CLUB SOCIAL SAN JUSTO
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"Al Servicio de la Comunidad de San Justo y La Matanza"
Historia de los Reyes Magos
La historia detrás de los Reyes Magos: La Biblia no dice sus nombres
ni cuántos eran. Sí que venían de Oriente siguiendo una estrella, y que traían
oro, incienso y mirra para el Niño que acababa de nacer. ¿De dónde viene todo
lo demás?
La historia que llegó hasta nuestros días es
que tres Magos –o sabios- llegaron de Oriente a Palestina, guiados por una
estrella. La Biblia,
más concretamente el Evangelio según San Mateo –único libro que menciona el
episodio-, dice que los Magos pasaron primero por Jerusalén, donde fueron a ver
a Herodes y a preguntarle por el "Rey de los judíos", que acababa de
nacer. "Hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo".
Esto alarmó a Herodes, que consultó a sus
sacerdotes y fueron ellos los que indicaron que, según la profecía, sería en
Belén donde nacería el Mesías. Herodes les pidió entonces que, una vez que
hubiesen encontrado al Niño, le avisaran, ya que él también quería
"adorarlo".
En realidad, sus intenciones eran asesinarlo
pero, dice San Mateo, esto les fue "revelado en sueños" a los Magos
que entonces regresaron a su tierra por otro camino, evitando volver a pasar
por Jerusalén.
Pero antes, vieron al Niño recién nacido:
"Entraron en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y,
postrándose, lo adoraron; luego, abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes:
oro, incienso y mirra", relata Mateo.
Y eso es todo lo que dice el Evangelio. El
relato bíblico fue luego progresivamente adornado durante la Edad Media. Poco a
poco, los Magos se convirtieron en Reyes y se los bautizó Gaspar, Melchor y
Baltasar.
Custodios de los tesoros de Adán
El Libro de la Caverna de los Tesoros es
un escrito del siglo VI que busca establecer las genealogías de los patriarcas
bíblicos y de los reyes de Israel y de Judá a fin de probar que Jesucristo
desciende de Adán.
En ese texto se dice que los presentes que
los Magos orientales llevaron a Jesús habían sido depositados por el mismísimo
Adán en Persia, en el monte Nud (nombre que significa paraíso), para que fuesen
llevados al Mesías, cuya llegada sería anunciada por una estrella de
extraordinario tamaño.
De generación en generación, dice el libro,
doce magos eran encargados de acechar el cielo para descubrir la señal
esperada. Para ello debían subir cada año al monte Nud y rezar allí por tres
días observando el firmamento. Así fue como un día vieron la estrella que les
indicó que el momento había llegado, tomaron entonces los presentes y
emprendieron el viaje hacia Palestina.
Aunque por un tiempo se habló de muchos
magos, hasta doce como lo señala el Libro de la Caverna, finalmente el
número se estabilizó en tres. Fue en buena medida a partir de la cantidad de
regalos que se empezó a hablar de tres Magos. Un número simbólico además, ya
que representa la Trinidad
(Padre, Hijo y Espíritu Santo).
Desde el siglo VI llevan los nombres que hoy conocemos
y que los han convertido en leyenda.
La leyenda dorada
A fines del siglo XIII, Jacobus de Voragine
(1228-1298), cronista italiano y Obispo de Génova, escribió un libro llamado La
leyenda dorada, en el cual hace el retrato de todos los santos y santas
católicos e incluye a los tres Magos de Oriente, reuniendo todas las
tradiciones que sobre ellos circulaban hasta el momento, incluso los nombres
que se les había empezado a dar desde el siglo VI. Su descripción fue la
siguiente:
"El primero de los magos se llamaba
Melchor, era un anciano de cabellos blancos y larga barba. Obsequió el oro al
Señor como su rey, porque el oro significa la realeza de Cristo. El segundo,
llamado Gaspar, joven, sin barba, rojo de tez, rindió a Jesús, a través del
incienso, el homenaje a su divinidad. El tercero, de rostro negro, luciendo
toda la barba, se llamaba Baltasar; la mirra en sus manos recordaba que el Hijo
debía morir".
Quedó de este modo consagrada la interpretación
del significado de los obsequios, símbolo de tres características de Jesús: su
realeza, su divinidad y su condición humana y mortal. La mirra era una resina
aromática que se usaba en la conservación de los cuerpos.
En La Leyenda dorada, los nombres aparecen en tres
idiomas, latín, hebreo y griego. Esta última versión es la que hoy usamos. En
latín, los nombres de los reyes magos eran, según Voragine, Appellius, Amerius
y Damascus. En hebreo, Galgalat, Malgalat y Sarathin. Y, en griego, Caspar, Balthasar
y Melchior.
De Magos a Reyes y Santos
Las representaciones más antiguas de los
magos los mostraban en trajes persas, con pantalones fruncidos en el tobillo y
gorros frigios. Ofrecen sus presentes también según el rito persa, sosteniendo
las ofrendas con las manos cubiertas por sus mantos. Fue a partir del siglo IX
que se los empezó a representar como Reyes, con las testas coronadas.
Y, a partir del siglo XIII, pasaron a
representar las tres edades de la vida: Gaspar, adolescente, joven, imberbe;
Baltazar, hombre maduro con barba; y Melchor, un anciano calvo con barba
blanca.
Primero se los consideró árabes o persas;
poco a poco pasaron a representar los tres continentes hasta entonces
conocidos: Asia, Europa y África. A partir del siglo XV, encarnan a toda la
humanidad: un asiático, un blanco y un negro. En la catedral de Viseu, en
Portugal, se ve incluso a un cuarto mago: un aborigen brasileño también ofrece
presentes al recién nacido.
El título de Reyes se les empezó a dar a
partir del siglo III, pero recién en torno al 1200 esa condición empezó a
reflejarse en la iconografía que, además, poco a poco les fue agregando
camellos y un séquito de sirvientes. Más tarde fueron considerados santos, y
sus reliquias llegaron en el siglo XII a la catedral de Colonia, donde son
veneradas hasta el día de hoy.
Pese a su origen misterioso, o tal vez por
eso mismo, son parte de todo el folklore que rodea a las fiestas navideñas.
Tienen incluso su propia fecha, el 6 de enero, día de la Epifanía (que significa
revelación o aparición, en referencia a que Jesús se muestra al mundo), y en
algunos países son venerados como santos que velan por el Niño Jesús en su
pesebre.
Durante mucho tiempo, y en especial entre los
cristianos de Oriente, la
Epifanía era una fecha más importante que Navidad porque
representaba el momento de la presentación del Niño Dios a los hombres.
Fuente:
Infobae 6-1-2014