Biografía de Juan José Viamonte (o Viamont): Nació en Buenos
Aires el 9 de febrero de 1774 fue un militar y político argentino. Participó en
la lucha contra las Invasiones Inglesas, en el proceso político de la Revolución
de Mayo, en la guerra de independencia y en las guerras civiles argentinas.
Juan José
Viamonte era hijo del teniente Jaime José Viamonte y Mulardos, fundador del
fuerte de India Muerta (natural de Mataró, en Cataluña, pero de origen aragonés)
y de la porteña Bárbara Xaviera González Cabezas.
Inició la
carrera militar a los doce años, siguiendo la carrera de su padre. Luchó
durante la Invasiones inglesas al Virreinato del Río de la Plata de 1806 y 1807,
en que los ingleses fueron derrotados. Durante la Primera Invasión con el grado
de teniente, y luego de su participación en la Segunda Invasión, destacándose
en la defensa del Colegio de San Carlos, fue ascendido a capitán.
Participó del cabildo
abierto del 22 de mayo de 1810, y luego de la Revolución de Mayo que destituyó
al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, la Primera Junta lo incorporó al Ejército
del Norte con el fin de prestar auxilio a las provincias del Alto Perú. El 3 de
noviembre de 1810 la Junta lo ascendió a coronel, dándole el mando del
Regimiento N°. 6 de Infantería que se formaría en Potosí el 1 de enero de 1811.
“Atendiendo
a los méritos y servicios del Sargento Mayor Juan José Viamonte y hallándose
vacante el empleo de Coronel del Regimiento de Infantería N° 6, que se ha
formado de las tropas de la expedición destinada al Perú, ha venido la Junta en
conferirle el empleo de Coronel del expresado Regimiento.”
Decreto de la Junta.
Participó en la batalla
de Huaqui, en la cual los patriotas fueron vencidos por los realistas. Después
de esa última batalla fue acusado de no involucrar a los 1.500 efectivos a su
mando en la contienda, ordenando hacer ejercicios militares a escasa distancia
del campo de batalla. Esta acusación lo hizo pasar los años siguientes
respondiendo en un largo juicio por la derrota, siendo absuelto y restituido en
sus altos cargos en el ejército.
En noviembre de
1814, cuando ya se había iniciado la guerra civil contra los federales
dirigidos por José Artigas, fue nombrado gobernador de Entre Ríos. No pudo
prestar ayuda alguna al coronel Manuel Dorrego cuando éste fue derrotado en la batalla
de Guayabos.
Al año siguiente
participó en la revolución contra el Director Supremo Carlos María de Alvear, y
poco después fue enviado a Santa Fe a controlar el avance del federalismo con
3.500 hombres. Al día siguiente de su llegada murió el gobernador Francisco
Candioti, lo que le dio la oportunidad de hacer que la provincia volviera a
depender de la de Buenos Aires. Pero al año siguiente fue expulsado por una
sublevación encabezada por el coronel Mariano Vera y el caudillo Estanislao
López, que lo enviaron preso al campamento de Artigas.
En mayo de 1818
fue diputado al Congreso Nacional. Al año siguiente fue nombrado general en
jefe del ejército expedicionario de Santa Fe, en reemplazo de Juan Ramón
Balcarce. Pero Estanislao López inmovilizó al ejército dirigido desde Córdoba
por Juan Bautista Bustos y encerró a Viamonte en Rosario, obligándolo a firmar
el armisticio de Santo Tomé.
Después de la batalla
de Cepeda y producida la Anarquía del Año XX se exilió en Montevideo pero
regresó a fin de 1820 y en 1821 fue nombrado gobernador sustituto de la Provincia
de Buenos Aires por ausencia de Martín Rodríguez.
Fue diputado al Congreso
General de 1824 y apoyó la Constitución Argentina de 1826, de carácter unitario.
Más tarde se unió al partido federal de Manuel Dorrego. Después del experimento
unitario de Juan Lavalle, fue gobernador interino en 1829. En ese cargo no hizo
casi nada más que asegurar el ascenso al poder de Juan Manuel de Rosas.
En 1833, cuando
el gobernador Balcarce fue derrocado por la llamada Revolución de los
Restauradores, volvió a ser gobernador. Al igual que su antecesor fue acusado
de pertenecer al partido de los "lomos negros", enfrentado al de
"federales netos" , que eran los partidarios de Rosas. La influencia
del mismo Rosas lo obligó a renunciar en junio de 1834. Su renuncia no fue
aceptada porque nadie quería hacerse cargo del gobierno. Finalmente, en
octubre, el presidente de la Legislatura, Manuel Vicente Maza, fue obligado a
reemplazarlo.
Opuesto al
régimen rosista se exilió en Montevideo en 1839, y falleció allí el 31 de marzo
de 1843. Sus restos mortales descansan en el Cementerio de la Recoleta de la Ciudad
de Buenos Aires.
Aunque todos sus
hijos varones murieron sin descendencia, sus cinco hijas casaron con
importantes figuras. Martiniana, casó con el próspero comerciante Marcelino
Carranza, Bernabela con el también rico comerciante Francisco Genaro Molina,
Albana casó con su primo Manuel Illa y Viamonte. Carmen, casó con Julio
Sánchez, de quienes surgieron los Sánchez Viamonte y finalmente, Isabel casó
con Sandalio Mansilla.
El partido de General
Viamonte, en la provincia de Buenos Aires, recuerda a este hombre.
Es indispensable
conservar en los pueblos libres el recuerdo de los grandes hombres, y el
General Viamonte, con notoria injusticia, hasta ahora no vive en la tradición
popular. Y es sin embargo uno de los hombres que más servicios ha prestado al
país, no solo en la guerra de la Independencia, donde derramó su sangre y
expuso su vida, sino en la organización de la nacionalidad argentina y
constitución de su gobierno, atravesando por las mil pruebas de aquellos
tiempos difíciles sin que su virtud acrisolada sufriera el más leve quebranto,
cuando, envueltos en el torbellino de las pasiones y de los odios, muchos se
hundieron en la vergüenza y la degradación.
Dr. Julio Sánchez Viamonte. 1881.
La historia que
se enseña en las aulas escolares ha proscripto casi totalmente el nombre de
Viamonte. No aparece o aparece desfigurada su actuación en acontecimientos en
los que ocupa un lugar de protagonista principal. Por ejemplo: se calla que fue
el organizador del Cuerpo de Patricios, cuyos oficiales lo
"eligieron" para mayor e instructor de los tres batallones; casi
nunca se le menciona al narrar las Invasiones Inglesas, en las que desempeñó un
papel no superado por ningún otro criollo; se omite consignar que a Viamonte se
le ofreció la jefatura de la Revolución de Mayo, como lo reconocen Juan José
Castelli y Martín Rodríguez en sus Memorias; que la revolución se decidió en su
domicilio, al llegar el coronel Saavedra llamado por Viamonte; se pasa por alto
su meritoria actuación en la quebrada de Yuraicoragua (Huaqui); se atribuye a
Pueyrredón el mérito, que a él corresponde, de haber salvado al ejército
derrotado el 20 de junio de 1811 y entregado por Viamonte a Pueyrredón en Jujuy
casi cuatro meses más tarde, ya rehecho, en su condición de jefe único nombrado
por la Junta de Buenos Aires; se desconoce su abnegado esfuerzo para mantener
el gobierno nacional en 1815; se califica peyorativamente su actuación como
interventor militar de Santa Fe en 1815, en la que demostró un noble afán de
mantener la unidad argentina e impedir el desmembramiento de las provincias del
litoral; antes lo había hecho en Entre Ríos, en 1814, como gobernador de esa
provincia; se olvida su carácter de precursor de los pactos interprovinciales
como lo fue en 1819 al celebrar el armisticio de Santo Tomé (luego de San
Lorenzo); se le ignora como eficaz constructor del Estado Federal argentino
desde el gobierno de la provincia de Buenos Aires en los años 1829 y 1833; se
olvida su obra de legislador; se prescinde de su defensa inicial de las islas
Malvinas, que también le corresponde; se adulteran sus nobles esfuerzos por
combatir la anarquía primero y luego la dictadura de Rosas, haciéndosele pasar
por cómplice de ésta, lo que acaso sea la más estridente injusticia con que se
le afecta.
Dr. Carlos Sánchez Viamonte. 1959.
Cuando la
república vea peligrar su soberanía ante pretensiones extranjeras, cuando la
injusticia se cebe en los hombres meritorios de la vida pública, cuando la
anarquía levante su zarpa para confundir y trabar el desarrollo orgánico de la
nación, cuando, en fin, la dictadura gestada en la ingenuidad aparente y
patriótica de los poderes extraordinarios ensombrezca nuestra senda liberal,
que los responsables de los destinos republicanos evoquen a Viamonte, civilista
de espada al cinto y no militar de sable en mano, inspirándose en la obra
fecunda del patricio que defendió la independencia política y principista
rioplatense contra tres estados europeos, sintió el sabor acre de la derrota y
la injusticia y el vaho embriagador del poder, apoyó el orden constitucional,
afirmó la institucionalidad republicana, y supo retirarse a tiempo del
gobierno, en dos oportunidades, como ejemplo democrático más frecuente de lo
que se cree en nuestra historia política, labrando, en definitiva, el ideal
supremo de la libertad, fuente perdurable de la civilización.
Armando Alonso Piñeiro. 1959.
Creo; señores,
que si posible fuera que el espíritu sano y vigoroso del ilustre patriota, jefe
de los cívicos de la capital de la República, reanimase el polvo de sus
miembros, le veríamos levantar la mano que blandió la espada en la frontera
contra los indios, en la plaza contra el conquistador osado, en el Perú contra
los opresores de la América y tantas veces contra la anarquía, para bendecir la
obra terminada, a la que consagró cuarenta años de su vida, sin que faltase al
lustre de sus servicios el martirio del ostracismo. Pienso que le veríamos
mover sus labios para aconsejarnos la moderación, la generosidad de sentimientos
de que hizo virtuosa profesión y que tanto ennoblece, la unión que robustece al
poder de la nación; pienso que formularía el voto que todos podemos hacer sobre
su tumba: que nos sea dado tributar homenaje a la inmortal memoria de nuestros
héroes, sin un proscripto, en unión y libertad, conservando incólume el suelo
de la patria que esos héroes hicieron libre e independiente.
Dr. Benjamín Victorica. 1881.
No conmemoraré
en este momento los hechos ilustres de un militar que desde el Plata hasta el
antiguo Imperio del Sol, recorrió la jornada del honor y frecuentemente de la
victoria. El secreto de su destino estaba en su valor, en su virtud y en su
adoración de la libertad e independencia de la América. Tuvo la envidiable
felicidad de verlas aseguradas para siempre, y en parte por sus propios
esfuerzos.
Carlos Guido y Spano. 1881.
Inclinémonos con
respeto. El ha sido uno de los más distinguidos campeones de la gran causa
americana.
Dedicado a la carrera militar desde sus primeros años, siempre se distinguió por su indomable valor y la inquebrantable rectitud de su carácter.
Dedicado a la carrera militar desde sus primeros años, siempre se distinguió por su indomable valor y la inquebrantable rectitud de su carácter.
No ha cesado de
prestar sus servicios al país, ya como militar en cien campañas, ya como
representante del pueblo, que siempre depositó en él su confianza, o ya, por
fin, en el gobierno que asumió por tres veces en la provincia de Buenos Aires y
una en la de Entre Ríos, en esos tiempos en que el ejercicio del poder no
proporcionaba otra cosa que sinsabores y disgustos, preñados como estaban de
tempestad los horizontes.
Luis M. Drago. 1881.
¡El fue de los
que concibieron, fundaron y defendieron en la cuna esta nacionalidad argentina
que nos cuesta tantas lágrimas y nos infunde tantas esperanzas!
Cuando amaneció
el 25 de mayo de 1810, ya Viamonte era conocido por su arrojo y decisión, probados
en las invasiones inglesas: había sido también miembro distinguido del grupo
revolucionario que incubaba en casa de Vieytes o de Peña, la emancipación de
las provincias del Plata; fue, pues, de derecho uno de los primeros jefes del
primer ejército patriota.
Oh! la patria
podía contar con él: jamás se dudó de su lealtad, rectitud y firmeza,
cualidades que puso siempre al servicio de su país, sin ninguna ambición
personal.
A veces, por el
contrario, esas prendas de su noble carácter, haciéndolo necesario en las circunstancias
más difíciles, le echaron encima cargas terribles que aceptó con abnegación.
El gobierno de
Viamonte reglamentó el matrimonio de los no católicos, para asegurar en la
práctica la libertad de cultos reconocida por los tratados; renovó severamente
la prohibición del tráfico de esclavos, para cortar una corruptela introducida
por el uso tolerado; abolió el pasaporte, esa servidumbre personal mediante la
cual se convierte el país en una especie de cárcel, para realizar el principio
que nuestra actual Constitución consigna, de que todos pueden transitar
libremente por el territorio, con derecho a entrar o salir sin trabas.
Bastan esos
hechos que cito de paso, para demostrar que el general Viamonte no era solo un
guerrero valiente, sino que también era un ciudadano animado del santo amor a
la libertad.
Por eso se
atrajo la saña del caudillo inculto que había de llenarnos de oprobio ante las
naciones del mundo.
Viamonte cayó,
pues, y con él cayó el partido federal, de luto por la muerte de su jefe el
malogrado Dorrego y astutamente desorganizado por Rosas; y con la caída del
partido federal, la última esperanza de la patria se hundió en el crepúsculo
pavoroso de una noche de veinte años.
Dr. José N. Matienzo. 1881.
El amor a la
patria, un espíritu recto, valor austero, palabra benévola, fueron las
cualidades que distinguían al general don Juan José Viamonte. Tal es, en
compendio, la obra del general Viamonte, que ajeno a las seducciones del oro y
de la ambición, sirvió a la patria con entero desprendimiento, sin que decayera
esa abnegación, ni en los campamentos, ni en las altas esferas del gobierno, ni
en las horas angustiosas del ostracismo, donde por fin halló la muerte que
ansiaba el viejo peregrino, como un consuelo supremo a su amargura, desde que
ya no existían los seres que más había amado y agonizaba la libertad porque
había combatido durante su laboriosa carrera.
Pero esos
títulos aumentan la veneración a su nombre, a través de los tiempos, como la
expresión más pura de la independencia argentina, y harán que si esta peligra
en el futuro sea él uno de los eslabones simpáticos que acerque y reconcilie a
los partidos políticos, que en las democracias nivelan el ejercicio del poder.
Dr. Ángel J. Carranza. 1881.