No hay humildad sin
humillación, dijo el Papa en su homilía
En una soleada
Plaza de San Pedro, adornada para esta ocasión con numerosos olivos y flores,
el Papa Francisco presidió la Procesión y la bendición de las
Palmas y celebró la Santa Misa del Domingo de Ramos,
en coincidencia con la 30ª Jornada Mundial de la Juventud, que
este año se celebra a nivel diocesano.
Ante miles de
fieles y peregrinos procedentes de numerosos países, el Obispo de Roma
afirmó en su homilía que en el centro de esta celebración, que
se presenta tan festiva, está la palabra escuchada precedentemente en el himno
de la Carta a los Filipenses, en que leemos que Jesús “se
humilló a sí mismo”.
Palabra que –
como dijo el Papa Bergoglio – nos desvela el
estilo de Dios y del cristiano: la humildad. Un
estilo que nunca dejará de sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos
acostumbraremos a un Dios humilde.
Tras explicar
que humillarse es ante todo el estilo de Dios; porque Dios se humilla
para caminar con su pueblo, para soportar sus
infidelidades, Francisco destacó que en esta semana, la Semana
Santa, que nos conduce a la Pascua, seguiremos este camino
de la humillación de Jesús, puesto que sólo así será “santa” también para
nosotros.
En efecto, el
Pontífice dijo que veremos el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños
para acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno de
los Doce, que lo venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado
como un malhechor; abandonado por sus discípulos;
llevado ante el Sanedrín, condenado a muerte, azotado y
ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la “roca” de los discípulos, lo negará tres
veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre, pidiendo que Barrabás
quede libre y que a él lo crucifiquen. Veremos cómo los soldados se
burlarán de él, vestido con un manto color púrpura y coronado
de espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa
y a los pies de la cruz, sentiremos los insultos de la gente y
de los jefes, que se ríen de su condición de Rey e Hijo de Dios.
Esta es la vía
de Dios – dijo el Papa – el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no
hay otro. Y no hay humildad sin humillación.
Después de
recordar que el Hijo de Dios tomó la “condición de siervo”, Francisco
afirmó que “la humildad quiere decir servicio, significa dejar espacio a
Dios negándose a uno mismo, “despojándose”, como dice la Escritura, porque ésta
es la humillación más grande.
Además destacó
que hay otra vía, contraria al camino de Cristo que es la mundanidad.
La mundanidad que nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo
y del éxito, que el maligno también se la propuso a Jesús durante cuarenta días
en el desierto. Pero el Señor la rechazó sin dudarlo. Y, con él, nosotros
podemos vencer esta tentación, no sólo en las grandes ocasiones, sino también
en las circunstancias ordinarias de la vida.
De ahí que el
Santo Padre haya puesto de manifiesto la ayuda que nos da el ejemplo de muchos
hombres y mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí
mismos para servir a los demás como a un familiar enfermo, a un anciano solo o
una persona con discapacidad.
Y concluyó
pidiendo que también nosotros emprendamos con decisión este camino,
movidos por el amor a nuestro Señor y Salvador, quien nos guiará y nos dará
fuerza.
Texto y
audio de la homilía del Domingo de Ramos del Papa Francisco:
En el centro de
esta celebración, que se presenta tan festiva, está la palabra que hemos
escuchado en el himno de la Carta a los Filipenses: “Se humilló a sí
mismo” (2, 8). La humillación de Jesús.
Esta palabra nos
desvela el estilo de Dios y, en consecuencia, el que debe ser
del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de
sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios
humilde.
Humillarse
es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla para caminar con su pueblo,
para soportar sus infidelidades. Esto se aprecia bien leyendo la historia del
Éxodo: ¡Qué humillación para el Señor oír todas aquellas murmuraciones,
aquellas quejas! Estaban dirigidas contra Moisés, pero, en el fondo, iban
contra él, contra su Padre, que los había sacado de la esclavitud y los guiaba
en el camino por el desierto hasta la tierra de la libertad.
En esta semana,
la Semana Santa, que nos conduce a la Pascua,
seguiremos este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será “santa”
también para nosotros.
Veremos el
desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para acabar con él. Asistiremos
a la traición de Judas, uno de los Doce, que lo venderá por treinta monedas.
Veremos al Señor apresado y tratado como un malhechor; abandonado por sus
discípulos; llevado ante el Sanedrín, condenado a muerte, azotado y ultrajado. Escucharemos
cómo Pedro, la “roca” de los discípulos, lo negará tres veces. Oiremos los
gritos de la muchedumbre, soliviantada por los jefes, pidiendo que Barrabás
quede libre y que a él lo crucifiquen. Veremos cómo los soldados se burlarán de
él, vestido con un manto color púrpura y coronado de espinas. Y después, a lo
largo de la vía dolorosa y a los pies de la cruz, sentiremos los insultos de la
gente y de los jefes, que se ríen de su condición de Rey e Hijo de Dios.
Esta es la vía
de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay otro. Y no hay
humildad sin humillación.
Al recorrer
hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la “condición de siervo” (Flp
2, 7). En efecto, “humildad quiere decir también servicio, significa dejar
espacio a Dios negándose a uno mismo, “despojándose”, como dice la Escritura
(v. 7). Esta – este vaciarse – es la humillación más grande.
Hay otra vía,
contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad
nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito...
Es la otra vía. El maligno se la propuso también a Jesús
durante cuarenta días en el desierto. Pero Jesús la rechazó
sin dudarlo. Y, con él, sólo con su gracia, con su ayuda, también nosotros
podemos vencer esta tentación de la vanidad, de la mundanidad, no sólo en las
grandes ocasiones, sino también en las circunstancias ordinarias de la vida.
En esto, nos
ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y mujeres que, en silencio y
sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a los demás: un familiar
enfermo, un anciano solo, una persona
con discapacidad, un sin techo...
Pensemos también
en la humillación de los que, por mantenerse fieles al Evangelio, son
discriminados y sufren las consecuencias en su propia carne. Y pensemos
en nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser cristianos, los mártires de
hoy – hay tantos – no reniegan de Jesús y soportan con dignidad
insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino. Podemos hablar en verdad de “una
nube de testigos”: los mártires de hoy (cf. Hb 12, 1).
Durante
esta Semana Santa, pongámonos también nosotros en este camino de la
humildad, con tanto amor a Él, a nuestro Señor y Salvador. El
amor nos guiará y nos dará fuerza. Y, donde está él, estaremos también nosotros
(cf. Jn 12, 26).
Fuente:
Radio Vaticana (29-3-2015)