CLUB SOCIAL SAN JUSTO
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martes, 10 de febrero de 2015

Eliseo Mouriño

Notas periodísticas:
Encontraron un avión que llevaba 53 años perdido en la Cordillera
Un futbolista argentino, ídolo en los 40 y 50, fue una de las víctimas de la tragedia. Una expedición de montañistas halló una aeronave que en 1961 se había estrellado en Los Andes. El vuelo transportaba al equipo chileno Green Cross.
Linares. En plena cordillera, a 3.200 metros sobre el nivel del mar, unos montañistas chilenos encontraron los restos del fuselaje del avión que llevaba más de medio siglo desaparecido. EFE
Uno de los grandes misterios de los accidentes de aviación acaba de quedar resuelto. Un grupo de montañistas chilenos hizo historia al encontrar en la cordillera de Los Andes los restos de un avión que se había estrellado hace más de 50 años y que transportaba a parte del plantel de Green Cross, que tenía como gran figura al argentino Eliseo Mouriño, uno de los grandes caudillos de la historia del fútbol argentino.
El 3 de abril de 1961, el aparato Douglas DC-3 de la aerolínea Lan procedente de Osorno, en el sur, y con destino a Santiago, desapareció en lo alto de la montaña y sus restos nunca fueron encontrados, convirtiéndose en uno de los mayores enigmas de la época. En el avión viajaban 24 personas, entre ellas 8 integrantes del primer equipo de Green Cross así como el entrenador, Arnaldo Vásquez Bidoglioy, y  el masajista, Manuel González.
El equipo volvía de jugar un partido de la Copa de Chile y se dividió en dos vuelos. Uno nunca llegó a destino, en una de las peores tragedias del fútbol chileno, que en su momento causó conmoción en todo el mundo. Tan grande fue el impacto que años después, en 1965, el club se disolvió y se mudó a Temuco.
La búsqueda de los restos del avión se alargó durante más de una semana y resultó infructuosa. Los funerales del equipo fueron multitudinarios y simbólicos porque no se hallaron los cuerpos. Incluso circularon leyendas de que los ataúdes fueron llenados con piedras.
Esta semana un grupo de montañistas encontró a 3.200 metros de altura, en la cordillera de Linares, 360 kilómetros al sur de Santiago, los restos completo del avión, lo que por casualidad desentrañó uno de los misterios más antiguos entre los lugareños. Varias expediciones habían tratado infructuosamente de encontrar el avión.
“Fue un momento muy sobrecogedor y se sentían sensaciones de todo tipo. Se podía sentir la energía del lugar, se podía respirar el dolor”, relata Leonardo Albornoz, un miembro de la expedición que realizó el hallazgo.
El grupo descubrió sin necesidad de desenterrar buena parte del fuselaje, mucho material esparcido e incluso restos óseos. “Descubrimos la hélice que estaba semienterrada, pero seguramente que tiene que haber muchas historias debajo de esas piedras’’, afirma Albornoz.
El hallazgo servirá para reescribir la historia, puesto que los restos del avión fueron hallados en un lugar diferente al indicado por las publicaciones oficiales. Aunque la expedición no reveló el lugar exacto del hallazgo, por respeto a los familiares y para evitar que el lugar se convierta en un punto turístico. “Sabemos que estos lugares son muchas veces tomados como trofeos, para que la gente extraiga cosas, se lleve recuerdos”, explica Albornoz.
Fuente: Diario Clarín 10-02-2015

Mouriño, ídolo en el Sur y en la Bombonera

Memoria.
Caudillo. Había nacido en Mataderos, en 1927. Brilló en Banfield y Boca.
Aquellos que peinan canas o lustran con orgullo sus experimentadas peladas y se dieron el lujazo de haberlo visto jugar dicen que hubo pocos como él. Patrón del mediocampo, una especie de Obdulio Varela pero de este lado del Río de la Plata, Eliseo Mouriño, el Gallego, fue uno de los grandes caudillos de la historia del fútbol argentino. Ordenaba, hablaba, empujaba. Y jugaba. Para los más jóvenes, un Mascherano de los años 40 y 50. Era un técnico con pantalones cortos y, caso atípico, fue ídolo en todos lados.
Fue amado por los hinchas de Banfield, club donde surgió y al que transformó con su personalidad a prueba de guapos en el más poderoso de los equipos chicos. Tanto prestigio recogió en el club del Sur del Gran Buenos Aires --con el que estuvo a punto de salir campeón del fútbol argentino cuando jugó el desempate con Racing por el título del torneo de 1951- que una de las tribunas del estadio Florencio Sola lleva con orgullo su nombre. Pero sus hazañas no se limitan a los colores verde y blanco del Taladro.
Fue pretendido hasta el cansancio por Boca, que lo buscó insistencia (dicen que hubo siete ofertas hasta que dio el sí) para que se hiciera el eje del equipo. Y en 1953 llegó para convertirse en ídolo formando un mediocampo que sale de memoria, con Lombardo y Pescia como laderos. Al año siguiente, ya se había ganado el respeto de la Bombonera y fue una de las grandes figuras del equipo campeón, que cortó una racha maldita de nueve años sin vueltas olímpicas. Allí, como ídolo indiscutido, permaneció hasta 1960, cuando un emergente Antonio Ubaldo Rattín pedía pista para reemplazarlo.
El Gallego también brilló en la Selección, donde jugó 25 partidos y fue bicampeón de la Copa América, en 1955 y 1959.
Ya con las rodillas cansadas y con 34 años, decidió estirar su carrera en Chile. Llegó a Green Cross, que también usaba el verde y blanco. Apenas jugó un partido. Ese maldito partido contra Osorno del que nunca pudo volver.