A
10 años de la desaparición física de la reconocida escritora argentina María
Esther de Miguel, oriunda de Larroque en la provincia de Entre Ríos.
Reseña
periodística de Análisis Digital: “… La casa donde vivía se denomina \"La
tera\" y cuenta con una amplia biblioteca, en buena parte donada por la
escritora entrerriana. María Esther de Miguel había trabajado arduamente en la
docencia y en el periodismo. Ganó el Premio Emecé de novela en 1961 por
\"La hora undécima"; el Premio Fondo Nacional de la Artes y Municipal en 1965
por \"Los que comimos a Solís\"; el Primer Premio Municipal y el
Premio de Cultura de la
Provincia de Entre Ríos en 1980 por \"Espejos y
Daguerrotipos\"; el Premio Feria del Libro en 1994, el Premio Silvina
Bullrich en 1995, el Premio Nacional del Literatura en 1997 por \"La
amante del Restaurador\", y el Premio Planeta 1996 por \"El general,
el pintor y la dama\". Recibió también la Palma de Plata del Pen Club, el Konex de Platino
para cuento y el Premio Dupuytrén. Fue directora del fondo Nacional de las
Artes. Había dicho alguna vez: \"¿Qué decir de mí? Que fue en un pueblo
pequeño y polvoriento de Entre Ríos -Larroque- donde, apenas comenzado el
segundo cuarto de este siglo, nací un día de Todos los Santos \"para
servir a usted\", como me enseñaron a decir; que dos ríos distintos
poblaron mi sangre: una vertiente se remontaba a Soria, en Castilla la Vieja; la otra se perdía en
los campos de Betsarabia; que desde pequeña supe que mi destino era ser
\"cuentera\", como me decía mi mamá, para compartir el mundo con los
demás, y por eso escribí novelas y escribí cuentos entre los que están La hora
undécima, Puebloamérica, Calamares en su tinta, Los que comimos a Solís, Jaque
a Paysandú, La Amante
del Restaurador, Las batallas secretas de Belgrano, El general, el pintor y la
dama, En el otro lado del tablero; que algunos premios y muchísimos lectores me
dan ánimos para seguir, mientras las velas ardan.\" Un extenso reportaje
Entre 1998 y 1999 llegó a ser la escritora argentina más leída del país. El
diario Clarín, entre otros medios, le hizo una extensa nota, en 1999, que aquí
reproducimos, como homenaje a su reconocida tarea. La mañana es cálida,
prototipo de este verano porteño: sol rajante que en dos horas puede
convertirse en cielo gris, diluvio y estampida. A las once en punto, los ojos
más azules que pudo haber soñado el mar abren la puerta de un segundo piso en
Coronel Díaz al dos mil y pico. Primer dato: María Esther De Miguel -treinta y
ocho años de trayectoria en la literatura, ex directora del Fondo Nacional de
las Artes, miembro del consejo de la Fundación El Libro y best- séller indiscutido del
mercado editorial argentino- prefiere que la entrevisten en su casa, al amparo
de una biblioteca en la que libros de historia devoradores de anaqueles dejan
poco espacio para otros temas. La sonrisa blanquísima se queda poco tiempo en
el umbral. \"Pasá y sentáte nomás\", dice la mujercita y señala unos
sillones ubicados frente a un ventanal que garantizaría al ambiente la
bendición inmobiliaria de \"muy luminoso\". A continuación dispara
una serie de preguntas que por dos minutos cambian los roles: \"¿Sos
casada? ¿Tenés hijos? ¿Pareja?\". Dos \"no\" y un \"no
pero...\" recomponen el tablero del reportaje y aportan un segundo dato:
María Esther De Miguel es una curiosa incorregible. Hija de una familia atea,
para desesperación de sus padres (un inmigrante español con un tío obispo en
los anales y una madre de origen judío), a los 17 años era la versión
entrerriana de Winona Ryder en el filme Mi madre es una sirena, apilando libros
de vidas de santos sobre su mesa de luz. Cuando la pila de santorales llegó al
techo, María Esther se dijo: \"Si Dios existe hay que ver dónde
está\", e ingresó a la congregación de los Paulinos. La búsqueda tragó
diez años e incluyó clases en Filosofía y Letras, trabajo social como maestra
rural, colaboraciones periodísticas y una beca en Italia para seguir estudiando
literatura. El regreso fue borrón y cuenta nueva. Dejó el instituto religioso y
se enroló en la literatura. Su primer libro, La hora undécima, vino con un
premio bajo el brazo (Emecé, 1961). Se casó, se afianzó como colaboradora del
diario La Nación,
publicó otros libros y con Jaque a Paisandú, una novela de 1983, De Miguel
ancló en una especie literaria de autonomía discutida y ventas suculentas: la
\"novela histórica\". En 1996 ganó el Premio Planeta por El general,
el pintor y la dama, donde \"el general\" no es otro que el vencedor
de Caseros, Justo José de Urquiza, y un año después, el Premio Nacional de Novela
1992-1995 por La amante del Restaurador, un libro de 1993 que hace pie en la
siempre urticante figura de Juan Manuel de Rosas. Hoy María Esther De Miguel
vive de la literatura. Es la escritora argentina más leída con un promedio de
50.000 ejemplares por título en los últimos seis años. Escribe sin horario y
con computadora. Lee con voracidad, \"empezando por el diario, que es
sagrado\". Prefiere el verano y el sol a cualquier otro estado del alma y
se queja coquetamente porque la fotografían ahora \"y no cuando tenía 20
años\". Descree de lo que otros llaman fama y que para ella es sólo poder
sentirse una \"escritora profesional\" y habla con entusiasmo de
quinceañera de su última novela: Un dandy en la corte del rey Alfonso. Editado
por Planeta a mediados de diciembre, el libro, que ya vendió 20.000 ejemplares,
es un tour de lujo por distintos escenarios europeos tras los pasos de Fabián
Gómez y Anchorena, un aristócrata porteño nacido en 1850, que se codeó con la
nobleza y fue amigo personal del rey español Alfonso XII. -En un contexto como
el argentino, donde la farándula tiene tanto peso, ¿escribir sobre un dandy
tiene algún atisbo de lectura de época? -Bueno, tal vez sí. Las ideas y las
asociaciones no son neutras ni aparecen porque sí. Basta ver las playas: Punta
del Este, Pinamar... están llenas de dandies. Faroleros, bah. La figura forma
parte de nuestro imaginario colectivo, eso es claro. Hablo del dandy como
sinónimo del playboy: un hombre mundano, frívolo, al que le gustan la moda, la
figuración y la vida social. Los nombres que se les da cambian con el tiempo,
pero la figura sigue existiendo y para algunos es un modelo atractivo o
interesante, un modelo a imitar. -¿Qué lo hizo atractivo para usted? -La idea
tiene muchos años, en realidad. Yo conocía la leyenda de Fabián Gómez y
Anchorena, un \"niño de oro\" de la sociedad porteña del siglo
pasado, por comentarios de algunos amigos. Su padre era un Gómez de mucho
prestigio, que venía de una familia tradicional de Santiago del Estero. Los
Gómez habían tenido incluso, un título nobiliario -condes del Castaño- que fue
eliminado por la Asamblea
de 1813 y que, hacia fines del siglo XIX, Fabián recuperó gracias a su amistad
con Alfonso XII. Por el lado materno, además, era un Anchorena. Tanto apellido,
sumado a su fama de señorón derrochador y espléndido, y a una vejez de olvido y
de miseria, hicieron de él un personaje de culto para ciertos sectores. A mí me
intrigaba que más allá de la leyenda nadie hubiera explicado los porqués de su
vida: por qué dejó Buenos Aires y se fue a vivir a Europa, el origen de su
relación con la nobleza española y por qué murió sin ruido un hombre famoso por
sus fiestas y su enorme fortuna. Así que me propuse rastrear datos concretos,
buscar sus razones... -¿Las encontró? -Creo que sí. Siendo muy joven, tenía
sólo 19 años, Fabián se enamoró de Josefina Gavotti, una prima donna italiana
que vino para actuar en el Teatro Colón en 1869. La mujer lo doblaba en edad y
para colmo era artista. Por supuesto, su familia se opuso a la relación. Pero
se casaron a escondidas y se fugaron a Florencia. Fabián compró un palazzo y
vivieron como príncipes por un tiempo. La relación no anduvo, sin embargo.
Cuando la cosa no daba para más, llovió un dato del cielo: resulta que la
señora era casada antes de conocer al mocito y por lo tanto, su matrimonio con
Anchorena era nulo. Con la anulación matrimonial en marcha y la Gavotti al margen, Fabián
partió a París, donde se codeó con la alta sociedad y conoció a la reina Isabel
II y a los demás miembros de la corte española en el exilio, que esperaban la
caída de Amadeo de Saboya y su mujer, intrusos en el trono de España. Con el
tiempo, Fabián se hizo amigo íntimo de Alfonso, el príncipe de Asturias, y
cuando llegó la
Restauración, en 1874, partió a Madrid con su amigo
convertido ya en el rey Alfonso XII. -¿Piensa que un escritor puede abordar
ciertos hechos mejor que un historiador? -Para mí los historiadores son
imprescindibles. Pero no son los dueños absolutos de la historia, y aunque por
suerte ya no tienen el empaque tan rígido de otras épocas, creo que los
escritores nos sentimos más libres para ir más allá de los documentos. Los
españoles, por ejemplo, dicen que \"las guerras se hacen con plata, con
hombres y con coplas\". Yo incluí varias coplas en este libro porque creo
que pintan como nada el sentir popular de una época y sus preocupaciones. Eso
las hace valiosas para mí para contar esta historia. En ese sentido, me parece
que, historiador o no, todo el que se pone a investigar y lo hace con seriedad
aporta lo suyo. Ya José Luis Romero decía que la objetividad absoluta no
existe. -¿Y la \"novela histórica\"? ¿Existe como especie con
características propias? -Yo, en rea La escritora falleció a los 74 años.
lidad, no creo en los rótulos. No sé qué es la novela histórica. Como tampoco
creo que exista eso que algunos llaman \"literatura femenina\",
estableciendo diferencias entre escritores y escritoras. Simplemente escribo
sobre lo que me interesa en un momento determinado. A veces son temas históricos,
otras no. Sin embargo, creo que si se pretende contar un hecho histórico hay
límites para la ficción. Fabián Gómez y Anchorena existió. Yo lo tomé y le
agregué algo. Poco, en realidad, porque no se puede torcer la vida de un hombre
cuando se pretende contarla. Es diferente cuando la historia guarda silencio
absoluto, como me pasó con el personaje de Nicanor en El general, el pintor y
la dama: nunca nadie supo qué había sido de él y entonces yo tuve más espacio
para la invención. En el caso de Las batallas secretas de Belgrano, en cambio,
recosté absolutamente la ficción sobre la historia y escribí los diálogos de
Belgrano basándome en sus cartas. -¿Qué cree que busca la gente cuando compra
sus libros: chismes o conocer mejor la historia? -Pienso que las razones van
más allá del chisme a secas, aunque los argentinos, para qué negarlo, somos
chismosos. Si el libro está hecho con rigor da algo más. La gente aprende,
conoce más de su historia y de ella misma. En la Argentina, casi todos
somos hijos o nietos de inmigrantes y compartimos la necesidad de saber quiénes
somos y de dónde venimos. La literatura ayuda en esa búsqueda. Elena Garro, la
estupenda narradora mexicana muerta en agosto del año pasado que fue mujer de
Octavio Paz, contó alguna vez que la criada que la llevaba a la escuela le
decía cuando cruzaban la plaza: \"Mire señorita, mire los malvones\",
y le señalaba los ahorcados de la noche anterior, colgados allí todavía. Los
mexicanos vivieron veinte años de revolución, cómo no van a tener una literatura
poderosa! Bueno, nosotros también tuvimos lo nuestro. Tuvimos a Facundo y a
Rosas y a Pedernera y la muerte de Urquiza... ¿Por qué no nos contaron todo eso
con la pasión de la vida? -¿Por qué? -Porque durante mucho tiempo la historia
fue sólo un conjunto de números. Si el ejército de Belgrano tenía 3000
soldados, había que saber que el realista había tenido 7000. Y la historia era
poco más que eso. Mientras escribía Las batallas secretas de Belgrano me enteré
de un episodio de la batalla de Tucumán. Fue un enfrentamiento tremendo,
plagado de versiones contradictorias. \"General -le decían primero a
Belgrano- hemos ganado, están huyendo detrás del río\". Al ratito se
acercaba otro oficial con la noticia opuesta: \"General, son ellos los que
ganan\". Cuando todo parecía terminado y Belgrano estaba por ordenar la
retirada, llegó un changuito que venía en burro desde los cerros, huyendo de
las balas, y le dijo: \"General, no se vaya. Usted ganó, los realistas
huyeron\". La anécdota me la contó un médico de familia tucumana: el
changuito había sido su bisabuelo. Muchos me dijeron que no era real, que sólo
se trataba de una leyenda. Pero yo la incluí pensando: \"¿Por qué no puede
haber sido así?\". Finalmente, la historia oficial se completa con el
testimonio de los anónimos y con los aportes de la memoria colectiva. Eso le da
color y sabor. Eso es lo que la hace no sólo historia sino \"historia de
alguien\", historia de un pueblo. -¿El hecho de ser provinciana juega
algún papel en su forma de entender y de contar la historia? -Y, sí. No es un
dato menor. Lo digo no sólo por mis libros sino por lo que veo en otros
autores, como Eduardo Belgrano Rawson, que es puntano, o en los primeros textos
de Héctor Tizón, un jujeño que también escribió sobre temas históricos. En el
interior la vivencia del tiempo es distinta y la historia es algo vivo, que se
reencuentra en las charlas cotidianas. Alrededor del fogón, con esos asaditos
perversos -que después te revientan el hígado- o con el mate en la mano -que te
lo termina de reventar- nos pasamos horas y horas hablando de estas cosas.
\"Mire que aquella dicen que supo tener hijos del general Urquiza. Ahora
están los nietos\", dice alguien. El dato se sigue, se investiga... y ya
nació un libro. -¿Así nomás? ¿No le exige otra cosa a un personaje para merecer
un libro? -Bueno, yo soy bastante haragana, así que si la historia me da un
buen personaje lo tomo. Pero supongo que lo que me decide a escribir sobre una
figura en particular se parece un poco al amor: tengo que verle \"algo\".
Fabián Gómez y Anchorena, por ejemplo, era un hombre bueno. En un tiempo en el
que los nobles europeos no se destacaban por ayudar al pueblerío él llegó a
poner una oficina -en el siglo XIX!- para canalizar sus obras de beneficencia.
Era un hombre dispendioso, sí. Sus parámetros y sus principios eran los de un
señorón rioplatense, seductor y mandaparte, pero a la hora de dar no hacía
diferencias: tenía para todos. Otro personaje que me entusiasmó mucho en este
libro fue el de la reina Isabel II. -¿Por qué? -Porque me obligó a investigar
sobre una época que casi no conocía y aprendí mucho. Además, Isabel, es
apasionante: enamoradiza, vivaracha, \"sobradísima de carnes\" como
dicen allá, españolísima y además muy querida. Cuando llega la Restauración y
Alfonso XII vuelve como rey a España, lo aplauden en las calles de Madrid y, en
medio del entusiasmo popular, alguien grita: \"Mira, majo, acuérdate de
que cuando echamos a la puta de tu madre aplaudimos mucho más\". Los
españoles repiten esta anécdota sin hacerse cruces. Yo viajé a España para
investigar la vida madrileña de Fabián y me la traje en la valija. En ese
sentido son más francos con su historia que nosotros. Acá si se habla mal de
Perón o de Rosas siempre hay alguien que pone el grito en el cielo. -¿Lo dice
por experiencia? -Sí, en parte. Cuando escribí sobre Rosas en La amante del
Restaurador, algunos rosistas se indignaron. Otros me saludaron por mi
\"gran novela unitaria\". Pero yo no inventé lo que escribí, todo
está en la historia. Es importante asumir que cualquiera puede tener erratas
esenciales. Si se trata de un prócer -Belgrano, San Martín o quien fuera-, no
está mal valorarlo desde ahí, desde la hombría, pensando que si hizo lo que
hizo con sus debilidades también nosotros podemos cambiar algo. A mí no me
interesan las historias de alcoba, por sí solas. Pero me interesó sí, escribir,
por ejemplo, que Belgrano tuvo dos hijos porque eso fue real y lo tapamos por
mucho tiempo. -¿Qué le interesaba contar de Fabián? No tuvo una vida heroica,
vivió de dinero heredado, no conoció el esfuerzo... ¿No la enojaba un poco ese
\"niño bien\"? -Sí, pero después me conquistó. Yo traté de mostrar,
que ese hombre vanidoso y superficial también era capaz de replantear toda su
vida. Sólo así se explica que un hombre que lo tuvo todo terminara en 1918
enfermo, lejos de su familia, viviendo en la miseria absoluta. Yo creo que con
los años se dio cuenta de que era preso de la imagen que había construido. La
del dandy fastuoso que sólo para matarle el punto al príncipe de Orange
organiza una fiesta que deja a medio París boquiabierto. Una noche que termina
con Cora Pearl, una lorette famosa por sus curvas y su desenfado, vestida sólo
con un collar de perlas de ocho vueltas, saliendo de un pastel en forma de ostra
al mejor estilo El nacimiento de Venus de Boticelli. Cuando se vive así, se
entra en el engranaje de la fama y dejar todo requiere coraje, ¿o vos te creés
que a Mirtha Legrand o a Susana Giménez les sería sencillo decir basta? Bueno,
él lo hizo. Ya viejo, prefirió la pobreza de Santiago del Estero a Europa y la
ayuda económica que le ofrecían sus amigos. -¿Y usted cómo se lleva con la
fama? -Yo no me siento una persona famosa. Soy sí, una vieja escritora con
muchos años de esfuerzo detrás. Siempre tuve mi público de entrerrianos y de
mujeres. Ahora los lectores son más y me gusta, claro, porque me permite ser
escritora full-time. Pero la fama es como la gripe y yo siempre recuerdo el
dicho: \"Ya pasará, ya pasará: es una gripe y ya se va\". Además,
creo que hoy el éxito se debe en gran parte a que la televisión te hace primo
hermano de todo el mundo y te volvés una cara familiar que comparte la mesa y
la vida cotidiana. Por eso cuando me paran por la calle en vez de decir
\"María Esther, leí su libro\", muchos me dicen: \"La vi con
Mirtha\" y me piden un autógrafo por eso, no por mis novelas. -¿Le
molesta? -No, son las reglas de los 90 y de la sociedad mediática. En los 70 no
me pasaba. Y aunque cuando salgo con zapatillas y la cara lavada preferiría no
ser conocida, supongo que el día que no suceda voy a sentir una infinita
tristeza. -Abordar la historia argentina desde la ficción es muy tentador: ¿no
le asaltan cada tanto unas ganas locas de reescribir algún episodio? -Sí,
muchos... Pero supongo que me concentraría sólo en los que siento esenciales.
¿Qué hubiera pasado si a Quiroga no lo hubieran matado?, por ejemplo. ¿Y si la
batalla de Caseros no hubiera acabado con Rosas? ¿Si la revolución del 55 no
hubiera sido? Las preguntas son infinitas y el juego inagotable. Pero creo que
más interesante es pensar qué hubiera sido de la Argentina si hubieran
prendido ciertos buenos ejemplos en vez de tanto saqueo al Estado. El país
seguramente sería otro. -¿Ahora que falta tan poco para el siglo XXI, piensa
escribir sobre algún personaje del XX? ¿Yabrán, por ejemplo? -Yabrán, qué
historia ésa! Yo no lo conocí pero su familia es de Larroque, como la mía. Un
chico que se descarrió, qué hacerle. Un chico brillante, según dicen. Mis
sobrinos me insisten para que escriba sobre él. Pero no sé. Además, no está mal
pensar que ése es un trabajo para las nuevas generaciones. La antorcha hay que
pasarla alguna vez, ¿no? Eso es algo que tenemos que entender los viejos
escritores. -¿Para esos jóvenes, algún consejo? -Sólo dos cosas pero
esenciales: leer muchísimo, porque en literatura leer es parte del trabajo. Y
aprender a perseverar. Por eso cuando alguno de ellos me pregunta: \"María
Esther, escribí un cuento, ¿qué hago ahora?\". Yo contesto: \"Muy
bien, te felicito. Ahora escribí cien más…".
Falleció
el 27 de julio de 2003 en capital federal a los 77 años, luego de una penosa
enfermedad.