injusticias.
Han ocurrido cosas que se soportan únicamente cuando uno se
acostumbra a ellas. Y nos hemos
acostumbrado a todo género de injusticias en todos los órdenes, como ocurre,
por ejemplo, en el caso de los muebles a plazos. Un ejemplo: el que tiene dinero lo paga al contado
y paga la mitad de lo que tiene que pagar el pobre; el pobre, que no tiene
dinero, paga a plazo y paga el doble, y le cobran un interés usurario, porque
le cobran el interés del capital y cuando ya casi lo ha terminado de pagar lo
están cobrando como si todavía estuviera todo el capital. Y al que compra una máquina financiada le
pasa lo mismo, y al que va a una casa de empeños le pasa lo mismo, y al que va
a un garrotero le pasa peor.
Creo que ese espécimen como el bolitero
tiene que desaparecer, como el comerciante de drogas tiene que
desaparecer. Y el Estado tiene que
brindar la solución a aquellos que se ven en necesidad de acudir a un
garrotero, porque esos se chupan los sueldos de los pobres. Entre casas de empeño, vendedores de muebles
a plazos y garroteros, el pueblo, si gana 60 pesos, cobra 30, porque se lo
roban.
Hay que ir a todos esos barrios de La Habana o del interior de la
república para ver cómo nos encontramos esas casas, solares, cientos de
personas que viven hacinadas. Las
empresas de construcción han sido incapaces de resolver el problema de la
vivienda, por eso lo tiene que resolver el Estado a través del Instituto de
Ahorro y Viviendas. Y lo va a resolver.
¿Qué ha ocurrido con los apartamentos, por ejemplo? Bien sencillo. ¿A quién le prestan los bancos? Al que tiene otro edificio, al que tiene un
central o al que tiene una gran finca.
Al que no tiene no le prestan.
Entonces el que puede obtener dinero prestado busca una compañía para
que le construya. El dinero que le
presta a él cobra un interés, la compañía cobra una ganancia, que es del 15% o
el 20%. Entonces alquila el apartamento
y el inquilino paga el interés, paga las ganancias de la compañía que construyó
el edificio y amortiza el capital. Pero
amortiza el capital para aquel señor al que le prestaron el dinero, no lo
amortiza para él. El inquilino pagó los
intereses, pagó la construcción y pagó el capital y no le quedó nada. Esa es una gran verdad, y encima de eso no le
construyen casas al pueblo; si las hubieran construido no habría la cantidad de
solares que hay.
Por eso el Estado se ve en la necesidad de resolver el
problema de la vivienda, y por eso hemos elaborado un plan para invertir
1 000 millones de pesos en cinco años en construcción de viviendas. Lo que no quiere decir que el capital se ha
de invertir en viviendas, porque estamos pensando que se invierta, por lo
menos, 2 000 millones de pesos en industrias.
Debemos declarar que esta época, la época revolucionaria,
marca una era buena para las inversiones industriales; una era mala para las
inversiones en tierra, y una era mala para las inversiones en hipotecas, y una
era mala para las inversiones en edificios de apartamentos y de alquiler,
porque ese es capital pasivo, capital muerto.
El que compra a 30 centavos o a peso la vara para esperar
que le hagan cuatro carreteras por allí y vender a 30 pesos, sencillamente está
usufructuando un capital que es del pueblo, un valor que, gracias al esfuerzo
del Estado, ha surgido y se ha creado, y se lo apropia indebidamente. Así se estaba construyendo ya La Habana del Este. Ya estaban comprando terrenos y ya estaban
poniéndolos caros para que después comprara alguien, construyera un edificio
allí con capital prestado y que todo lo amortizara el infeliz futuro inquilino
que iba a vivir allí. Y ya ahora no va a
vivir ningún infeliz futuro inquilino:
va a vivir el inquilino que va a amortizar el capital, sí, pero para él;
que va a pagar el alquiler, y el apartamento, la casa, va a ser para él, que la
va a construir el instituto de viviendas sin lucro. ¿Invirtiendo qué? El dinero que antes se invertía en el juego. Ustedes oían decir que se invertían 90, 100,
120 millones de pesos en el juego; eso se va a invertir en construcciones. Y el que invierta el dinero en el juego no va
a perder su dinero sino que se lo van a devolver con un interés.
Y ya hoy también está lista la ley que crea el Instituto de
Ahorro y Viviendas; como está lista la ley que crea la Marina Mercante. Y estimo que antes de dos meses ya habrá
decenas de miles de hombres empleados solamente en ese sector de las
construcciones, que va a significar una demanda de artículos de construcción
mucho mayor de la que hay hoy, que va a significar más empleo. Y mientras más dinero circule, más demanda
habrá de artículos de consumo. Todo esto
tiene que ir unido a la campaña de que se consuman artículos del país, para dar
trabajo al país, para que no mermen nuestras reservas en divisas.
Decía que es una era mala para las inversiones parasitarias,
para las inversiones muertas, una era mala para las inversiones en tierra; una
era buena para las inversiones en industrias.
Estamos dispuestos a brindar todas las garantías al capital
nacional; estamos dispuestos a brindar toda la protección que pidan, con una
sola condición:
salarios altos. Es la
única condición que la
Revolución pone a las inversiones en industrias nuevas que
deben desarrollarse. Ahora, tendrán una
venta muy superior a la que tienen hoy.
Porque cuando a través de la reforma agraria y de los planes
revolucionarios que hay en proyecto, se eleve cinco o seis veces el estándar de
vida de los campesinos, se venderá cinco o seis veces más. Eso, unido a leyes que protejan la industria
nacional, significará un aumento extraordinario de empleo.
Si llevamos adelante el programa en toda la extensión como
nos proponemos, si todos los proyectos que están en este momento preparándose
se llevan adelante, si no nos ponen zancadillas, tengo la seguridad de que en
el curso de breves años elevaremos el estándar de vida del cubano por encima
del de Estados Unidos y del de Rusia, porque esos países invierten un
porcentaje enorme del esfuerzo humano en hacer aviones, bombas, cohetes, barcos
de guerra y armamento en general. Si
nosotros, que no tenemos esos problemas, nos dedicamos a invertir nuestro
esfuerzo en crear riquezas para la nación cubana, con la ventaja de ser una
revolución respaldada por la mayoría del país, con la ventaja de contar con un
país rico, donde se puede sembrar todo el tiempo en el año, un pueblo
inteligente y un pueblo entusiasta, un pueblo ansioso de alcanzar un destino
mejor, lograremos un estándar de vida mayor que ningún otro país en el mundo.
Creo que lo lograremos. Mas si es un sueño,
Martí dijo que los sueños de hoy del idealista, son la ley del mañana. También nos decían soñadores cuando iniciamos
la lucha contra Batista y hoy somos los que hacemos las leyes revolucionarias
de la república. Mas, aunque no se lograran
esos objetivos, soñar con ellos y aspirar a ellos, es de por sí el primer paso
para tratar de lograrlos.
Si no alcanzamos esa meta tan alta pero alcanzamos la mitad,
llegamos a la mitad del camino, habremos alcanzado mucho. Hay que aspirar al máximo para lograr lo más
posible. Lo que importa —como decía
Ingenieros— no es la meta, sino el rumbo que nosotros nos hemos trazado, sin
predicar el odio contra nadie, sin sacrificar los derechos de nadie, sin
violentar a nadie, sin aplicar el terror.
¡No!, dentro del más estricto respeto a las libertades humanas.
Prueba de ello la tenemos hoy. Un grupo de mujeres, familiares de los
criminales de guerra, que vienen a pedir que cesen los fusilamientos, hasta han
ofendido a algunos rebeldes.
Naturalmente que no vinieron a pedir que cesaran los asesinatos de siete
años de tiranía, no les aconsejaron a sus hijos o a sus esposos que no
asesinaran en medio de la noche, no les aconsejaron que tuvieran piedad para
los perseguidos. Aquí no podían venir
las madres en aquellos tiempos, porque les tiraban con ametralladoras. Hoy pueden venir y pueden reunirse, y no
llamaremos nosotros a las madres de las víctimas para evitar conflictos, para
evitar lamentables incidentes.
Es indiscutible que manos enemigas de la Revolución han estado
fomentando esos shows, los han estado fomentando y
organizando. ¿Qué se consigue con
eso? ¡Nada! Nosotros tenemos el propósito de finalizar
cuanto antes los fusilamientos, porque tenemos que dedicar nuestras energías a
la obra creadora. Constantemente estoy
instando a los consejos de guerra para que apresuren los trabajos, para que
celebren los juicios, para ver si al comenzar el mes de marzo ya podemos decir
que un número considerable de criminales de guerra han sido sancionados ejemplarmente,
y que los demás serán condenados a tantos años de trabajo forzado. Porque nuestro deseo —y es el deseo del
pueblo— es que se aceleren los procesos para liquidar esa cuestión de los
fusilamientos. Y seguiré instando para
que en este mes finalicemos los fusilamientos: que se continúen los juicios de
delitos menos graves, y pongamos la atención y el esfuerzo de todos nosotros en
otras cuestiones fundamentales, más importantes en este momento, como es la
tarea de hacer la
Revolución.
Fusilar es justo.
Pero fusilar no es hacer la Revolución; fusilar es un presupuesto a la Revolución, fusilar es
hacer justicia, destruir el crimen y sentar un precedente para que quede bien
claro aquí que el criminal tiene que pagar su crimen; que el que asesina a un
ciudadano tiene que pagar su crimen. Que
sea una ley, sobre todo, para nosotros y para las generaciones futuras; porque
fusilamos al criminal de guerra no para enseñarles nada a los criminales de
guerra ni a los que estaban antes, sino para enseñarnos nosotros y enseñarles a
las generaciones futuras, para que quede sentado terminantemente.
Pero, ¿cuál fue la consecuencia de la campaña que se hizo
contra Cuba a raíz de los primeros fusilamientos? ¡Ah!, enardecer al pueblo, exacerbar las
pasiones. Porque el Gobierno
Revolucionario podía, en un momento dado, decir: tantos criminales fusilados, castigo
ejemplar; podía aplicar otras sanciones, como es la condena a cárcel al resto
de los criminales de guerra. No faltará
incluso el criminal de guerra que sea capturado dentro de siete meses, cuando
los fusilamientos ya de hecho hayan cesado.
Y no es cuestión de estar siempre con la atención pendiente a los casos
de los criminales de guerra. Hay otras
muchas sanciones que son aplicables.
Lo que sí nosotros debemos advertir es que los delitos
contra la Revolución,
los delitos que atenten contra la vida de los ciudadanos por tratar de
implantar aquí de nuevo la tiranía, para esos sí estará permanente la pena de
muerte, mientras dure el Gobierno Provisional Revolucionario.
Porque no hay derecho, después de haber asesinado por
mantener la dictadura en el poder, asesinar luego o conspirar luego, para
derrotar la libertad e implantar la tiranía.
Y contra eso seremos severos.
Pero la consecuencia de la campaña que se hizo contra Cuba
fue la necesidad de movilizar al pueblo, de decirle al pueblo todos los
crímenes que cometieron, de publicar todos los cadáveres de tantos cientos y de
tantos miles de infelices torturados y asesinados, y el exacerbamiento de las
pasiones. Y cuando las pasiones se
exacerban, el pueblo exige más castigo.
Esa ha sido la consecuencia de la campaña.
Las consecuencias de estas campañas podrían ser peores,
porque si nos vemos en la necesidad de movilizar de nuevo al pueblo, de decir
todo lo que hicieron, las pasiones se van a exacerbar de nuevo, y no se
lograría con ello más que el daño hasta de los mismos que dicen que desean
ayudar.
Así que manos enemigas de la Revolución movilizan
esos actos. Nosotros no llamamos a los
familiares de los que asesinó la tiranía para evitar espectáculos. Pero es indiscutible que la libertad y el
respeto que se disfruta hoy en Cuba no han existido nunca. Y dentro de esa libertad y dentro de ese
respeto, marcharemos adelante a pesar de las provocaciones.
A los que organizan esa campaña bueno es advertirles del
daño que se pueden hacer a sí mismos, porque ya deben tener presente las
consecuencias de la otra campaña que se organizó; que, naturalmente, nosotros
no hemos tomado medidas, hemos dejado que se acerquen a los edificios
públicos. Eso sí, pero que no se abuse
de eso, porque la autoridad, naturalmente, tiene que mantenerse, porque en el
instante en que se comience a abusar de las libertades que se permiten y hacer
un show permanente frente a los establecimientos públicos, entonces nos veremos
en la necesidad de prohibir que haya manifestaciones frente a los
establecimientos públicos. Y no queremos
hacerlo.
Pero todo el pueblo estará concorde
en que es mucho mejor evitar una manifestación a permitir una reyerta callejera,
a que se reúnan mañana las madres de los que asesinó la tiranía y se establezca
una batalla campal entre cubanos en el medio de la calle, que eso es lo que
quieren precisamente los provocadores, que eso es lo que quieren precisamente
los enemigos de la
Revolución.
Si se abusa de las manifestaciones nos veremos en la
necesidad de poner rebeldes allí, hombres que saben respetar al pueblo, y decir: ¡No se puede pasar
por aquí! Porque en los establecimientos
públicos hay que trabajar, porque en los establecimientos públicos no se puede
establecer un show permanente, porque el establecimiento público hay que
respetarlo como el establecimiento público respeta los derechos del ciudadano,
y a los revolucionarios hay que respetarlos como los revolucionarios respetan a
la ciudadanía; y nuestro derecho a trabajar hay que respetarlo como se respetan
los derechos de los demás.
Y, por lo tanto, aquí queremos mantener el máximo de
libertades posible, y haremos todo lo necesario para que los enemigos de la Revolución no se salgan
con el propósito de hacer que nos veamos obligados a restringir lo más mínimo
de libertad.
Porque les hablamos, sí, yo les hablo, pero posiblemente a
ese sea el único núcleo al que yo no le hable, aunque me atrevo a hablarle,
¿no?, pero por un sentimiento humano y hasta por un poco de repugnancia no me
animo a pararme delante de semejante multitud... Multitud no, grupo. Señores, es doloroso pensar que no hubiese
piedad para los demás y se venga a pedir piedad ahora para los criminales de
guerra.
Algo a lo que no me acostumbro es a ver a un torturado. Días recientes visité un periódico. Uno de los obreros de ese periódico mostró
sus espaldas: aquellas
llagas producidas por sopletes, donde echaron vinagre y sal. No es lo peor que hicieron, por
supuesto. Pero las fotografías no son
capaces de dar la impresión que produce la visión de aquellos actos de
barbarie.
Hoy mismo se ha estado celebrando el juicio de Sosa
Blanco. Algunos creían que íbamos a
tener tolerancia con Sosa Blanco. Y lo
que queríamos era demostrar de manera irrefutable la cantidad de pruebas que
había contra él. Y hasta apareció nada
menos que un informe del señor Cowley Gallegos —cuya
historia, famosa por sus crímenes, conoce todo el mundo—, un informe secreto de
Cowley Gallegos al Estado Mayor, informando de los
crímenes de Sosa Blanco. Informe que
debe ser publicado enteramente, para que los que se compadecieron de Sosa
Blanco se den cuenta que hasta el criminal de Cowley
se horrorizó de los crímenes de Sosa Blanco. Para que los que hablaron de Sosa Blanco en el
extranjero y lo quisieron presentar como víctima, para los que publicaron
fotografías besando a las hijas, olvidándose de las hijas de los cientos de
campesinos que asesinó, olvidándose de que aquellas no le dieron el último beso
a su padre; olvidándose de esas madres que aquí han tenido que recoger los
restos de sus hijos en cajitas... Y no
hay espectáculo que impresione más que el recuerdo de un hombre grande y fuerte
y que al cabo de los años no vea usted más que una cajita donde lo tienen
enterrado, producto del crimen, como los compañeros del “Granma” que fuimos a
enterrar hace unos días:
hombres fuertes, saludables y entusiastas que fueron asesinados
después que los hicieron prisioneros, y que tuvimos que enterrarlos en cajitas
de este tamaño.
Bueno es que se tengan presentes esas cosas. No queremos exaltar las pasiones. Pero bueno es que no dejemos de levantar la
intriga y las maniobras de los contrarrevolucionarios. Porque si lo que están es perturbando, peor
será para ellos, porque mientras más exalten las pasiones del pueblo peor será
para ellos. Y el pueblo está severo,
vigilante, exigente. Lo han provocado
tanto que está intransigente.
Y nosotros somos los que podemos pedirle al pueblo, y lo que le
podemos pedir es que ya la hora de los fusilamientos no es el problema
fundamental de Cuba: ¡que
ha llegado la hora de la
Revolución! Que hay
más de 300 criminales de guerra fusilados y que unos cuantos más caerán, y que
los demás tendrán que ir a hacer trabajo forzado, tendrán que ir a la Ciénaga de Zapata a
desecar la Ciénaga
de Zapata o a otros lugares, porque es el castigo si quieren... Yo estoy seguro de que ese castigo es peor
que el fusilamiento.
Nosotros somos los que tenemos que orientar al pueblo y
ayudar al pueblo; pero que no exciten al pueblo, que no exacerben al pueblo,
que no nos obliguen aquí a resucitar todos los horrores que han cometido los
servidores de la tiranía, porque entonces será peor, porque mientras más lo
exciten y más lo provoquen, más severo será el pueblo. Y hay que tener en cuenta que nosotros
actuamos de acuerdo con el pueblo, lo orientamos; pero que mientras lo
orientemos no lo provoquen, porque provocarlo es lo peor que pueden hacer. Y que no lo provoquen abusando de las
libertades, que no lo provoquen con maniobras cobardes.
Desde luego, aquí la Revolución no la van a derrocar. Se podría derrocar a la Revolución si la Revolución no se hace,
si la Revolución
no cumple su destino, pero mientras estemos nosotros dispuestos a hacerla, ¡la Revolución no será
derrocada, porque tendrá tras de sí a todo el pueblo, porque actuaremos siempre
rectamente hoy y mañana, porque siempre nos verán pobres, porque nunca nos
verán una caja en el banco, porque nunca nos verán un negocio particular,
porque nunca nos verán una especulación o una malversación, porque nunca nos
verán favoreciendo a un amigo, favoreciendo un privilegio, favoreciendo a un
familiar! Porque nuestra conducta será
recta hasta la saciedad en todos los órdenes, sencillamente porque estamos muy
conscientes de los deberes que tenemos que cumplir, y que nos tocó
sacrificarnos.
Como tenemos vocación de revolucionarios, sabremos ser
revolucionarios, cualquiera que sea el esfuerzo que se exija de nosotros,
cualesquiera que sean los riesgos que tengamos que correr, cualesquiera que
sean los sacrificios, porque tenemos vocación de revolucionarios. No somos bodegueros metidos a
revolucionarios. ¡Somos revolucionarios
haciendo revolución, y revolucionarios en el poder, conscientes de todo el
poder que tenemos y, precisamente por eso, ejerciéndolo tan benevolentemente
como sea posible, ejerciéndolo tan humanamente como sea posible, ejerciéndolo
tan ecuánimemente como sea posible!
Por eso, porque somos fuertes, porque tenemos al pueblo,
podemos ser generosos, podemos ser ecuánimes, podemos hacer una revolución sin
terror, podemos hacer una revolución sin violencia, podemos hacer un cambio: un cambio
extraordinario al cual se adaptarán todos los intereses. Porque sencillamente es una ley biológica
aquella de que el que no se adapta desaparece.
Y he visto con sincera satisfacción que han venido banqueros,
hacendados, todos dispuestos a hacer los sacrificios que sean necesarios. Hay incluso un industrial que ha hablado de
ceder el 50% de sus utilidades.
Y así veo en Cuba un proceso extraordinario de todo el mundo
queriendo colaborar al triunfo, porque es una realidad y porque aquí todo el
mundo comprende que tenemos que seguir adelante, porque aquí todo el mundo
comprende que la Revolución
hay que hacerla, ¡porque si no se
hace, fracasa! ¡El fracaso de la Revolución es el
abismo, la guerra civil, el mar de sangre y, al fin y al cabo, el regreso de
Batista, de Ventura, de Chaviano, de Masferrer, de Carratalá y de toda
aquella caterva de criminales!, porque aquí no hay términos medios.
Y la gente prefiere un millón de veces —por el desinterés
con que los han visto— a esos hombres que traen barbas que les crecieron
combatiendo, a esos hombres caballerosos, a esos hombres honrados; a los
hombres que ven hoy, que no serán magos, que no serán expertos, pero que cada
día irán aprendiendo y cada día irán aprendiendo cada vez mejor, y cada día
irán aplicando mejor lo que sepan con el respaldo del pueblo que nos tiene que
ayudar en todo.
Ahora tienen que ayudarnos a hacer una campaña contra las
apetencias burocráticas, que hay que saber esperar, saber sacrificarse, porque
tenemos que construir el porvenir para todos.
No es cuestión de resolver el problema... La burocracia mata el espíritu
revolucionario. La Revolución necesita sus
grandes reservas de valores.
Y una campaña para que nos dejen trabajar, para que piensen
que nosotros no somos el concejal del ayuntamiento. Que cada hora y cada minuto lo necesitamos
para hacer leyes que han de beneficiar a millones de cubanos. Que cada hora y cada minuto lo necesitamos
para pensar en los grandes problemas de Cuba.
Que si distraemos la atención en un problema minúsculo y pequeño, si
gastamos nuestras energías en eso, entonces no podremos hacer nada.
Queremos complacer a todo el mundo, y por quererlos
complacer nos vemos que nos agobian. Y
no queremos tener que decir:
no recibimos a nadie. Lo
que queremos es que el que no tenga que tratar un asunto importante, un asunto
urgente, un asunto necesario, no trate de pedirnos audiencia, no nos
visite. Queremos por lo menos seis meses
para trabajar enteramente, para dedicarnos por entero a este trabajo, que es
muy difícil y que si no lo ayudan a uno no hay quien lo haga, no hay quien lo
haga como lo queremos hacer nosotros.
Porque para hacerlo igual que como lo hicieron antaño, para eso no lo
hacemos, para eso no hace falta. Que nos
dejen trabajar, que nos ayuden en eso.
Que los autógrafos no se los pidan a uno, que eso es cosa para artistas
de cine, no para revolucionarios. Que no
lo estén parando a uno en todas partes para tratar problemas que no tienen
importancia. Que tengan paciencia.
Yo comprendo la angustia, pero es más grande mi angustia por
Cuba, es más grande nuestra angustia por millones de cubanos, es más grande
nuestra angustia por la patria.
Y eso es lo que tenemos que tener presente: que necesitamos nuestro tiempo para
trabajar por el pueblo y para el pueblo, para todos. Con un poco de paciencia hoy y mañana, esos
problemas que hoy angustian a la gente, no se presentarán.
Es necesario, además, que todos actuemos sin demagogia, que
todos actuemos honradamente. Que no se
presenten esos casos, como los de hoy, que por adelantar noticias se le puede
provocar un daño a la
Revolución. Que no se
presente el caso de líderes que se ponen a agitar consignas demagógicas, cuando
saben que no es el momento oportuno, porque eso no es de revolucionarios, eso
no es ser amigo de los trabajadores.
Hay líderes que se ponen a agitar consignas de ese
tipo. ¿Para qué? Para obtener fuerza y lideraturas
personales. Y la Revolución no puede
consentir eso, porque antes que nada hay que ser honrado, hay que ser valiente.
A mí me ha tocado en más de una ocasión hablar incluso
contra lo que está sintiendo una masa determinada. Y, por ejemplo, me vi
en la amarguísima necesidad de tener que decirles a
los representantes de los trabajadores azucareros que la medida que más
querían, la medida que más apreciaban, la medida que aplaudían durante un
minuto no era, a mi entender, una medida económica; que eso sería la
consecuencia de una etapa, que algún día trabajarían no seis horas sino cuatro
horas, el día que organizáramos la sociedad sobre bases justas, cuando se
desarrollara la técnica de nuestro país, cuando tuviéramos hecha la reforma
agraria, cuando tuviéramos industrializado el país, entonces sí. Pero ahora lo que tenemos es que trabajar
todos, trabajar mucho para salvar la Revolución, para producir riquezas, y luego
convertir esas riquezas, evolucionar y revolucionar la economía de nuestro país
para que el pueblo reciba el fruto de su trabajo.
Y he tenido en más de una ocasión que pararme
honradamente... Lo demagógico hubiera
sido: sí, esta demanda, no cuatro turnos sino seis
turnos. Eso era lo demagógico. Y tuve con dolor de mi alma que pedirles a
los obreros sacrificios, sacrificios en bien de ellos, sacrificios hoy para
obtener mayores ventajas mañana. Creo
que eso es lo honrado:
hablarles así, no agitar consignas demagógicas para crear
problemas a la
Revolución. Y la Revolución tiene que
marchar como un todo, que tiene que haber una estrategia, que debe haber un
mando o, de lo contrario, se pierde la Revolución como se hubiera perdido la guerra.
Y que por lo tanto es muy necesario que esas cuestiones las
tengamos presentes y que el pueblo nos ayude condenando al demagogo, condenando
al farsante, condenando al intrigante y, además, condenando también al
funcionario que no cumpla y diciendo quién es, pero diciéndolo sobre bases. No por cualquier cosa una protesta, porque es
muy fácil protestar. Yo al que protesta
lo llamaría y le diría:
¡Hágalo usted!, para que viera que no es nada fácil ir
resolviendo estos problemas cuando hay tantos intereses de por medio, cuando
tiene la Revolución
que ir enfrentándose a cada una de esas marañas, de esa urdimbre que han creado
aquí los malos gobiernos.
Nosotros tenemos la seguridad de que, por lo menos, si del
esfuerzo depende, que si de la buena voluntad depende, que si de la energía,
que si de la honestidad depende el éxito de la Revolución, si de que
nosotros tomemos con el entusiasmo con que hemos tomado todas las cosas, con la
dignidad con que hemos tomado todas las cosas, con la perseverancia y la
tenacidad y la voluntad con que hemos hecho otras cosas; si de eso depende el
triunfo, el triunfo está asegurado de antemano.
En la mente del pueblo solo quiero que haya siempre
pendiente una idea:
que no es fácil, que es difícil; que no gobernamos para el
triunfo de nosotros, que peleamos para el triunfo de ellos; que nos ayude. Y sé que la mayoría del pueblo, como sabe que
somos leales a él, como sabe que no nos interesa nada más que servirlo a él,
como sabe que somos hombres iguales a él, no un hombre encaramado en una posición,
no un hombre encumbrado en una posición sino un hombre que está a la altura del
pueblo, que es un hombre del pueblo, que viene aquí a servir los intereses del
pueblo, sé que la inmensa mayoría del pueblo estaría con nosotros.
Y lo que hay es que orientarlo bien. No que mientras nosotros lo orientemos, otros
lo desorienten. Que no nos obliguen a
trabajar por gusto, a crear una conciencia revolucionaria y que otros la
desvíen.
El pueblo tiene que estar muy consciente de que el camino es
difícil, que el camino es largo, que el camino es fatigoso, que tenemos que
sudar mucho la camisa luchando. Y que no
solamente hay que tener esa idea presente, sino que hay que estar siempre
alerta y no dejar que el entusiasmo muera.
Porque esta obra grande que se ha impuesto el pueblo de Cuba no es obra
de pueblos mezquinos, sino de pueblos grandes como el nuestro.
OVACION
DEL PUEBLO CUBANO: