Dejémonos
transfigurar por el Amor. El Papa en el Ángelus
En este segundo
domingo de cuaresma antes del rezo del Ángelus dominical y a su
regreso de la semana de ejercicios espirituales en Ariccia, el Santo Padre
recordó ante todo la liturgia del domingo pasado, que nos presentó a Jesús
tentado por Satanás en el desierto, pero victorioso de su tentación.
A la luz de este
Evangelio, señaló el Pontífice, hemos tomado nuevamente conciencia de nuestra
condición de pecadores, pero también de la victoria del bien sobre el mal
ofrecida a cuantos emprenden el camino de conversión y, como Jesús, quieren
hacer la voluntad del Padre.
La Iglesia, dijo
el Papa, nos indica en este segundo domingo de camino cuaresmal la meta de este
itinerario de conversión, es decir, la participación en la gloria de Cristo.
En el
Evangelio del día se nos presenta el episodio de la Transfiguración,
al culmine del ministerio público del Señor Jesús, que está en camino hacia
Jerusalén en donde se cumplirán las profecías del “Siervo de Dios”, y se
consumará su sacrificio redentor. Las multitudes lo han abandonado porque ven a
un Mesías que contrasta con sus expectativas terrenas, no comprenden, y tampoco
los apóstoles comprenden las palabras con las que Jesús anuncia el resultado de
su misión en la pasión gloriosa.
El Señor muestra
entonces un anticipo de su gloria a los apóstoles Pedro,
Santiago y Juan, para confirmarlos en su fe y animarlos a seguirlo en el camino
de la prueba, explicó el Pontífice, en el camino de la Cruz: en lo alto de un
monte, inmergido en oración, se transfigura delante de ellos, irradiando su
rostro y su persona una luz resplandeciente.
Desde el cielo
se escucha la Voz del Padre: «Éste es mi Hijo querido. Escúchenlo».
Jesús es el Hijo hecho Siervo, enviado al mundo para realizar a través de la
Cruz el proyecto de la salvación. “¡Para salvarnos a todos nosotros!”. Su
plena adhesión a la voluntad del Padre hace su humanidad transparente a la
gloria de Dios, que es el Amor.
De ahí que la
premisa para los discípulos y para nosotros sea ésta: «Escúchenlo». Escuchar
a Jesús. Él es el Salvador: seguirlo.
Escuchar a
Cristo comporta asumir la lógica de su misterio pascual, poniéndonos en camino
con Él para hacer de nuestra propia existencia un don de amor a los demás, en
obediencia dócil a la voluntad de Dios Padre, con una actitud de
desprendimiento de las cosas mundanas, y de libertad interior.
En otras
palabras, resumió el Papa Francisco, comporta el estar listos a perder
la propia vida (cfr. Mc 8, 35), donándola, para que
se realice el plano divino de redención de todos los hombres.
Subamos
también nosotros al monte, exhortó el Sucesor de Pedro, como Pedro,
Santiago y Juan, y detengámonos a contemplar el rostro de Jesús,
para recoger el mensaje y traerlo a nuestra vida, así que nosotros
también podamos ser transfigurados por el Amor. “Que en este camino
nos sostenga la Virgen María que ahora invocamos con la oración del Ángelus”.
TEXTO COMPLETO DE LAS
PALABRAS DEL PAPA EN EL ÁNGELUZ
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasado
domingo la liturgia nos presentó a Jesús que es tentado por satanás en el
desierto, pero que sale victorioso de la tentación. A la luz de este Evangelio,
hemos tomado nuevamente conciencia de nuestra condición de pecadores, pero
también de la victoria sobre el mal donado a cuantos inician el camino de
conversión o, como Jesús, quieren hacer la voluntad del Padre. En este segundo
domingo de cuaresma, la Iglesia nos indica la meta de este itinerario de
conversión, es decir, la participación a la gloria de Cristo, en quien
resplandece el rostro del Siervo obediente, muerto y resucitado por nosotros.
El texto
evangélico narra el evento de la Transfiguración, que se ubica en el culmen del
ministerio público de Jesús. Él se encuentra en camino hacia Jerusalén, donde
se cumplirán las profecías del “Siervo de Dios” y se consumará su sacrificio
redentor. La gente no entendía esto y frente a las perspectivas de un Mesías
que contrasta con sus expectativas terrenas, lo han abandonado. Porque ellos
pensaban que el Mesías habría sido un liberador del dominio de los romanos, liberador
de la patria. Y esta perspectiva de Jesús no le gustaba a la gente y lo dejan.
Incluso los apóstoles no entienden las palabras con las cuales Jesús anuncia el
cumplimiento de su misión en la pasión gloriosa. No entienden. Entonces Jesús
toma la decisión de mostrar a Pedro, Santiago y Juan una anticipación de su
gloria, aquella que tendrá después de la Resurrección, para confirmarlos en la
fe y alentarlos a seguirlo en el camino de la prueba, en el camino de la Cruz.
Y así sobre un monte alto, en profunda oración, se transfigura delante de
ellos: su rostro y toda su persona irradian una luz resplandeciente. Los tres
discípulos se asustan, mientras una nube los envuelve y de lo alto resuena –
como en el bautismo del Jordán – la voz del Padre: «Este es mi Hijo, el amado:
¡escúchenlo!» (Mc 9,7). Y Jesús es el Hijo hecho Servidor, enviado al mundo
para realizar por medio de la Cruz el plan de salvación. ¡Para salvarnos a
todos nosotros! Su plena adhesión a la voluntad del Padre hace que su humanidad
sea transparente a la gloria de Dios, que es el Amor.
Así Jesús
se revela como el ícono perfecto del Padre, la irradiación de su gloria. Es el
cumplimiento de la revelación; por ello junto a Él transfigurado aparecen
Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas. Esto significa que todo
termina e inicia en Jesús, en su Pasión y en su Gloria.
El
mensaje para los discípulos y para nosotros es este: “! Escuchémoslo!”.
Escuchar a Jesús. Es Él el Salvador: síganlo. Escuchar a Cristo, de hecho,
significa asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con Él
para hacer de la propia existencia un don de amor para los demás, en dócil
obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas
mundanas y de libertad interior. En otras palabras, es necesario, estar listos
a “perder la propia vida”, donándola para que todos los hombres se salven y nos
encontremos en la felicidad eterna. El camino de Jesús nos lleva siempre a la
felicidad. No lo olvidemos: ¡el camino de Jesús nos lleva siempre a la
felicidad! Habrá siempre en medio una cruz, las pruebas, pero al final siempre
nos lleva a la felicidad. ¡Jesús no nos engaña! Nos ha prometido la felicidad y
nos la dará, si nosotros seguimos su camino.
Con
Pedro, Santiago y Juan subamos también nosotros al monte de la Transfiguración
y permanezcamos en contemplación del rostro de Jesús, para recibir el mensaje y
traducirlo en nuestra vida; para que también nosotros podamos ser
transfigurados por el Amor. En realidad el Amor es capaz de transfigurar todo:
¡el Amor transfigura todo! ¿Creen ustedes en esto? ¿Creen? … Me parece que no
creen tanto por aquello que escucho… ¿Creen que el Amor transfigura todo? …
Bien, ahora veo… Nos sostenga en este camino la Virgen María, a quien ahora
invocamos con la oración del Ángelus.
Fuente: Radio Vaticana