Texto completo: Homilía de la
misa de clausura de la JMJ:
“Jesucristo cuenta con ustedes,
la iglesia cuenta con ustedes, el papa cuenta con ustedes”
Más de tres millones de jóvenes participaron el domingo por la
mañana en la Santa Misa
de clausura de la XXVIII
Jornada Mundial de la Juventud de Río, recordando la palabra de Dios
que hoy nos indica: “Vayan”, “sin miedo”, “para servir”. El Papa Francisco
precisó que Jesús nos envía a todos. El Evangelio no es para algunos sino para
todos: “No es sólo para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más
acogedores. Es para todos. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier
ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más
lejano, más indiferente.” El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el
calor de su misericordia y de su amor. “Quisiera que este mandato de Cristo:
“Vayan”, resonara en ustedes jóvenes de la Iglesia en América Latina, comprometidos en la
misión continental promovida por los obispos. Brasil, América Latina, el mundo
tiene necesidad de Cristo”.
Homilía
del Papa
“Queridos
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, Queridos jóvenes:
«Vayan
y hagan discípulos a todos los pueblos». Con estas palabras, Jesús se dirige a
cada uno de ustedes diciendo: «Qué bueno ha sido participar en la Jornada Mundial de
la Juventud,
vivir la fe junto a jóvenes venidos de los cuatro ángulos de la tierra, pero
ahora tú debes ir y transmitir esta experiencia a los demás». Jesús te llama a
ser un discípulo en misión. Hoy a la luz de la palabra de Dios que acabamos de
oír, ¿Qué nos dice hoy el Señor? ¿Qué nos dice hoy el Señor? Tres palabras:
Vayan, sin miedo, para servir.
1.
Vayan. Durante estos días aquí en Río, ustedes han podido hacer la bella
experiencia de encontrar a Jesús y de encontrarlo juntos, sintiendo la alegría
de la fe. Pero la experiencia de este encuentro no puede quedar encerrada en la
vida de ustedes, o en el pequeño grupo de la parroquia, del movimiento o de la
comunidad de ustedes. Sería como quitarle el oxígeno a una llama que arde. La
fe es una llama que se hace más viva cuanto más es compartida, transmitida,
para que todos puedan conocer, amar y profesar a Jesucristo, que es el Señor de
la vida y de la historia (cf. Rm 10,9).
Pero
¡cuidado! Jesús no ha dicho: si quieren, si tienen tiempo, ¡Vayan!, sino que
dijo: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Compartir la experiencia
de la fe, dar testimonio de la fe, anunciar el evangelio es el mandato que el
Señor confía a toda la Iglesia,
también a ti; es un mandato que no nace de la voluntad de dominio, de la
voluntad de poder, sino de la fuerza del amor, del hecho que Jesús ha venido
antes a nosotros y nos ha dado, no nos dio algo de sí, sino se nos dio todo Él.
Ha dado su vida para salvarnos y mostrarnos el amor y la misericordia de Dios.
Jesús no nos trata como a esclavos, sino como a hombres libres, amigos,
hermanos; y no sólo nos envía, sino que nos acompaña, está siempre a nuestro
lado en esta misión de amor.
¿Para dónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envía para todas las personas. El evangelio es para todos, y no para algunas personas. No es sólo para aquellos que parecen más cercanos a nosotros, más abierto, más acogedores. Es para todas las personas. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a todos los ambientes, hasta las periferias existenciales, incluidos aquellos que parecen más distantes, más indiferentes. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor.
¿Para dónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envía para todas las personas. El evangelio es para todos, y no para algunas personas. No es sólo para aquellos que parecen más cercanos a nosotros, más abierto, más acogedores. Es para todas las personas. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a todos los ambientes, hasta las periferias existenciales, incluidos aquellos que parecen más distantes, más indiferentes. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor.
De
forma especial, quisiera que este mandato de Cristo: «Vayan», resonara en
ustedes jóvenes de la Iglesia
en América Latina, comprometidos en la misión continental promovida por los
obispos. El Brasil, América Latina, el mundo necesita de Cristo. San Pablo
dice: «¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!» (1 Co 9,16). Este continente ha
recibido el anuncio del Evangelio, que marcó su camino y produjo mucho fruto.
Ahora este anuncio se les ha confiado también a ustedes, para que resuene con
fuerza renovada. La Iglesia
necesita de ustedes, del entusiasmo, de la creatividad y de la alegría que los
caracteriza. Un gran apóstol de Brasil, el beato José de Anchieta, partió en
misión cuando tenía apenas diecinueve años! ¿Saben cuál es el mejor medio para
evangelizar a los jóvenes? Otro joven. Éste es el camino a recorrer por
ustedes.
2.
Sin miedo. Puede que alguno piense: «No tengo ninguna preparación especial,
¿cómo puedo ir y anunciar el evangelio?». Querido amigo, tu miedo no se
diferencia mucho del de Jeremías. Escuchamos en la lectura recién, cuando fue
llamado por Dios para ser profeta: «¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé
hablar, que sólo soy un niño». También Dios les dice a ustedes lo que dijo a
Jeremías: «No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (Jr 1,6..
Él está con nosotros.
«No
tengan miedo». Cuando vamos a anunciar a Cristo, es Él mismo el que va por
delante y nos guía. Al enviar a sus discípulos en misión, ha prometido: «Yo
estoy con ustedes todos los días» (Mt 28,20). Y esto es verdad también para
nosotros. Jesús no nos deja solos, ¡nunca deja solo a nadie! ¡Nos acompaña
siempre!
Además
Jesús no dijo: «Andá», sino «Vayan»: somos enviados juntos. Queridos jóvenes,
sientan la compañía de toda la
Iglesia, y también la comunión de los santos, en esta misión.
Cuando juntos hacemos frente a los desafíos, entonces somos fuertes,
descubrimos recursos que pensábamos que no teníamos. Jesús no ha llamado a los
apóstoles para que vivan aislados, los ha llamado a formar un grupo, una
comunidad. Quisiera dirigirme también a ustedes, queridos sacerdotes que
concelebran conmigo esta Eucaristía: han venido para acompañar a sus jóvenes, y
es bonito compartir esta experiencia de fe. Seguro que los ha rejuvenecidos a
todos. ¡El joven contagia juventud! Pero es una etapa en el camino. Por favor,
sígan acompañándolos con generosidad y alegría, ayúdenlos a comprometerse
activamente en la Iglesia;
que nunca se sientan solos. Y aquí quiero agradecer de corazón a los grupos de
pastoral juvenil, a los movimientos y nuevas comunidades que acompañan a los
jóvenes en su experiencia de ser Iglesia, tan creativos, tan audaces. ¡Sigan
adelante y no tengan miedo!
3. La
última palabra: para servir. En el inicio del salmo que proclamado escuchamos
estas palabras: «Canten al Señor un cántico nuevo» (95,1). ¿Cuál es este
cántico nuevo? No son palabras, no es una melodía, sino que es el canto de
nuestra vida, es dejar que nuestra vida se identifique con la Vida de Jesús, es tener sus
sentimientos, sus pensamientos, sus acciones. Y la vida de Jesús es una vida
para los demás. La vida de Jesús es una vida para los demás, es una vida de
servicio.
San
Pablo, en la lectura que escuchamos hace poco, decía: «Me hice esclavo de
todos, a fin de ganar el mayor número posible» (1 Co 9,19). Para anunciar a
Jesús, Pablo se hizo «esclavo de todos». Evangelizar significa testimoniar
personalmente el amor de Dios, significa superar nuestros egoísmos, significa
servir inclinándonos a lavar los pies de nuestros hermanos como hizo Jesús.
Tres palabras: “Vayan, sin miedo, para servir”.
Siguiendo estas tres palabras “Vayan, sin miedo, para servir”, experimentarán
que quien evangeliza es evangelizado, quien transmite la alegría de la fe,
recibe más alegría. Queridos jóvenes, cuando vuelvan a sus casas, no tengan
miedo de ser generosos con Cristo, de dar testimonio del Evangelio. En la
primera lectura, cuando Dios envía al profeta Jeremías, le da el poder para
«arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para reedificar y plantar» (Jr
1,10). También es así para ustedes. Llevar el Evangelio es llevar la fuerza de
Dios para arrancar y arrasar el mal y la violencia; para destruir y demoler las
barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio; para edificar un mundo nuevo.
Queridos jóvenes, ¡Jesucristo cuenta con ustedes! ¡La Iglesia cuenta con
ustedes! ¡El Papa cuenta con ustedes! Que María, Madre de Jesús y Madre
nuestra, les acompañe siempre con su ternura: «Vayan y hagan discípulos a todos
los pueblos». Amén “(RC-RV).