Apreciaciones filosóficas por César
Guerreiro Murta
El tiempo sólo existe en la mente de quien vive. Nuestra existencia personal, transcurre en un
espacio vital entre el nacimiento y la muerte, al que designamos con el nombre
de: tiempo.
El tiempo deja de existir para quien
muere. Los muertos no necesitan del TIEMPO.
Su espacio temporal, desaparece
cuando la existencia no necesita ser medida, expresada, en sus múltiples formas
de existir.
El tiempo, ha sido una creación del
ser humano, para registrar su paso por la Tierra, nuestro planeta, y, su
existencia, ser medida y relatada, a través de la palabra, que es el lenguaje
humano.
Antes que los humanos pudieran escribir y registrar lo que hacían, no
tenemos referencias temporales. Nada sabemos con certeza, como vivieron miles de años antes de que apareciera la escritura,
forma humana de registrar sus hechos.
Para aquellos antepasados nuestros, el tiempo “existió”, mientras vivieron. Ellos tuvieron con seguridad una noción de
que su existencia tenía una duración, y que esa duración, terminaba con la
muerte, y ese espacio entre su nacimiento y su muerte, necesitaba ser explicado
con un concepto, al que llamaron “tiempo”, dentro del cual, cada individuo, realizaba sus propios hechos vitales.
Pero el universo, no tiene un nacimiento medible por los seres humanos. El
universo existe con una continuidad que no es medible, es decir en términos de
“tiempo”, según el concepto humano.
Los humanos somos criaturas dentro del universo y, el universo, no nos ha
dado conocimientos y poderes para modificarlo.
Las leyes que rigen el funcionamiento del universo, han sido creadas por la
propia fuerza universal. Fuerza, que no es controlable por los seres humanos. A
esta fuerza universal, se la ha explicado con la palabra- concepto: “Dios”. Dios para los humanos, representa la fuerza
superior que todo lo gobierna, por encima de sus decisiones.
Las mínimas alteraciones, que los humanos han producido en el universo, son insignificantes,
y el propio universo, no las registra, porque no necesita registrarlas. Es un
ente universal, que se ha auto creado a sí mismo.
Con la creación del espacio “tiempo”, y a partir de la escritura, los
humanos, comenzaron a desarrollar una ciencia no exacta, a la que se ha llamado
“Historia”, y, a través de la cual, se
han registrado los hechos más
significativos de la actividad humana,
situada en los diversos escenarios que ofrece la Tierra.
La Historia, necesita del espacio temporal, para indicar en que fecha, los
hechos que ella registra, sucedieron.
Ese espacio temporal, se ha fijado con un antes y un después, del
nacimiento de Jesús Cristo, para una gran parte de la humanidad; sin que esto,
implique, que otros grupos humanos anteriores a Cristo, hayan establecido otros
límites temporales, para contar su historia.
Es decir, que, han sido los humanos los que, crearon el “espacio tiempo” a
su manera, para poder referirse a las épocas en que sucedieron sus acciones y
también a los fenómenos universales de los cuales tuvieron conocimiento.
Solamente las acciones “más importantes”, según el criterio prevaleciente
en cada época, han quedado registradas en la Historia Humana.
La inmensa mayoría de las acciones de la vida diaria humana, han pasado
desapercibidas, dado que no hay registro para las cosas consideradas naturales,
salvo algunos momentos, tomados circunstancialmente.
Este análisis respecto al tiempo
como espacio, es considerado por cada ser humano, a partir del momento en que
toma conocimiento pleno de su existencia, y tiene un valor personal único que,
desaparece cuando cada persona muere. Con la muerte, muere el tiempo, para cada
persona.
Este hecho natural o fortuito de la desaparición de los seres humanos, debido
a la muerte, nos invita a reflexionar qué debemos hacer en el período de
existencia personal, que Dios nos ha concedido.
La pregunta, implica una gran incógnita
en sí misma.
Dios, representante, diríamos del poder universal, ha dado la posibilidad de nacer, vivir y morir
a infinidad de seres humanos, en una continuidad sin límites.
Los seres humanos para vivir en el ámbito que les fue “asignado”,
recibieron de Dios, la inteligencia para compartir entre sí, la vida. Ello,
implicó un largo camino para la convivencia, al que llamamos conocimiento
social.
Cada ser humano, no puede elegir a sus padres, ni el lugar donde nacer.
Este hecho no puede ser modificado por nadie. Por ello, la nueva vida de cada persona, dependerá de sus padres,
familiares y el entorno social en que le toque nacer. Este hecho, también, marcará su futuro y
destino, dentro del medio social al que le toque pertenecer.
No podrá tener un libre albedrío,
estará condicionado. Tendrá que adaptarse
al mundo dentro del cual crecerá, y que se ha dictado sus propias reglas.
¿Qué hacer con su existencia, con sus deseos y apetencias personales?... La
elección será siempre muy poco previsible, lo que implicará un desafío existencial, respecto a la
certidumbre o incertidumbre de lo que realmente desee y pueda hacer.
Entre tanto, su espacio existencial estará marcado por el reloj del tiempo…
Su tiempo…
Su tiempo de niño, su tiempo de joven, su tiempo de adulto, su tiempo de
vejez. Cada etapa, consumirá un tiempo
de su existencia, las primeras etapas, no serán muy valoradas por sí mismo. Pero
llegará un momento en que se preguntará: ¿Qué hacer con su existencia?... ¿Cómo
vivirla?... ¿Cómo concluirla?...
Cada ser humano a su manera, con la
elección que haya hecho, vivirá
la existencia midiendo los logros que se propuso. Verá en sus semejantes muchos ejemplos para
imitar, o para no elegir.
Cada experiencia le aportará sabiduría, para recorrer su camino. Elegirá
bien o mal sus objetivos, y se dará cuenta que cada cosa elegida para hacer,
estará regulada por el tiempo, su tiempo.
El tiempo del hombre, como ser inteligente de la Tierra, es un espacio que
sólo existe para el mismo, que lo creó para medir los días de su existencia y de sus semejantes, entre el
nacimiento y la muerte.
Buenos Aires, 10/12/2014