A 56 años de su
partida, su pensamiento está intacto y actual a la realidad del presente.
Este
texto inédito corresponde a las palabras dichas por Juan José Hernández Arregui
en oportunidad de recordarse a Raúl Scalabrini Ortiz, en el año 1972, en la
Recoleta, durante la dictadura militar de A. Lanusse.
Raúl Scalabrini
Ortiz es un símbolo vivo de la inteligencia nacional. Dotado de talento
literario, no fue ni un poeta, ni un historiador, ni un filósofo, ni un
economista, pero supo congeniar, en la unidad ensimismada de la pasión, la
poesía, la historia y la economía en una visión trascendente de la patria. Su
obra tiene la potencia de un vislumbramiento. Y la imagen del país bajo la
dominación extranjera, se aunó, en Scalabrini Ortiz, a la profecía de una
Argentina rescatable por y para los argentinos. Raúl Scalabrini Ortiz es, por
encima de todo, un ejemplo de la dignidad de la inteligencia nacional. Deshizo
idolatrías, embaucamientos, espejismos, descarnó la verdad espectral de una
Argentina subyugada y presagió la proeza más grande de un pueblo: su liberación
nacional. Fue un escritor pero desdeñó a los escritores sin apego a la tierra.
Con conciencia histórica entrañable amó a las masas más allá de las vanidades y
conveniencias personales de la mayoría de los intelectuales, adheridos al
sistema, esto es, indiferentes o al servicio de las fuerzas extranjeras
destructoras que hicieron de la Argentina una factoría y no una nación afirmada
en sí misma. En esta atmósfera bastarda de 1930 se elevó su voz de patriota.
Silenciado, fue un anticipo y una iluminación. No tuvo prensa. Pero sus ideas
prendieron en millares de argentinos y se amasaron con el pueblo. No cosechó
aplausos. Pero hoy, ese pueblo —gigante colectivo como él lo llamó— lo sabe
suyo y lo consagra con el nombre glorioso de patriota. Raúl Scalabrini Ortiz
fue una pasión reconcentrada. Y nada grande se ha hecho sin pasión, sin esa fe
en la tierra que es sacrificio y resistencia frente a las invisibles sujeciones
externas que nos vedan construir el destino nacional. Fue una inteligencia
clara en una época oscura, invalidada por fuerzas oscuras, acatada por
personeros oscuros, mediatizada por intelectuales oscuros, por lacayos con
fama. Raúl Scalabrini Ortiz, es por eso, la encarnación de la inteligencia
nacional digna en medio de la indignidad del coloniaje. De un colonialismo que
todo lo corrompe y desfigura. A ese poder de los centros de dominio mundial,
Raúl Scalabrini Ortiz lo enfrentó canjeando con la certeza casi alucinada de su
destino individual, la muerte en vida por la inmortalidad después de muerto.
Eso fue y es Raúl Scalabrini Ortiz.
Raúl Scalabrini
Ortiz luchó y pensó en una Argentina en la que la causa de sus males, tan
grande era el poderío extranjero, yacía ignorada por los propios argentinos.
Scalabrini Ortiz penetró en esa esfera de claudicaciones secretas y silencios
culposos, en ese mundo de la enajenación del país al dominador ultramarino.
Intuyó las raíces del drama nacional, verificó sospechas, anudó datos, y reveló
al fin, con veracidad ilevantable, la trama de los hechos e infidelidades que
hicieron del país una colonia británica sin luz propia. En todos sus escritos
late un sentimiento de melancolía y, a un tiempo, de esperanza en el pueblo
argentino. Jamás de de impotencia. Fe que Scalabrini Ortiz vio personificada en
las masas nacionales sin nombre, que con Perón, habrían de ejecutar la hazaña
colectiva de una Argentina manumitida de la opresión imperialista. En aquella
atmósfera de agobio material y mental de la década infame, mostró los nudos de
nuestra dependencia disimulados tras la fachada de una historia falsificada
donde los vendidos eran próceres y los patriotas desterrados en su tierra
argentina. Vio por eso, en el genio multitudinario del pueblo, la historia
real, la historia viviente hecha por las masas depositarías y autoras de la
grandeza nacional, pues son ellas, las masas, el instrumento de que se vale la
Historia para alcanzar sus fines. De ahí la fuerza de ese proletariado que
Scalabrini Ortiz describió en sus páginas famosas sobre el 17 de Octubre de
1945, que lo contó como a su testigo más ilustre. Y, también, por eso, Raúl
Scalabrini Ortiz, hombre altivo y sin compromisos fáciles, vio en Perón la
historia de las masas argentinas encarnadas en un grande hombre. Esto explica
por qué la clase obrera designa en Raúl Scalabrini Ortiz a uno de los suyos. El
pensamiento de los patriotas no muere. Vive y perdura en las masas nacionales.
Los trabajadores por eso ven en Scalabrini Ortiz a un insigne intérprete de la
conciencia nacional de los argentinos.
Raúl
Scalabrini Ortiz estuvo sólo. Sin embargo, un verdadero escritor nacional nunca
está solo. Su obra, inspirada en el pueblo, al pueblo vuelve. Y, tarde o
temprano, la colectividad entera lo convierte en parte dolorosa y triunfante de
la patria. De la patria a construir. Pues no hay patria sin soberanía nacional.
Bajo el dominio extranjero la patria no es una categoría histórica inmóvil,
sino lucha viva, desgarrada, permanente, por la liberación nacional. Hay dos
patrias. La de los que la gozan, la prostituyen y la explotan. Y la de los que
la padecen. La de Raúl Scalabrini Ortiz fue una patria padecida. Una patria
oprimida. En esa patria negada por una minoría que la inmola a sus intereses de
clase y, en contraposición, afirmada por el pueblo, Raúl Scalabrini Ortiz fue
—lo repetimos— la dignidad de la inteligencia nacional. Y eso plantea el
problema de los intelectuales en los países coloniales. En general, los
intelectuales forman una capa social admitida y palmoteada mientras cortejen
con su palabra o su silencio a la clase dirigente. En el caso argentino, y en
la época de Scalabrini Ortiz, a la oligarquía terrateniente satélite de Gran
Bretaña. Este es un fenómeno típico de todos los países dependientes, en los
que la subordinación del país crea, a su vez, intelectuales subordinados a esa
oligarquía, y en nuestros días, a los grupos económicos ligados, en particular
en la Argentina, al imperialismo yanqui. O mejor, anglosajón. En tal orden, la
“libertad” de la inteligencia es una ficción escandalosa, o sea, “libertad”
para consentir en forma abierta o encubierta, la dependencia del exterior. Y en
esto reside la traición de los intelectuales al país que sufre la opresión
extranjera. No pueden hablar de libertad aquellos que dependen de diarios,
revistas, cátedras pagadas directa o indirectamente por el colonialismo, y por
ende, controlados por la censura oficial.
En
los países coloniales —y la Argentina lo cual lucha como pueblo sin pedir un
mendrugo de gloria. La mayoría de los intelectuales, esos que han logrado un
nombre, se refugian en la abstención política, que es una forma del
sometimiento. Tales intelectuales son parte del espectáculo colonial. Dígase
cuanto se quiera, la realidad que circunda al intelectual es política y su
silencio es político. El silencio de los intelectuales se llama traición al
país. Para ellos, ser escritor es conseguir publicidad a costa de cualquier
prevaricato. Por eso, en tanto masajistas del éxito social son no más que
fugaces pasajeros de la fama. Y el pueblo los ignora. Hablan de libertad pero
medran a la sombra del sistema que deroga la libertad del pueblo. Si los
intelectuales se apartan de la política no es por superioridad sino por
cobardía y adhesión tácita o expresa al colonialismo. Por eso tales
intelectuales en los programas de radio o televisión, se expresan con palabras
a medias, triviales, conformistas, alejadas de los problemas ardientes del
país. La dependencia colonial no sólo es económica, es en su mediatización más
innoble, colonización intelectual. Un intelectual que calla el horror y la
vergüenza del colonialismo, es un mercenario que sirve a las potestades aciagas
que paralizan al país. El intelectual que no usa sus conocimientos como
militancia, de hecho acepta al régimen colonial que exige y paga la existencia
de una inteligencia adicta. El valor de una obra se mide por su posición
crítica frente a la época en que nace, por la postulación de los problemas que
agitan a la comunidad, y esta misión de los intelectuales sólo es posible
cuando se desafían sin renuncias a los poderes que velan, a través de las desfiguraciones
del imperialismo y sus aliados nativos, los problemas nacionales irresueltos.
En un país colonizado la labor del escritor es militancia política. De lo
contrario es pura miseria de la inteligencia pura. ¿Cuándo la Universidad ha
alzado su voz contra el colonialismo? ¿No prueba esto que la Universidad, antes
que templo del saber, es el asilo de la cultura colonial? O sea, de la invasión
mental de fuerzas extrañas a lo propio. ¿Cuándo los escritores argentinos
agremiados en la SADE han denunciado la entrega del país, los fusilamientos de
1956, las torturas, las proscripciones políticas de millones de argentinos?
¿Cuándo? Los trabajadores hacen bien en desconfiar de esa “inteligencia”
argentina que no osa decir su nombre mientras el país se debate en la
violencia, en la lucha por la liberación nacional.
Mas, junto a
estos escritores hay otros. Una minoría que, en rigor, representa a las
mayorías nacionales sin libros pero con conciencia de la patria avasallada. Son
intelectuales que no se resignan ante el estado de cosas establecido, y
muestran tanto los mecanismos y las lacras pestíferas de la servidumbre
colonial como el papel subalterno del la inteligencia culpable. De esos
intelectuales que mientras el pueblo lucha en las fábricas, en las calles, aparecen
en las pantallas de televisión, y del este modo, lo sepan o no, son parle de
los avisos comerciales, el lado culto de la servidumbre cultural al
imperialismo.
Los escritores
auténticos saben soportar el silencio y prefieren darle formas de ideas a las
intuiciones y heroísmos colectivos convirtiéndose así en testigos y actores de
la época que les toca vivir. A esta raza de escritores nacionales perteneció
Raúl Scalabrini Ortiz, prototipo del intelectual que hizo del pensamiento
argentino militancia política y no de la política algo negable por una
inteligencia amordazada. Así se realizó Raúl Scalabrini Ortiz
El 10 de junio
de 1944, el coronel Perón pronunció en la Universidad de La Plata la
conferencia inaugural en la Cátedra de Defensa Nacional de aquella casa de
estudios. Finalizada la disertación se trasladó al balneario del Jockey Club,
en Punta Lara, donde se le ofrecería un banquete; lo hizo en compañía del mayor
Fernando Estrada (subsecretario de Trabajo y Previsión) de Raúl Scalabrini
Ortiz y de los jóvenes dirigentes de FORJA, doctores René Saúl Orsi y Miguel,
López Francés. La presencia de Scalabrini y demás militantes forjistas se
explica, ya que FORJA fue la primera agrupación política de jerarquía nacional
que se solidarizó con la orientación económico-social impresa por el coronel
Perón al gobierno constituido en junio de 1943.
Durante la
reunión —de la cual participaron alrededor de cincuenta personas, entre ellas,
los generales Reynolds y Perlinger, el brigadier Zuloaga y los doctores Baldrich
y Labougle— el coronel Perón habló extensamente con Orsi y López Francés,
exponiendo con la precisión y brillo conocidos la tesitura de su política. En
esas circunstancias, Scalabrini le hizo llegar por intermedio de Orsi un breve
mensaje escrito en la tarjeta de invitación al banquete. “Coronel: le vamos a
pedir los trencitos”, decía, ratificando así una de las demandas esenciales del
pueblo argentino toda vez que la recuperación de los medios de comunicación por
el estado constituía uno de los principales objetivos de la lucha por la
emancipación nacional
Leyó Perón el
mensaje y, en seguida, apartándose del grupo, se acercó a Scalabrini para
manifestarle personalmente que si se superaban con éxito las dificultades de
todo orden que obstruían el desarrollo del movimiento político-social en
gestación, una de las primeras medidas a adoptarse sería la compra de los
ferrocarriles.
Perón cumplió, y
el 1º de marzo de 1948 cuando el gobierno justicialista tomó posesión de todos
los ferrocarriles nacionales, Scalabrini Ortiz fue invitado por el presidente
de la república a concurrir a la ceremonia oficial. Honraba Perón así al hombre
que había servido al país, con su clara inteligencia, al desvirtuar una de las
mentiras más finamente urdidas por la extranjería. Como escritor y como hombre,
es decir, como argentino total. No aceptó la neutralidad de la inteligencia.
Luchó sin lamentaciones contra la montaña de falseamientos y cancelaciones
canallas de la antipatria. Y aquí debo tocar, aunque más no sea de paso, un
hecho en la vida de Raúl Scalabrini Ortiz. Como todo gran patriota fue
calumniado y odiado por los personeros de la entrega, por el liberalismo
colonial aliado a Gran Bretaña, y por la izquierda extranjerizante que lo acusó
de “nazi”, justamente a este defensor de las masas proletarias postergadas y de
la soberanía nacional profanada por la oligarquía y el imperialismo. Pero una
infamia aún más inicua rozó a Raúl Scalabrini Ortiz. Al caer Perón, bajo la
instigación directa de Rogelio Frigerio y Arturo Frondizi se intentó apañar con
su nombre la entrega del petróleo.
No podemos hacer
aquí la historia de esta operación fría, imperdonable y cruel. Pero ayer, en un
diario de esta capital, se insiste en esta infamia. Sólo diremos en este acto,
que por solemne exige la verdad, que para usufructuar el nombre de Raúl
Scalabrini Ortiz, se adulteraron los contratos con las compañías
norteamericanas presentándolos como favorables al interés nacional. Raúl
Scalabrini Ortiz retrocedió a tiempo y permaneció incorruptible ante su pueblo.
Pero la amargura de esta operación perversa fraguada por quienes se dijeron sus
amigos, lo acompañó hasta la tumba, y quedará como un estigma irredimible en la
conciencia de los culpables. Y finalmente, condenado a vivir en la sombra, Raúl
Scalabrini Ortiz alumbró toda una época.
Raúl Scalabrini
Ortiz pronosticó sobre las piltrafas áureas de la Argentina colonial, el
porvenir de la Argentina liberada y su efectuación histórica en la actividad de
las grandes masas nacionales. Eso fue Raúl Scalabrini Ortiz. Por eso,
repetimos, es un símbolo vivo de la inteligencia nacional.
Fuente: Publicado en Peronismo y Liberación Nº
1, agosto 1974.