CLUB SOCIAL SAN JUSTO
Fundado: 21 de Diciembre de 1919

Dirección: Av. Arturo Illia 2632 - San Justo - La Matanza - Buenos Aires.
Correo Electronico: clubsocialsanjusto@gmail.com
Actividad: SOCIAL - CULTURAL - DEPORTIVA - FOMENTO - PRO BIBLIOTECA

"Al Servicio de la Comunidad de San Justo y La Matanza"

lunes, 9 de febrero de 2015

Juan José Viamonte

Biografía de Juan José Viamonte (o Viamont): Nació en Buenos Aires el 9 de febrero de 1774 fue un militar y político argentino. Participó en la lucha contra las Invasiones Inglesas, en el proceso político de la Revolución de Mayo, en la guerra de independencia y en las guerras civiles argentinas.
Juan José Viamonte era hijo del teniente Jaime José Viamonte y Mulardos, fundador del fuerte de India Muerta (natural de Mataró, en Cataluña, pero de origen aragonés) y de la porteña Bárbara Xaviera González Cabezas.
Inició la carrera militar a los doce años, siguiendo la carrera de su padre. Luchó durante la Invasiones inglesas al Virreinato del Río de la Plata de 1806 y 1807, en que los ingleses fueron derrotados. Durante la Primera Invasión con el grado de teniente, y luego de su participación en la Segunda Invasión, destacándose en la defensa del Colegio de San Carlos, fue ascendido a capitán.
Participó del cabildo abierto del 22 de mayo de 1810, y luego de la Revolución de Mayo que destituyó al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, la Primera Junta lo incorporó al Ejército del Norte con el fin de prestar auxilio a las provincias del Alto Perú. El 3 de noviembre de 1810 la Junta lo ascendió a coronel, dándole el mando del Regimiento N°. 6 de Infantería que se formaría en Potosí el 1 de enero de 1811.
“Atendiendo a los méritos y servicios del Sargento Mayor Juan José Viamonte y hallándose vacante el empleo de Coronel del Regimiento de Infantería N° 6, que se ha formado de las tropas de la expedición destinada al Perú, ha venido la Junta en conferirle el empleo de Coronel del expresado Regimiento.”
Decreto de la Junta.
Participó en la batalla de Huaqui, en la cual los patriotas fueron vencidos por los realistas. Después de esa última batalla fue acusado de no involucrar a los 1.500 efectivos a su mando en la contienda, ordenando hacer ejercicios militares a escasa distancia del campo de batalla. Esta acusación lo hizo pasar los años siguientes respondiendo en un largo juicio por la derrota, siendo absuelto y restituido en sus altos cargos en el ejército.
En noviembre de 1814, cuando ya se había iniciado la guerra civil contra los federales dirigidos por José Artigas, fue nombrado gobernador de Entre Ríos. No pudo prestar ayuda alguna al coronel Manuel Dorrego cuando éste fue derrotado en la batalla de Guayabos.
Al año siguiente participó en la revolución contra el Director Supremo Carlos María de Alvear, y poco después fue enviado a Santa Fe a controlar el avance del federalismo con 3.500 hombres. Al día siguiente de su llegada murió el gobernador Francisco Candioti, lo que le dio la oportunidad de hacer que la provincia volviera a depender de la de Buenos Aires. Pero al año siguiente fue expulsado por una sublevación encabezada por el coronel Mariano Vera y el caudillo Estanislao López, que lo enviaron preso al campamento de Artigas.
En mayo de 1818 fue diputado al Congreso Nacional. Al año siguiente fue nombrado general en jefe del ejército expedicionario de Santa Fe, en reemplazo de Juan Ramón Balcarce. Pero Estanislao López inmovilizó al ejército dirigido desde Córdoba por Juan Bautista Bustos y encerró a Viamonte en Rosario, obligándolo a firmar el armisticio de Santo Tomé.
Después de la batalla de Cepeda y producida la Anarquía del Año XX se exilió en Montevideo pero regresó a fin de 1820 y en 1821 fue nombrado gobernador sustituto de la Provincia de Buenos Aires por ausencia de Martín Rodríguez.
Fue diputado al Congreso General de 1824 y apoyó la Constitución Argentina de 1826, de carácter unitario. Más tarde se unió al partido federal de Manuel Dorrego. Después del experimento unitario de Juan Lavalle, fue gobernador interino en 1829. En ese cargo no hizo casi nada más que asegurar el ascenso al poder de Juan Manuel de Rosas.
En 1833, cuando el gobernador Balcarce fue derrocado por la llamada Revolución de los Restauradores, volvió a ser gobernador. Al igual que su antecesor fue acusado de pertenecer al partido de los "lomos negros", enfrentado al de "federales netos" , que eran los partidarios de Rosas. La influencia del mismo Rosas lo obligó a renunciar en junio de 1834. Su renuncia no fue aceptada porque nadie quería hacerse cargo del gobierno. Finalmente, en octubre, el presidente de la Legislatura, Manuel Vicente Maza, fue obligado a reemplazarlo.
Opuesto al régimen rosista se exilió en Montevideo en 1839, y falleció allí el 31 de marzo de 1843. Sus restos mortales descansan en el Cementerio de la Recoleta de la Ciudad de Buenos Aires.
Aunque todos sus hijos varones murieron sin descendencia, sus cinco hijas casaron con importantes figuras. Martiniana, casó con el próspero comerciante Marcelino Carranza, Bernabela con el también rico comerciante Francisco Genaro Molina, Albana casó con su primo Manuel Illa y Viamonte. Carmen, casó con Julio Sánchez, de quienes surgieron los Sánchez Viamonte y finalmente, Isabel casó con Sandalio Mansilla.
El partido de General Viamonte, en la provincia de Buenos Aires, recuerda a este hombre.
Es indispensable conservar en los pueblos libres el recuerdo de los grandes hombres, y el General Viamonte, con notoria injusticia, hasta ahora no vive en la tradición popular. Y es sin embargo uno de los hombres que más servicios ha prestado al país, no solo en la guerra de la Independencia, donde derramó su sangre y expuso su vida, sino en la organización de la nacionalidad argentina y constitución de su gobierno, atravesando por las mil pruebas de aquellos tiempos difíciles sin que su virtud acrisolada sufriera el más leve quebranto, cuando, envueltos en el torbellino de las pasiones y de los odios, muchos se hundieron en la vergüenza y la degradación.
Dr. Julio Sánchez Viamonte. 1881.
La historia que se enseña en las aulas escolares ha proscripto casi totalmente el nombre de Viamonte. No aparece o aparece desfigurada su actuación en acontecimientos en los que ocupa un lugar de protagonista principal. Por ejemplo: se calla que fue el organizador del Cuerpo de Patricios, cuyos oficiales lo "eligieron" para mayor e instructor de los tres batallones; casi nunca se le menciona al narrar las Invasiones Inglesas, en las que desempeñó un papel no superado por ningún otro criollo; se omite consignar que a Viamonte se le ofreció la jefatura de la Revolución de Mayo, como lo reconocen Juan José Castelli y Martín Rodríguez en sus Memorias; que la revolución se decidió en su domicilio, al llegar el coronel Saavedra llamado por Viamonte; se pasa por alto su meritoria actuación en la quebrada de Yuraicoragua (Huaqui); se atribuye a Pueyrredón el mérito, que a él corresponde, de haber salvado al ejército derrotado el 20 de junio de 1811 y entregado por Viamonte a Pueyrredón en Jujuy casi cuatro meses más tarde, ya rehecho, en su condición de jefe único nombrado por la Junta de Buenos Aires; se desconoce su abnegado esfuerzo para mantener el gobierno nacional en 1815; se califica peyorativamente su actuación como interventor militar de Santa Fe en 1815, en la que demostró un noble afán de mantener la unidad argentina e impedir el desmembramiento de las provincias del litoral; antes lo había hecho en Entre Ríos, en 1814, como gobernador de esa provincia; se olvida su carácter de precursor de los pactos interprovinciales como lo fue en 1819 al celebrar el armisticio de Santo Tomé (luego de San Lorenzo); se le ignora como eficaz constructor del Estado Federal argentino desde el gobierno de la provincia de Buenos Aires en los años 1829 y 1833; se olvida su obra de legislador; se prescinde de su defensa inicial de las islas Malvinas, que también le corresponde; se adulteran sus nobles esfuerzos por combatir la anarquía primero y luego la dictadura de Rosas, haciéndosele pasar por cómplice de ésta, lo que acaso sea la más estridente injusticia con que se le afecta.
Dr. Carlos Sánchez Viamonte. 1959.
Cuando la república vea peligrar su soberanía ante pretensiones extranjeras, cuando la injusticia se cebe en los hombres meritorios de la vida pública, cuando la anarquía levante su zarpa para confundir y trabar el desarrollo orgánico de la nación, cuando, en fin, la dictadura gestada en la ingenuidad aparente y patriótica de los poderes extraordinarios ensombrezca nuestra senda liberal, que los responsables de los destinos republicanos evoquen a Viamonte, civilista de espada al cinto y no militar de sable en mano, inspirándose en la obra fecunda del patricio que defendió la independencia política y principista rioplatense contra tres estados europeos, sintió el sabor acre de la derrota y la injusticia y el vaho embriagador del poder, apoyó el orden constitucional, afirmó la institucionalidad republicana, y supo retirarse a tiempo del gobierno, en dos oportunidades, como ejemplo democrático más frecuente de lo que se cree en nuestra historia política, labrando, en definitiva, el ideal supremo de la libertad, fuente perdurable de la civilización.
Armando Alonso Piñeiro. 1959.
Creo; señores, que si posible fuera que el espíritu sano y vigoroso del ilustre patriota, jefe de los cívicos de la capital de la República, reanimase el polvo de sus miembros, le veríamos levantar la mano que blandió la espada en la frontera contra los indios, en la plaza contra el conquistador osado, en el Perú contra los opresores de la América y tantas veces contra la anarquía, para bendecir la obra terminada, a la que consagró cuarenta años de su vida, sin que faltase al lustre de sus servicios el martirio del ostracismo. Pienso que le veríamos mover sus labios para aconsejarnos la moderación, la generosidad de sentimientos de que hizo virtuosa profesión y que tanto ennoblece, la unión que robustece al poder de la nación; pienso que formularía el voto que todos podemos hacer sobre su tumba: que nos sea dado tributar homenaje a la inmortal memoria de nuestros héroes, sin un proscripto, en unión y libertad, conservando incólume el suelo de la patria que esos héroes hicieron libre e independiente.
Dr. Benjamín Victorica. 1881.
No conmemoraré en este momento los hechos ilustres de un militar que desde el Plata hasta el antiguo Imperio del Sol, recorrió la jornada del honor y frecuentemente de la victoria. El secreto de su destino estaba en su valor, en su virtud y en su adoración de la libertad e independencia de la América. Tuvo la envidiable felicidad de verlas aseguradas para siempre, y en parte por sus propios esfuerzos.
Carlos Guido y Spano. 1881.
Inclinémonos con respeto. El ha sido uno de los más distinguidos campeones de la gran causa americana.
Dedicado a la carrera militar desde sus primeros años, siempre se distinguió por su indomable valor y la inquebrantable rectitud de su carácter.
No ha cesado de prestar sus servicios al país, ya como militar en cien campañas, ya como representante del pueblo, que siempre depositó en él su confianza, o ya, por fin, en el gobierno que asumió por tres veces en la provincia de Buenos Aires y una en la de Entre Ríos, en esos tiempos en que el ejercicio del poder no proporcionaba otra cosa que sinsabores y disgustos, preñados como estaban de tempestad los horizontes.
Luis M. Drago. 1881.
¡El fue de los que concibieron, fundaron y defendieron en la cuna esta nacionalidad argentina que nos cuesta tantas lágrimas y nos infunde tantas esperanzas!
Cuando amaneció el 25 de mayo de 1810, ya Viamonte era conocido por su arrojo y decisión, probados en las invasiones inglesas: había sido también miembro distinguido del grupo revolucionario que incubaba en casa de Vieytes o de Peña, la emancipación de las provincias del Plata; fue, pues, de derecho uno de los primeros jefes del primer ejército patriota.
Oh! la patria podía contar con él: jamás se dudó de su lealtad, rectitud y firmeza, cualidades que puso siempre al servicio de su país, sin ninguna ambición personal.
A veces, por el contrario, esas prendas de su noble carácter, haciéndolo necesario en las circunstancias más difíciles, le echaron encima cargas terribles que aceptó con abnegación.
El gobierno de Viamonte reglamentó el matrimonio de los no católicos, para asegurar en la práctica la libertad de cultos reconocida por los tratados; renovó severamente la prohibición del tráfico de esclavos, para cortar una corruptela introducida por el uso tolerado; abolió el pasaporte, esa servidumbre personal mediante la cual se convierte el país en una especie de cárcel, para realizar el principio que nuestra actual Constitución consigna, de que todos pueden transitar libremente por el territorio, con derecho a entrar o salir sin trabas.
Bastan esos hechos que cito de paso, para demostrar que el general Viamonte no era solo un guerrero valiente, sino que también era un ciudadano animado del santo amor a la libertad.
Por eso se atrajo la saña del caudillo inculto que había de llenarnos de oprobio ante las naciones del mundo.
Viamonte cayó, pues, y con él cayó el partido federal, de luto por la muerte de su jefe el malogrado Dorrego y astutamente desorganizado por Rosas; y con la caída del partido federal, la última esperanza de la patria se hundió en el crepúsculo pavoroso de una noche de veinte años.
Dr. José N. Matienzo. 1881.
El amor a la patria, un espíritu recto, valor austero, palabra benévola, fueron las cualidades que distinguían al general don Juan José Viamonte. Tal es, en compendio, la obra del general Viamonte, que ajeno a las seducciones del oro y de la ambición, sirvió a la patria con entero desprendimiento, sin que decayera esa abnegación, ni en los campamentos, ni en las altas esferas del gobierno, ni en las horas angustiosas del ostracismo, donde por fin halló la muerte que ansiaba el viejo peregrino, como un consuelo supremo a su amargura, desde que ya no existían los seres que más había amado y agonizaba la libertad porque había combatido durante su laboriosa carrera.
Pero esos títulos aumentan la veneración a su nombre, a través de los tiempos, como la expresión más pura de la independencia argentina, y harán que si esta peligra en el futuro sea él uno de los eslabones simpáticos que acerque y reconcilie a los partidos políticos, que en las democracias nivelan el ejercicio del poder.

Dr. Ángel J. Carranza. 1881.