El pensamiento
latinoamericano del siglo XX ante la condición humana: Argentina
"Manuel Ugarte ante la
condición humana"
Reseña
Bio Bibliográfica de Manuel Baldomero Ugarte: Nació
en Buenos Aires el 27 de febrero de 1875, aunque algunos consignan el año 1878,
en papeles personales que se encuentra en el Archivo General de La Nación,
verificamos la fecha de 1875. Sus padres, argentinos ambos, fueron Floro Ugarte
y Sabina Romero. En 1881 ingresó al Colegio Nacional Buenos Aires, y en 1890 -a
su regreso a Buenos Aires desde París- abandonó definitivamente el bachillerato
para dedicarse a las letras.
En 1893 publicó un cuaderno de poemas, Palabras, que financió su
padre y, poco después, Poemas grotescos y Versos y Serenatas. En
octubre de 1895 fundó la Revista Literaria, de la que sería director.
Esta revista, inspirada en la fundada por Rodó en Montevideo, recibió el elogio
del propio Rodó, de Ricardo Palma y Almafuerte.
Después de la intervención norteamericana en Cuba en 1898, Ugarte
decidió viajar a Estados Unidos. Este viaje constituye un punto de inflexión en
su vida. A partir de ese momento se dedicó a atacar la política imperialista de
ese país. Esta causa se convirtió en objetivo totalizador de su existencia y lo
concretó recorriendo América Latina, denunciando al invasor y apoyando a los
gobiernos que encararon una política independiente, de corte nacional.
Desde Estados Unidos pasó a México, interesándose por su historia para
comprender con mayores elementos su conflictivo presente. Regresó a Europa,
pasando primero por Cuba, y en París terminó su primera novela, Paisajes
parisienses, que publicó en 1901. En
octubre y noviembre de ese mismo año aparecieron en el diario El País de
Buenos Aires sus dos primeros artículos anti-imperialistas: “El peligro yanqui”
y “La defensa latina”.
En 1902 agrupó varios artículos periodísticos y los publicó en Crónicas
de boulevard. En Madrid se puso en contacto con dirigentes y escritores
socialistas. Publicó dos nuevos libros: La novela de las horas y los días y Cuentos
de la Pampa. En este último describía personajes y situaciones de la
realidad argentina que conociera en sus primeros veinte años de vida.
En julio de 1903 se embarcó hacia nuestro país para adherir al Partido
Socialista Argentino, y en el salón Operai Italiani, pronunció su conferencia
“Las ideas del siglo”. Allí con lenguaje claro y sencillo Ugarte dice: “el
socialismo no sólo es posible, es necesario” (Cúneo: 1955: 113). A pesar de sus
manifestaciones anti-imperialistas, no mencionó ese tema en la conferencia.
En 1903 había publicado dos libros: Visiones de España y Mujeres
de París, y en 1905 El arte y la democracia, Los estudiantes de París y
Una tarde de otoño. En el primero de los libros citados, Ugarte reunió una
serie de relatos acerca de paisajes españoles y personajes vinculados a las
letras. En El arte y la democracia, insistió en la necesidad de un mayor
compromiso del escritor con su tiempo: “Enamorado de las letras que son quizás
mi razón de vida, pero enemigo del literalismo, entiendo que nuestras épocas
tumultuosas y febriles, el escritor no debe matar al ciudadano” (Ugarte: 1904:
V)
En 1906 publicó Enfermedades sociales, ensayo sobre diversos
vicios sociales, entre ellos la costumbre, la falta de libertad, la corrupción
administrativa, las guerras impopulares, el miedo a la verdad, la intoxicación
literaria, etc. Todos estos vicios, reconocía, derivaban de un mal común: el
régimen capitalista. Este régimen que “urge reemplazar por una organización más
de acuerdo con la cultura del siglo” (Ugarte: 1906:200).
En los primeros meses de 1908, Ugarte publicó Burbujas de vida.
En él incluye un artículo suyo sobre las razones del arte social. La
preocupación del autor se centró en las manifestaciones de un arte que deseaba
“nacional”. Orientó esta búsqueda hacia una interpretación del arte
comprometido con su tiempo, única posibilidad de estructurar una cultura que
posibilite la identidad nacional y latinoamericana.
En 1910 publicó Cuentos Argentinos y adelantó en varios
periódicos los resultados de sus estudios acerca de orígenes, caracteres y
futuro de Hispanoamérica. A fines de ese año aparece El porvenir de la
América Español, en el cual analizó los orígenes y los diferentes
desarrollos de las dos Américas, denunció la política expansionista de Estados
Unidos a costa del resto de los países americanos, propuso la necesidad de
concretar una unificación basada en la comunidad de territorio, lengua,
cultura, costumbres, origen y enemigos comunes. Este libro alcanzó amplia
repercusión en América y en Europa.
El 14 de octubre de 1911, pronunció una conferencia en la Sorbona de
París sobre “Las ideas francesas y la emancipación americana”. Dijo entonces: “Como
en el apólogo bíblico, hacia la Francia inmortal para decirte ante la
prosperidad de un mundo: he aquí lo que hemos hecho con tu semilla” (Ugarte:
1922: 70). Toda la prensa francesa publicó reseñas y comentarios, y con este pivote
comenzaba Ugarte su gira por veinte países latinoamericanos:
Quince días después (29 de octubre) partía yo con el fin de realizar la
gira continental […] Quería entrar en contacto con cada una de las repúblicas
cuya causa había defendido en el bloque, conocerlas directamente, observar de
cerca su verdadera situación y completar mi visión general de la tierra
americana, recorriéndola en toda su extensión, desde las Antillas y México,
hasta el Cabo de Hornos (Ugarte: 1923: 43).
En primer lugar visitó Cuba, donde permaneció un mes. Recorrió el país y
pudo apreciar la penetración imperialista norteamericana, reflejada aún en
detalles cotidianos. El autor observó, empero, una actitud de descontento, de
profundo sentimiento nacionalista. Dijo: “Bastaría un llamamiento autorizado o
un grito oportuno para que se llenara como antes la manigua de guerrilleros
dispuestos a hacerse matar de nuevo por la imposible independencia” (Ugarte:
1923: 61).
En este -como en casi todos los países que visitó- Ugarte pronunció
conferencias, estableció contactos y soportó los obstáculos que le impuso cada
gobierno. En Cuba, la difamación vinculaba a Ugarte con un “hispanismo”
intransigente que lo colocaba en contra de las aspiraciones independentistas de
los cubanos en 1898.
En mayo del siguiente año, 1912, llegó a Buenos Aires después de su
gira, y en julio, la polémica con el Partido Socialista culminaría con su
expulsión en noviembre. Ugarte creía que el socialismo debía ser nacional, y al
partido no le preocupaba este aspecto doctrinario. El 1º de agosto se embarcaba
hacia Montevideo. Allí el presidente Battle y Ordoñez lo recibió personalmente
y llevó a cabo una conferencia en el Teatro 18 de Julio sin ningún tropiezo.
Estrechó relaciones con Delmira Agustini, gran poetisa uruguaya: “Entre Delmira
y yo no existió nunca más que una honda atracción espiritual, acaso un
sentimiento romántico” (Archivo Manuel Ugarte).
En 1914, con motivo de la agresión norteamericana a México, Ugarte funda
en Buenos Aires el Comité Pro-México, que luego se transformó en la Asociación
Latinoamericana. Durante ese año de 1914 recibió dos golpes: los asesinatos de
Delmira Agustini y de Jean Jaurés. Otro hecho lo conmocionó: el
desencadenamiento de la Gran Guerra:
Cuando estalló la guerra, fui hispanoamericano ante todo […] No me dejé
desviar ante todo por un drama dentro del cual nuestro continente sólo podía
ser papel de subordinado o de víctima y lejos de creer, la injusticia en el
mundo, me enclaustré en la neutralidad, renunciando a fáciles popularidades
para pensar sólo en nuestra situación después del conflicto. (Ugarte: 1922:
119)
En esas difíciles circunstancias fundó el diario La Patria: “El
diario debía ser neutral frente a la guerra, defender cuanto concurriese a
vigorizar nuestra nacionalidad, desarrollar el empuje industrial, crear
conciencia propia y propiciar la unión de las repúblicas latinas del continente
frente al imperialismo” (Ugarte: 1923: 312). En el diario La Patria,
Ugarte presentó un programa de corte nacional cuyos puntos principales eran:
neutralidad, industria y cultura nacional, anti-imperialismo y unidad
latinoamericana.
En los primeros meses de 1916, en uno de los polémicos artículos de su
diario, analizó uno de los elementos de mayor penetración económica de
Inglaterra: los ferrocarriles. En febrero de ese mismo año, La Patria
publicó su último número.
En enero de 1919, acorralado por el aislamiento a que lo había sometido
el clima de su país, se dirigió a España. Dos años después decidió instalarse
en Niza con su esposa Theresa Desmard, con quien vivía desde 1920. Publicó Mujeres
espontáneas y Poemas completos. El periodismo y los derechos de
autor de sus libros eran sus únicos ingresos.
En 1922 apareció Mi campaña hispanoamericana en la editorial
Cervantes de Barcelona. Aquí recopiló algunos discursos pronunciados en
diversos países que visitó entre 1912 y 1917. Se editó un nuevo libro: La
Patria Grande, selección de artículos referidos, entre otros temas, a la
doctrina Monroe, la mediación de México, la industria nacional, la neutralidad,
extractados de revistas y de su diario La Patria.
En 1923 publicó El destino de un continente, en el cual describe,
además de sus vicisitudes en el viaje por América, la evolución de su propia
comprensión del fenómeno imperialista. Es una obra de reflexión en la que se
advierte el proceso de maduración intelectual de nuestro autor. En ella incluyó
al imperialismo inglés como predecesor y acompañante del estadounidense, y
condenó las actitudes parasitarias de los gobiernos locales.
Por esta época escribió un artículo, “El nuevo nacionalismo”, en el que
afirma que existen dos ideas muertas: el internacionalismo ciego y el
nacionalismo cerrado. Se pronunciaba por un nacionalismo democrático y por una
democracia nacional como la única solución posible, justamente cuando en
América algunos intelectuales propiciaban el advenimiento de “la hora de la
espada”.
En 1924 apareció El crimen de las máscaras, en el que -haciendo
gala de agudo sentido crítico y satírico- ridiculizaba a diferentes personajes,
prototipos de la sociedad contemporánea. En esos años publicó varios artículos:
“La América Nueva” (1929), “Política y Patria” (1930) y “El Fin de las
Oligarquías Latinoamericanas” (1931).
El 21 de mayo de 1935 desembarcó en Argentina. El país -en plena década
infame- no registró la llegada del escritor, a excepción del semanario forjista
Señales. En 1940 escribió en Viña del Mar el artículo “Estado Social de
Iberoamérica”, en el que condenó las guerras fronterizas entre los países
latinoamericanos y denunció la sujeción al imperialismo inglés, primero, y al
norteamericano, después.
En 1942 Ugarte publicó Escritores Iberoamericanos del 1900, sin
lugar a dudas su mejor producción literaria. Sus páginas permiten acceder a la
intimidad de la generación de escritores a la que perteneció el autor, y que
compartió momentos de juventud en Madrid y en París, a comienzo de siglo
pasado.
En marzo de 1946 llegó a Buenos Aires después del triunfo de la fórmula
Perón-Quijano. Se entrevistó con el nuevo presidente y, convencido de la
comunidad de ideas entre ambos, aceptó el cargo de embajador en México que el
nuevo gobierno le propuso. El decreto de designación llevaba fecha 6 de agosto
de 1946, y es confirmado en el cargo de Embajador Extraordinario y
Plenipotenciario de la República de México por un nuevo decreto, del 3 de
septiembre del mismo año.
Desinteligencias con integrantes de la propia embajada lo llevaron a
regresar a la Argentina en junio de 1948. Fue entonces desplazado de la
embajada de México a la de Nicaragua. Allí no se encontró muy a gusto y a
principios de 1949 logró su traslado a Cuba, donde el 17 de enero de 1950
presentaría su renuncia, que fue aceptada. Entre
sus borradores, unos meses después, analizaba de esta manera su alejamiento:
Sólo en un momento creí ver en la Argentina de Perón, una tentativa de
resistencia al imperialismo. Yo me había negado hasta entonces a colaborar con
todos los gobiernos renunciando a las candidaturas a diputado y senador que me
fueron ofrecidas. Ante la esperanza de redención acepté dentro de la nueva
política, una embajada. Pero la desilusión no tardó en descubrir que las
gallardías del tirano sólo son ardides electorales que saca a relucir cada vez
que declina su autoridad.
Renuncié al cargo de embajador en Cuba y volví a retirarme de la
política sin ideales, dentro de lo cual todo sigue reglado por la voluntad de
los Estados Unidos. La juventud que siguió las incidencias se dio cuenta del
significado de mi alejamiento. (Archivo Manuel Ugarte)
En Madrid de 1951 estaba terminando la redacción de su libro póstumo: La
Revolución de Hispanoamérica. Fue el libro de su madurez intelectual, que
se vio reforzado por un presente del que no fue sólo espectador. Asistió a las
dos guerras europeas, que la miopía occidental llamó “mundiales”. Asistió a la
fatiga de una Europa post-guerra, al agigantamiento del poder estadounidense;
al esplendor y ocaso del nazismo y del fascismo, a la concreción de la primera
revolución bolchevique. Demasiadas conmociones para cualquiera y, especialmente
importantes, para un pensador como Ugarte. En éste, su último libro, penetró
hondamente en la situación hispanoamericana descubriendo sus fallas y sus
posibilidades.
En noviembre de 1951, regresó a Buenos Aires. He aquí el motivo de su
viaje: “No he pertenecido nunca al bando de los adulones y si hago ahora esta
afirmación, si he vuelto especialmente de Europa a votar por Perón, es porque
tengo la certidumbre absoluta de que alrededor de él debemos agruparnos, en
momentos difíciles que atraviesa el mundo, todos los buenos argentinos”.
(Ugarte: 1961: 116)
Pocos días después regresó a Niza. El 2 de diciembre de 1951 aparecía
muerto en la casa que alquilaba. Esta muerte fue declarada accidental, aunque
en los medios literarios y políticos se presumió que fue suicidio. Entre sus
manuscritos próximos a esa fecha puede leerse:
Hay dos maneras de matar a un hombre: matándolo o humillándolo. Lo
primero no convenía a mis adversarios, lo segundo lo evité yo. Dios sabe que no
hay nada en mi vida que me pueda reprochar. Tengo la convicción de que en todo
momento he servido a los intereses argentinos y los ideales de Iberoamérica
porque hasta con la ausencia y con los silencios mantuve el derrotero que los
gobernantes habían olvidado. Que las nuevas generaciones, sin dejarse
intimidar, eleven al punto de mira, aprendiendo a ser grandes en la vida y en
la muerte […] he querido decir a mis compatriotas estas palabras antes de morir
y entiéndase que mis compatriotas son todos los habitantes de América Latina.
Deseo que mi entierro se haga en coche humilde y que asista a él, no
sólo los que me apreciaron de cerca o de lejos, sino cuantos se arrepientan de
haberme combatido.
La fe en Dios y en la Patria fue la brújula del pequeño navío castigado
de puerto en puerto, como si la tormenta naciera del idealismo de sus mástiles.
El navegante viejo se ha hundido con él y que sobre las aguas cada vez más
procelosas sigue flotando por lo menos su bandera. (Archivo Manuel Ugarte)
He incluido este escrito inédito de Ugarte (con fecha aproximada
posterior a 1950, porque al comienzo de este artículo de tres páginas habla de
sus libros y menciona La reconstrucción de Hispanoamérica) porque
servirá para advertir que existe la posibilidad de su suicidio, o de “accidente
voluntario” que ocasionara su muerte. Si bien él viaja a Buenos Aires, y su
propia declaración nos indujo a creer en la confianza depositada por Ugarte
hacia el gobierno que encabeza el General Perón, probablemente su propia
marginación del proceso lo moviera a apoyar dicho gobierno como la única
solución posible frente al estado difícil por el que atravesaba nuestro país y
el mundo en general. Lo que no se puede
objetar fue la confianza que Ugarte depositó en el movimiento, más allá de los
dirigentes. Él mismo lo afirmó cuando dijo:
Los prisioneros del pasado que se resisten a admitir este momento nuevo,
esta mentalidad diferente, este ideal de porvenir, no perturbarán la marcha de
la nación hacia sus nuevos destinos. La revolución no ha sido de un hombre, ni
de un grupo, ni de un momento político, ha sido fruto de una conmoción
geológica, de un cambio de clima, y aunque las individualidades que gobiernan
no llegaran a desaparecer, la revolución seguirá su marcha, superior a las
contingencias, bajo la sombra tutelar y las inspiraciones del que supo dar
forma a los hechos a los que la inmensa mayoría de los argentinos deseábamos y
esperábamos desde hace largas décadas. Todos los presentimientos y las
esperanzas dispersas de nuestra juventud, volcada un instante en el socialismo,
han sido concretados definitivamente en la carne viva del peronismo, que ha
dado fuerza al argentinismo todavía inexpresado de la Nación. Ahora sabemos lo
que somos y a dónde vamos. Tenemos nacionalidad, programa, derrotero. (Ugarte: 1961:
117)
La percepción de Ugarte del momento por el que atravesaba nuestro país,
frente a la miopía de la mayoría de los partidos políticos que no supieron
estar a la altura de las circunstancias, revela un profundo conocimiento del
proceso histórico y lo rescata como protagonista trascendente dentro de los
pensadores argentinos.
Este hecho no invalida la posibilidad de que Ugarte, exiliado,
solitario, excluido y desilusionado, pudiera sentirse vencido y tentado a
adoptar el camino que eligieron tantos compañeros que integraron su malograda
generación.
Los libros más significativos han sido: El porvenir de la América
Española (1910), La Patria Grande (1922), Mi campaña hispanoamericana
(1922), El destino de un continente (1923) y La reconstrucción de
Hispanoamérica (1951). Los conceptos allí
vertidos se fueron superando en cada obra. El eje de su producción giró en
torno a dos problemas: por un lado, el de la realidad hispanoamericana, en el
que incluye los conceptos de nacionalidad, unidad, raza; y por otro, el de la
acción imperialista, con sus métodos, sus procedimientos y la evolución de los
países hegemónicos.
Sus trabajos, que no tuvieron difusión en nuestro país, sirven hoy más
que ayer. Tienen el doble carácter que adquiere todo testimonio: sirven por la
realidad que describen y sirven -sobre todo- por la percepción de esa realidad
que implica la valoración historiográfica de la obra.
Temas de reflexión antropológica y
latinoamericana
Los temas esenciales aparecen en la obra de Manuel Ugarte en forma tangencial
a su pensamiento político latinoamericanista. En la formulación de este
pensamiento descubre precozmente el imperialismo inglés, como vimos en la
edición del diario La Patria. En una de sus editoriales dijo:
Aprovechando la situación que determina la guerra debemos hacer pues, lo
posible para crear los resortes que nos faltan y no pasar de la importación
europea a la importación norteamericana.
[…] No se trata de teorías de proteccionismo o libre cambio. Se trata de
una enormidad que no puede prolongarse; el proteccionismo existe entre nosotros
para la industria extranjera y el prohibicionismo, para la industria nacional
[…] Se abre en el umbral del siglo un dilema: la Argentina será industrial o no
cumplirá sus destinos. (Ugarte: 1922 b: 68-69)
Este descubrimiento lo advierte en uno de sus mayores baluartes: los
ferrocarriles. Escribe en el artículo editorial de La patria, del
16 de febrero de 1916, “Los ferrocarriles en contra de nuestro progreso
industrial”:
Uno de los problemas que más nos interesa, fuera de toda duda, es el de
la explotación de nuestros ferrocarriles por empresas de capital foráneo, cuyos
intereses, de conveniencias motivadas por su misma falta de arraigo y su
origen, son fundamentalmente opuestos a los intereses de la república.
…Las empresas ferroviarias son todas extranjeras: capital inglés,
sindicatos ingleses, empleados ingleses, …El capital, especialmente el inglés y
el yanqui, no sólo tienen campo abierto para todas sus especulaciones, buenas,
regulares o peores, sino además de ser respetado, como merece es obedecido con
ciertos visos de servilismo poco honroso, por cierto. Una línea férrea se
explota entre nosotros de manera halagüeña. Lleva la empresa noventa y ocho
probabilidades de obtener pingües ganancias contra dos de obtenerlas
…regulares; de perder, ninguna. Línea alguna ha dado ni dará pérdidas. Y este
dato merece ser tenido en cuenta al ocuparse de los ferrocarriles como origen
de nuestra atrofia industrial. (Archivo Manuel Ugarte)
A pesar de ello, cuando define el origen latinoamericano y el programa
de desarrollo posible, aparece un pensamiento claro en relación con los
primeros tiempos y la integración. Al respecto es interesante comparar dos
textos (1910 y 1943) para advertir la superación de pensamientos externos.
En el primero, dijo Ugarte:
Nuestra raza -y al decir nuestra me parece abarcar a España y a América
en un calificativo común- nuestra raza está cansada de que la adulen. En su
instinto oscuro, en su conciencia profunda comprende su estado actual, mide las
consecuencias de sus fracasos, abarca las perspectivas del porvenir… prefiere
las duras advertencias que la lastiman a los elogios vanos que parecen agrandar
la distancia entre lo que somos actualmente y lo que esperamos volver a ser …
España y América no forman para mí dos entradas distintas. Forman un solo
bloque agrietado. (Ugarte: 1922a: 24).
En el segundo afirmó:
La nacionalidad no se crea sólo con las armas o con el pensamiento. Se
crea, sobre todo, con la emoción. En Iberoamérica sólo existe la nacionalidad
geográfica. Todavía no ha surgido la nacionalidad geográfica. Todavía no ha
surgido la nacionalidad económica, ni la nacionalidad étnica. Menos aún la más
difícil de todas, la nacionalidad moral… la realidad ética y espiritual de
nuestra América no será nunca el universalismo vago ni el individualismo
remoto, sino el iberoamericanismo, es decir, la resultante del acontecer
histórico y cultural modificado por el tiempo y los aportes varios en una zona
geográfica del mundo (Ugarte: 1951: 66-67).
A pesar de sus desventuras, Manuel Ugarte creía en las posibilidades
crecientes para América Latina. Si bien no pudo percibir un programa para
superar las dificultades desde sus primeros escritos, piensa que es posible
lograrlo:
Una concepción de la vida entre melancólica y resignada -no hay que
entender escépticas, porque nada seríamos, nada alcanzaríamos sin la esperanza
de algo mejor- me ha hecho sobrellevar la atmósfera. Hay en el ser humano algo
animal o divino, que, por encima de las medidas y las fórmulas, le permite
hacer entrar hasta el fondo del dolor, un eco de suaves matinales y un
vivificante rayo solar. A menudo, lo inexistente me consoló de lo que existía.
La imaginación fue bálsamo para la observación. Aprendí a trasmutar el odio en
altruismo. Y el tiempo se encargó de adaptarme gradualmente a la amargura, como
se adapta el árbol que creció pasando por el hueco de las piedras y que, a
pesar del dogal que lo ciñe, logra llevar hasta la cima la copa abierta de su
ilusión.
Así me encuentro, al cabo de treinta y dos años de vida literaria,
escribiendo este libro, sin desaliento y sin rencores, con la misma cordialidad
hacia mis compañeros, con el mismo espíritu fervoroso con que debuté en París,
en 1900. he visto muchas figuras y muchos trances, he tenido satisfacciones y
fracasos, dolores y alegrías, pero pese al ambiente adverso, he mantenido,
contra viento y marea, la voluntad tendida hacia un ideal.
La única posibilidad de ser grande, reside, acaso, en tener la noción de
nuestra pequeñez. ¡Somos tan insignificantes y pasamos tan rápidamente por el
mundo!... Así es la vida literaria: un poco de dolor, un soplo de ansiedad, una
luz breve, y después… ¿quién sabe? (Salas: sin fecha: 73-74)
Además de visualizar un optimismo inicial, en su programa advierte
claramente cuál sería el rol del escritor latinoamericano en relación con su
obra. Esta apreciación la extiende al arte, que deberá ser socialmente
comprometido. El dolor de escribir es uno de los textos felizmente
re-editados en Argentina, aunque no posea canales de distribución eficaces. En
él condensa reflexiones sobre la literatura y el rol del escritor y describe su
tarea y pensamiento en los últimos treinta años. Se imprime en España poco
antes de la Guerra Civil, y por tanto es una “rara especie” poder consultarlo.
Realiza una crítica directa acerca de la falta de originalidad de los
escritores:
SOLO HAY, EN REALIDAD, DOS CLASES DE ESCRITORES: los espontáneos y los
librescos.
A los espontáneos se les conoce -basta una página-, por la diafanidad,
por el altruismo, hasta por el desdén de la intriga y de las artes menores de
la literatura. Les anima un sentimiento cordial para sus compañeros,
especialmente para la juventud. Creen en un ideal. Llevan más o menos
probabilidades en las alas, pero siempre tienden a levantar los ojos hacia el
sol, magnificarse en las cimas, a abrirse en luz sobre la imposible eternidad.
A los librescos no es difícil tampoco clasificarlos. Conceden suprema
atención a las preocupaciones corrientes. Invariablemente comparten la opinión
que impera, lo mismo en política que en el arte, sin prejuicio de “evolucionar”
así que apunte otro matiz del éxito. (Salas: sin fecha: 29)
Más adelante insiste en este complejo latinoamericano.
El internacionalismo intelectual -no empleo la palabra en su sentido de
amplitud comprensiva, sino en el de renunciamiento y entrega de las propias
características- no fue, después de todo, más que una manifestación del
embobecimiento que en todos los órdenes ha inmovilizado a la América española,
primero ante Europa y después ante Estados Unidos.
En realidad, no hemos tenido vida propia. Hemos vivido por cable,
atento igualmente a las cotizaciones y a las modas, como si alimentada por un
cordón umbilical de direcciones supremas, la esencia de nuestro ser no hubiera
salido todavía a luz.
La costumbre de imitar es en el Sur, tan cerrada, que hasta nos
obstinamos en hacer de abril el símbolo de la primavera (como en Europa,
decimos tener 18 abriles, etc.,) siendo así que el trastrueque de estaciones en
nuestro hemisferio, hace que el mes de abril, caiga en otoño. Así vivimos en
todos los órdenes de oídas.
Más de una vez hemos preguntado en horas de perplejidad: ¿Cuándo llegará
a surgir la vida realmente latinoamericana? (Salas: sin fecha: 76-77)
Manuel Ugarte realiza un diagnóstico interesante sobre América Latina y,
como vimos, comienza descubriendo la sociedad estadounidense cuando realiza su
primer viaje a Estados Unidos:
En el fondo de mi memoria veo el barco holandés que ancló en el enorme
puerto erizado de mástiles, ennegrecido por el humo, las sirenas de los barcos
aullaban en jauría alrededor de una gigantesca Libertad señalando con su brazo
al mar. Rascacielos desproporcionadamente erguidos sobre otros edificios de
dimensiones ordinarias, aceras atestadas de transeúntes apresurados,
ferrocarriles que huían a la altura, a lo largo de las avenidas, vidrieras de
almacenes donde naufragaban en océanos de luz los más diversos objetos, todo
cuanto salta a los ojos del recién llegado en una primera versión apresurada y
nerviosa, me hizo entrar al hotel con la alegría y el pánico de que me hallaba
ante el pueblo más exuberante de vida, y más extraordinario que había visto
nunca. (Ugarte: 1923: 11-12).
Pero esta admiración no fue impedimento para que advirtiera:
Yo imaginaba ingenuamente que la ambición de esta gran nación se
limitaba a levantar dentro de sus fronteras la más alta torre de poderío, deseo
legítimo y encomiable a todos los pueblos […] Pero leyendo un libro sobre
política de este país encontré un día citada la frase del senador Preston, en
1838: la bandera estrellada flotará sobre toda la ambición de nuestra raza.
(Ugarte: 1923: 13)
Esto motivó al escritor a interiorizarse en la evaluación de la política
de este país. Dijo:
Así fue aprendiendo al par que la historia del imperialismo nuestra
propia historia hispanoamericana […] Los Estados Unidos al ensancharse no
obedecían, al fin y al cabo más que a una necesidad de su propia salud […] pero
nosotros al ignorar la amenaza, al no concertarnos para impedirla, dábamos
prueba de una inferioridad que, para las autoritarios y deterministas, casi
justificaba el atentado. (Ugarte: 1923: 18-19)
El primer artículo que escribió después de este primer viaje fue “El
peligro yanqui”, aparecido en El País el 19 de octubre de 1901. En él,
Ugarte alertó sobre el choque de intereses de las dos Américas y tomó como
punto de partida lo ocurrido en Cuba. Además, advirtió que una de las tácticas
utilizadas por Estados Unidos era la infiltración o predominio industrial en un
país determinado, etapa previa y necesaria que prepararía la escena para ser
seguida de una agresión pretextando la defensa de intereses económicos. Escribe
Ugarte en este artículo:
De esta manera, cuando decide apropiarse de una región que ya domina
moral y efectivamente, sólo tiene que pretextar la protección de sus intereses
económicos (como en Texas o en Cuba) para consagrar su triunfo por medio de una
ocupación militar de un país que ya está preparado para recibirle. Por eso al
hablar de peligro yanqui no debemos imaginarnos una agresión inmediata o brutal
que hoy sería imposible, sino un trabajo paulatino de invasión comercial y
moral que iría acreciendo con las conquistas sucesivas y que irradiará cada vez
con mayor intensidad desde la frontera en marcha hacia nosotros (1901a).
Recordemos que con Cuba, los Estados Unidos basaron sus relaciones en la
Enmienda Teller, por la cual concedían al país una independencia nominal, situación
que se completaría en 1901, cuando a través de la Enmienda Platt se estableció
un protectorado sobre la isla. En ese mismo año Ugarte propuso, para defenderse
del imperialismo estadounidense, utilizar el contrapeso de la participación de
las potencias europeas en los asuntos latinoamericanos. Lo hizo en “La defensa
Latina”, artículo fechado el 5 de octubre de 1901 en París, y publicado El
País de Buenos Aires el 9 de noviembre de 1901:
Francia, Inglaterra, Alemania e Italia han empleado en las repúblicas
del sur grandes capitales y han establecido corrientes de intercambio o de
emigración. En caso de que los Estados Unidos pretendiera hacer sentir
materialmente su hegemonía y comenzar en el sur la obra de infiltración que han
consumado en el Centro se encontrará naturalmente detenido por las naciones
europeas que tratan de defender las posiciones adquiridas […] Se dirá que es
defenderse de un peligro provocando otro. Pero si los europeos están de acuerdo
para oponerse a las pretensiones de los Estados Unidos, no lo están para
determinar hasta qué punto deben graduar las pretensiones propias […]
De modo que estaríamos defendidos contra los americanos por los europeos
y contra los europeos por los europeos mismos […]
Además la verdadera amenaza no ha estado nunca en Europa sino en América
del Norte (1901b).
Todavía Ugarte manifiesta dos puntos de vista que modificaría años más
tarde: la apreciación despectiva sobre las repúblicas de América Central y la
apreciación de privilegio con que juzga la situación de los países del extremo
sur -no soportando ningún tipo de colonialismo y desconociendo, por ende, la
acción del ejercido por Inglaterra: “Según ellos (Estados Unidos) es un crimen
que muestras riquezas naturales permanezcan inexplotadas a causa de la pereza y
falta de iniciativa que nos suponen juzgar a toda América Latina por lo que han
podido observar de Guatemala o de Honduras” (1901a). Cuando
Ugarte realizó su gira cambió posición con respecto a Centroamérica y se
convirtió en defensor de esas naciones:
Sólo el extremo sur está ileso y aún en nuestra región donde los
intereses industriales y comerciales de Europa hacen imposible un
acaparamiento, han ensayado los Estados Unidos una manera de acapararnos. La
guerra peruano-chilena y el antagonismo entre Chile y Argentina son quizás el
producto de una hábil política subterránea dirigida a impedir una solidaridad y
una entente que pudieran echar por tierra los ambiciosos planes de expansión
(1901a).
En la guerra del Pacífico los capitalistas europeos y, en menor grado,
los Estados Unidos, tomaron abiertamente partido a favor de Chile y contra la
alianza peruano-boliviana. Esta actitud respondió a la tesitura de que el
gobierno de Santiago de Chile era agente de los intereses europeos -asunto que
Ugarte aún no tenía claro- y, además, que la conquista del norte salitrero
significaba una ventaja muy importante también para los sectores dominantes
chilenos.
Ugarte detectó la técnica de este imperialismo y no pudo mantenerse al
margen de la ideología imperante cuando trata de explicarlo: “el imperialismo
se hace cada vez más amplio, se convierte en una operación de conjunto y lo que
empieza a surgir en los momentos actuales es el imperialismo de raza” (1922 a:
206). En ningún momento Ugarte se manifestó en contra del pueblo
norteamericano. Para él las causas del imperialismo fueron, en parte,
provocadas por el desigual desarrollo entre la América anglosajona y la latina. Como lo plantea en la conferencia “Causas
y consecuencias de la Revolución Americana”, que pronuncia en Barcelona en mayo
de 1910:
Primero, las divisiones. Mientras las colonias que se separaron de
Inglaterra se unieron en un grupo estrecho y formaron una sola nación, los
virreinatos y capitanías generales que se alejaron de España, no sólo se
organizaron separadamente, no sólo convirtieron en fronteras nacionales lo que
eran simples divisiones administrativas, sino que las multiplicaron después al
influjo de hombres pequeños que necesitaban patrias chicas para poder dominar
[…] La segunda causa es la orientación filosófica y las costumbres políticas
[…] Mientras los Estados Unidos adoptaron los principios y las formas de
civilización más recientes, las Repúblicas hispanoamericanas, desvanecido el
empuje de los que determinaron la Independencia volvieron a caer en lo que
tanto habían reprochado a la metrópoli […] autoritarismo […] teocracia […] Y
como un pueblo sólo puede desarrollarse íntegramente dentro del libre
pensamiento y dentro de la democracia […] las repúblicas hispanoamericanas se
han dejado adelantar por la república anglosajona que, aligerada de todas las
supersticiones, avanza resueltamente hacia el porvenir (1922 a: 40-42).
Después de asumir la presidencia Roosevelt, Ugarte vio concretarse paso
a paso la dominación norteamericana en el Caribe. Acerca de este hecho, dijo:
¿Por qué permaneció impasible la opinión pública cuando Colombia se vio
desposeída del istmo de Panamá, cuando las tropas extranjeras se apoderaron de
Veracruz o cuando Santo Domingo perdió su soberanía? ¿Por qué razón los que se
emocionan ante la suerte de Polonia o claman contra las injusticias de la
India, no tuvieron una palabra de solidaridad? ¿Por qué cayó el olvido tan
pronto sobre estos hechos? (Ugarte, M; “Errores…”)
Tal vez la respuesta estuvo vinculada -además de las razones de política
interna e internacional- a otra razón, vinculada al orden de las ideas: el
triunfo del darwinismo social que, con su teoría de la supervivencia de los más
aptos, brindó a los Estados Unidos una doctrina de difusión universal que
justificaba su política expansionista, debido a su condición de nación más
“civilizada”. Sus propuestas concretas en búsqueda de la unidad hispanoamericana
enunciados en su artículo “La defensa Latina” (1901b) se basan en los
siguientes principios:
1. Entre las Repúblicas Hispanoamericanas hay menos hostilidad que entre
dos provincias españolas.
2. Nuestras divisiones son políticas y los antagonismos son entre las
clases dirigentes que gobiernan Hispanoamérica.
3. Los países guías deben ser los que han “alcanzado mayor grado de
cultura”.
4. El acuerdo de unidad no debe ser un acuerdo impuesto sino resuelto por
voluntad colectiva.
5. Exige una etapa previa de elaboración durante la que la parte más
ilustrada de cada país se dedique a realizar una especie de “cruzada de
propaganda”. Los instrumentos serían: diarios, conferencias, congresos,
enviados especiales.
6. La unión no sería una operación estratégica, sino un razonamiento que
impondría dos condiciones: a) estar al tanto de lo que ocurre en todas las
repúblicas de América y b) establecer comunicaciones independientes.
Con respecto a los métodos que utilizaron los imperialismos para impedir
el desarrollo regional de Iberoamérica, dirá:
[…] Lo peor del imperialismo Inglés así como del norteamericano no consiste
en que se lleva lo más valioso de las riquezas del país sino en que arrasa los
valores morales estableciendo una prima a la inferioridad y al renunciamiento
de los hombres (Ugarte: 1940).
Los factores que posibilitarían la integración -según el autor- son la
literatura, el arte y la educación; la diplomacia y las relaciones
latinoamericanas y el gobierno de cada país en relación a su política económica
e inmigratoria. Con respecto a la literatura, establece una serie de principios
a los que los escritores deberían ajustarse:
La literatura no reside exclusivamente en la forma […] Toda obra tiene
un principio, un fin y un propósito […] Hablamos de las obras de aquellos que
tienen algo que decir y lo dicen completamente. Nadie escribe por el placer de
alinear palabras y colocar imágenes […] sería monstruoso establecer que el arte
debe callar y someterse a los intereses que dominan en cada momento histórico,
cuando todo nos prueba que desde los orígenes sólo se ha alimentado de
rebeldías y anticipaciones […]
De suerte que querer convertirlo, con pretexto de prescindencia, en
lacayo atado al triunfo transitorio de determinada clase social, es poner un
águila al servicio de una tortuga […] La falta de combatividad, cierta
tendencia femenina a no advertir más que los detalles de las cosas […] el arte
social es una reacción contra las desviaciones de los últimos tiempos, una
vuelta hacia la normalidad y una tentativa para dignificar de nuevo la misión
del escritor que no debe ser un clown o un equilibrista encargado de
cosquillear la curiosidad o de sacudir los nervios enfermos de los poderosos
sino un maestro encargado de desplegar la bandera, abrir rumbo, erigirse en
guía y llevar las multitudes hacia la altísima belleza que se confunde en los
límites con la verdad […] [debemos] Fortificar los lazos que unen a nuestra
generación y a la época en que vivimos tratando de ser algo así como la voz de
nuestro tiempo (Ugarte: 1908a: 131-133-144-145).
Con respecto a las formas gauchescas literarias, expresó:
Claro está que no defendemos las formas gauchescas que fueron la primera
válvula de escape ofrecida a la personalidad moral del continente […] Lo que
hemos hecho hasta ahora no ha sido en resumen más que un arte colonial,
colonial de Francia, colonial de España, colonial de Italia, pero arte reflejo,
belleza que no tiene ninguna marca local, ni en los asuntos, ni en la
inspiración, ni en la forma. Al tocar este punto hay que adelantarse a las
interpretaciones de los que creen que literatura nacional significa un
localismo estrecho o una especie de chauvinismo egoísta y excluyente, se ponen
en contradicción con la esencia misma de nuestra cultura, que formada con
fragmentos arrancados de diferentes pueblos es por así decirlo, una síntesis de
todas las patrias […] Pero una cosa es asimilar y otra pensar con cerebro
ajeno.
No hay razón para que la literatura siga siendo exótica, cuando tenemos
territorios, costumbres y pensamientos que nos pertenecen (Ugarte: 1908b: 21).
Conclusiones
Fue Ugarte, desde el comienzo, un socialista reformista a quien le
preocupó el problema imperialista y la cuestión nacional. Su convicción
socialista la adquirió a través de comentarios sobre la obra de Marx, ya que no
leyó los textos de éste. Su socialismo anti-imperialista y nacional no encontró
lugar en el Partido Socialista Argentino, del que se separó cada vez que afirmó
sus posiciones independientes.
Esa ideología no fue abandonada por Ugarte, aún cuando se apartara de
algunos condicionamientos momentáneos. Este alejamiento no significó que
abjurara de la doctrina, sino que la misma no se adaptaba a la contemporaneidad
de los hechos.
Sería justamente su ideología la que lo condujera a la adopción de la neutralidad
más empecinada frente a los dos conflictos bélicos mundiales y a la causa
peronista, en 1945. Para muchos, este último hecho significó una traición a sus
principios, pero creemos que Ugarte estuvo a la altura de los acontecimientos.
En este sentido debemos recordar que en 1935 estuvo más cerca de los postulados
de FORJA que del partido Socialista Argentino.
La solución para lograr el desarrollo de América Latina, según Ugarte,
estaría dada a través de la unidad “homogeneizante” de Iberoamérica con España
como referente. Luego modificará esta apreciación y -en vista de la
heterogeneidad- se pronunciará por la integración frente a los mismos
obstáculos y a la acción imperialista sufrida en América Latina. Hasta 1916
sólo descubre la política norteamericana; después de la guerra, descubrirá la
inglesa también. Para la década de 1950 su proyecto abarca la industrialización
como el gran pivote del desarrollo, como asimismo la formación de un mercado
interamericano. No elude afrontar el problema de la identidad nacional con su
base aborigen y su inmigración europea. Tipifica como factores esenciales de
cambio a la literatura, el arte y la educación, la diplomacia y las relaciones
interamericanas y la acción de los gobiernos, donde incluye especialmente a la
política inmigratoria y a la política económica.
Sus reflexiones tuvieron algunos desajustes pero constituyen un proyecto
atendible y un intento rescatable -quizás el mejor- de quienes integraron su
generación. Su mejor cualidad fue adaptarse a los tiempos sin perder su coherencia
ideológica, pero sin temer a los rótulos que sus detractores colocaron y, lo
que es peor, siguen colocando a su persona y su contribución, por esclarecer la
realidad que le tocó vivir.
A la luz de los tiempos que corren, donde pareciera que hay pocas
opciones para encarar el futuro, esta propuesta alternativa se anticipa. Habla
de las personas y las dificultades, habla del intelectual y su compromiso y, en
la diversidad, propone el conocimiento cultural de los países y sus habitantes
y un mercado regional que hoy está intentado ser. No se trata de proclamar el
MERCOSUR cultural, se trata de trabajar por él. Y aquí el autor no separa lo
económico de lo cultural.
Por lo tanto, adscribe a la reformulación del MERCOSUR y nos presenta la
historia cultural de las dificultades económicas y sociales que impiden la
integración. Este concepto implica mucho más que importar o exportar productos,
implica reformular las relaciones en lo que tienen de esenciales, en aquello
que la cultura esclarece e ilumina.
Bibliografía de Obras Citadas
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Bibliografía del autor
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