El Evangelio cambia el
corazón, dijo el Papa a la hora del Ángelus
Al rezar la
oración mariana del Ángelus del primer domingo de febrero y IV
del tiempo ordinario, con los miles de fieles y peregrinos reunidos en la Plaza
de San Pedro, el Papa Francisco comentó el episodio del evangelista
Marcos que relata que Jesús, un día sábado, fue a la
sinagoga y se puso a enseñar dando la primacía de la Palabra de Dios, al llegar
a Cafarnaúm, la ciudad más grande de Galilea en la que vivía Pedro.
Palabra
que hay que escuchar, acoger y anunciar
Tras destacar lo
que supone esta Palabra de Dios, que hay que escuchar, acoger y anunciar, el
Obispo de Roma destacó que la gente de la época de Jesús permanece asombrada de
sus enseñanzas en la sinagoga porque lo hacía como quien tiene autoridad. De
ahí la pregunta de ¿qué significa “con autoridad”?
Quiere decir,
explicó Francisco, que en las palabras humanas de Jesús se sentía toda la
fuerza de la Palabra de Dios, se sentía la misma autoridad de Dios, inspirador
de las Sagradas Escrituras. De las características de la Palabra de Dios el
Pontífice destacó que realiza lo que dice, tal como lo refiere el Evangelio en
que Jesús demuestra su autoridad liberando a un hombre que estaba poseído por
el demonio.
El
Evangelio no oprime, sino que libera a los esclavos de los espíritus malvados
de este mundo
El Papa
Bergoglio recordó asimismo que el Evangelio es palabra de vida que no oprime a
las personas, sino que libera a cuantos son esclavos de tantos espíritus
malvados de este mundo, como la vanidad, el apego al dinero, el orgullo y la
sensualidad.
Porque el
Evangelio cambia el corazón, cambia la vida, transforma las inclinaciones al
mal en propósitos de bien, por eso los cristianos deben difundir su fuerza
redentora, llegando a ser misioneros y heraldos de la Palabra de Dios.
Antes de rezar a
la Madre de Dios Francisco invitó a invocar su materna intercesión para que
Ella nos enseñe a ser escuchas asiduos y anunciadores acreditados del Evangelio
de Jesús.
Texto
completo de la alocución del Papa Francisco antes de rezar el Ángelus:
Queridos
hermanos y hermanas ¡buenos días!
El pasaje
evangélico de este domingo (cfr. Mc 1, 21-28) presenta
a Jesús que, con su pequeña comunidad de discípulos, entra en Cafarnaúm,
la ciudad en la que vivía Pedro y que en aquellos tiempos era
la más grande de Galilea. Y Él entra en aquella ciudad.
El evangelista
Marcos relata que Jesús, siendo aquel día un sábado, fue
inmediatamente a la sinagoga y se puso a enseñar (cfr. v. 21). Esto hace pensar
en la primacía de la Palabra de Dios, Palabra que hay que escuchar,
Palabra que hay que acoger, Palabra que hay que anunciar.
Al llegar a Cafarnaúm, Jesús no posterga el anuncio del Evangelio,
no piensa primero en la disposición logística, ciertamente necesaria, de su
pequeña comunidad, no se detiene en la organización. Su preocupación principal
es la de comunicar la Palabra de Dios con la
fuerza del Espíritu Santo. Y la gente en la sinagoga permanece
asombrada, porque Jesús “porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no
como los escribas” (v. 22).
¿Qué significa
“con autoridad”? Quiere decir que en las palabras humanas de
Jesús se sentía toda la fuerza de la Palabra de Dios, se sentía la misma
autoridad de Dios, inspirador de las Sagradas Escrituras. Y
una de las características de la Palabra de Dios es que realiza lo que dice.
Porque la Palabra de Dios corresponde a su voluntad. En
cambio, nosotros con frecuencia pronunciamos palabras vacías,
sin raíz, o palabras superfluas, palabras que no corresponden
a la verdad. En cambio la Palabra de Dios corresponde a la verdad,
es unidad a su voluntad y hace lo que dice. En efecto, Jesús, después de haber
predicado, demuestra inmediatamente su autoridad liberando a un hombre,
presente en la sinagoga, que estaba poseído por el demonio
(cfr. Mc 1 ,23-26).
Precisamente la
autoridad divina de Cristo había suscitado la reacción de satanás, escondido en
aquel hombre; Jesús, a su vez, reconoció inmediatamente la voz del maligno y
“ordenó severamente: ¡Cállate y sal de este hombre!” (v. 25). Sólo con la
fuerza de su palabra, Jesús libera a la persona del maligno. Y
una vez más los presentes permanecen asombrados: “¡Da órdenes a los espíritus
impuros, y estos le obedecen!” (v. 27). “Pero este hombre, ¿de dónde
viene? Da órdenes a los espíritus impuros, ¡y estos le obedecen!” (v. 27). La
Palabra de Dios provoca asombro en nosotros. Tiene esa fuerza: nos asombra,
bien.
El Evangelio es
palabra de vida: no oprime a las personas, al contrario, libera
a cuantos son esclavos de tantos espíritus malvados
de este mundo: tanto el espíritu de la vanidad, el apego
al dinero, el orgullo, la sensualidad…
El Evangelio cambia el corazón, El Evangelio, el corazón,
cambia la vida, transforma las inclinaciones al mal en propósitos de bien. ¡El
Evangelio es capaz de cambiar a las personas! Por tanto, es deber de los
cristianos difundir por doquier su fuerza redentora, llegando
a ser misioneros y heraldos de la Palabra de
Dios.
Nos lo sugiere
también el mismo pasaje de hoy que se cierra con una apertura misionera e dice
así: “Su fama – la fama de Jesús – se extendió rápidamente por
todas partes, en toda la región de Galilea” (v. 28). La nueva doctrina que
Jesús enseña con autoridad es la que la Iglesia lleva al mundo, junto con los
signos eficaces de su presencia: la enseñanza acreditada y la acción
liberadora del Hijo de Dios se transforman en las palabras de
salvación y los gestos de amor de la Iglesia misionera.
¡Acuérdense
siempre que el Evangelio tiene la fuerza de cambiar la vida!
No se olviden de esto. Él es la Buena Nueva, que nos
transforma sólo cuando nos dejamos transformar por ella. He aquí porqué les
pido siempre que tengan un contacto cotidiano con el
Evangelio, que lean cada día un pasaje, un pasaje, que lo
mediten y también que lo lleven con ustedes por doquier: en el bolsillo, en la
cartera… Es decir que se alimenten cada día de esta fuente inagotable
de salvación. ¡No se olviden! Lean un pasaje del Evangelio cada día.
Es la fuerza que nos cambia, que nos trasforma: cambia la vita, cambia el
corazón.
Invoquemos la
materna intercesión de la Virgen María, Aquella que ha acogido
la Palabra y la ha generado para el mundo, para todos los hombres. Que Ella nos
enseñe a ser escuchas asiduos y anunciadores
acreditados del Evangelio de Jesús.
Fuente: Radio Vaticana (01-02-2015)