1966 – 28 de Junio - 2015
Hace 49 años era destituido el Presidente Arturo
Illia
A las 7:10 del
28 de junio de 1966 abandonó la Casa Rosada. En las primeras horas de ese día,
un colaborador había propuesto que todas las puertas de acceso fueran cerradas
con llave. La esperanza era dejar sentado el símbolo de la violación. Fue un
acto de resistencia formal. La conspiración cívico militar estaba en su punto
culminante y, sin reparos, produjo la destitución del presidente
constitucional. Se consumaba el quinto golpe de Estado en la Argentina del
siglo XX.
Illia fue
elegido presidente en 1963. El respaldo electoral fue débil, sólo el 25%. La
proscripción del peronismo inaugurada en 1955 estaba vigente y el intento de
superarla, por parte de Arturo Frondizi, se sumó como una de las causas de su
destitución en 1962. Arturo Illia continuaba el ciclo de las democracias
restringidas bajo el contexto del "golpe de Estado permanente", según
el historiador francés Alan Rouquié.
De fuertes
convicciones, Illia calificaba al gobierno peronista de 1946-1955 de
autoritario. En los minutos finales del golpe palaciego el presidente les
recriminó a los uniformados proceder igual que en "la otra tiranía",
cuando bajo el "cumplimiento de órdenes" en la noche se violaban
domicilios para arrestar disidentes.
El presidente
electo para el período 1963-69 es despojado de su poder y expulsado de la Casa
Rosada. Esa madrugada del 28 de junio está impregnada de episodios,
discusiones, traiciones que marcaron la vida institucional y cultural de los
argentinos.
Se puede reprochar
a Illia haber participado de elecciones condicionadas, con un enorme sector de
ciudadanos impedidos de elegir a sus dirigentes preferidos. También, vale
recordar, la promesa de la campaña de abrir, sin restricciones, el juego
democrático a todas las opciones políticas. Un punto que, al igual que Arturo
Frondizi, trató de cumplir.
El peso del
partido militar más fuerzas civiles influyentes impidieron el desarrollo de la
libre participación electoral. Factores de poder y grupos de presión operaron para
ultimar el mandato Illia. La integración de los gabinetes de facto es
reveladora de las representaciones civiles.
En aquellos
tiempos, el valor de la democracia como sistema de convivencia no se registraba
decisivo para el desarrollo armónico del país. El ritmo de cambios de la década
de 1960, en especial la revolución cubana más el contexto de la Guerra Fría,
sometía al gobierno radical a decisiones que acarreaban contratiempos en la
gestión.
La negativa de
enviar tropas que compartieran la intervención de Estados Unidos en Santo
Domingo, en el estallido de una resistencia popular con connotaciones
revolucionarias, distanció para siempre al poder militar del presidente.
La debilidad de
su gobierno no fue obstáculo para cancelar contratos petroleros, limitar los
ingresos de la industria farmacéutica internacional, anular el estado de sitio,
alejarse de los programas ortodoxos del FMI y repuntar el crecimiento del PBI y
el superávit del comercio exterior.
Las fuerzas
sindicales no observaban al presidente como proactivo en sus demandas. Varios
de sus encumbrados dirigentes asistirían a la asunción del general Onganía como
presidente de facto.
La fuerza de la
conspiración se sustentó en varios frentes que merecen el análisis: la
comunicación social a través de medios creados o apropiados para desmerecer su
figura, la nula difusión de los aciertos de gobierno -"no hacemos tanto
para utilizar recursos para informar al pueblo"-, un exceso de austeridad
republicana que lo dejaría expuesto a mensajes denigratorios, humillantes de su
imagen.
En la actualidad
se estima que tanto la debilidad de votos (25%) para alcanzar el poder como la
ausencia de una política de comunicación de la gestión desarrollaron un
síndrome de inquietud en los gobiernos posteriores.
Al hombre
desalojado por la fuerza en las primeras horas de la mañana del 28 de junio de
1966 se lo recuerda con cierta melancolía no exenta de autocríticas a la
indiferencia, alivio o convencimiento de que su caída era dar paso a la
construcción de un país sin la intervención de su pueblo.
El periodista
Gregorio Selser recuerda, en su libro "El Onganiato", que en el
desorden del desalojo de la Casa Rosada una muchacha escribió con una
estilográfica, en tinta verde y caracteres de imprenta, en una carpeta de uso
diario de la mesa presidencial: "Mueran los infames traidores a la
Patria". Una reprobación estampada en medio de gritos y forcejeos con la
fuerza de sus jóvenes años. Todo ocurrió hace casi cincuenta años.
Por Juan Carlos Bergonzi
Fuente: www.rionegro.com.ar/diario (27-06-2015)