Autor: Omer Freixa*
Afroargentinos vendiendo
empanadas
Para
cualquier persona con un nivel no muy alto de cultura general evocar literatura
argentina puede remitirlo a mencionar grandes figuras como Jorge Luis
Borges, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Alfonsina Storni o María
Elena Walsh, entre otras. Sin embargo, existe una significativa producción
poética, elaborada por afroargentinos a finales del siglo XIX y comienzos del
XX, que ha sido excluida del canon literario argentino. No se la enseña en
ningún establecimiento educativo y son creaciones totalmente desconocidas para
el público argentino promedio.
Que dicha
literatura pase desapercibida no es un dato menor. En un país que se
enorgullece de una blanquedad incuestionable, los negros han sido borrados del
relato histórico y del imaginario. Se insiste que no hay y que si los hubo, los
afroargentinos se han extinguido por varias causas: guerras, enfermedades,
condiciones de vida difíciles y más, como si se tratara de animales. La
élite argentina, la denominada “Generación del 80”, construyó un mito de nación
blanca, en consonancia con los valores de la modernidad de fines del siglo XIX
que demandaba blancura. Pero, pese a todo esto, el momento en el que se
supone a la comunidad afro desaparecida fue, sin embargo, la época en que su
producción cultural y activismo mostraron mayor intensidad, entre actividades
como la prensa, la literatura y la música. Actualmente se estima que los
afrodescendientes en Argentina son 2 millones, si bien el último censo nacional
en 2010 registró unos 150.000 (reconocidos a sí mismos como tales). Los
afroargentinos muestran señales de vida tanto hoy como en el pasado. Un repaso
por la literatura, a continuación, atestigua su impronta en tiempos pretéritos.
Orgullosos
de su estirpe
Existe
muy poco interés por la literatura negra de la Argentina debido a los
condicionantes indicados arriba, pero también porque no hay obras académicas
que traten el tema. Esto último se explica porque gran parte del material
publicado por afroargentinos se encuentra en sus periódicos de finales del XIX
y principios del XX.
No
obstante, se advierte que, si bien los afroargentinos escribieron bajo los
cánones de la sociedad dominante y en calidad de minoría, se dio el primer
intento de crear un sujeto negro, una nueva identidad, además de la
denuncia de la situación desventajosa en que vivían los afroargentinos y sus
padecimientos.
Lo
anterior se desprende de la obra de unos de los románticos desconocidos, el
afroargentino Mateo Elejalde, de quien no se sabe ni la fecha de
nacimiento (algunos suponen 1862) ni la de muerte, y cuya obra fue publicada,
como la mayoría de los casos, en un periódico negro, La Broma, entre
febrero de 1881 y diciembre de 1882.
Si bien
la mitad de sus poemas son de amor, como “A ella”, “Suspiros” y “Ausente”,
Elejalde tiene uno de los primeros publicados, “Redención” (1881), en donde
centra la atención en el modo de superar los padecimientos de los de su
estirpe. En sus dos primeras estrofas el poeta escribió:
“Ya sonó la hora anunciada
en que una raza oprimida
empieza a entrar en la vida
de sublime redención.
Por fin… la pálida noche
que nuestro cielo cubría,
nos anuncia un bello día,
de dulce resurrección.
Sí, levantemos la frente,
recibamos sus fulgores.
Y en sus cambiantes colores,
inspirémonos también.
Que templen nuestras ideas,
los rayos que el sol envía.
Y alienten el alma fría
los destellos de su sien.”
La
“pálida noche” puede connotar la idea de una Argentina blanca que puso en jaque
la identidad negra. El poema es una expresión de deseo, de necesidad de pelear
y resistir para conseguir el progreso tan anhelado. El llamado a la resistencia
coincidió con la llegada de una década en que la “Generación del 80” exaltaba a
toda voz que el afroargentino había desaparecido. Entonces, “Redención”
funciona como una exaltación en contra del racismo de época.
Horacio
Mendizábal murió muy joven (1847-1871), durante la famosa epidemia de
fiebre amarilla, uno de entre los clásicos tópicos que explicarían la presunta
desaparición del negro en el país. El poeta falleció dando el ejemplo, ayudaba
a otros durante dicho episodio. A propósito, la solidaridad es un valor que
exalta su poesía, esta última entendida como un arma para la reforma social.
Uno de los dos
volúmenes de poesía publicados por Mendizábal, Primeros Versos (1865),
contiene un bello poema intitulado “La libertad”. En una de sus estrofas, el
poeta escribió:
Esa
que pisa con su noble planta
al
déspota, levanta al oprimido.
Esa
por quien se vierte sangra tanta
se
llama Libertad. ¡Nombre querido!
El autor
coincide con Elejalde, ambos en posición de “parias” en la sociedad de entonces,
en el reclamo por la situación de los compatriotas afroargentinos. De todos
modos, este poema amplía el arco de personas incluidas, puesto que el grito de
libertad se dirige a toda persona esclavizada y colonizada, sin importar el
color de su piel o procedencia social. Además, Mendizábal rindió homenaje a uno
de los oficiales negros, personajes rotundamente invisibilizados por la
historiografía oficial y cuyo aporte a la patria fue olvidado, como en general
ocurrió con todos los afrodescendientes que combatieron. Se trata del coronel
José María Morales (1818-1894), en el poema “Conmemoración de la batalla de
Cepeda”, escrito cinco años tras ésta, en 1864.
Un
lustro hoy há, señor, que valeroso
el
abrazo fuerte de feliz guerrero,
pujante
y altanero,
en
el combate rudo, pavoroso,
golpe
fatal, horrendo descargaba
a su
rival, que el lauro disputaba.
Anhelando sueños
de reforma social, Mendizábal reflexiona sobre la condición de los de su clase
y propone un panorama armónico, una versión romántica de un mundo idealizado,
en el cual los negros no son excluidos. Así se lee:
Allí,
el negro que nace
sobre
las playas de quemante arena,
sin
que férrea cadena
de
traficante vil, ruda amenace,
goza
plácida dicha
goza,
cual todos, sin haber desdicha!
La estrofa anterior
compone la visión ideal de un mundo muy distinto al que debió padecer el autor.
En relación al racismo, Mendizábal comenzó su otra colección de poemas, Horas
de meditación (1869), en la introducción con una crítica áspera al mismo y
a la invisibilidad a la que fueron sometidos los afroargentinos como él. Con la
rabia que acompaña su prosa, alecciona a otros para que sigan su ejemplo:
“Poetas, vosotros que buscáis la libertad, que rendís culto á la justicia,
defended á esa raza desgraciada y sereis bendecidos.”. En los inicios de la
obra, Mendizábal desarrolla el poema “Mi canto” en que expone con zozobra su
pesar por ser negro a partir de la discriminación y el maltrato que recibían
los de su raza. Se reproducen dos estrofas:
En
medio de mi pueblo estoi aislado
Porque
donde mi cuna se meció,
con
ímpetu arrojada de su lado
una
raza de parias ha quedado
i a
aquesa raza pertenezco yo. […]
I en
escuela, en la calle, donde quiera
i
aún en el templo do se adora a Dios,
son
nuestras hijas la irrisión primera.
I a
nuestras madres el sarcarmo espera
i el
insulto i las burlas a las dos!
También
Mendizábal fue más allá de la problemática local. En dos poemas avanzó sobre la
temática de la conciencia negra en América. Uno es “Plácido”, de carácter
biográfico y escrito en homenaje al poeta afrocubano Gabriel de la Concepción
Valdés (1804-1844), líder de la conspiración de la Escalera, una de las grandes
revueltas de esclavos en Cuba en donde Valdés encontró la muerte tras ser
reprimido el movimiento. El otro es “Lincoln”, alabando la figura histórica de
Abraham Lincoln, considerado el garante de la liberación de los esclavos
norteamericanos. De este último, el poeta argentino sentenció:
¿Quién
el grande demócrata valiente
que
del esclavo quebrantó los grillos,
y al
trozar para siempre sus anillos
dobló
angustiado la inspirada frente?
¡Lincoln!
¡Lincoln! él fue quien poderoso
del
polvo alzara una afligida raza,
sintiendo
en premio traspasado el pecho.
El único autor
afroargentino que mostró cierta sensibilidad por la cuestión racial fue Casildo
G. Thompson (1856-1928). Con poco más de veinte años, en 1877 publicó
partes de “Canto al África” en La Juventud, un poema que trata sobre
la crueldad del tráfico de esclavos y una reivindicación de los valores
africanos, lo que más tarde desembocaría en el movimiento que se conoce como
negritud. La composición funcionó, asimismo, como una rotunda condena al
colonialismo y al racismo. De todos los poemas elaborados por negros es el que
más abiertamente critica al último. Asimismo, al igual que Mendizábal y
Elejalde, Thompson en este poema denotó la situación de marginalidad de los
afroargentinos, descendientes de los transplantados involuntariamente desde
África.
En “Canto al
África” Thompson efectuó una alabanza idílica de África e invirtió los clásicos
y eurocéntricos roles: al blanco le tocó el papel de salvaje y al africano el
de noble, resaltando el autor el orgullo por su raza. En un pasaje se aprecia:
Por
duelo o por fortuna
de una
raza que es mártir por su historia,
raza
digna de gloria.
Porque
es noble i altiva
como
el león que entre la selva mora.
I
que en acerba hora
arrastróla
al abismo de la infamia,
Ah!
sin temblar la fratricida mano
de
un bárbaro Caín, cruel inhumano. […]
Ah!
maldito, maldito por mil veces
seas
blanco sin fé, tu cruel memoria.
Sea
eterno baldón para tu historia.
que
deshonre a los hijos de tus hijos.
I
lleven en la frente
la
mancha de la infamia que tú hicieras.
Cual
lleva el hombre negro eternamente
las
heridas del alma que le abrieras.
Maldito
seas, sí, que hasta te arroje
de
su seno la tierra,
porque
fuiste su aborto.
Signo
de cruda i fraticida guerra.
Colofón
Los tres poetas
referidos aquí dieron cuenta, no siempre de la misma forma, de la problemática
afroargentina durante el siglo XIX, del modo en que la sociedad los marginó
históricamente. No sería oportuno finalizar sin antes mencionar a los
escritores afroargentinos en tanto payadores. De una generación posterior, los
más célebres (pero en líneas generales muy poco recordados) fueron Gabino
Ezeiza (1858-1916), Luis García Morel (1875-1961) e Higinio
Cazón (1866-1914). Integrados en el canon literario del criollismo,
este último dedicado a identificar y definir lo que se consideraba argentino en
una época auspiciosa y de consolidación nacional, los tres también respetaron
el modelo europeizado dominante. No obstante, intentaron dejar trazos de la
identidad afroargentina, a excepción de García Morel. Por ejemplo, Cazón rindió
tributo a los negros que lucharon por la patria en “Recuerdos históricos:
Tucumán y Salta” y Ezeiza (quizá el más conocido de todos los nombrados en la
presente), autor de una obra poética prolífica y temáticamente diversificada,
también se preocupó por la identidad de “otro” conferida al afroargentino pese
a que reiteradas veces se le achaca que perdió su imagen de negro por
sumergirse en el criollismo. No obstante, en una parte de “Yo soy”, con la que
concluye este artículo, Gabino reflexionó sobre el importante papel de los
afroargentinos:
Soy
de la raza de Falucho[1]
que
sin herencia se queda
engranaje
de una rueda
que
arrastró un carro triunfal;
viejo
escudo que ha salvado
la
vida a quien lo llevaba
y
con desdén lo arrojaba
cuando
le llegó a estorbar.
*
Historiador africanista argentino. Profesor de estudios de Asia y África en la
Universidad de Buenos Aires y de historia americana y argentina en el Consejo
Superior de Educación Católica. Especialista en estudios afroamericanos y
docente en posgrado de la Universidad Tres de Febrero. Colaborador free lance
en diversos medios gráficos y digitales. Twitter: @OmerFreixa
[1] Falucho, un apodo despectivo,
se dice del mítico soldado afroargentino que acompañó a las huestes del General
San Martín en el Ejército de los Andes y dio su vida en Perú al servicio de la
causa. Si en realidad existió, su nombre fue Antonio Ruiz. Se discute si ha
sido una invención de la historiografía oficial, una creación ficticia del
historiador y ex presidente argentino Bartolomé Mitre (1862-1868), o si
realmente fue una persona de carne y hueso.
Fuente: Afribuku cultura
africana contemporánea (19/10/2015)