CLUB SOCIAL SAN JUSTO
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viernes, 3 de abril de 2015

Carlos Ibarguren

Biografía de Carlos Ibarguren Uriburu: Nació en Salta el 18 de abril de 1879. Jurisconsulto profesor, historiador, escritor y político, ex ministro de Justicia e Instrucción Pública.
En 1882 (a la edad de 5 años) llegó con su familia desde Salta a Buenos Aires, cuya jurisdicción provincial acababa de nacionalizarse. Su padre había sido llamado por el Presidente Roca a fin de organizar la justicia ordinaria en la flamante Capital de la República, como primer presidente de la Cámara Civil de Apelaciones.
A leer y escribir aprendió el niño con doña Serafina Martínez (nieta del General Arenales) que daba clases particulares en su casa. Después lo inscribieron en la escuela "de las 5 esquinas", regentada por la señorita Amalia Gramondo.
Prosiguió sus estudios secundarios, sucesivamente, en el Colegio Literario "de mister Frequer", en el de Bachilleres, en el viejo Colegio Nacional, y en él "del Plata", que dirigía el profesor Edgar Courteaux; para matricularse más tarde en la antigua Facultad de Derecho de la calle Moreno, graduándose allí de abogado en 1898, con el premio de "medalla de oro". Su tésis doctoral versó sobre la "Institución de Heredero", y fué padrino de la misma el doctor Wenceslao Escalante, profesor de filosofía del derecho, a la sazón Ministro de Hacienda, quien, poco antes, nombrara al sobresaliente discípulo secretario suyo.
Por esas fechas el jóven Ibarguren fundó, con algunos amigos, una revista literaria: Juventud, al paso que incursionaba en el periodismo, mediante uno que otro "suelto" en las columnas del diario El País, cuyo director era su primo Pancho Uriburu. A comienzos de esta centuria estrenóse como catedrático de historia en el Colegio Nacional Norte; y, desde 1902, fué profesor de "romano" en la Facultad de Derecho. Seis años más tarde dictaba el curso de historia argentina en la Facultad de Filosofía y Letras, y, por breve tiempo, profesó en la Universidad de La Plata.
En la Facultad de Derecho porteña alcanzó el Vicedecanato; y al retirarse en 1922 voluntariamente de la carrera docente, otorgáronle el título de profesor honorario de las casas de estudio donde enseñara por casi un cuarto de siglo; a una de las cuales, además, representó en el Consejo Superior de la Universidad. Fruto de sus estudios y lecciones sobre la época de Roma son los libros Las obligaciones y el contrato en el derecho romano y argentino, Una proscripción bajo la dictadura de Syla e Historias del tiempo clásico. Por otra parte, desde 1904 había desempeñado los cargos de Oficial Mayor y luego de Subsecretario de hacienda, en los respectivos ministerios de Escalante, José María Rosa y Enrique Berduc.
Después estuvo frente a la Subsecretaría de Agricultura, otra vez con Escalante y con Damián Torino, sucesor de aquel. En 1906 es nombrado Secretario de la Suprema Corte de Justicia (en reemplazo de su hermano Federico que había muerto), y llenó esa función hasta 1912, pasando a ocupar una vocalía en el Consejo Nacional de Educación, para de ahí ser llamado por el Presidente Roque Sáenz Peña a integrar su gobierno como Ministro de Justicia e Instrucción Pública. Renunció a la cartera el 6 de febrero de 1914, por desinteligencias con el Vicepresidente Plaza, en ejercicio del Poder Ejecutivo.
Su breve paso por el gobierno dejó como saldo (entre tan variadas iniciativas como la creación de la colonia de menores en Marcos Paz o las investigaciones arqueológicas que encomendó a Eric Bomán en los valles calchaquíes) un proyecto de ley orgánica de las sociedades de Socorros Mutuos, etapa previa del seguro obligatorio, que establecía eficaces medidas en pró de la asistencia y previsión sociales; proyecto que el Parlamento, una vez alejado el Ministro y fallecido el Presidente Sáenz Peña, se abstuvo de tratar.
En lo que hace a la trayectoria política de Carlos Ibarguren, diré que ella arranca casi desde la niñez, con sus simpatías hacia la Unión Cívica y a la revolución del 90, cuyas figuras más significativas eran Além y Del Valle. Mas cuando a raíz del cisma de dicho agrupamiento quedó definido el núcleo "radical", el entusiasmo del muchacho por Além se fué disipando, ante los conatos revolucionarios descabellados y las perennes detonaciones verbales del apocalíptico caudillo.
En aquellos tiempos se podía ser funcionario del "régimen" sin estar afiliado al oficialismo. Así, por ejemplo, Ibarguren prestó su adhesión decidida a José Evaristo Uriburu y a Guillermo Udaondo sin haber sido mitrista. Desvinculado del roquismo, propiamente dicho, fué hombre de Escalante en la administración de Roca. Los pellegrinistas tampoco lo contaron como suyo, a pesar de sus colaboraciones en El País y de su vinculación amistosa con Ezequiel Ramos Mexía, y entrañable con Paul Groussac. Formó parte del gobierno de Quintana que no representaba a ningún partido; y llegó a ser Ministro de Sáenz Peña, desprovisto de antecedentes saenzpeñistas. Alejado de la función pública, en 1914 integró, a título independiente, una lista de candidatos a diputados por la capital patrocinada por la "Unión Cívica" (en la que con él figuraban el general José F. Uriburu, Ernesto Bosch, Francisco Beazley, Juan Carlos Cruz y Luis Zuberbühler), sin que los sufragios obtenidos en las elecciones alcanzaran para conseguir la minoría.
A fines de ese mismo año, fué fundador del partido Demócrata Progresista, en cuya circunstancia, en su carácter de vicepresidente de la agrupación, redactó el programa y la carta orgánica de dicha naciente fuerza cívica. Más adelante, en la jornada que consagró Presidente de la República a Hipólito Yrigoyen en 1916, los electores demócratas progresistas de Santa Fé (8 votos) sufragaron en el colegio electoral, tras la renuncia de De la Torre, por la fórmula Alejandro Carbó y Carlos Ibarguren, para Primer Magistrado y Vice de la Nación.
Frente a la política interna de Yrigoyen permaneció Ibarguren en constante oposición al jefe de los radicales; en cambio, manifiesta fué su simpatía por el rumbo que el gobernante imprimió a la Argentina en el plano internacional, especialmente la firme y decorosa neutralidad con que supo mantener al país durante la primera guerra mundial.
En 1920, en las elecciones para diputados por la Capital Federal, el partido Demócrata Progresista presentó una lista integrada por notables personalidades, las cuales, debido a su propia relevancia intelectual y moral, no podían sinó sufrir la más democrática de las derrotas. He aquí la nómina completa de aquellos candidatos frustrados: Lisandro de la Torre, Carlos Ibarguren, Enrique Larreta, Ezequiel Ramos Mexía, Francisco Beazley, Juan José Díaz Arana, Francisco Uriburu, Rodolfo Moreno, José Luis Murature, general Tomás Vallé, Paulino Pico, Diego Saavedra, Octavio R. Amadeo, Carlos Quintana, Ricardo Bello y Enrique Loncán.
Entretanto, la gran hecatombe universal desatada el año 14, y sus trascendentales consecuencias políticas, económicas y sociales, ejercieron sobre la mentalidad de Carlos Ibarguren una decisiva influencia. Es a partir de entonces cuando en su ideología liberal individualista comienza a nacer un proceso de sinceramiento, de acuciante revisión, a tono con las tremendas realidades que se sucedían en el mundo. Su libro La literatura y la gran guerra, publicado en 1920, resulta, en cierto modo, el punto de partida de su "heterodoxia" demoliberal, ya que en sus páginas se encuentran latentes, a través de los testimonios literarios de una generación movilizada para el combate, sinó los fundamentos concretos de una filosofía político-social, los motivos emocionales que Ibarguren puso de relieve en su nacionalismo doctrinario posterior.
Paralelamente, en 1922, al explicar en sus clases de la Facultad de Filosofía y Letras, con un razonamiento estrictamente nacional y no ideológico, el cruento desarrollo de la dictadura de Rosas, el maestro, sin sospecharse precursor, inauguraba esa novísima corriente interpretativa del pasado argentino que hoy se denomina "revisionismo histórico". También ese año los demócratas progresistas proclamaron su nombre para candidato a la primera magistratura de la Nación, junto con el de Francisco Correa para vicepresidente; fórmula que en el colegio electoral apenas si logró los 10 votos de su minoría partidaria santafesina, contra los 235 electores radicales que consagraron Presidente a Marcelo T. de Alvear.
Al margen de la política, Ibarguren despliega durante esos años, hasta la revolución del 30, una intensísima acción cultural. En dicho lapso escribe sus libros: De nuestra tierra (1917), La literatura y la gran guerra (1920), Historias del tiempo clásico (1924), Manuelita Rosas (1925) y Juan Manuel de Rosas (agosto de 1930); colabora en diarios y revistas; pronuncia discursos y conferencias, tanto en Buenos Aires como en las provincias y en el extranjero; preside o integra comisiones, congresos e instituciones culturales; recorre el viejo mundo y gana el premio nacional de literatura. En el ejercicio de su profesión de abogado, tantas veces interrumpido a causa de las funciones públicas que le tocó ocupar, mi padre, desde su egreso de la Facultad, habíase asociado con su primo Alberto Tedín Uriburu. Fallecido este socio, y durante un largo ostracismo gubernativo que va de 1914 a 1930, Ibarguren abrió estudio con sus amigos Matías G. Sánchez Sorondo y Carlos A. Becú, para concluir trabajando sólo, hasta que el gobierno de la revolución encabezado por el general Uriburu lo destinó a Córdoba como Interventor Nacional. Anteriormente, de 1923 a 1930, había actuado en el cargo de asesor jurídico de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires; tal cual sería más tarde, hasta su muerte, abogado consultor del Banco de la Nación Argentina.
Producido el derrocamiento revolucionario del Presidente Yrigoyen, tanto el general Uriburu como su colaborador Ibarguren intentaron darle a aquella revolución un contenido social opuesto al de un motín faccioso que reemplaza en el gobierno a un partido electoralista por otro. Sostuvieron necesario el cambio definitivo de esa politiquería irresponsable, que gira alrededor de una partidocracia monopolizadora del sufragio universal, con sus fraudes y demagogias habituales, todo lo cual habría de reemplazarse por una democracia funcional, donde los distintos intereses colectivos actúan por medio de sus genuinos representantes dentro del Estado, evitando que los profesionales del comité acaparen el poder y se interpongan entre éste y las fuerzas vivas y trabajadoras del país. "En el Parlamento - expresó en forma oficial el Interventor en Córdoba - puede estar representada la opinión popular y acordarse también representación a los gremios y corporaciones que estén sólidamente estructuradas. La sociedad ha evolucionado profundamente del individualismo democrático que se inspira en el sufragio universal, a la estructuración colectiva, que responde a intereses generales más complejos y organizados en forma coherente dentro de los cuadros sociales".
Estas ideas renovadoras propusieron a la opinión pública, en 1930, el general Uriburu y Carlos Ibarguren; quien, por su parte, hasta el fin de sus días no dejó de abogar por aquella transformación institucional en muchos de sus trabajos, artículos y conferencias, y en su libro La inquietud de esta hora, publicado en 1934. Posteriormente, en 1948, en su obra La Reforma Constitucional - editada un año antes de que se sancionara la Constitución de 1949 - el autor proyectó una nueva estructura del Estado, la cual, entre otras modificaciones, da - sin excluir a los partidos políticos - representación directa en el Congreso a las fuerzas sindicadas del trabajo y de la producción (industrial, comercial y agraria), y a las entidades superiores de la cultura (Academias y Universidades nacionales); vale decir a los ahora llamados "factores de poder".
Luego de su breve actuación revolucionaria en Córdoba, Ibarguren no tuvo oportunidad de volver a ocupar un cargo político en el gobierno, ni durante los años del antiguo régimen, ni bajo el predominio justicialista de Perón. A lo largo de un cuarto de siglo (1930-1956) - además de los volúmenes antedichos y de su constante labor intelectual que quedó dispersa - publicó los siguientes libros: En la penumbra de la Historia Argentina (1932), Estampas de Argentinos (1935), Las sociedades literarias y la revolución argentina (1937), San Martín íntimo (1950) y La historia que he vivido (entregada a la imprenta en 1954 y que los editores dieron a publicidad en noviembre de 1955). Formó parte de muchas instituciones culturales del país y extranjeras. Fué presidente de la Academia Argentina de Letras, de la Comisión Nacional de Cultura, de la Comisión Argentina de Cooperación Intelectual, del Pen Club Argentino, del Instituto Popular de Conferencias y de la Universidad de Paris en Buenos Aires; fué Académico de Número de la Academia Nacional de la Historia, de la de Derecho y Ciencias Sociales y de la extinguida de Filosofía y Letras; y Miembro Correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua, de la Real Academia de Historia, y de la Española de Jurisprudencia; así como del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, del Instituto Histórico del Perú, de la Academia de la Historia del Ecuador, del Instituto Sanmartiniano de Colombia y del Instituto de Cultura Hispánica.
Y entre tantas entidades argentinas, perteneció al Instituto San Felipe y Santiago de Estudios Históricos de Salta. Había sido condecorado con la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, de España; era Comendador de la Orden de San Mauricio y San Lázaro, de Italia; Oficial de la Legión de Honor, de Francia; y Comendador de la Orden "Al Mérito" del Paraguay.
En 1902, el muchacho (como entonces se decía) era "un buen partido", y conquistó para compañera de su vida a María Eugenia Aguirre, nacida en Buenos Aires el 10 de junio de 1882, que aquí falleció el 24 de octubre de 1962 (hija de Manuel Juan José Aguirre y de Enriqueta Lynch Lawson). Tras dos años de noviazgo, Carlos y Maruja se casaron el 15 de junio de 1904. De cierto diario contemporáneo transcribo la crónica mundana de esa boda, que parcialmente refleja, con fidelidad lisonjera y optimista, una típica versión de la que podríamos llamar nuestra "belle epoque". "El enlace de la señorita María Eugenia Aguirre con el doctor Carlos Ibarguren ha sido un acontecimiento social por la selecta concurrencia que había atraído al templo de San Nicolás, por el brillo del cortejo nupcial, por el decorado de la gran nave, por las toilettes femeninas y por los detalles que caracterizan estas suntuosas fiestas. Las calles que circundan ese templo se vieron, mucho antes de la hora fijada para la ceremonia, invadidas por lujosos equipajes que llevaban una concurrencia ataviada de gran gala, siendo punto menos que imposible el acceso a la esquina de Artes y Corrientes. En el atrio del templo numerosos lacayos guardaban la entrada. Una alfombra roja tendida desde la acera cubría el atrio. El interior del templo producía un efecto deslumbrador. Desde el altar mayor, resplandeciente de luces, corría la iluminación por la ancha nave. Al centro, en los bancos, oprimiéndose sentadas o de pie, las damas esperaban con impaciencia la llegada de los novios. Estos entraron momentos después de las nueve; la novia vestía un riquísimo traje de raso con encajes muy valiosos. En el altar mayor, y en tanto la orquesta ejecutaba la marcha de Lohengrin, el obispo de La Plata monseñor Terrero, revestido de sus insignias episcopales, recibió a la pareja. Así que terminó la ceremonia, los novios descendieron entre una doble fila de invitados hasta el carruaje, que los condujo hasta la casa de los señores Aguirre, en la calle Cerrito, donde se efectuó una recepción íntima".
Horas antes, a las 8 de la noche, en el domicilio de la contrayente, habíase realizado el respectivo casamiento civil, en el que fueron testigos los hermanos del novio Federico y Antonino Ibarguren, solteros, de 36 y 34 años respectivamente; el abuelo de la novia Manuel Alejandro Aguirre, viudo de 84 años, y el tío materno de ella Julián Lynch, de 46 años, casado.
Murió en Buenos Aires el 3 de abril de 1956. Hablaron en su entierro Mariano de Vedia y Mitre por la Academia Argentina de Letras y la de Derecho y Ciencias Sociales; Ricardo Levene por la Academia Nacional de la Historia; Gustavo Martínez Zuviría por la Real Academia Española de la Lengua; Matías G. Sánchez Sorondo por sus amigos; Eduardo R. Elguera por la Sociedad Argentina de Derecho Romano; Arturo Capdevila por el Instituto Popular de Conferencias; y Ángel Aldecoa por la juventud universitaria argentina.
Evolución en el Pensamiento de Carlos Ibarguren
En el desarrollo del pensamiento de Ibarguren, es dable reconocer dos etapas sensiblemente diferenciadas: una, la de su juventud, que lo configura dentro del liberalismo tan característico de fines del Siglo XIX; la segunda, de hombre público y de reconocido prestigio, subyugado por ideas nuevas de las que se convierte en procurador y propagandista, a mediados de la década del veinte; es el nacimiento del llamado nacionalismo argentino.
La Argentina de fines del siglo pasado se nos presenta vigorosa y pujante, su clase dirigente tiene la mirada puesta en Europa, se tiende a consolidar los principios de Alberdi quien entendía que gobernar era poblar, cobra singulares características la presencia de Gran Bretaña en nuestra economía debido a las cuantiosas concesiones otorgadas para la realización de trascendentales obras públicas, como la de extensión de las líneas del FF.CC. de 2.318 kms a 5.964 kms, durante la administración del General Roca, la proliferación de realizaciones de envergadura para el progreso nacional efectuadas en base a empréstitos en el extranjero, el importante aporte inmigratorio, el impulso a la cultura argentina; todo ello va modelando una mentalidad de rasgos bien definidos que se encuentra claramente caracterizada en los hombres de la Generación del 80.
Buenos Aires deja de ser la gran aldea para convertirse en una urbe de importancia internacional, guardando similitud con París, en forma especial en sus edificaciones, en su refinamiento y cultura.
La mentalidad liberal era la gobernante y como bien la definió alguien, para las nuevas generaciones era considerada como un bien heredado de sus mayores. Ello ocurrió con Ibarguren quien nació en un hogar en cuyo seno conoció a figuras importantes de la época, liberales en su mayoría, como Sarmiento, de quien el padre de Carlos Ibarguren fue un entrañable amigo y ferviente correligionario, o Wilde, recordado por su talento, al mismo tiempo que por la abierta oposición anticlerical y laicista; todo ello produjo indudable influencia en el pensamiento del joven. Así lo recordará años más tarde refiriéndose al discurso que pronunció el día de su graduación como abogado: "mi discurso -afirmó- expresión de los ideales juveniles en la víspera de terminar el Siglo XIX, sostuvo la necesidad de que nuestra generación, en vez de dedicarse al campo ofuscador de la política -como lo habían hecho los anteriores- debía consagrarse al estudio de las ciencias sociales, porque la organización económica y social argentina era tan deficiente como primitiva", más adelante agrega: " teníamos absoluta fe en la ciencia, en la sociología que surgió entonces, en el progreso indefinido que se alcanzaría por los adelantos técnicos que harían felices a los pueblos".
Todo ese cuadro de progreso trajo como consecuencia la conformación de una mentalidad materialista y una visión sensual de la vida, produciéndose una aguda crisis de orden moral que tuvo principal incidencia en el terreno político.
Cabe destacarse que durante el tiempo en que Ibarguren profesó su liberalismo accedió a la función pública o a la cátedra, no por recomendaciones ni influencias comiteriles sino en mérito a sus cualidades de gran señor y a la brillante formación intelectual. Sus mismas candidaturas a diputado nacional y a presidente de la Nación, surgieron por considerársele una figura independiente con respecto a las fuerzas políticas en pugna en esa época, a tal punto que su proclamación para dichos cargos se hizo aunque éste no se encontraba afiliado a las agrupaciones políticas que lo promocionaban.
Uno de los testimonios más elocuentes de su concepción de vida y de política durante su liberalismo es el discurso dirigido a los egresados de la Facultad de Derecho de la UNBA el 12 de agosto de 1912: "Vivimos en lo inestable. El embrión no ha perfilado aún sus rasgos definitivos y, como los médanos de las pampas, sus líneas móviles y livianas acusan la adventicia formación. Lo improvisado reemplaza aquí a lo inconcluso y tal es la fuerza cambiante de este gran país en germen que lo observa Groussac, con verdad no es solamente una Argentina distinta, sino un argentino nuevo que elabora cada generación". Refiriéndose a nuestra mentalidad, expresaba: "Es superficial y ligera" agregando luego que "carecemos de personalidad", "somos imitadores y disimulamos, también bajo ese aspecto, con apariencias" y formula una apreciación importante acerca del sistema educativo de su época que hasta hoy perdura "nuestro sistema educativo contribuye a la repetición fácil y a la súbita erudición" aseverando que: "pensar no es exponer lo que otros dicen, ni educar es transmitir lo que se ha leído". En los tramos finales de su mensaje afirma "el problema de la instrucción pública es el de la "inteligencia argentina", "... y no se resolverá con leyes y decretos sino enseñando y propendiendo con el ejemplo a que los jóvenes observen, mediten y obren por sí mismos. Entonces brotará copiosa la savia enchida de fecundidad". Tiempo después empiezan sus trabajos de investigación y de docencia que formarán luego parte de los principios sustentados por el nacionalismo, refiriéndose al imperioso cambio que debía realizarse en nuestra Patria. Ibarguren expresaba: "Ahora es necesario organizar la nación para que en lugar del individualismo, que lleva consigo el germen de la anarquía, se imponga el concepto social y solidario de nación homogénea y en vez de la exaltación romántica de una absoluta libertad personal (asevera más adelante) predomine un patrimonio espiritualista en el que el individuo debe su acción y hasta su sacrificio a la Patria que está representada por la Nación".
Frente al estado de anarquía reinante en la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen, en cuya administración primaron, en muchos casos los intereses del comité o en otros, las desmedidas ambiciones materialistas de ineptos colaboradores, cobran vigencia las palabras del esclarecido Leopoldo Lugones, cuando dice: "Toda libertad contraria al bien de la Nación, deja de ser tal, para convertirse en delito", frente a esa desjerarquización de los estamentos del poder y a la carencia de respuestas concretas de parte del Parlamento, surge un movimiento que plantea en forma abierta la crisis del sistema sufragista y liberal. En efecto, el nacionalismo, nace desde los albores de la argentinidad pero cobra unidad doctrinaria allá por los años 1927, con el grupo integrado por Ibarguren, Robert Leferrere, los hermanos Irazusta, Juan Carulla, Ernesto Palacio, algunos de los cuales iniciados a la política como redactores del famoso diario antirigoyenista "La Fronda", dirigido por el célebre Francisco Pancho Uriburu, formando la Liga Republicana, brazo aliado de la administración de uno de sus simpatizantes, el Teniente General Don José Félix Uriburu.
En su libro "La Inquietud de esta Hora", Ibarguren luego de considerar la crítica situación mundial y nacional como fruto de las anteriores gestiones gubernamentales populistas, plantea la necesidad de dar vigencia al nacionalismo católico: "Es esta la hora (decía) del nacionalismo espiritualista que está fundando nuevas instituciones político-sociales y que se opone a la expansión de la corriente materialista del marxismo internacional". En otro pasaje expresa: "La Nación para el nacionalismo debe formar un cuerpo fuerte, unido, disciplinado en jerarquías, aparece en el sistema demo liberal como un conglomerado de intereses antagónicos, que luchan por predominar dentro de la débil armazón de un estado conducido por banderías políticas que no interpretan realmente, ni representan a los verdaderos valores sociales". Para Ibarguren el nacionalismo es también "un concepto" sentimental y místico que impregnado de la trama moral e histórica de una nación debe tender enérgicamente a elevarla y engrandecerla".
En esta pincelada fugaz, he tratado de aprisionar toda la fuerza espiritual que proyecta el pensamiento y la acción de Carlos Ibarguren, un salteño que supo de honor e hidalguía y que quiso subordinar los principios de su conducta a dos ideales supremos. Dios y la Patria, concibiendo a esta última como una unidad de destino en lo universal, una empresa en la que participan todos los miembros de una determinada comunidad nacional con un espíritu solidario en donde predominan sólo los intereses de esta. Estoy firmemente convencido de que se torna imperiosa cada vez más la necesidad de restaurar en el alma argentina los imponderables aportes de espíritus tan puros y tan patriotas como el de Ibarguren, ya que el patriotismo moral y la capacidad de los hombres de bien, son baluartes inexpugnables ante las asechanzas del enemigo traidor y asesino que se encarama hoy en la subversión apátrida, en el marxismo ateo, en la pretendida división de la familia, en la desjerarquización de los valores imperecederos, en la desnaturalización de la misión educativa y en la negación de Dios.