Celebración De Corpus Cristi: Mensaje De Monseñor Eduardo García
Solemnidad de Corpus Christi.
¡¡Que todos sean uno!!
6 de junio de 2015 – San Justo.
Es común escuchar o decir aquella afirmación
bíblica que no sólo de pan vive el hombre. Sin embargo, diariamente somos
testigos de que los hombres nos hemos empeñado en vivir sólo de pan. Siendo
esta búsqueda algo bueno y justo, en los resultados no se ve la verdadera
justicia. En las mismas calles llenas de carteles y de vidrieras, ofreciendo
los exponentes más tentadores de la sociedad de consumo hay cientos de manos
extendidas de chicos que cambiaron el juego o la escuela para vivir
lastimosamente pidiendo.
La última cena
Buscando
el propio “pan” nos hemos encerrado en un egoísmo que llevan al hambre y a la
muerte. Millones de personas, miran asombradas como otros millones viven
magníficamente, fruto de un sistema mentiroso que, mientras se preocupa de
sistemas económicos y curvas de oferta y demanda, no se hace cargo de los
millones de hombres que viven excluidos, víctimas de la ambición de pan. Y todo
esto porque el hombre busca sólo y por encima de todo, no el “pan nuestro” sino
“el pan propio”, acaparándolo y olvidando aquello que lo coloca en su auténtico
lugar, y le da su verdadero sentido. Si hay palabras que corrompen la búsqueda del
pan, hay una palabra que lo libera de toda esclavitud: La Palabra de Jesús. El
evangelio nos ubica en la última cena de Jesús con los suyos. La palabra que da
el marco general de aquella noche es: “habiendo amado a los suyos los amó hasta
el fin”.
Sus palabras
sobre el pan y sobre la copa, expresan la dimensión de lo que quería hacer en
la cruz: entregarse por los suyos, por todos los hombres, por el mundo, con un
amor sin medida para que sean uno. Su muerte no pretendió ser una muerte sin
sentido y ejemplificadora, ni un asesinato horrible e injusto que cause
estupor. Entregará su vida para que los hombres comprendamos que solamente
desde el amor hay futuro. Por la fe y desde la Eucaristía nos unimos a este
misterio de la vida de Cristo; misterio de Amor, del Dios mismo que se nos
entrega a nosotros en la forma más sencilla: su Hijo y desde él, en un poco de
pan y un poco de vino. No es el ritualismo lo que da veracidad a la densidad de
la Eucaristía, sino el nuevo sacrificio, fruto del amor. Aquella noche, como
cabeza de familia pronuncia la bendición, parte el pan sin levadura, ese pan
que recuerda el “pan de aflicción”, el pan de Egipto; pero lo entrega en una
nueva clave: allí, en sus propias manos se concentra la intensidad de su vida
misma antes que llegue su Pascua.
Copa de la bendición
Él es el
pan que se ha partido y entregado. Parte el pan y lo entrega para que los suyos
no sólo lo recuerden sino que lo hagan presente partiéndose en y entregándose.
Después de la cena, marcada por sus profundos sentimientos, levanta la “copa de
la bendición”, da gracias por la Pascua celebrada y pasándola anticipa la nueva
y definitiva Alianza sellada entre Dios y la humanidad. Es mi sangre, dice el
Señor. Es la entrega de su sangre como sangre personal, para una alianza
personal que toca a todos y a cada uno de los hombres. Es lo de siempre, pero
nuevo en las manos de Jesús. Los discípulos seguramente quedaron sorprendidos.
Jesús quería que fueran uno, no eran sólo palabras bonitas. Jesús les prometió
quedarse para siempre y no era el consuelo ante el momento que deberían
atravesar horas más tarde. Era una verdad que corroborará con sus gestos. No
brindarán cada uno con su copa, Jesús los invita a beber de su propia copa.
Todos comparten la copa de bendición, bendecida por él. Lo que une y unirá para
siempre a los discípulos, ya no es la sangre de los animales sacrificados, es
el vino nuevo de la sangre “derramada… por todos los hombres para el perdón de
los pecados”, para una nueva humanidad reconciliada en el amor, de una vez por
todas y para todos. Sólo la sangre derramada, la vida derramada, se hace Vida
para todos.
La eucaristía
Su
palabra es absoluta: “Es mi cuerpo… es mi sangre”, es la afirmación
contundente. No nos deja algo, se queda él mismo para ser lugar de encuentro,
alimento vivo, real; es “hoy y aquí” comunión con el Resucitado, con su misma
vida. No es un gesto piadoso e intimista, es el fundamento de una novedad
radical en el modo de vivir de los hombres y de relacionarnos con Dios: lo que
nos liga y une es el amor. Nonos redime mágicamente ni su muerte ni su sangre
sino, lo que ésta muerte y ésta sangre significan: la entrega perfecta por amor
al Padre para que todos sean uno y el mundo crea, ahora hechas carne en sus
discípulos. Jesús en ese gesto recoge y entrega como herencia viva todo lo que
Él ha hecho: romper el pan de su vida hasta la muerte. Compartir con la gente
su pan, su vida, su fe en el reino del Padre. Celebrar la Eucaristía es
comulgar con la pasión desbordante de entrega al proyecto del reino. Igual que
en aquella noche en el pan y el vino entregados, en cada misa está la presencia
de una vida vivida como don, entregada y rota por todos, que obliga
necesariamente a tomar parte en ella. Jesús nos dice: “hagan esto en memoria
mía”. No nos dice “mediten”, “escriban”, reflexionen”, “hagan simposios”, sino
sencillamente: “hagan”.
La
Eucaristía es como una transfusión de la sangre, de la vida, del espíritu de
Cristo para entrar así en su misión y en su causa.
Al
celebrar hoy la festividad del Corpus, adoramos el cuerpo y la sangre de Jesús
y el gesto de Jesús de ofrecerlos por la unidad de su pueblo santo. Adoración
activa, que nos mueve a celebrar el “culto del Dios vivo”, en la entrega
generosa, para que hoy, este mundo concreto, este país concreto, esta comunidad
concreta, sean signos del Jesús que camina por la historia haciendo nuevas
todas las cosas. Necesitamos que la hostia que hoy adoramos en la custodia sea
la expresión de nuestra vida entregada en la custodia cotidiana del hermano, del
trabajo, de la familia, del estudio, de la profesión, del arte, de la política.
Culto y celebración cristiana van unidos siempre, a la justicia, al amor y a la
fraternidad. Si no nos duele el hambre, si no nos lastima la división, si no
nos apasiona la justicia y el evangelio sin vueltas, si nos replegamos en
funcionalismos, si no apostamos al futuro desde el hoy generoso, si esquivamos
el compromiso y vamos dejando que la vida pase, vaciamos de contenido y de
verdad nuestra participación en la celebración de la Eucaristía.
Comulgamos
no con algo sino con Alguien: Jesús de Nazaret, pan bueno de Dios que se partió
y se entregó en la lucha para que este mundo sea Reino. Por eso la misa no se
termina con la misa, sino con la misión. No somos cristianos para ir a misa. La
Eucaristía no sólo es la expresión de nuestra fe, de nuestra esperanza y de
nuestra caridad, es por sobre todo y siempre una exigencia para vivir y hacer
eficaz nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad. La misa queda
inconclusa si no se hace misión.
Que todos
seamos uno, porque creemos en el mismo Dios: en el Dios rico en misericordia
que nos ama infinitamente. Porque todos rezamos lo mismo: que se haga tu
voluntad, danos a todos el pan de cada día, y porque buscamos lo mismo: partir
y compartir nuestra vida, para dar vida.
Mons.
Eduardo García
Obispo de
San Justo.
Fuente: Diario NCO
https://noticiasconobjetividad.wordpress.com/2015/06/09/celebracion-de-corpus-cristi-mensaje-de-monsenor-eduardo-garcia/