Biografía de Carlos Ibarguren Uriburu: Nació en
Salta el 18 de abril de 1879. Jurisconsulto profesor, historiador, escritor y político,
ex ministro de Justicia e Instrucción Pública.
En 1882 (a la edad de 5 años)
llegó con su familia desde Salta a Buenos Aires, cuya jurisdicción provincial
acababa de nacionalizarse. Su padre había sido llamado por el Presidente Roca a
fin de organizar la justicia ordinaria en la flamante Capital de la República,
como primer presidente de la Cámara Civil de Apelaciones.
A leer y escribir aprendió el
niño con doña Serafina Martínez (nieta del General Arenales) que daba clases
particulares en su casa. Después lo inscribieron en la escuela "de las 5
esquinas", regentada por la señorita Amalia Gramondo.
Prosiguió sus estudios
secundarios, sucesivamente, en el Colegio Literario "de mister
Frequer", en el de Bachilleres, en el viejo Colegio Nacional, y en él
"del Plata", que dirigía el profesor Edgar Courteaux; para
matricularse más tarde en la antigua Facultad de Derecho de la calle Moreno,
graduándose allí de abogado en 1898, con el premio de "medalla de
oro". Su tésis doctoral versó sobre la "Institución de
Heredero", y fué padrino de la misma el doctor Wenceslao Escalante,
profesor de filosofía del derecho, a la sazón Ministro de Hacienda, quien, poco
antes, nombrara al sobresaliente discípulo secretario suyo.
Por esas fechas el jóven
Ibarguren fundó, con algunos amigos, una revista literaria: Juventud, al paso
que incursionaba en el periodismo, mediante uno que otro "suelto" en
las columnas del diario El País, cuyo director era su primo Pancho Uriburu. A
comienzos de esta centuria estrenóse como catedrático de historia en el Colegio
Nacional Norte; y, desde 1902, fué profesor de "romano" en la
Facultad de Derecho. Seis años más tarde dictaba el curso de historia argentina
en la Facultad de Filosofía y Letras, y, por breve tiempo, profesó en la
Universidad de La Plata.
En la Facultad de Derecho porteña
alcanzó el Vicedecanato; y al retirarse en 1922 voluntariamente de la carrera
docente, otorgáronle el título de profesor honorario de las casas de estudio
donde enseñara por casi un cuarto de siglo; a una de las cuales, además,
representó en el Consejo Superior de la Universidad. Fruto de sus estudios y
lecciones sobre la época de Roma son los libros Las obligaciones y el contrato
en el derecho romano y argentino, Una proscripción bajo la dictadura de Syla e
Historias del tiempo clásico. Por otra parte, desde 1904 había desempeñado los
cargos de Oficial Mayor y luego de Subsecretario de hacienda, en los
respectivos ministerios de Escalante, José María Rosa y Enrique Berduc.
Después estuvo frente a la
Subsecretaría de Agricultura, otra vez con Escalante y con Damián Torino,
sucesor de aquel. En 1906 es nombrado Secretario de la Suprema Corte de
Justicia (en reemplazo de su hermano Federico que había muerto), y llenó esa
función hasta 1912, pasando a ocupar una vocalía en el Consejo Nacional de
Educación, para de ahí ser llamado por el Presidente Roque Sáenz Peña a
integrar su gobierno como Ministro de Justicia e Instrucción Pública. Renunció
a la cartera el 6 de febrero de 1914, por desinteligencias con el
Vicepresidente Plaza, en ejercicio del Poder Ejecutivo.
Su breve paso por el gobierno
dejó como saldo (entre tan variadas iniciativas como la creación de la colonia
de menores en Marcos Paz o las investigaciones arqueológicas que encomendó a
Eric Bomán en los valles calchaquíes) un proyecto de ley orgánica de las
sociedades de Socorros Mutuos, etapa previa del seguro obligatorio, que
establecía eficaces medidas en pró de la asistencia y previsión sociales;
proyecto que el Parlamento, una vez alejado el Ministro y fallecido el
Presidente Sáenz Peña, se abstuvo de tratar.
En lo que hace a la trayectoria
política de Carlos Ibarguren, diré que ella arranca casi desde la niñez, con
sus simpatías hacia la Unión Cívica y a la revolución del 90, cuyas figuras más
significativas eran Além y Del Valle. Mas cuando a raíz del cisma de dicho
agrupamiento quedó definido el núcleo "radical", el entusiasmo del
muchacho por Além se fué disipando, ante los conatos revolucionarios
descabellados y las perennes detonaciones verbales del apocalíptico caudillo.
En aquellos tiempos se podía ser
funcionario del "régimen" sin estar afiliado al oficialismo. Así, por
ejemplo, Ibarguren prestó su adhesión decidida a José Evaristo Uriburu y a
Guillermo Udaondo sin haber sido mitrista. Desvinculado del roquismo,
propiamente dicho, fué hombre de Escalante en la administración de Roca. Los
pellegrinistas tampoco lo contaron como suyo, a pesar de sus colaboraciones en
El País y de su vinculación amistosa con Ezequiel Ramos Mexía, y entrañable con
Paul Groussac. Formó parte del gobierno de Quintana que no representaba a
ningún partido; y llegó a ser Ministro de Sáenz Peña, desprovisto de
antecedentes saenzpeñistas. Alejado de la función pública, en 1914 integró, a
título independiente, una lista de candidatos a diputados por la capital
patrocinada por la "Unión Cívica" (en la que con él figuraban el
general José F. Uriburu, Ernesto Bosch, Francisco Beazley, Juan Carlos Cruz y
Luis Zuberbühler), sin que los sufragios obtenidos en las elecciones alcanzaran
para conseguir la minoría.
A fines de ese mismo año, fué
fundador del partido Demócrata Progresista, en cuya circunstancia, en su
carácter de vicepresidente de la agrupación, redactó el programa y la carta
orgánica de dicha naciente fuerza cívica. Más adelante, en la jornada que
consagró Presidente de la República a Hipólito Yrigoyen en 1916, los electores
demócratas progresistas de Santa Fé (8 votos) sufragaron en el colegio
electoral, tras la renuncia de De la Torre, por la fórmula Alejandro Carbó y Carlos
Ibarguren, para Primer Magistrado y Vice de la Nación.
Frente a la política interna de
Yrigoyen permaneció Ibarguren en constante oposición al jefe de los radicales;
en cambio, manifiesta fué su simpatía por el rumbo que el gobernante imprimió a
la Argentina en el plano internacional, especialmente la firme y decorosa
neutralidad con que supo mantener al país durante la primera guerra mundial.
En 1920, en las elecciones para
diputados por la Capital Federal, el partido Demócrata Progresista presentó una
lista integrada por notables personalidades, las cuales, debido a su propia
relevancia intelectual y moral, no podían sinó sufrir la más democrática de las
derrotas. He aquí la nómina completa de aquellos candidatos frustrados:
Lisandro de la Torre, Carlos Ibarguren, Enrique Larreta, Ezequiel Ramos Mexía,
Francisco Beazley, Juan José Díaz Arana, Francisco Uriburu, Rodolfo Moreno,
José Luis Murature, general Tomás Vallé, Paulino Pico, Diego Saavedra, Octavio
R. Amadeo, Carlos Quintana, Ricardo Bello y Enrique Loncán.
Entretanto, la gran hecatombe
universal desatada el año 14, y sus trascendentales consecuencias políticas,
económicas y sociales, ejercieron sobre la mentalidad de Carlos Ibarguren una
decisiva influencia. Es a partir de entonces cuando en su ideología liberal
individualista comienza a nacer un proceso de sinceramiento, de acuciante
revisión, a tono con las tremendas realidades que se sucedían en el mundo. Su
libro La literatura y la gran guerra, publicado en 1920, resulta, en cierto
modo, el punto de partida de su "heterodoxia" demoliberal, ya que en
sus páginas se encuentran latentes, a través de los testimonios literarios de
una generación movilizada para el combate, sinó los fundamentos concretos de
una filosofía político-social, los motivos emocionales que Ibarguren puso de
relieve en su nacionalismo doctrinario posterior.
Paralelamente, en 1922, al
explicar en sus clases de la Facultad de Filosofía y Letras, con un
razonamiento estrictamente nacional y no ideológico, el cruento desarrollo de
la dictadura de Rosas, el maestro, sin sospecharse precursor, inauguraba esa
novísima corriente interpretativa del pasado argentino que hoy se denomina
"revisionismo histórico". También ese año los demócratas progresistas
proclamaron su nombre para candidato a la primera magistratura de la Nación,
junto con el de Francisco Correa para vicepresidente; fórmula que en el colegio
electoral apenas si logró los 10 votos de su minoría partidaria santafesina,
contra los 235 electores radicales que consagraron Presidente a Marcelo T. de
Alvear.
Al margen de la política,
Ibarguren despliega durante esos años, hasta la revolución del 30, una
intensísima acción cultural. En dicho lapso escribe sus libros: De nuestra
tierra (1917), La literatura y la gran guerra (1920), Historias del tiempo
clásico (1924), Manuelita Rosas (1925) y Juan Manuel de Rosas (agosto de 1930);
colabora en diarios y revistas; pronuncia discursos y conferencias, tanto en
Buenos Aires como en las provincias y en el extranjero; preside o integra
comisiones, congresos e instituciones culturales; recorre el viejo mundo y gana
el premio nacional de literatura. En el ejercicio de su profesión de abogado,
tantas veces interrumpido a causa de las funciones públicas que le tocó ocupar,
mi padre, desde su egreso de la Facultad, habíase asociado con su primo Alberto
Tedín Uriburu. Fallecido este socio, y durante un largo ostracismo gubernativo
que va de 1914 a 1930, Ibarguren abrió estudio con sus amigos Matías G. Sánchez
Sorondo y Carlos A. Becú, para concluir trabajando sólo, hasta que el gobierno
de la revolución encabezado por el general Uriburu lo destinó a Córdoba como
Interventor Nacional. Anteriormente, de 1923 a 1930, había actuado en el cargo
de asesor jurídico de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires; tal cual sería más
tarde, hasta su muerte, abogado consultor del Banco de la Nación Argentina.
Producido el derrocamiento
revolucionario del Presidente Yrigoyen, tanto el general Uriburu como su
colaborador Ibarguren intentaron darle a aquella revolución un contenido social
opuesto al de un motín faccioso que reemplaza en el gobierno a un partido
electoralista por otro. Sostuvieron necesario el cambio definitivo de esa
politiquería irresponsable, que gira alrededor de una partidocracia
monopolizadora del sufragio universal, con sus fraudes y demagogias habituales,
todo lo cual habría de reemplazarse por una democracia funcional, donde los
distintos intereses colectivos actúan por medio de sus genuinos representantes
dentro del Estado, evitando que los profesionales del comité acaparen el poder
y se interpongan entre éste y las fuerzas vivas y trabajadoras del país.
"En el Parlamento - expresó en forma oficial el Interventor en Córdoba -
puede estar representada la opinión popular y acordarse también representación
a los gremios y corporaciones que estén sólidamente estructuradas. La sociedad
ha evolucionado profundamente del individualismo democrático que se inspira en
el sufragio universal, a la estructuración colectiva, que responde a intereses
generales más complejos y organizados en forma coherente dentro de los cuadros
sociales".
Estas ideas renovadoras
propusieron a la opinión pública, en 1930, el general Uriburu y Carlos
Ibarguren; quien, por su parte, hasta el fin de sus días no dejó de abogar por
aquella transformación institucional en muchos de sus trabajos, artículos y
conferencias, y en su libro La inquietud de esta hora, publicado en 1934.
Posteriormente, en 1948, en su obra La Reforma Constitucional - editada un año
antes de que se sancionara la Constitución de 1949 - el autor proyectó una
nueva estructura del Estado, la cual, entre otras modificaciones, da - sin
excluir a los partidos políticos - representación directa en el Congreso a las
fuerzas sindicadas del trabajo y de la producción (industrial, comercial y
agraria), y a las entidades superiores de la cultura (Academias y Universidades
nacionales); vale decir a los ahora llamados "factores de poder".
Luego de su breve actuación
revolucionaria en Córdoba, Ibarguren no tuvo oportunidad de volver a ocupar un
cargo político en el gobierno, ni durante los años del antiguo régimen, ni bajo
el predominio justicialista de Perón. A lo largo de un cuarto de siglo
(1930-1956) - además de los volúmenes antedichos y de su constante labor
intelectual que quedó dispersa - publicó los siguientes libros: En la penumbra
de la Historia Argentina (1932), Estampas de Argentinos (1935), Las sociedades
literarias y la revolución argentina (1937), San Martín íntimo (1950) y La
historia que he vivido (entregada a la imprenta en 1954 y que los editores
dieron a publicidad en noviembre de 1955). Formó parte de muchas instituciones
culturales del país y extranjeras. Fué presidente de la Academia Argentina de
Letras, de la Comisión Nacional de Cultura, de la Comisión Argentina de
Cooperación Intelectual, del Pen Club Argentino, del Instituto Popular de
Conferencias y de la Universidad de Paris en Buenos Aires; fué Académico de
Número de la Academia Nacional de la Historia, de la de Derecho y Ciencias
Sociales y de la extinguida de Filosofía y Letras; y Miembro Correspondiente de
la Real Academia Española de la Lengua, de la Real Academia de Historia, y de
la Española de Jurisprudencia; así como del Instituto Histórico y Geográfico
del Uruguay, del Instituto Histórico del Perú, de la Academia de la Historia
del Ecuador, del Instituto Sanmartiniano de Colombia y del Instituto de Cultura
Hispánica.
Y entre tantas entidades
argentinas, perteneció al Instituto San Felipe y Santiago de Estudios
Históricos de Salta. Había sido condecorado con la Gran Cruz de Alfonso X el
Sabio, de España; era Comendador de la Orden de San Mauricio y San Lázaro, de
Italia; Oficial de la Legión de Honor, de Francia; y Comendador de la Orden
"Al Mérito" del Paraguay.
En 1902, el muchacho (como
entonces se decía) era "un buen partido", y conquistó para compañera
de su vida a María Eugenia Aguirre, nacida en Buenos Aires el 10 de junio de 1882,
que aquí falleció el 24 de octubre de 1962 (hija de Manuel Juan José Aguirre y
de Enriqueta Lynch Lawson). Tras dos años de noviazgo, Carlos y Maruja se
casaron el 15 de junio de 1904. De cierto diario contemporáneo transcribo la
crónica mundana de esa boda, que parcialmente refleja, con fidelidad lisonjera
y optimista, una típica versión de la que podríamos llamar nuestra "belle
epoque". "El enlace de la señorita María Eugenia Aguirre con el
doctor Carlos Ibarguren ha sido un acontecimiento social por la selecta
concurrencia que había atraído al templo de San Nicolás, por el brillo del
cortejo nupcial, por el decorado de la gran nave, por las toilettes femeninas y
por los detalles que caracterizan estas suntuosas fiestas. Las calles que
circundan ese templo se vieron, mucho antes de la hora fijada para la
ceremonia, invadidas por lujosos equipajes que llevaban una concurrencia
ataviada de gran gala, siendo punto menos que imposible el acceso a la esquina
de Artes y Corrientes. En el atrio del templo numerosos lacayos guardaban la
entrada. Una alfombra roja tendida desde la acera cubría el atrio. El interior
del templo producía un efecto deslumbrador. Desde el altar mayor,
resplandeciente de luces, corría la iluminación por la ancha nave. Al centro,
en los bancos, oprimiéndose sentadas o de pie, las damas esperaban con
impaciencia la llegada de los novios. Estos entraron momentos después de las
nueve; la novia vestía un riquísimo traje de raso con encajes muy valiosos. En
el altar mayor, y en tanto la orquesta ejecutaba la marcha de Lohengrin, el
obispo de La Plata monseñor Terrero, revestido de sus insignias episcopales,
recibió a la pareja. Así que terminó la ceremonia, los novios descendieron
entre una doble fila de invitados hasta el carruaje, que los condujo hasta la
casa de los señores Aguirre, en la calle Cerrito, donde se efectuó una
recepción íntima".
Horas antes, a las 8 de la noche,
en el domicilio de la contrayente, habíase realizado el respectivo casamiento
civil, en el que fueron testigos los hermanos del novio Federico y Antonino
Ibarguren, solteros, de 36 y 34 años respectivamente; el abuelo de la novia
Manuel Alejandro Aguirre, viudo de 84 años, y el tío materno de ella Julián
Lynch, de 46 años, casado.
Murió en Buenos Aires el 3 de
abril de 1956. Hablaron en su entierro Mariano de Vedia y Mitre por la Academia
Argentina de Letras y la de Derecho y Ciencias Sociales; Ricardo Levene por la
Academia Nacional de la Historia; Gustavo Martínez Zuviría por la Real Academia
Española de la Lengua; Matías G. Sánchez Sorondo por sus amigos; Eduardo R.
Elguera por la Sociedad Argentina de Derecho Romano; Arturo Capdevila por el
Instituto Popular de Conferencias; y Ángel Aldecoa por la juventud
universitaria argentina.
Evolución en el Pensamiento de Carlos
Ibarguren
En
el desarrollo del pensamiento de Ibarguren, es dable reconocer dos etapas
sensiblemente diferenciadas: una, la de su juventud, que lo configura dentro
del liberalismo tan característico de fines del Siglo XIX; la segunda, de
hombre público y de reconocido prestigio, subyugado por ideas nuevas de las que
se convierte en procurador y propagandista, a mediados de la década del veinte;
es el nacimiento del llamado nacionalismo argentino.
La
Argentina de fines del siglo pasado se nos presenta vigorosa y pujante, su
clase dirigente tiene la mirada puesta en Europa, se tiende a consolidar los
principios de Alberdi quien entendía que gobernar era poblar, cobra singulares
características la presencia de Gran Bretaña en nuestra economía debido a las
cuantiosas concesiones otorgadas para la realización de trascendentales obras
públicas, como la de extensión de las líneas del FF.CC. de 2.318 kms a 5.964
kms, durante la administración del General Roca, la proliferación de
realizaciones de envergadura para el progreso nacional efectuadas en base a
empréstitos en el extranjero, el importante aporte inmigratorio, el impulso a
la cultura argentina; todo ello va modelando una mentalidad de rasgos bien
definidos que se encuentra claramente caracterizada en los hombres de la
Generación del 80.
Buenos
Aires deja de ser la gran aldea para convertirse en una urbe de importancia
internacional, guardando similitud con París, en forma especial en sus
edificaciones, en su refinamiento y cultura.
La
mentalidad liberal era la gobernante y como bien la definió alguien, para las
nuevas generaciones era considerada como un bien heredado de sus mayores. Ello
ocurrió con Ibarguren quien nació en un hogar en cuyo seno conoció a figuras
importantes de la época, liberales en su mayoría, como Sarmiento, de quien el
padre de Carlos Ibarguren fue un entrañable amigo y ferviente correligionario,
o Wilde, recordado por su talento, al mismo tiempo que por la abierta oposición
anticlerical y laicista; todo ello produjo indudable influencia en el
pensamiento del joven. Así lo recordará años más tarde refiriéndose al discurso
que pronunció el día de su graduación como abogado: "mi discurso -afirmó-
expresión de los ideales juveniles en la víspera de terminar el Siglo XIX,
sostuvo la necesidad de que nuestra generación, en vez de dedicarse al campo
ofuscador de la política -como lo habían hecho los anteriores- debía
consagrarse al estudio de las ciencias sociales, porque la organización
económica y social argentina era tan deficiente como primitiva", más
adelante agrega: " teníamos absoluta fe en la ciencia, en la sociología
que surgió entonces, en el progreso indefinido que se alcanzaría por los adelantos
técnicos que harían felices a los pueblos".
Todo
ese cuadro de progreso trajo como consecuencia la conformación de una
mentalidad materialista y una visión sensual de la vida, produciéndose una
aguda crisis de orden moral que tuvo principal incidencia en el terreno
político.
Cabe
destacarse que durante el tiempo en que Ibarguren profesó su liberalismo
accedió a la función pública o a la cátedra, no por recomendaciones ni
influencias comiteriles sino en mérito a sus cualidades de gran señor y a la brillante
formación intelectual. Sus mismas candidaturas a diputado nacional y a
presidente de la Nación, surgieron por considerársele una figura independiente
con respecto a las fuerzas políticas en pugna en esa época, a tal punto que su
proclamación para dichos cargos se hizo aunque éste no se encontraba afiliado a
las agrupaciones políticas que lo promocionaban.
Uno
de los testimonios más elocuentes de su concepción de vida y de política
durante su liberalismo es el discurso dirigido a los egresados de la Facultad
de Derecho de la UNBA el 12 de agosto de 1912: "Vivimos en lo inestable.
El embrión no ha perfilado aún sus rasgos definitivos y, como los médanos de
las pampas, sus líneas móviles y livianas acusan la adventicia formación. Lo
improvisado reemplaza aquí a lo inconcluso y tal es la fuerza cambiante de este
gran país en germen que lo observa Groussac, con verdad no es solamente una
Argentina distinta, sino un argentino nuevo que elabora cada generación".
Refiriéndose a nuestra mentalidad, expresaba: "Es superficial y
ligera" agregando luego que "carecemos de personalidad",
"somos imitadores y disimulamos, también bajo ese aspecto, con
apariencias" y formula una apreciación importante acerca del sistema educativo
de su época que hasta hoy perdura "nuestro sistema educativo contribuye a
la repetición fácil y a la súbita erudición" aseverando que: "pensar
no es exponer lo que otros dicen, ni educar es transmitir lo que se ha
leído". En los tramos finales de su mensaje afirma "el problema de la
instrucción pública es el de la "inteligencia argentina", "... y
no se resolverá con leyes y decretos sino enseñando y propendiendo con el
ejemplo a que los jóvenes observen, mediten y obren por sí mismos. Entonces
brotará copiosa la savia enchida de fecundidad". Tiempo después empiezan
sus trabajos de investigación y de docencia que formarán luego parte de los
principios sustentados por el nacionalismo, refiriéndose al imperioso cambio
que debía realizarse en nuestra Patria. Ibarguren expresaba: "Ahora es
necesario organizar la nación para que en lugar del individualismo, que lleva
consigo el germen de la anarquía, se imponga el concepto social y solidario de
nación homogénea y en vez de la exaltación romántica de una absoluta libertad
personal (asevera más adelante) predomine un patrimonio espiritualista en el
que el individuo debe su acción y hasta su sacrificio a la Patria que está
representada por la Nación".
Frente
al estado de anarquía reinante en la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen,
en cuya administración primaron, en muchos casos los intereses del comité o en
otros, las desmedidas ambiciones materialistas de ineptos colaboradores, cobran
vigencia las palabras del esclarecido Leopoldo Lugones, cuando dice: "Toda
libertad contraria al bien de la Nación, deja de ser tal, para convertirse en
delito", frente a esa desjerarquización de los estamentos del poder y a la
carencia de respuestas concretas de parte del Parlamento, surge un movimiento
que plantea en forma abierta la crisis del sistema sufragista y liberal. En
efecto, el nacionalismo, nace desde los albores de la argentinidad pero cobra
unidad doctrinaria allá por los años 1927, con el grupo integrado por
Ibarguren, Robert Leferrere, los hermanos Irazusta, Juan Carulla, Ernesto
Palacio, algunos de los cuales iniciados a la política como redactores del
famoso diario antirigoyenista "La Fronda", dirigido por el célebre
Francisco Pancho Uriburu, formando la Liga Republicana, brazo aliado de la
administración de uno de sus simpatizantes, el Teniente General Don José Félix
Uriburu.
En
su libro "La Inquietud de esta Hora", Ibarguren luego de considerar
la crítica situación mundial y nacional como fruto de las anteriores gestiones
gubernamentales populistas, plantea la necesidad de dar vigencia al
nacionalismo católico: "Es esta la hora (decía) del nacionalismo
espiritualista que está fundando nuevas instituciones político-sociales y que
se opone a la expansión de la corriente materialista del marxismo internacional".
En otro pasaje expresa: "La Nación para el nacionalismo debe formar un
cuerpo fuerte, unido, disciplinado en jerarquías, aparece en el sistema demo
liberal como un conglomerado de intereses antagónicos, que luchan por
predominar dentro de la débil armazón de un estado conducido por banderías
políticas que no interpretan realmente, ni representan a los verdaderos valores
sociales". Para Ibarguren el nacionalismo es también "un
concepto" sentimental y místico que impregnado de la trama moral e
histórica de una nación debe tender enérgicamente a elevarla y
engrandecerla".
En esta pincelada fugaz, he tratado de
aprisionar toda la fuerza espiritual que proyecta el pensamiento y la acción de
Carlos Ibarguren, un salteño que supo de honor e hidalguía y que quiso
subordinar los principios de su conducta a dos ideales supremos. Dios y la
Patria, concibiendo a esta última como una unidad de destino en lo universal,
una empresa en la que participan todos los miembros de una determinada
comunidad nacional con un espíritu solidario en donde predominan sólo los
intereses de esta. Estoy firmemente convencido de que se torna imperiosa cada
vez más la necesidad de restaurar en el alma argentina los imponderables
aportes de espíritus tan puros y tan patriotas como el de Ibarguren, ya que el
patriotismo moral y la capacidad de los hombres de bien, son baluartes
inexpugnables ante las asechanzas del enemigo traidor y asesino que se encarama
hoy en la subversión apátrida, en el marxismo ateo, en la pretendida división
de la familia, en la desjerarquización de los valores imperecederos, en la
desnaturalización de la misión educativa y en la negación de Dios.