CARTA ENCÍCLICA
LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
1.
«Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de
Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también
como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella
que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra
madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con
coloridas flores y hierba» [1].LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
2. Esta
hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del
abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que
éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia
que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en
los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y
en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y
maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre
dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos
tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido
por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua
nos vivifica y restaura.
Nada de
este mundo nos resulta indiferente
3. Hace
más de cincuenta años, cuando el mundo estaba vacilando al filo de una crisis
nuclear, el santo Papa Juan XXIII escribió una encíclica en la cual no se
conformaba con rechazar una guerra, sino que quiso transmitir una propuesta de
paz. Dirigió su mensaje Pacem in terris a
todo el «mundo católico », pero agregaba «y a todos los hombres de buena
voluntad ». Ahora, frente al deterioro ambiental global, quiero dirigirme a
cada persona que habita este planeta. En mi exhortación Evangelii gaudium, escribí a los miembros de la
Iglesia en orden a movilizar un proceso de reforma misionera todavía pendiente.
En esta encíclica, intento especialmente entrar en diálogo con todos acerca de
nuestra casa común.
4. Ocho
años después de Pacem in terris,
en 1971, el beato Papa Pablo VI se refirió a la problemática ecológica,
presentándola como una crisis, que es « una consecuencia dramática » de la
actividad descontrolada del ser humano: « Debido a una explotación
inconsiderada de la naturaleza, [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y
de ser a su vez víctima de esta degradación » [2].También
habló a la FAO sobre la posibilidad de una «catástrofe ecológica bajo el efecto
de la explosión de la civilización industrial», subrayando la «urgencia y la
necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad», porque
«los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más
sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados
por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el
hombre» [3].
5. San
Juan Pablo II se ocupó de este tema con un interés cada vez mayor. En su
primera encíclica, advirtió que el ser humano parece «no percibir otros
significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los
fines de un uso inmediato y consumo» [4].
Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global [5]. Pero al mismo tiempo hizo notar que se pone
poco empeño para «salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología
humana»[6]. La destrucción del ambiente
humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le encomendó el mundo al ser
humano, sino que su propia vida es un don que debe ser protegido de diversas
formas de degradación. Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone
cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y de
consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad» [7].El auténtico desarrollo humano posee un carácter
moral y supone el pleno respeto a la persona humana, pero también debe prestar
atención al mundo natural y «tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su
mutua conexión en un sistema ordenado» [8].
Por lo tanto, la capacidad de transformar la realidad que tiene el ser humano
debe desarrollarse sobre la base de la donación originaria de las cosas por
parte de Dios [9].
6. Mi
predecesor Benedicto XVI renovó la invitación a «eliminar las causas
estructurales de las disfunciones de la economía mundial y corregir los modelos
de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio
ambiente» [10]. Recordó que el mundo no puede
ser analizado sólo aislando uno de sus aspectos, porque «el libro de la
naturaleza es uno e indivisible», e incluye el ambiente, la vida, la
sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc. Por consiguiente, «la
degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela
la convivencia humana » [11]. El Papa
Benedicto nos propuso reconocer que el ambiente natural está lleno de heridas
producidas por nuestro comportamiento irresponsable. También el ambiente social
tiene sus heridas. Pero todas ellas se deben en el fondo al mismo mal, es
decir, a la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras
vidas, por lo cual la libertad humana no tiene límites. Se olvida que «el
hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se
crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza» [12]. Con paternal preocupación, nos invitó a tomar
conciencia de que la creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos somos
las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra
y el consumo es sólo para nosotros mismos. El derroche de la creación comienza
donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo
nos vemos a nosotros mismos» [13].
Unidos
por una misma preocupación
7. Estos
aportes de los Papas recogen la reflexión de innumerables científicos,
filósofos, teólogos y organizaciones sociales que enriquecieron el pensamiento
de la Iglesia sobre estas cuestiones. Pero no podemos ignorar que, también
fuera de la Iglesia Católica, otras Iglesias y Comunidades cristianas –como
también otras religiones– han desarrollado una amplia preocupación y una
valiosa reflexión sobre estos temas que nos preocupan a todos. Para poner sólo
un ejemplo destacable, quiero recoger brevemente parte del aporte del querido
Patriarca Ecuménico Bartolomé, con el que compartimos la esperanza de la
comunión eclesial plena.
8. El
Patriarca Bartolomé se ha referido particularmente a la necesidad de que cada
uno se arrepienta de sus propias maneras de dañar el planeta, porque, «en la
medida en que todos generamos pequeños daños ecológicos», estamos llamados a
reconocer «nuestra contribución –pequeña o grande– a la desfiguración y destrucción
de la creación» [14]. Sobre este punto él se
ha expresado repetidamente de una manera firme y estimulante, invitándonos a
reconocer los pecados contra la creación: «Que los seres humanos destruyan la
diversidad biológica en la creación divina; que los seres humanos degraden la
integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra
de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos
contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados» [15]. Porque «un crimen contra la naturaleza es un
crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios» [16].
9. Al
mismo tiempo, Bartolomé llamó la atención sobre las raíces éticas y
espirituales de los problemas ambientales, que nos invitan a encontrar
soluciones no sólo en la técnica sino en un cambio del ser humano, porque de
otro modo afrontaríamos sólo los síntomas. Nos propuso pasar del consumo al
sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de
compartir, en una ascesis que «significa aprender a dar, y no simplemente
renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo
que necesita el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la avidez, de la
dependencia» [17]. Los cristianos, además,
estamos llamados a « aceptar el mundo como sacramento de comunión, como modo de
compartir con Dios y con el prójimo en una escala global. Es nuestra humilde
convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle
contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en el
último grano de polvo de nuestro planeta » [18].
San
Francisco de Asís
10. No
quiero desarrollar esta encíclica sin acudir a un modelo bello que puede
motivarnos. Tomé su nombre como guía y como inspiración en el momento de mi
elección como Obispo de Roma. Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia
del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y
autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno
a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una
atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y
abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón
universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una
maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo.
En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la
naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz
interior.
11. Su
testimonio nos muestra también que una ecología integral requiere apertura
hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la
biología y nos conectan con la esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos
enamoramos de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna o los más
pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las
demás criaturas. Él entraba en comunicación con todo lo creado, y hasta
predicaba a las flores «invitándolas a alabar al Señor, como si gozaran del don
de la razón» [19]. Su reacción era mucho más
que una valoración intelectual o un cálculo económico, porque para él cualquier
criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía
llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo san Buenaventura decía de él
que, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas las
cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el
dulce nombre de hermanas» [20]. Esta
convicción no puede ser despreciada como un romanticismo irracional, porque
tiene consecuencias en las opciones que determinan nuestro comportamiento. Si
nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la
maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en
nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del
consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus
intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo
que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y
la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino
algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y
de dominio.
12. Por
otra parte, san Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la
naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja
algo de su hermosura y de su bondad: «A través de la grandeza y de la belleza
de las criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb 13,5), y «su
eterna potencia y divinidad se hacen visibles para la inteligencia a través de
sus obras desde la creación del mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía
que en el convento siempre se dejara una parte del huerto sin cultivar, para
que crecieran las hierbas silvestres, de manera que quienes las admiraran
pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta belleza [21]. El mundo es algo más que un problema a
resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza.
Mi
llamado
13. El
desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir
a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral,
pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca
hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado.
La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa
común. Deseo reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más
variados sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la
protección de la casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes
luchan con vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación
ambiental en las vidas de los más pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un
cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro
mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los
excluidos.
14. Hago
una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos
construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a
todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos
interesan y nos impactan a todos. El movimiento ecológico mundial ya ha
recorrido un largo y rico camino, y ha generado numerosas agrupaciones
ciudadanas que ayudaron a la concientización. Lamentablemente, muchos esfuerzos
para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no
sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de
los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los
creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación
cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una
solidaridad universal nueva. Como dijeron los Obispos de Sudáfrica, «se
necesitan los talentos y la implicación de todos para reparar
el daño causado por el abuso humano a la creación de Dios» [22]. Todos podemos colaborar como instrumentos de
Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia,
sus iniciativas y sus capacidades.
15.
Espero que esta Carta encíclica, que se agrega al Magisterio social de la
Iglesia, nos ayude a reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del
desafío que se nos presenta. En primer lugar, haré un breve recorrido por
distintos aspectos de la actual crisis ecológica, con el fin de asumir los
mejores frutos de la investigación científica actualmente disponible, dejarnos
interpelar por ella en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético
y espiritual como se indica a continuación. A partir de esa mirada, retomaré
algunas razones que se desprenden de la tradición judío-cristiana, a fin de
procurar una mayor coherencia en nuestro compromiso con el ambiente. Luego
intentaré llegar a las raíces de la actual situación, de manera que no miremos
sólo los síntomas sino también las causas más profundas. Así podremos proponer
una ecología que, entre sus distintas dimensiones, incorpore el lugar peculiar
del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea. A
la luz de esa reflexión quisiera avanzar en algunas líneas amplias de diálogo y
de acción que involucren tanto a cada uno de nosotros como a la política
internacional. Finalmente, puesto que estoy convencido de que todo cambio
necesita motivaciones y un camino educativo, propondré algunas líneas de
maduración humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana.
16. Si
bien cada capítulo posee su temática propia y una metodología específica, a su
vez retoma desde una nueva óptica cuestiones importantes abordadas en los
capítulos anteriores. Esto ocurre especialmente con algunos ejes que atraviesan
toda la encíclica. Por ejemplo: la íntima relación entre los pobres y la
fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado,
la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la
tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el
progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología,
la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la
política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un
nuevo estilo de vida. Estos temas no se cierran ni abandonan, sino que son
constantemente replanteados y enriquecidos.
CAPÍTULO
PRIMERO
LO QUE LE
ESTÁ PASANDO A NUESTRA CASA
17. Las
reflexiones teológicas o filosóficas sobre la situación de la humanidad y del
mundo pueden sonar a mensaje repetido y abstracto si no se presentan nuevamente
a partir de una confrontación con el contexto actual, en lo que tiene de
inédito para la historia de la humanidad. Por eso, antes de reconocer cómo la
fe aporta nuevas motivaciones y exigencias frente al mundo del cual formamos
parte, propongo detenernos brevemente a considerar lo que le está pasando a
nuestra casa común.
18. A la
continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta se une hoy la
intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman
«rapidación». Si bien el cambio es parte de la dinámica de los sistemas
complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy contrasta con
la natural lentitud de la evolución biológica. A esto se suma el problema de
que los objetivos de ese cambio veloz y constante no necesariamente se orientan
al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es
algo deseable, pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del
mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad.
19.
Después de un tiempo de confianza irracional en el progreso y en la capacidad
humana, una parte de la sociedad está entrando en una etapa de mayor
conciencia. Se advierte una creciente sensibilidad con respecto al ambiente y
al cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y dolorosa preocupación por lo
que está ocurriendo con nuestro planeta. Hagamos un recorrido, que será
ciertamente incompleto, por aquellas cuestiones que hoy nos provocan inquietud
y que ya no podemos esconder debajo de la alfombra. El objetivo no es recoger
información o saciar nuestra curiosidad, sino tomar dolorosa conciencia,
atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así
reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar.
I.
Contaminación y cambio climático
Contaminación,
basura y cultura del descarte
20.
Existen formas de contaminación que afectan cotidianamente a las personas. La
exposición a los contaminantes atmosféricos produce un amplio espectro de
efectos sobre la salud, especialmente de los más pobres, provocando millones de
muertes prematuras. Se enferman, por ejemplo, a causa de la inhalación de
elevados niveles de humo que procede de los combustibles que utilizan para
cocinar o para calentarse. A ello se suma la contaminación que afecta a todos,
debida al transporte, al humo de la industria, a los depósitos de sustancias
que contribuyen a la acidificación del suelo y del agua, a los fertilizantes, insecticidas,
fungicidas, controladores de malezas y agrotóxicos en general. La tecnología
que, ligada a las finanzas, pretende ser la única solución de los problemas, de
hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples relaciones que
existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un problema creando otros.
21. Hay
que considerar también la contaminación producida por los residuos, incluyendo
los desechos peligrosos presentes en distintos ambientes. Se producen cientos
de millones de toneladas de residuos por año, muchos de ellos no
biodegradables: residuos domiciliarios y comerciales, residuos de demolición,
residuos clínicos, electrónicos e industriales, residuos altamente tóxicos y
radioactivos. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un
inmenso depósito de porquería. En muchos lugares del planeta, los ancianos
añoran los paisajes de otros tiempos, que ahora se ven inundados de basura.
Tanto los residuos industriales como los productos químicos utilizados en las
ciudades y en el agro pueden producir un efecto de bioacumulación en los
organismos de los pobladores de zonas cercanas, que ocurre aun cuando el nivel
de presencia de un elemento tóxico en un lugar sea bajo. Muchas veces se toman
medidas sólo cuando se han producido efectos irreversibles para la salud de las
personas.
22. Estos
problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto
a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en
basura. Advirtamos, por ejemplo, que la mayor parte del papel que se produce se
desperdicia y no se recicla. Nos cuesta reconocer que el funcionamiento de los
ecosistemas naturales es ejemplar: las plantas sintetizan nutrientes que
alimentan a los herbívoros; estos a su vez alimentan a los seres carnívoros,
que proporcionan importantes cantidades de residuos orgánicos, los cuales dan
lugar a una nueva generación de vegetales. En cambio, el sistema industrial, al
final del ciclo de producción y de consumo, no ha desarrollado la capacidad de
absorber y reutilizar residuos y desechos. Todavía no se ha logrado adoptar un
modelo circular de producción que asegure recursos para todos y para las
generaciones futuras, y que supone limitar al máximo el uso de los recursos no
renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento,
reutilizar y reciclar. Abordar esta cuestión sería un modo de contrarrestar la
cultura del descarte, que termina afectando al planeta entero, pero observamos
que los avances en este sentido son todavía muy escasos.
El clima
como bien común
23. El
clima es un bien común, de todos y para todos. A nivel global, es un sistema
complejo relacionado con muchas condiciones esenciales para la vida humana. Hay
un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un
preocupante calentamiento del sistema climático. En las últimas décadas, este
calentamiento ha estado acompañado del constante crecimiento del nivel del mar,
y además es difícil no relacionarlo con el aumento de eventos meteorológicos
extremos, más allá de que no pueda atribuirse una causa científicamente
determinable a cada fenómeno particular. La humanidad está llamada a tomar
conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de
producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las
causas humanas que lo producen o acentúan. Es verdad que hay otros factores
(como el vulcanismo, las variaciones de la órbita y del eje de la Tierra o el
ciclo solar), pero numerosos estudios científicos señalan que la mayor parte
del calentamiento global de las últimas décadas se debe a la gran concentración
de gases de efecto invernadero (anhídrido carbónico, metano, óxidos de
nitrógeno y otros) emitidos sobre todo a causa de la actividad humana. Al
concentrarse en la atmósfera, impiden que el calor de los rayos solares
reflejados por la tierra se disperse en el espacio. Esto se ve potenciado
especialmente por el patrón de desarrollo basado en el uso intensivo de
combustibles fósiles, que hace al corazón del sistema energético mundial.
También ha incidido el aumento en la práctica del cambio de usos del suelo,
principalmente la deforestación para agricultura.
24. A su
vez, el calentamiento tiene efectos sobre el ciclo del carbono. Crea un círculo
vicioso que agrava aún más la situación, y que afectará la disponibilidad de
recursos imprescindibles como el agua potable, la energía y la producción
agrícola de las zonas más cálidas, y provocará la extinción de parte de la
biodiversidad del planeta. El derretimiento de los hielos polares y de
planicies de altura amenaza con una liberación de alto riesgo de gas metano, y
la descomposición de la materia orgánica congelada podría acentuar todavía más
la emanación de anhídrido carbónico. A su vez, la pérdida de selvas tropicales
empeora las cosas, ya que ayudan a mitigar el cambio climático. La
contaminación que produce el anhídrido carbónico aumenta la acidez de los
océanos y compromete la cadena alimentaria marina. Si la actual tendencia
continúa, este siglo podría ser testigo de cambios climáticos inauditos y de
una destrucción sin precedentes de los ecosistemas, con graves consecuencias
para todos nosotros. El crecimiento del nivel del mar, por ejemplo, puede crear
situaciones de extrema gravedad si se tiene en cuenta que la cuarta parte de la
población mundial vive junto al mar o muy cerca de él, y la mayor parte de las
megaciudades están situadas en zonas costeras.
25. El
cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales,
sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los
principales desafíos actuales para la humanidad. Los peores impactos
probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo.
Muchos pobres viven en lugares particularmente afectados por fenómenos
relacionados con el calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen
fuertemente de las reservas naturales y de los servicios ecosistémicos, como la
agricultura, la pesca y los recursos forestales. No tienen otras actividades
financieras y otros recursos que les permitan adaptarse a los impactos
climáticos o hacer frente a situaciones catastróficas, y poseen poco acceso a
servicios sociales y a protección. Por ejemplo, los cambios del clima originan
migraciones de animales y vegetales que no siempre pueden adaptarse, y esto a
su vez afecta los recursos productivos de los más pobres, quienes también se
ven obligados a migrar con gran incertidumbre por el futuro de sus vidas y de
sus hijos. Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada
por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las
convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin
protección normativa alguna. Lamentablemente, hay una general indiferencia ante
estas tragedias, que suceden ahora mismo en distintas partes del mundo. La
falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un
signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes
sobre el cual se funda toda sociedad civil.
26.
Muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen
concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas,
tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del cambio climático. Pero
muchos síntomas indican que esos efectos podrán ser cada vez peores si
continuamos con los actuales modelos de producción y de consumo. Por eso se ha
vuelto urgente e imperioso el desarrollo de políticas para que en los próximos
años la emisión de anhídrido carbónico y de otros gases altamente contaminantes
sea reducida drásticamente, por ejemplo, reemplazando la utilización de
combustibles fósiles y desarrollando fuentes de energía renovable. En el mundo
hay un nivel exiguo de acceso a energías limpias y renovables. Todavía es
necesario desarrollar tecnologías adecuadas de acumulación. Sin embargo, en
algunos países se han dado avances que comienzan a ser significativos, aunque
estén lejos de lograr una proporción importante. También ha habido algunas
inversiones en formas de producción y de transporte que consumen menos energía
y requieren menos cantidad de materia prima, así como en formas de construcción
o de saneamiento de edificios para mejorar su eficiencia energética. Pero estas
buenas prácticas están lejos de generalizarse.
II. La
cuestión del agua
27. Otros
indicadores de la situación actual tienen que ver con el agotamiento de los
recursos naturales. Conocemos bien la imposibilidad de sostener el actual nivel
de consumo de los países más desarrollados y de los sectores más ricos de las
sociedades, donde el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos. Ya se
han rebasado ciertos límites máximos de explotación del planeta, sin que
hayamos resuelto el problema de la pobreza.
28. El
agua potable y limpia representa una cuestión de primera importancia, porque es
indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y
acuáticos. Las fuentes de agua dulce abastecen a sectores sanitarios,
agropecuarios e industriales. La provisión de agua permaneció relativamente
constante durante mucho tiempo, pero ahora en muchos lugares la demanda supera
a la oferta sostenible, con graves consecuencias a corto y largo término.
Grandes ciudades que dependen de un importante nivel de almacenamiento de agua,
sufren períodos de disminución del recurso, que en los momentos críticos no se
administra siempre con una adecuada gobernanza y con imparcialidad. La pobreza
del agua social se da especialmente en África, donde grandes sectores de la
población no acceden al agua potable segura, o padecen sequías que dificultan
la producción de alimentos. En algunos países hay regiones con abundante agua y
al mismo tiempo otras que padecen grave escasez.
29. Un
problema particularmente serio es el de la calidad del agua disponible para los
pobres, que provoca muchas muertes todos los días. Entre los pobres son
frecuentes enfermedades relacionadas con el agua, incluidas las causadas por
microorganismos y por sustancias químicas. La diarrea y el cólera, que se
relacionan con servicios higiénicos y provisión de agua inadecuados, son un
factor significativo de sufrimiento y de mortalidad infantil. Las aguas
subterráneas en muchos lugares están amenazadas por la contaminación que
producen algunas actividades extractivas, agrícolas e industriales, sobre todo
en países donde no hay una reglamentación y controles suficientes. No pensemos
solamente en los vertidos de las fábricas. Los detergentes y productos químicos
que utiliza la población en muchos lugares del mundo siguen derramándose en
ríos, lagos y mares.
30.
Mientras se deteriora constantemente la calidad del agua disponible, en algunos
lugares avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en
mercancía que se regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso
al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal,
porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición
para el ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave
deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque
eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad
inalienable. Esa deuda se salda en parte con más aportes económicos para
proveer de agua limpia y saneamiento a los pueblos más pobres. Pero se advierte
un derroche de agua no sólo en países desarrollados, sino también en aquellos
menos desarrollados que poseen grandes reservas. Esto muestra que el problema
del agua es en parte una cuestión educativa y cultural, porque no hay
conciencia de la gravedad de estas conductas en un contexto de gran inequidad.
31. Una
mayor escasez de agua provocará el aumento del costo de los alimentos y de
distintos productos que dependen de su uso. Algunos estudios han alertado sobre
la posibilidad de sufrir una escasez aguda de agua dentro de pocas décadas si
no se actúa con urgencia. Los impactos ambientales podrían afectar a miles de
millones de personas, pero es previsible que el control del agua por parte de
grandes empresas mundiales se convierta en una de las principales fuentes de
conflictos de este siglo [23].
III.
Pérdida de biodiversidad
32. Los
recursos de la tierra también están siendo depredados a causa de formas
inmediatistas de entender la economía y la actividad comercial y productiva. La
pérdida de selvas y bosques implica al mismo tiempo la pérdida de especies que
podrían significar en el futuro recursos sumamente importantes, no sólo para la
alimentación, sino también para la curación de enfermedades y para múltiples
servicios. Las diversas especies contienen genes que pueden ser recursos claves
para resolver en el futuro alguna necesidad humana o para regular algún
problema ambiental.
33. Pero
no basta pensar en las distintas especies sólo como eventuales « recursos »
explotables, olvidando que tienen un valor en sí mismas. Cada año desaparecen
miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros
hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen
por razones que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa,
miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán
comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho.
34.
Posiblemente nos inquieta saber de la extinción de un mamífero o de un ave, por
su mayor visibilidad. Pero para el buen funcionamiento de los ecosistemas
también son necesarios los hongos, las algas, los gusanos, los insectos, los
reptiles y la innumerable variedad de microorganismos. Algunas especies poco
numerosas, que suelen pasar desapercibidas, juegan un rol crítico fundamental
para estabilizar el equilibrio de un lugar. Es verdad que el ser humano debe
intervenir cuando un geosistema entra en estado crítico, pero hoy el nivel de
intervención humana en una realidad tan compleja como la naturaleza es tal, que
los constantes desastres que el ser humano ocasiona provocan una nueva
intervención suya, de tal modo que la actividad humana se hace omnipresente,
con todos los riesgos que esto implica. Suele crearse un círculo vicioso donde
la intervención del ser humano para resolver una dificultad muchas veces agrava
más la situación. Por ejemplo, muchos pájaros e insectos que desaparecen a
causa de los agrotóxicos creados por la tecnología son útiles a la misma
agricultura, y su desaparición deberá ser sustituida con otra intervención
tecnológica, que posiblemente traerá nuevos efectos nocivos. Son loables y a
veces admirables los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar
soluciones a los problemas creados por el ser humano. Pero mirando el mundo
advertimos que este nivel de intervención humana, frecuentemente al servicio de
las finanzas y del consumismo, hace que la tierra en que vivimos en realidad se
vuelva menos rica y bella, cada vez más limitada y gris, mientras al mismo
tiempo el desarrollo de la tecnología y de las ofertas de consumo sigue
avanzando sin límite. De este modo, parece que pretendiéramos sustituir una
belleza irreemplazable e irrecuperable, por otra creada por nosotros.
35.
Cuando se analiza el impacto ambiental de algún emprendimiento, se suele
atender a los efectos en el suelo, en el agua y en el aire, pero no siempre se
incluye un estudio cuidadoso sobre el impacto en la biodiversidad, como si la
pérdida de algunas especies o de grupos animales o vegetales fuera algo de poca
relevancia. Las carreteras, los nuevos cultivos, los alambrados, los embalses y
otras construcciones van tomando posesión de los hábitats y a veces los
fragmentan de tal manera que las poblaciones de animales ya no pueden migrar ni
desplazarse libremente, de modo que algunas especies entran en riesgo de
extinción. Existen alternativas que al menos mitigan el impacto de estas obras,
como la creación de corredores biológicos, pero en pocos países se advierte
este cuidado y esta previsión. Cuando se explotan comercialmente algunas
especies, no siempre se estudia su forma de crecimiento para evitar su
disminución excesiva con el consiguiente desequilibrio del ecosistema.
36. El
cuidado de los ecosistemas supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato,
porque cuando sólo se busca un rédito económico rápido y fácil, a nadie le
interesa realmente su preservación. Pero el costo de los daños que se ocasionan
por el descuido egoísta es muchísimo más alto que el beneficio económico que se
pueda obtener. En el caso de la pérdida o el daño grave de algunas especies,
estamos hablando de valores que exceden todo cálculo. Por eso, podemos ser
testigos mudos de gravísimas inequidades cuando se pretende obtener importantes
beneficios haciendo pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los
altísimos costos de la degradación ambiental.
37.
Algunos países han avanzado en la preservación eficaz de ciertos lugares y
zonas –en la tierra y en los océanos– donde se prohíbe toda intervención humana
que pueda modificar su fisonomía o alterar su constitución original. En el
cuidado de la biodiversidad, los especialistas insisten en la necesidad de
poner especial atención a las zonas más ricas en variedad de especies, en
especies endémicas, poco frecuentes o con menor grado de protección efectiva.
Hay lugares que requieren un cuidado particular por su enorme importancia para
el ecosistema mundial, o que constituyen importantes reservas de agua y así
aseguran otras formas de vida.
38.
Mencionemos, por ejemplo, esos pulmones del planeta repletos de biodiversidad
que son la Amazonia y la cuenca fluvial del Congo, o los grandes acuíferos y
los glaciares. No se ignora la importancia de esos lugares para la totalidad
del planeta y para el futuro de la humanidad. Los ecosistemas de las selvas
tropicales tienen una biodiversidad con una enorme complejidad, casi imposible
de reconocer integralmente, pero cuando esas selvas son quemadas o arrasadas
para desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables especies,
cuando no se convierten en áridos desiertos. Sin embargo, un delicado
equilibrio se impone a la hora de hablar sobre estos lugares, porque tampoco se
pueden ignorar los enormes intereses económicos internacionales que, bajo el
pretexto de cuidarlos, pueden atentar contra las soberanías nacionales. De
hecho, existen «propuestas de internacionalización de la Amazonia, que sólo
sirven a los intereses económicos de las corporaciones transnacionales» [24]. Es loable la tarea de organismos
internacionales y de organizaciones de la sociedad civil que sensibilizan a las
poblaciones y cooperan críticamente, también utilizando legítimos mecanismos de
presión, para que cada gobierno cumpla con su propio e indelegable deber de
preservar el ambiente y los recursos naturales de su país, sin venderse a
intereses espurios locales o internacionales.
39. El
reemplazo de la flora silvestre por áreas forestadas con árboles, que
generalmente son monocultivos, tampoco suele ser objeto de un adecuado
análisis. Porque puede afectar gravemente a una biodiversidad que no es
albergada por las nuevas especies que se implantan. También los humedales, que
son transformados en terreno de cultivo, pierden la enorme biodiversidad que
acogían. En algunas zonas costeras, es preocupante la desaparición de los ecosistemas
constituidos por manglares.
40. Los
océanos no sólo contienen la mayor parte del agua del planeta, sino también la
mayor parte de la vasta variedad de seres vivientes, muchos de ellos todavía
desconocidos para nosotros y amenazados por diversas causas. Por otra parte, la
vida en los ríos, lagos, mares y océanos, que alimenta a gran parte de la
población mundial, se ve afectada por el descontrol en la extracción de los
recursos pesqueros, que provoca disminuciones drásticas de algunas especies.
Todavía siguen desarrollándose formas selectivas de pesca que desperdician gran
parte de las especies recogidas. Están especialmente amenazados organismos
marinos que no tenemos en cuenta, como ciertas formas de plancton que
constituyen un componente muy importante en la cadena alimentaria marina, y de
las cuales dependen, en definitiva, especies que utilizamos para alimentarnos.
41.
Adentrándonos en los mares tropicales y subtropicales, encontramos las barreras
de coral, que equivalen a las grandes selvas de la tierra, porque hospedan
aproximadamente un millón de especies, incluyendo peces, cangrejos, moluscos,
esponjas, algas, etc. Muchas de las barreras de coral del mundo hoy ya son
estériles o están en un continuo estado de declinación: « ¿Quién ha convertido el
maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos despojados de vida y de
color?» [25]. Este fenómeno se debe en gran
parte a la contaminación que llega al mar como resultado de la deforestación,
de los monocultivos agrícolas, de los vertidos industriales y de métodos
destructivos de pesca, especialmente los que utilizan cianuro y dinamita. Se
agrava por el aumento de la temperatura de los océanos. Todo esto nos ayuda a
darnos cuenta de que cualquier acción sobre la naturaleza puede tener
consecuencias que no advertimos a simple vista, y que ciertas formas de
explotación de recursos se hacen a costa de una degradación que finalmente
llega hasta el fondo de los océanos.
42. Es
necesario invertir mucho más en investigación para entender mejor el comportamiento
de los ecosistemas y analizar adecuadamente las diversas variables de impacto
de cualquier modificación importante del ambiente. Porque todas las criaturas
están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos
los seres nos necesitamos unos a otros. Cada territorio tiene una
responsabilidad en el cuidado de esta familia, por lo cual debería hacer un
cuidadoso inventario de las especies que alberga en orden a desarrollar
programas y estrategias de protección, cuidando con especial preocupación a las
especies en vías de extinción.
IV.
Deterioro de la calidad de la vida humana y degradación social
43. Si
tenemos en cuenta que el ser humano también es una criatura de este mundo, que
tiene derecho a vivir y a ser feliz, y que además tiene una dignidad
especialísima, no podemos dejar de considerar los efectos de la degradación
ambiental, del actual modelo de desarrollo y de la cultura del descarte en la
vida de las personas.
44. Hoy
advertimos, por ejemplo, el crecimiento desmedido y desordenado de muchas
ciudades que se han hecho insalubres para vivir, debido no solamente a la
contaminación originada por las emisiones tóxicas, sino también al caos urbano,
a los problemas del transporte y a la contaminación visual y acústica. Muchas ciudades
son grandes estructuras ineficientes que gastan energía y agua en exceso. Hay
barrios que, aunque hayan sido construidos recientemente, están congestionados
y desordenados, sin espacios verdes suficientes. No es propio de habitantes de
este planeta vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y
metales, privados del contacto físico con la naturaleza.
45. En
algunos lugares, rurales y urbanos, la privatización de los espacios ha hecho
que el acceso de los ciudadanos a zonas de particular belleza se vuelva
difícil. En otros, se crean urbanizaciones « ecológicas » sólo al servicio de
unos pocos, donde se procura evitar que otros entren a molestar una
tranquilidad artificial. Suele encontrarse una ciudad bella y llena de espacios
verdes bien cuidados en algunas áreas « seguras », pero no tanto en zonas menos
visibles, donde viven los descartables de la sociedad.
46. Entre
los componentes sociales del cambio global se incluyen los efectos laborales de
algunas innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la inequidad en la
disponibilidad y el consumo de energía y de otros servicios, la fragmentación
social, el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de
agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los
más jóvenes, la pérdida de identidad. Son signos, entre otros, que muestran que
el crecimiento de los últimos dos siglos no ha significado en todos sus
aspectos un verdadero progreso integral y una mejora de la calidad de vida.
Algunos de estos signos son al mismo tiempo síntomas de una verdadera
degradación social, de una silenciosa ruptura de los lazos de integración y de
comunión social.
47. A
esto se agregan las dinámicas de los medios del mundo digital que, cuando se
convierten en omnipresentes, no favorecen el desarrollo de una capacidad de
vivir sabiamente, de pensar en profundidad, de amar con generosidad. Los
grandes sabios del pasado, en este contexto, correrían el riesgo de apagar su
sabiduría en medio del ruido dispersivo de la información. Esto nos exige un
esfuerzo para que esos medios se traduzcan en un nuevo desarrollo cultural de
la humanidad y no en un deterioro de su riqueza más profunda. La verdadera
sabiduría, producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre
las personas, no se consigue con una mera acumulación de datos que termina
saturando y obnubilando, en una especie de contaminación mental. Al mismo
tiempo, tienden a reemplazarse las relaciones reales con los demás, con todos
los desafíos que implican, por un tipo de comunicación mediada por internet.
Esto permite seleccionar o eliminar las relaciones según nuestro arbitrio, y
así suele generarse un nuevo tipo de emociones artificiales, que tienen que ver
más con dispositivos y pantallas que con las personas y la naturaleza. Los
medios actuales permiten que nos comuniquemos y que compartamos conocimientos y
afectos. Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto directo con la
angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su
experiencia personal. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la
abrumadora oferta de estos productos, se desarrolle una profunda y melancólica
insatisfacción en las relaciones interpersonales, o un dañino aislamiento.
V.
Inequidad planetaria
48. El
ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos
afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a
causas que tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el
deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los
más débiles del planeta: «Tanto la experiencia común de la vida ordinaria como
la investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas las
agresiones ambientales los sufre la gente más pobre» [26].
Por ejemplo, el agotamiento de las reservas ictícolas perjudica especialmente a
quienes viven de la pesca artesanal y no tienen cómo reemplazarla, la
contaminación del agua afecta particularmente a los más pobres que no tienen
posibilidad de comprar agua envasada, y la elevación del nivel del mar afecta
principalmente a las poblaciones costeras empobrecidas que no tienen a dónde
trasladarse. El impacto de los desajustes actuales se manifiesta también en la
muerte prematura de muchos pobres, en los conflictos generados por falta de
recursos y en tantos otros problemas que no tienen espacio suficiente en las
agendas del mundo [27].
49.
Quisiera advertir que no suele haber conciencia clara de los problemas que
afectan particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta,
miles de millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y
económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se
plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o
de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De
hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último
lugar. Ello se debe en parte a que muchos profesionales, formadores de opinión,
medios de comunicación y centros de poder están ubicados lejos de ellos, en
áreas urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con sus problemas. Viven y
reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no
están al alcance de la mayoría de la población mundial. Esta falta de contacto
físico y de encuentro, a veces favorecida por la desintegración de nuestras
ciudades, ayuda a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en
análisis sesgados. Esto a veces convive con un discurso «verde». Pero hoy no
podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se
convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en
las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la
tierra como el clamor de los pobres.
50. En
lugar de resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo
diferente, algunos atinan sólo a proponer una reducción de la natalidad. No
faltan presiones internacionales a los países en desarrollo, condicionando
ayudas económicas a ciertas políticas de «salud reproductiva». Pero, «si bien
es cierto que la desigual distribución de la población y de los recursos
disponibles crean obstáculos al desarrollo y al uso sostenible del ambiente,
debe reconocerse que el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un
desarrollo integral y solidario»[28]. Culpar
al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es
un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende legitimar así el modelo
distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en
una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría ni
siquiera contener los residuos de semejante consumo. Además, sabemos que se
desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y «el
alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre» [29]. De cualquier manera, es cierto que hay que
prestar atención al desequilibrio en la distribución de la población sobre el
territorio, tanto en el nivel nacional como en el global, porque el aumento del
consumo llevaría a situaciones regionales complejas, por las combinaciones de
problemas ligados a la contaminación ambiental, al transporte, al tratamiento
de residuos, a la pérdida de recursos, a la calidad de vida.
51. La
inequidad no afecta sólo a individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar
en una ética de las relaciones internacionales. Porque hay una verdadera «
deuda ecológica », particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con
desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como
con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo
históricamente por algunos países. Las exportaciones de algunas materias primas
para satisfacer los mercados en el Norte industrializado han producido daños
locales, como la contaminación con mercurio en la minería del oro o con dióxido
de azufre en la del cobre. Especialmente hay que computar el uso del espacio
ambiental de todo el planeta para depositar residuos gaseosos que se han ido
acumulando durante dos siglos y han generado una situación que ahora afecta a
todos los países del mundo. El calentamiento originado por el enorme consumo de
algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la
tierra, especialmente en África, donde el aumento de la temperatura unido a la
sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos. A esto se agregan los
daños causados por la exportación hacia los países en desarrollo de residuos
sólidos y líquidos tóxicos, y por la actividad contaminante de empresas que
hacen en los países menos desarrollados lo que no pueden hacer en los países
que les aportan capital: «Constatamos que con frecuencia las empresas que obran
así son multinacionales, que hacen aquí lo que no se les permite en países
desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus
actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como
la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales,
deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres,
cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no
se pueden sostener» [30].
52. La
deuda externa de los países pobres se ha convertido en un instrumento de
control, pero no ocurre lo mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras,
los pueblos en vías de desarrollo, donde se encuentran las más importantes
reservas de la biosfera, siguen alimentando el desarrollo de los países más
ricos a costa de su presente y de su futuro. La tierra de los pobres del Sur es
rica y poco contaminada, pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos
para satisfacer sus necesidades vitales les está vedado por un sistema de
relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso. Es necesario
que los países desarrollados contribuyan a resolver esta deuda limitando de
manera importante el consumo de energía no renovable y aportando recursos a los
países más necesitados para apoyar políticas y programas de desarrollo
sostenible. Las regiones y los países más pobres tienen menos posibilidades de
adoptar nuevos modelos en orden a reducir el impacto ambiental, porque no
tienen la capacitación para desarrollar los procesos necesarios y no pueden
cubrir los costos. Por eso, hay que mantener con claridad la conciencia de que
en el cambio climático hay responsabilidades diversificadas y,
como dijeron los Obispos de Estados Unidos, corresponde enfocarse
«especialmente en las necesidades de los pobres, débiles y vulnerables, en un
debate a menudo dominado por intereses más poderosos»[31].
Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana. No
hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y
por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia.
VI. La
debilidad de las reacciones
53. Estas
situaciones provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de
los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo. Nunca
hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos.
Pero estamos llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro
planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza
y plenitud. El problema es que no disponemos todavía de la cultura necesaria
para enfrentar esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen
caminos, buscando atender las necesidades de las generaciones actuales
incluyendo a todos, sin perjudicar a las generaciones futuras. Se vuelve
indispensable crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y
asegure la protección de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder
derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la
política sino también con la libertad y la justicia.
54. Llama
la atención la debilidad de la reacción política internacional. El sometimiento
de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de
las Cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses
particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el
bien común y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos. En
esta línea, el Documento de Aparecida reclama que «en las
intervenciones sobre los recursos naturales no predominen los intereses de
grupos económicos que arrasan irracionalmente las fuentes de vida» [32]. La alianza entre la economía y la tecnología
termina dejando afuera lo que no forme parte de sus intereses inmediatos. Así
sólo podrían esperarse algunas declamaciones superficiales, acciones
filantrópicas aisladas, y aun esfuerzos por mostrar sensibilidad hacia el medio
ambiente, cuando en la realidad cualquier intento de las organizaciones
sociales por modificar las cosas será visto como una molestia provocada por
ilusos románticos o como un obstáculo a sortear.
55. Poco
a poco algunos países pueden mostrar avances importantes, el desarrollo de
controles más eficientes y una lucha más sincera contra la corrupción. Hay más
sensibilidad ecológica en las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los
hábitos dañinos de consumo, que no parecen ceder sino que se amplían y
desarrollan. Es lo que sucede, para dar sólo un sencillo ejemplo, con el
creciente aumento del uso y de la intensidad de los acondicionadores de aire.
Los mercados, procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la
demanda. Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se
asombraría ante semejante comportamiento que a veces parece suicida.
56.
Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema
mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera
que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el
medio ambiente. Así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación
humana y ética están íntimamente unidas. Muchos dirán que no tienen conciencia
de realizar acciones inmorales, porque la distracción constante nos quita la
valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito. Por eso, hoy
«cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante
los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta» [33].
57. Es
previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un
escenario favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles
reivindicaciones. La guerra siempre produce daños graves al medio ambiente y a
la riqueza cultural de las poblaciones, y los riesgos se agigantan cuando se
piensa en las armas nucleares y en las armas biológicas. Porque, «a pesar de
que determinados acuerdos internacionales prohíban la guerra química,
bacteriológica y biológica, de hecho en los laboratorios se sigue investigando
para el desarrollo de nuevas armas ofensivas, capaces de alterar los
equilibrios naturales»[34]. Se requiere de la
política una mayor atención para prevenir y resolver las causas que puedan
originar nuevos conflictos. Pero el poder conectado con las finanzas es el que
más se resiste a este esfuerzo, y los diseños políticos no suelen tener
amplitud de miras. ¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será
recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario
hacerlo?
58. En
algunos países hay ejemplos positivos de logros en la mejora del ambiente, como
la purificación de algunos ríos que han estado contaminados durante muchas
décadas, o la recuperación de bosques autóctonos, o el embellecimiento de
paisajes con obras de saneamiento ambiental, o proyectos edilicios de gran
valor estético, o avances en la producción de energía no contaminante, en la
mejora del transporte público. Estas acciones no resuelven los problemas
globales, pero confirman que el ser humano todavía es capaz de intervenir
positivamente. Como ha sido creado para amar, en medio de sus límites brotan
inevitablemente gestos de generosidad, solidaridad y cuidado.
59. Al
mismo tiempo, crece una ecología superficial o aparente que consolida un cierto
adormecimiento y una alegre irresponsabilidad. Como suele suceder en épocas de
profundas crisis, que requieren decisiones valientes, tenemos la tentación de
pensar que lo que está ocurriendo no es cierto. Si miramos la superficie, más
allá de algunos signos visibles de contaminación y de degradación, parece que
las cosas no fueran tan graves y que el planeta podría persistir por mucho
tiempo en las actuales condiciones. Este comportamiento evasivo nos sirve para
seguir con nuestros estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo
como el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios
autodestructivos: intentando no verlos, luchando para no reconocerlos,
postergando las decisiones importantes, actuando como si nada ocurriera.
VII.
Diversidad de opiniones
Finalmente,
reconozcamos que se han desarrollado diversas visiones y líneas de pensamiento
acerca de la situación y de las posibles soluciones. En un extremo, algunos
sostienen a toda costa el mito del progreso y afirman que los problemas
ecológicos se resolverán simplemente con nuevas aplicaciones técnicas, sin consideraciones
éticas ni cambios de fondo. En el otro extremo, otros entienden que el ser
humano, con cualquiera de sus intervenciones, sólo puede ser una amenaza y
perjudicar al ecosistema mundial, por lo cual conviene reducir su presencia en
el planeta e impedirle todo tipo de intervención. Entre estos extremos, la
reflexión debería identificar posibles escenarios futuros, porque no hay un
solo camino de solución. Esto daría lugar a diversos aportes que podrían entrar
en diálogo hacia respuestas integrales.
61. Sobre
muchas cuestiones concretas la Iglesia no tiene por qué proponer una palabra
definitiva y entiende que debe escuchar y promover el debate honesto entre los
científicos, respetando la diversidad de opiniones. Pero basta mirar la
realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa
común. La esperanza nos invita a reconocer que siempre hay una salida, que
siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer algo para
resolver los problemas. Sin embargo, parecen advertirse síntomas de un punto de
quiebre, a causa de la gran velocidad de los cambios y de la degradación, que
se manifiestan tanto en catástrofes naturales regionales como en crisis
sociales o incluso financieras, dado que los problemas del mundo no pueden analizarse
ni explicarse de forma aislada. Hay regiones que ya están especialmente en
riesgo y, más allá de cualquier predicción catastrófica, lo cierto es que el
actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista, porque
hemos dejado de pensar en los fines de la acción humana: «Si la mirada recorre
las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad
ha defraudado las expectativas divinas» [35].
CAPÍTULO
SEGUNDO
EL
EVANGELIO DE LA CREACIÓN
62. ¿Por
qué incluir en este documento, dirigido a todas las personas de buena voluntad,
un capítulo referido a convicciones creyentes? No ignoro que, en el campo de la
política y del pensamiento, algunos rechazan con fuerza la idea de un Creador,
o la consideran irrelevante, hasta el punto de relegar al ámbito de lo
irracional la riqueza que las religiones pueden ofrecer para una ecología
integral y para un desarrollo pleno de la humanidad. Otras veces se supone que
constituyen una subcultura que simplemente debe ser tolerada. Sin embargo, la
ciencia y la religión, que aportan diferentes aproximaciones a la realidad,
pueden entrar en un diálogo intenso y productivo para ambas.
I. La luz
que ofrece la fe
63. Si
tenemos en cuenta la complejidad de la crisis ecológica y sus múltiples causas,
deberíamos reconocer que las soluciones no pueden llegar desde un único modo de
interpretar y transformar la realidad. También es necesario acudir a las
diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida
interior y a la espiritualidad. Si de verdad queremos construir una ecología
que nos permita sanar todo lo que hemos destruido, entonces ninguna rama de las
ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la
religiosa con su propio lenguaje. Además, la Iglesia Católica está abierta al
diálogo con el pensamiento filosófico, y eso le permite producir diversas
síntesis entre la fe y la razón. En lo que respecta a las cuestiones sociales,
esto se puede constatar en el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia,
que está llamada a enriquecerse cada vez más a partir de los nuevos desafíos.
64. Por
otra parte, si bien esta encíclica se abre a un diálogo con todos, para buscar
juntos caminos de liberación, quiero mostrar desde el comienzo cómo las convicciones
de la fe ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros creyentes,
grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y
hermanas más frágiles. Si el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a
cuidar el ambiente del cual forman parte, «los cristianos, en particular,
descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la
naturaleza y el Creador, forman parte de su fe» [36].
Por eso, es un bien para la humanidad y para el mundo que los creyentes reconozcamos
mejor los compromisos ecológicos que brotan de nuestras convicciones.
II. La
sabiduría de los relatos bíblicos
65. Sin
repetir aquí la entera teología de la creación, nos preguntamos qué nos dicen
los grandes relatos bíblicos acerca de la relación del ser humano con el mundo.
En la primera narración de la obra creadora en el libro del Génesis, el plan de
Dios incluye la creación de la humanidad. Luego de la creación del ser humano,
se dice que «Dios vio todo lo que había hecho y era muy bueno» (Gn 1,31).
La Biblia enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y
semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). Esta afirmación nos muestra
la inmensa dignidad de cada persona humana, que «no es solamente algo, sino
alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en
comunión con otras personas»[37]. San Juan
Pablo II recordó que el amor especialísimo que el Creador tiene por cada ser
humano le confiere una dignidad infinita 38].
Quienes se empeñan en la defensa de la dignidad de las personas pueden
encontrar en la fe cristiana los argumentos más profundos para ese compromiso.
¡Qué maravillosa certeza es que la vida de cada persona no se pierde en un
desesperante caos, en un mundo regido por la pura casualidad o por ciclos que se
repiten sin sentido! El Creador puede decir a cada uno de nosotros: «Antes que
te formaras en el seno de tu madre, yo te conocía» (Jr 1,5). Fuimos
concebidos en el corazón de Dios, y por eso «cada uno de nosotros es el fruto
de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado,
cada uno es necesario» [39].
66. Los
relatos de la creación en el libro del Génesis contienen, en su lenguaje
simbólico y narrativo, profundas enseñanzas sobre la existencia humana y su
realidad histórica. Estas narraciones sugieren que la existencia humana se basa
en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con
Dios, con el prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones
vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros.
Esta ruptura es el pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo
creado fue destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a
reconocernos como criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el
mandato de « dominar » la tierra (cf. Gn 1,28) y de «labrarla
y cuidarla» (cf. Gn 2,15). Como resultado, la relación
originariamente armoniosa entre el ser humano y la naturaleza se transformó en
un conflicto (cf. Gn 3,17-19). Por eso es significativo que la
armonía que vivía san Francisco de Asís con todas las criaturas haya sido
interpretada como una sanación de aquella ruptura. Decía san Buenaventura que,
por la reconciliación universal con todas las criaturas, de algún modo
Francisco retornaba al estado de inocencia primitiva [40].
Lejos de ese modelo, hoy el pecado se manifiesta con toda su fuerza de
destrucción en las guerras, las diversas formas de violencia y maltrato, el
abandono de los más frágiles, los ataques a la naturaleza.
67. No
somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite responder a
una acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el
relato del Génesis que invita a « dominar » la tierra (cf. Gn 1,28),
se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen
del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta
interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que
algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras,
hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios
y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las
demás criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una
hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín
del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar,
arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar,
vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser
humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo
que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y
de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras.
Porque, en definitiva, «la tierra es del Señor » (Sal 24,1), a él
pertenece « la tierra y cuanto hay en ella » (Dt10, 14). Por eso, Dios
niega toda pretensión de propiedad absoluta: « La tierra no puede venderse a
perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en
mi tierra » (Lv 25,23).
68. Esta
responsabilidad ante una tierra que es de Dios implica que el ser humano,
dotado de inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los delicados
equilibrios entre los seres de este mundo, porque « él lo ordenó y fueron
creados, él los fijó por siempre, por los siglos, y les dio una ley que nunca
pasará » (Sal 148,5b-6). De ahí que la legislación bíblica se
detenga a proponer al ser humano varias normas, no sólo en relación con los
demás seres humanos, sino también en relación con los demás seres vivos: « Si
ves caído en el camino el asno o el buey de tu hermano, no te desentenderás de
ellos […] Cuando encuentres en el camino un nido de ave en un árbol o sobre la
tierra, y esté la madre echada sobre los pichones o sobre los huevos, no
tomarás a la madre con los hijos » (Dt 22,4.6). En esta línea, el
descanso del séptimo día no se propone sólo para el ser humano, sino también «
para que reposen tu buey y tu asno » (Ex 23,12). De este modo
advertimos que la Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se
desentienda de las demás criaturas.
69. A la
vez que podemos hacer un uso responsable de las cosas, estamos llamados a
reconocer que los demás seres vivos tienen un valor propio ante Dios y, «por su
simple existencia, lo bendicen y le dan gloria»[41],
porque el Señor se regocija en sus obras (cf. Sal 104,31).
Precisamente por su dignidad única y por estar dotado de inteligencia, el ser
humano está llamado a respetar lo creado con sus leyes internas, ya que «por la
sabiduría el Señor fundó la tierra» (Pr 3,19). Hoy la Iglesia no
dice simplemente que las demás criaturas están completamente subordinadas al
bien del ser humano, como si no tuvieran un valor en sí mismas y nosotros
pudiéramos disponer de ellas a voluntad. Por eso los Obispos de Alemania
enseñaron que en las demás criaturas «se podría hablar de la prioridad
del ser sobre el ser útiles»[42]. El Catecismo cuestiona
de manera muy directa e insistente lo que sería un antropocentrismo desviado:
«Toda criatura posee su bondad y su perfección propias […] Las distintas
criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo
de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar
la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas» [43].
70. En la
narración sobre Caín y Abel, vemos que los celos condujeron a Caín a cometer la
injusticia extrema con su hermano. Esto a su vez provocó una ruptura de la relación
entre Caín y Dios y entre Caín y la tierra, de la cual fue exiliado. Este
pasaje se resume en la dramática conversación de Dios con Caín. Dios pregunta:
« ¿Dónde está Abel, tu hermano?». Caín responde que no lo sabe y Dios le
insiste: « ¿Qué hiciste? ¡La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde el
suelo! Ahora serás maldito y te alejarás de esta tierra» (Gn 4,9-11).
El descuido en el empeño de cultivar y mantener una relación adecuada con el
vecino, hacia el cual tengo el deber del cuidado y de la custodia, destruye mi
relación interior conmigo mismo, con los demás, con Dios y con la tierra.
Cuando todas estas relaciones son descuidadas, cuando la justicia ya no habita
en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida está en peligro. Esto es lo
que nos enseña la narración sobre Noé, cuando Dios amenaza con exterminar la
humanidad por su constante incapacidad de vivir a la altura de las exigencias
de la justicia y de la paz: « He decidido acabar con todos los seres humanos,
porque la tierra, a causa de ellos, está llena de violencia » (Gn 6,13).
En estos relatos tan antiguos, cargados de profundo simbolismo, ya estaba
contenida una convicción actual: que todo está relacionado, y que el auténtico
cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es
inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás.
71.
Aunque «la maldad se extendía sobre la faz de la tierra» (Gn 6,5) y
a Dios «le pesó haber creado al hombre en la tierra» (Gn6, 6), sin
embargo, a través de Noé, que todavía se conservaba íntegro y justo, decidió
abrir un camino de salvación. Así dio a la humanidad la posibilidad de un nuevo
comienzo. ¡Basta un hombre bueno para que haya esperanza! La tradición bíblica
establece claramente que esta rehabilitación implica el redescubrimiento y el
respeto de los ritmos inscritos en la naturaleza por la mano del Creador. Esto
se muestra, por ejemplo, en la ley del Shabbath. El séptimo
día, Dios descansó de todas sus obras. Dios ordenó a Israel que
cada séptimo día debía celebrarse como un día de descanso, un Shabbath (cf. Gn 2,2-3; Ex 16,23;
20,10). Por otra parte, también se instauró un año sabático para Israel y su
tierra, cada siete años (cf. Lv 25,1-4), durante el cual se
daba un completo descanso a la tierra, no se sembraba y sólo se cosechaba lo
indispensable para subsistir y brindar hospitalidad (cf. Lv 25,4-6).
Finalmente, pasadas siete semanas de años, es decir, cuarenta y nueve años, se
celebraba el Jubileo, año de perdón universal y «de liberación para todos los
habitantes» (Lv 25,10). El desarrollo de esta legislación trató de
asegurar el equilibrio y la equidad en las relaciones del ser humano con los
demás y con la tierra donde vivía y trabajaba. Pero al mismo tiempo era un
reconocimiento de que el regalo de la tierra con sus frutos pertenece a todo el
pueblo. Aquellos que cultivaban y custodiaban el territorio tenían que
compartir sus frutos, especialmente con los pobres, las viudas, los huérfanos y
los extranjeros: «Cuando coseches la tierra, no llegues hasta la última orilla
de tu campo, ni trates de aprovechar los restos de tu mies. No rebusques en la
viña ni recojas los frutos caídos del huerto. Los dejarás para el pobre y el
forastero» (Lv 19,9-10).
72. Los
Salmos con frecuencia invitan al ser humano a alabar a Dios creador: «Al que
asentó la tierra sobre las aguas, porque es eterno su amor» (Sal 136,6).
Pero también invitan a las demás criaturas a alabarlo: «¡Alabadlo, sol y luna,
alabadlo, estrellas lucientes, alabadlo, cielos de los cielos, aguas que estáis
sobre los cielos! Alaben ellos el nombre del Señor, porque él lo ordenó y
fueron creados» (Sal 148,3-5). Existimos no sólo por el poder de
Dios, sino frente a él y junto a él. Por eso lo adoramos.
73. Los
escritos de los profetas invitan a recobrar la fortaleza en los momentos
difíciles contemplando al Dios poderoso que creó el universo. El poder infinito
de Dios no nos lleva a escapar de su ternura paterna, porque en él se conjugan
el cariño y el vigor. De hecho, toda sana espiritualidad implica al mismo
tiempo acoger el amor divino y adorar con confianza al Señor por su infinito
poder. En la Biblia, el Dios que libera y salva es el mismo que creó el
universo, y esos dos modos divinos de actuar están íntima e inseparablemente
conectados: «¡Ay, mi Señor! Tú eres quien hiciste los cielos y la tierra con tu
gran poder y tenso brazo. Nada es extraordinario para ti […] Y sacaste a tu
pueblo Israel de Egipto con señales y prodigios» (Jr 32,17.21). «El
Señor es un Dios eterno, creador de la tierra hasta sus bordes, no se cansa ni
fatiga. Es imposible escrutar su inteligencia. Al cansado da vigor, y al que no
tiene fuerzas le acrecienta la energía» (Is 40,28b-29).
74. La
experiencia de la cautividad en Babilonia engendró una crisis espiritual que
provocó una profundización de la fe en Dios, explicitando su omnipotencia
creadora, para exhortar al pueblo a recuperar la esperanza en medio de su
situación desdichada. Siglos después, en otro momento de prueba y persecución,
cuando el Imperio Romano buscaba imponer un dominio absoluto, los fieles
volvían a encontrar consuelo y esperanza acrecentando su confianza en el Dios
todopoderoso, y cantaban: « ¡Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios
omnipotente, justos y verdaderos tus caminos!» (Ap 15,3). Si pudo crear
el universo de la nada, puede también intervenir en este mundo y vencer
cualquier forma de mal. Entonces, la injusticia no es invencible.
75. No
podemos sostener una espiritualidad que olvide al Dios todopoderoso y creador.
De ese modo, terminaríamos adorando otros poderes del mundo, o nos colocaríamos
en el lugar del Señor, hasta pretender pisotear la realidad creada por él sin
conocer límites. La mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de
acabar con su pretensión de ser un dominador absoluto de la tierra, es volver a
proponer la figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro
modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias
leyes e intereses.
III. El
misterio del universo
76. Para
la tradición judío-cristiana, decir « creación » es más que decir naturaleza,
porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene
un valor y un significado. La naturaleza suele entenderse como un sistema que
se analiza, comprende y gestiona, pero la creación sólo puede ser entendida
como un don que surge de la mano abierta del Padre de todos, como una realidad
iluminada por el amor que nos convoca a una comunión universal.
77. «Por
la palabra del Señor fueron hechos los cielos» (Sal 33,6). Así se
nos indica que el mundo procedió de una decisión, no del caos o la casualidad,
lo cual lo enaltece todavía más. Hay una opción libre expresada en la palabra
creadora. El universo no surgió como resultado de una omnipotencia arbitraria,
de una demostración de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La creación es
del orden del amor. El amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo creado:
« Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste, porque, si algo
odiaras, no lo habrías creado » (Sb 11,24). Entonces, cada criatura
es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar en el mundo. Hasta la
vida efímera del ser más insignificante es objeto de su amor y, en esos pocos
segundos de existencia, él lo rodea con su cariño. Decía san Basilio Magno que
el Creador es también «la bondad sin envidia» [44],
y Dante Alighieri hablaba del « amor que mueve el sol y las estrellas » [45]. Por eso, de las obras creadas se asciende
«hasta su misericordia amorosa » [46].
78. Al
mismo tiempo, el pensamiento judío-cristiano desmitificó la naturaleza. Sin
dejar de admirarla por su esplendor y su inmensidad, ya no le atribuyó un
carácter divino. De esa manera se destaca todavía más nuestro compromiso ante
ella. Un retorno a la naturaleza no puede ser a costa de la libertad y la
responsabilidad del ser humano, que es parte del mundo con el deber de cultivar
sus propias capacidades para protegerlo y desarrollar sus potencialidades. Si
reconocemos el valor y la fragilidad de la naturaleza, y al mismo tiempo las capacidades
que el Creador nos otorgó, esto nos permite terminar hoy con el mito moderno
del progreso material sin límites. Un mundo frágil, con un ser humano a quien
Dios le confía su cuidado, interpela nuestra inteligencia para reconocer cómo
deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder.
79. En
este universo, conformado por sistemas abiertos que entran en comunicación unos
con otros, podemos descubrir innumerables formas de relación y participación.
Esto lleva a pensar también al conjunto como abierto a la trascendencia de
Dios, dentro de la cual se desarrolla. La fe nos permite interpretar el sentido
y la belleza misteriosa de lo que acontece. La libertad humana puede hacer su
aporte inteligente hacia una evolución positiva, pero también puede agregar
nuevos males, nuevas causas de sufrimiento y verdaderos retrocesos. Esto da
lugar a la apasionante y dramática historia humana, capaz de convertirse en un
despliegue de liberación, crecimiento, salvación y amor, o en un camino de
decadencia y de mutua destrucción. Por eso, la acción de la Iglesia no sólo
intenta recordar el deber de cuidar la naturaleza, sino que al mismo tiempo
«debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo» [47].
80. No
obstante, Dios, que quiere actuar con nosotros y contar con nuestra
cooperación, también es capaz de sacar algún bien de los males que nosotros
realizamos, porque «el Espíritu Santo posee una inventiva infinita, propia de
la mente divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso
los más complejos e impenetrables»[48].
Él, de algún modo, quiso limitarse a sí mismo al crear un mundo necesitado de
desarrollo, donde muchas cosas que nosotros consideramos males, peligros o
fuentes de sufrimiento, en realidad son parte de los dolores de parto que nos
estimulan a colaborar con el Creador [49]. Él
está presente en lo más íntimo de cada cosa sin condicionar la autonomía de su
criatura, y esto también da lugar a la legítima autonomía de las realidades
terrenas [50]. Esa presencia divina, que
asegura la permanencia y el desarrollo de cada ser, «es la continuación de la
acción creadora» [51]. El Espíritu de Dios
llenó el universo con virtualidades que permiten que del seno mismo de las
cosas pueda brotar siempre algo nuevo: «La naturaleza no es otra cosa sino la
razón de cierto arte, concretamente el arte divino, inscrito en las cosas, por
el cual las cosas mismas se mueven hacia un fin determinado. Como si el maestro
constructor de barcos pudiera otorgar a la madera que pudiera moverse a sí misma
para tomar la forma del barco» [52].
81. El
ser humano, si bien supone también procesos evolutivos, implica una novedad no
explicable plenamente por la evolución de otros sistemas abiertos. Cada uno de
nosotros tiene en sí una identidad personal, capaz de entrar en diálogo con los
demás y con el mismo Dios. La capacidad de reflexión, la argumentación, la
creatividad, la interpretación, la elaboración artística y otras capacidades
inéditas muestran una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico.
La novedad cualitativa que implica el surgimiento de un ser personal dentro del
universo material supone una acción directa de Dios, un llamado peculiar a la
vida y a la relación de un Tú a otro tú. A partir de los relatos bíblicos,
consideramos al ser humano como sujeto, que nunca puede ser reducido a la
categoría de objeto.
82. Pero
también sería equivocado pensar que los demás seres vivos deban ser
considerados como meros objetos sometidos a la arbitraria dominación humana.
Cuando se propone una visión de la naturaleza únicamente como objeto de
provecho y de interés, esto también tiene serias consecuencias en la sociedad.
La visión que consolida la arbitrariedad del más fuerte ha propiciado inmensas
desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad, porque
los recursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el
ganador se lleva todo. El ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de
paz que propone Jesús está en las antípodas de semejante modelo, y así lo expresaba
con respecto a los poderes de su época: «Los poderosos de las naciones las
dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Que no
sea así entre vosotros, sino que el que quiera ser grande sea el servidor » (Mt 20,25-26).
83. El
fin de la marcha del universo está en la plenitud de Dios, que ya ha sido
alcanzada por Cristo resucitado, eje de la maduración universal [53]. Así agregamos un argumento más para rechazar
todo dominio despótico e irresponsable del ser humano sobre las demás
criaturas. El fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas
avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que
es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina
todo. Porque el ser humano, dotado de inteligencia y de amor, y atraído por la
plenitud de Cristo, está llamado a reconducir todas las criaturas a su Creador.
IV. El
mensaje de cada criatura en la armonía de todo lo creado
84.
Cuando insistimos en decir que el ser humano es imagen de Dios, eso no debería
llevarnos a olvidar que cada criatura tiene una función y ninguna es superflua.
Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado
cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de
Dios. La historia de la propia amistad con Dios siempre se desarrolla en un
espacio geográfico que se convierte en un signo personalísimo, y cada uno de
nosotros guarda en la memoria lugares cuyo recuerdo le hace mucho bien. Quien
ha crecido entre los montes, o quien de niño se sentaba junto al arroyo a
beber, o quien jugaba en una plaza de su barrio, cuando vuelve a esos lugares,
se siente llamado a recuperar su propia identidad.
85. Dios
ha escrito un libro precioso, «cuyas letras son la multitud de criaturas
presentes en el universo» [54]. Bien
expresaron los Obispos de Canadá que ninguna criatura queda fuera de esta
manifestación de Dios: «Desde los panoramas más amplios a la forma de vida más
ínfima, la naturaleza es un continuo manantial de maravilla y de temor. Ella
es, además, una continua revelación de lo divino» [55].
Los Obispos de Japón, por su parte, dijeron algo muy sugestivo: «Percibir a
cada criatura cantando el himno de su existencia es vivir gozosamente en el
amor de Dios y en la esperanza» [56]. Esta
contemplación de lo creado nos permite descubrir a través de cada cosa alguna
enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque «para el creyente contemplar
lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa» [57]. Podemos decir que, «junto a la Revelación
propiamente dicha, contenida en la sagrada Escritura, se da una manifestación
divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche» [58].
Prestando atención a esa manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a
sí mismo en la relación con las demás criaturas: «Yo me autoexpreso al expresar
el mundo; yo exploro mi propia sacralidad al intentar descifrar la del mundo» [59].
86. El
conjunto del universo, con sus múltiples relaciones, muestra mejor la
inagotable riqueza de Dios. Santo Tomás de Aquino remarcaba sabiamente que la
multiplicidad y la variedad provienen «de la intención del primer agente», que
quiso que «lo que falta a cada cosa para representar la bondad divina fuera
suplido por las otras» [60], porque su bondad
«no puede ser representada convenientemente por una sola criatura» [61]. Por eso, nosotros necesitamos captar la
variedad de las cosas en sus múltiples relaciones [62].
Entonces, se entiende mejor la importancia y el sentido de cualquier criatura si
se la contempla en el conjunto del proyecto de Dios. Así lo enseña el Catecismo: «La interdependencia de las criaturas
es querida por Dios. El sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el
gorrión, las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna
criatura se basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de otras,
para complementarse y servirse mutuamente» [63].
87.
Cuando tomamos conciencia del reflejo de Dios que hay en todo lo que existe, el
corazón experimenta el deseo de adorar al Señor por todas sus criaturas y junto
con ellas, como se expresa en el precioso himno de san Francisco de Asís:
«Alabado seas, mi Señor,
con todas tus criaturas,
especialmente el hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas, y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire, y la nube y el cielo sereno,
y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy humilde, y preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello, y alegre y vigoroso, y fuerte» [64].
con todas tus criaturas,
especialmente el hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas, y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire, y la nube y el cielo sereno,
y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy humilde, y preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello, y alegre y vigoroso, y fuerte» [64].
88. Los
Obispos de Brasil han remarcado que toda la naturaleza, además de manifestar a
Dios, es lugar de su presencia. En cada criatura habita su Espíritu vivificante
que nos llama a una relación con él[65]. El
descubrimiento de esta presencia estimula en nosotros el desarrollo de las
«virtudes ecológicas»[66]. Pero cuando decimos
esto, no olvidamos que también existe una distancia infinita, que las cosas de
este mundo no poseen la plenitud de Dios. De otro modo, tampoco haríamos un
bien a las criaturas, porque no reconoceríamos su propio y verdadero lugar, y
terminaríamos exigiéndoles indebidamente lo que en su pequeñez no nos pueden
dar.
V. Una
comunión universal
89. Las
criaturas de este mundo no pueden ser consideradas un bien sin dueño: «Son
tuyas, Señor, que amas la vida» (Sb 11,26). Esto provoca la
convicción de que, siendo creados por el mismo Padre, todos los seres del
universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de
familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado,
cariñoso y humilde. Quiero recordar que «Dios nos ha unido tan estrechamente al
mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad
para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una
mutilación» [67].
90. Esto
no significa igualar a todos los seres vivos y quitarle al ser humano ese valor
peculiar que implica al mismo tiempo una tremenda responsabilidad. Tampoco
supone una divinización de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar
con ella y a proteger su fragilidad. Estas concepciones terminarían creando
nuevos desequilibrios por escapar de la realidad que nos interpela [68]. A veces se advierte una obsesión por negar
toda preeminencia a la persona humana, y se lleva adelante una lucha por otras
especies que no desarrollamos para defender la igual dignidad entre los seres
humanos. Es verdad que debe preocuparnos que otros seres vivos no sean tratados
irresponsablemente. Pero especialmente deberían exasperarnos las enormes
inequidades que existen entre nosotros, porque seguimos tolerando que unos se
consideren más dignos que otros. Dejamos de advertir que algunos se arrastran
en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación, mientras
otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan vanidosamente una
supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel de desperdicio que sería
imposible generalizar sin destrozar el planeta. Seguimos admitiendo en la
práctica que unos se sientan más humanos que otros, como si hubieran nacido con
mayores derechos.
91. No
puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la
naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y
preocupación por los seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha
contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece
completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los
pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada. Esto pone en
riesgo el sentido de la lucha por el ambiente. No es casual que, en el himno
donde san Francisco alaba a Dios por las criaturas, añada lo siguiente:
«Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor». Todo está conectado.
Por eso se requiere una preocupación por el ambiente unida al amor sincero
hacia los seres humanos y a un constante compromiso ante los problemas de la
sociedad.
92. Por
otra parte, cuando el corazón está auténticamente abierto a una comunión
universal, nada ni nadie está excluido de esa fraternidad. Por consiguiente,
también es verdad que la indiferencia o la crueldad ante las demás criaturas de
este mundo siempre terminan trasladándose de algún modo al trato que damos a
otros seres humanos. El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a
maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las demás
personas. Todo ensañamiento con cualquier criatura «es contrario a la dignidad
humana» [69]. No podemos considerarnos grandes
amantes si excluimos de nuestros intereses alguna parte de la realidad: «Paz,
justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados,
que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer
nuevamente en el reduccionismo» [70]. Todo
está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y
hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios
tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al
hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra.
VI.
Destino común de los bienes
93. Hoy
creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente
una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes,
esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el
mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una
perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más
postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al
destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es
una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el
ordenamiento ético-social» [71]. La tradición
cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad
privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada.
San Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios
ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus
habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno» [72]. Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no
sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y
promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos,
incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos» [73]. Con toda claridad explicó que «la Iglesia
defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero enseña con no
menor claridad que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca
social, para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha
dado»[74]. Por lo tanto afirmó que «no es
conforme con el designio de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios
favorezcan sólo a unos pocos» [75]. Esto
cuestiona seriamente los hábitos injustos de una parte de la humanidad [76].
94. El
rico y el pobre tienen igual dignidad, porque «a los dos los hizo el Señor» (Pr 22,2);
«Él mismo hizo a pequeños y a grandes» (Sb 6,7) y «hace salir su
sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Esto tiene consecuencias
prácticas, como las que enunciaron los Obispos de Paraguay: «Todo campesino
tiene derecho natural a poseer un lote racional de tierra donde pueda
establecer su hogar, trabajar para la subsistencia de su familia y tener
seguridad existencial. Este derecho debe estar garantizado para que su
ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo cual significa que, además del título
de propiedad, el campesino debe contar con medios de educación técnica,
créditos, seguros y comercialización» [77].
95. El
medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y
responsabilidad de todos. Quien se apropia algo es sólo para administrarlo en
bien de todos. Si no lo hacemos, cargamos sobre la conciencia el peso de negar
la existencia de los otros. Por eso, los Obispos de Nueva Zelanda se
preguntaron qué significa el mandamiento «no matarás» cuando «un veinte por
ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las
naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir» [78].
VII. La
mirada de Jesús
96. Jesús
asume la fe bíblica en el Dios creador y destaca un dato fundamental: Dios es
Padre (cf. Mt 11,25). En los diálogos con sus discípulos,
Jesús los invitaba a reconocer la relación paterna que Dios tiene con todas las
criaturas, y les recordaba con una conmovedora ternura cómo cada una de ellas
es importante a sus ojos: « ¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas?
Pues bien, ninguno de ellos está olvidado ante Dios» (Lc 12,6). «Mirad
las aves del cielo, que no siembran ni cosechan, y no tienen graneros. Pero el
Padre celestial las alimenta» (Mt 6,26).
97. El
Señor podía invitar a otros a estar atentos a la belleza que hay en el mundo
porque él mismo estaba en contacto permanente con la naturaleza y le prestaba
una atención llena de cariño y asombro. Cuando recorría cada rincón de su
tierra se detenía a contemplar la hermosura sembrada por su Padre, e invitaba a
sus discípulos a reconocer en las cosas un mensaje divino: «Levantad los ojos y
mirad los campos, que ya están listos para la cosecha» (Jn 4,35).
«El reino de los cielos es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en
su campo. Es más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que
las hortalizas y se hace un árbol» (Mt 13,31-32).
98. Jesús
vivía en armonía plena con la creación, y los demás se asombraban: «¿Quién es
este, que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). No
aparecía como un asceta separado del mundo o enemigo de las cosas agradables de
la vida. Refiriéndose a sí mismo expresaba: «Vino el Hijo del hombre, que come
y bebe, y dicen que es un comilón y borracho» (Mt 11,19). Estaba
lejos de las filosofías que despreciaban el cuerpo, la materia y las cosas de
este mundo. Sin embargo, esos dualismos malsanos llegaron a tener una
importante influencia en algunos pensadores cristianos a lo largo de la
historia y desfiguraron el Evangelio. Jesús trabajaba con sus manos, tomando
contacto cotidiano con la materia creada por Dios para darle forma con su
habilidad de artesano. Llama la atención que la mayor parte de su vida fue
consagrada a esa tarea, en una existencia sencilla que no despertaba admiración
alguna: « ¿No es este el carpintero, el hijo de María?» (Mc 6,3).
Así santificó el trabajo y le otorgó un peculiar valor para nuestra maduración.
San Juan Pablo II enseñaba que, «soportando la fatiga del trabajo en unión con
Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el Hijo
de Dios en la redención de la humanidad» [79].
99. Para
la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa
por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las
cosas: «Todo fue creado por él y para él » (Col 1,16)[80]. El prólogo del Evangelio de Juan (1,1-18)
muestra la actividad creadora de Cristo como Palabra divina (Logos).
Pero este prólogo sorprende por su afirmación de que esta Palabra «se hizo
carne» (Jn 1,14). Una Persona de la Trinidad se insertó en el
cosmos creado, corriendo su suerte con él hasta la cruz. Desde el inicio del
mundo, pero de modo peculiar a partir de la encarnación, el misterio de Cristo
opera de manera oculta en el conjunto de la realidad natural, sin por ello
afectar su autonomía.
100. El
Nuevo Testamento no sólo nos habla del Jesús terreno y de su relación tan
concreta y amable con todo el mundo. También lo muestra como resucitado y
glorioso, presente en toda la creación con su señorío universal: «Dios quiso
que en él residiera toda la Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo todo lo
que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de
su cruz» (Col 1,19-20). Esto nos proyecta al final de los tiempos,
cuando el Hijo entregue al Padre todas las cosas y «Dios sea todo en todos» (1
Co 15,28). De ese modo, las criaturas de este mundo ya no se nos
presentan como una realidad meramente natural, porque el Resucitado las
envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud. Las mismas
flores del campo y las aves que él contempló admirado con sus ojos humanos,
ahora están llenas de su presencia luminosa.
CAPÍTULO
TERCERO
RAÍZ
HUMANA DE LA CRISIS ECOLÓGICA
101. No
nos servirá describir los síntomas, si no reconocemos la raíz humana de la
crisis ecológica. Hay un modo de entender la vida y la acción humana que se ha
desviado y que contradice la realidad hasta dañarla. ¿Por qué no podemos
detenernos a pensarlo? En esta reflexión propongo que nos concentremos en el
paradigma tecnocrático dominante y en el lugar del ser humano y de su acción en
el mundo.
I. La
tecnología: creatividad y poder
102. La
humanidad ha ingresado en una nueva era en la que el poderío tecnológico nos
pone en una encrucijada. Somos los herederos de dos siglos de enormes olas de
cambio: el motor a vapor, el ferrocarril, el telégrafo, la electricidad, el
automóvil, el avión, las industrias químicas, la medicina moderna, la
informática y, más recientemente, la revolución digital, la robótica, las
biotecnologías y las nanotecnologías. Es justo alegrarse ante estos avances, y
entusiasmarse frente a las amplias posibilidades que nos abren estas constantes
novedades, porque «la ciencia y la tecnología son un maravilloso producto de la
creatividad humana donada por Dios» [81]. La
modificación de la naturaleza con fines útiles es una característica de la
humanidad desde sus inicios, y así la técnica «expresa la tensión del ánimo
humano hacia la superación gradual de ciertos condicionamientos materiales» [82]. La tecnología ha remediado innumerables males
que dañaban y limitaban al ser humano. No podemos dejar de valorar y de
agradecer el progreso técnico, especialmente en la medicina, la ingeniería y
las comunicaciones. ¿Y cómo no reconocer todos los esfuerzos de muchos
científicos y técnicos, que han aportado alternativas para un desarrollo
sostenible?
103. La
tecnociencia bien orientada no sólo puede producir cosas realmente valiosas
para mejorar la calidad de vida del ser humano, desde objetos domésticos útiles
hasta grandes medios de transporte, puentes, edificios, lugares públicos.
También es capaz de producir lo bello y de hacer « saltar » al ser humano
inmerso en el mundo material al ámbito de la belleza. ¿Se puede negar la
belleza de un avión, o de algunos rascacielos? Hay preciosas obras pictóricas y
musicales logradas con la utilización de nuevos instrumentos técnicos. Así, en
la intención de belleza del productor técnico y en el contemplador de tal
belleza, se da el salto a una cierta plenitud propiamente humana.
104. Pero
no podemos ignorar que la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el
conocimiento de nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos
dan un tremendo poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y
sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre
el conjunto de la humanidad y del mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto
poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si
se considera el modo como lo está haciendo. Basta recordar las bombas atómicas
lanzadas en pleno siglo XX, como el gran despliegue tecnológico ostentado por
el nazismo, por el comunismo y por otros regímenes totalitarios al servicio de
la matanza de millones de personas, sin olvidar que hoy la guerra posee un
instrumental cada vez más mortífero. ¿En manos de quiénes está y puede llegar a
estar tanto poder? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de
la humanidad.
105. Se
tiende a creer «que todo incremento del poder constituye sin más un progreso,
un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, de
plenitud de los valores» [83], como si la
realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder
tecnológico y económico. El hecho es que «el hombre moderno no está preparado
para utilizar el poder con acierto» [84],
porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo
del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia. Cada época tiende a
desarrollar una escasa autoconciencia de sus propios límites. Por eso es
posible que hoy la humanidad no advierta la seriedad de los desafíos que se
presentan, y «la posibilidad de que el hombre utilice mal el poder crece
constantemente » cuando no está « sometido a norma alguna reguladora de la
libertad, sino únicamente a los supuestos imperativos de la utilidad y de la
seguridad» [85]. El ser humano no es
plenamente autónomo. Su libertad se enferma cuando se entrega a las fuerzas
ciegas del inconsciente, de las necesidades inmediatas, del egoísmo, de la
violencia. En ese sentido, está desnudo y expuesto frente a su propio poder,
que sigue creciendo, sin tener los elementos para controlarlo. Puede disponer
de mecanismos superficiales, pero podemos sostener que le falta una ética
sólida, una cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten y lo
contengan en una lúcida abnegación.
II.
Globalización del paradigma tecnocrático
106. El
problema fundamental es otro más profundo todavía: el modo como la humanidad de
hecho ha asumido la tecnología y su desarrollo junto con un paradigma
homogéneo y unidimensional. En él se destaca un concepto del sujeto que
progresivamente, en el proceso lógico-racional, abarca y así posee el objeto
que se halla afuera. Ese sujeto se despliega en el establecimiento del método
científico con su experimentación, que ya es explícitamente técnica de
posesión, dominio y transformación. Es como si el sujeto se hallara frente a lo
informe totalmente disponible para su manipulación. La intervención humana en
la naturaleza siempre ha acontecido, pero durante mucho tiempo tuvo la
característica de acompañar, de plegarse a las posibilidades que ofrecen las
cosas mismas. Se trataba de recibir lo que la realidad natural de suyo permite,
como tendiendo la mano. En cambio ahora lo que interesa es extraer todo lo posible
de las cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar u
olvidar la realidad misma de lo que tiene delante. Por eso, el ser humano y las
cosas han dejado de tenderse amigablemente la mano para pasar a estar
enfrentados. De aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o
ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos.
Supone la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que
lleva a «estrujarlo» hasta el límite y más allá del límite. Es el presupuesto
falso de que «existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos
utilizables, que su regeneración inmediata es posible y que los efectos
negativos de las manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente
absorbidos» [86].
107.
Podemos decir entonces que, en el origen de muchas dificultades del mundo
actual, está ante todo la tendencia, no siempre consciente, a constituir la
metodología y los objetivos de la tecnociencia en un paradigma de comprensión
que condiciona la vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad. Los
efectos de la aplicación de este molde a toda la realidad, humana y social, se
constatan en la degradación del ambiente, pero este es solamente un signo del
reduccionismo que afecta a la vida humana y a la sociedad en todas sus
dimensiones. Hay que reconocer que los objetos producto de la técnica no son
neutros, porque crean un entramado que termina condicionando los estilos de
vida y orientan las posibilidades sociales en la línea de los intereses de
determinados grupos de poder. Ciertas elecciones, que parecen puramente
instrumentales, en realidad son elecciones acerca de la vida social que se
quiere desarrollar.
108. No
puede pensarse que sea posible sostener otro paradigma cultural y servirse de la
técnica como de un mero instrumento, porque hoy el paradigma tecnocrático se ha
vuelto tan dominante que es muy difícil prescindir de sus recursos, y más
difícil todavía es utilizarlos sin ser dominados por su lógica. Se volvió
contracultural elegir un estilo de vida con objetivos que puedan ser al menos
en parte independientes de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador
y masificador. De hecho, la técnica tiene una inclinación a buscar que nada
quede fuera de su férrea lógica, y «el hombre que posee la técnica sabe que, en
el fondo, esta no se dirige ni a la utilidad ni al bienestar, sino al dominio;
el dominio, en el sentido más extremo de la palabra» [87].
Por eso «intenta controlar tanto los elementos de la naturaleza como los de la
existencia humana» [88]. La capacidad de
decisión, la libertad más genuina y el espacio para la creatividad alternativa
de los individuos se ven reducidos.
109. El
paradigma tecnocrático también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y
la política. La economía asume todo desarrollo tecnológico en función del
rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser
humano. Las finanzas ahogan a la economía real. No se aprendieron las lecciones
de la crisis financiera mundial y con mucha lentitud se aprenden las lecciones
del deterioro ambiental. En algunos círculos se sostiene que la economía actual
y la tecnología resolverán todos los problemas ambientales, del mismo modo que
se afirma, con lenguajes no académicos, que los problemas del hambre y la
miseria en el mundo simplemente se resolverán con el crecimiento del mercado.
No es una cuestión de teorías económicas, que quizás nadie se atreve hoy a
defender, sino de su instalación en el desarrollo fáctico de la economía.
Quienes no lo afirman con palabras lo sostienen con los hechos, cuando no
parece preocuparles una justa dimensión de la producción, una mejor
distribución de la riqueza, un cuidado responsable del ambiente o los derechos
de las generaciones futuras. Con sus comportamientos expresan que el objetivo
de maximizar los beneficios es suficiente. Pero el mercado por sí mismo no
garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión social [89]. Mientras tanto, tenemos un «superdesarrollo
derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones
persistentes de miseria deshumanizadora» [90],
y no se elaboran con suficiente celeridad instituciones económicas y cauces
sociales que permitan a los más pobres acceder de manera regular a los recursos
básicos. No se termina de advertir cuáles son las raíces más profundas de los
actuales desajustes, que tienen que ver con la orientación, los fines, el
sentido y el contexto social del crecimiento tecnológico y económico.
110. La
especialización propia de la tecnología implica una gran dificultad para mirar
el conjunto. La fragmentación de los saberes cumple su función a la hora de
lograr aplicaciones concretas, pero suele llevar a perder el sentido de la
totalidad, de las relaciones que existen entre las cosas, del horizonte amplio,
que se vuelve irrelevante. Esto mismo impide encontrar caminos adecuados para
resolver los problemas más complejos del mundo actual, sobre todo del ambiente
y de los pobres, que no se pueden abordar desde una sola mirada o desde un solo
tipo de intereses. Una ciencia que pretenda ofrecer soluciones a los grandes
asuntos, necesariamente debería sumar todo lo que ha generado el conocimiento
en las demás áreas del saber, incluyendo la filosofía y la ética social. Pero
este es un hábito difícil de desarrollar hoy. Por eso tampoco pueden
reconocerse verdaderos horizontes éticos de referencia. La vida pasa a ser un
abandonarse a las circunstancias condicionadas por la técnica, entendida como
el principal recurso para interpretar la existencia. En la realidad concreta
que nos interpela, aparecen diversos síntomas que muestran el error, como la
degradación del ambiente, la angustia, la pérdida del sentido de la vida y de
la convivencia. Así se muestra una vez más que «la realidad es superior a la
idea» [91].
111. La
cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y
parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del
ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación.
Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa
educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia
ante el avance del paradigma tecnocrático. De otro modo, aun las mejores
iniciativas ecologistas pueden terminar encerradas en la misma lógica
globalizada. Buscar sólo un remedio técnico a cada problema ambiental que surja
es aislar cosas que en la realidad están entrelazadas y esconder los verdaderos
y más profundos problemas del sistema mundial.
112. Sin
embargo, es posible volver a ampliar la mirada, y la libertad humana es capaz
de limitar la técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de
progreso más sano, más humano, más social, más integral. La liberación del
paradigma tecnocrático reinante se produce de hecho en algunas ocasiones. Por
ejemplo, cuando comunidades de pequeños productores optan por sistemas de
producción menos contaminantes, sosteniendo un modelo de vida, de gozo y de
convivencia no consumista. O cuando la técnica se orienta prioritariamente a
resolver los problemas concretos de los demás, con la pasión de ayudar a otros
a vivir con más dignidad y menos sufrimiento. También cuando la intención
creadora de lo bello y su contemplación logran superar el poder objetivante en
una suerte de salvación que acontece en lo bello y en la persona que lo
contempla. La auténtica humanidad, que invita a una nueva síntesis, parece
habitar en medio de la civilización tecnológica, casi imperceptiblemente, como
la niebla que se filtra bajo la puerta cerrada. ¿Será una promesa permanente, a
pesar de todo, brotando como una empecinada resistencia de lo auténtico?
113. Por
otra parte, la gente ya no parece creer en un futuro feliz, no confía
ciegamente en un mañana mejor a partir de las condiciones actuales del mundo y
de las capacidades técnicas. Toma conciencia de que el avance de la ciencia y
de la técnica no equivale al avance de la humanidad y de la historia, y
vislumbra que son otros los caminos fundamentales para un futuro feliz. No
obstante, tampoco se imagina renunciando a las posibilidades que ofrece la
tecnología. La humanidad se ha modificado profundamente, y la sumatoria de
constantes novedades consagra una fugacidad que nos arrastra por la superficie,
en una única dirección. Se hace difícil detenernos para recuperar la
profundidad de la vida. Si la arquitectura refleja el espíritu de una época,
las megaestructuras y las casas en serie expresan el espíritu de la técnica
globalizada, donde la permanente novedad de los productos se une a un pesado
aburrimiento. No nos resignemos a ello y no renunciemos a preguntarnos por los
fines y por el sentido de todo. De otro modo, sólo legitimaremos la situación
vigente y necesitaremos más sucedáneos para soportar el vacío.
114. Lo
que está ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar en una valiente
revolución cultural. La ciencia y la tecnología no son neutrales, sino que
pueden implicar desde el comienzo hasta el final de un proceso diversas
intenciones o posibilidades, y pueden configurarse de distintas maneras. Nadie
pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar
la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos
y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados
por un desenfreno megalómano.
III.
Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno
115. El
antropocentrismo moderno, paradójicamente, ha terminado colocando la razón
técnica sobre la realidad, porque este ser humano «ni siente la naturaleza como
norma válida, ni menos aún como refugio viviente. La ve sin hacer hipótesis,
prácticamente, como lugar y objeto de una tarea en la que se encierra todo,
siéndole indiferente lo que con ello suceda» [92].
De ese modo, se debilita el valor que tiene el mundo en sí mismo. Pero si el
ser humano no redescubre su verdadero lugar, se entiende mal a sí mismo y
termina contradiciendo su propia realidad: «No sólo la tierra ha sido dada por
Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que
es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo
un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la
que ha sido dotado» [93].
116. En
la modernidad hubo una gran desmesura antropocéntrica que, con otro ropaje, hoy
sigue dañando toda referencia común y todo intento por fortalecer los lazos
sociales. Por eso ha llegado el momento de volver a prestar atención a la
realidad con los límites que ella impone, que a su vez son la posibilidad de un
desarrollo humano y social más sano y fecundo. Una presentación inadecuada de
la antropología cristiana pudo llegar a respaldar una concepción equivocada
sobre la relación del ser humano con el mundo. Se transmitió muchas veces un
sueño prometeico de dominio sobre el mundo que provocó la impresión de que el
cuidado de la naturaleza es cosa de débiles. En cambio, la forma correcta de
interpretar el concepto del ser humano como « señor » del universo consiste en
entenderlo como administrador responsable [94].
117. La
falta de preocupación por medir el daño a la naturaleza y el impacto ambiental
de las decisiones es sólo el reflejo muy visible de un desinterés por reconocer
el mensaje que la naturaleza lleva inscrito en sus mismas estructuras. Cuando
no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano,
de una persona con discapacidad –por poner sólo algunos ejemplos–, difícilmente
se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser
humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto,
la misma base de su existencia se desmorona, porque, «en vez de desempeñar su
papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a
Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza» [95].
118. Esta
situación nos lleva a una constante esquizofrenia, que va de la exaltación
tecnocrática que no reconoce a los demás seres un valor propio, hasta la
reacción de negar todo valor peculiar al ser humano. Pero no se puede
prescindir de la humanidad. No habrá una nueva relación con la naturaleza sin
un nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada antropología. Cuando la
persona humana es considerada sólo un ser más entre otros, que procede de los
juegos del azar o de un determinismo físico, «se corre el riesgo de que
disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad» [96]. Un antropocentrismo desviado no necesariamente
debe dar paso a un «biocentrismo», porque eso implicaría incorporar un nuevo
desajuste que no sólo no resolverá los problemas sino que añadirá otros. No
puede exigirse al ser humano un compromiso con respecto al mundo si no se
reconocen y valoran al mismo tiempo sus capacidades peculiares de conocimiento,
voluntad, libertad y responsabilidad.
119. La
crítica al antropocentrismo desviado tampoco debería colocar en un segundo
plano el valor de las relaciones entre las personas. Si la crisis ecológica es
una eclosión o una manifestación externa de la crisis ética, cultural y
espiritual de la modernidad, no podemos pretender sanar nuestra relación con la
naturaleza y el ambiente sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano.
Cuando el pensamiento cristiano reclama un valor peculiar para el ser humano
por encima de las demás criaturas, da lugar a la valoración de cada persona
humana, y así provoca el reconocimiento del otro. La apertura a un «tú» capaz
de conocer, amar y dialogar sigue siendo la gran nobleza de la persona humana.
Por eso, para una adecuada relación con el mundo creado no hace falta debilitar
la dimensión social del ser humano y tampoco su dimensión trascendente, su
apertura al «Tú» divino. Porque no se puede proponer una relación con el
ambiente aislada de la relación con las demás personas y con Dios. Sería un
individualismo romántico disfrazado de belleza ecológica y un asfixiante encierro
en la inmanencia.
120. Dado
que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza
con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para
acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos,
si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y
dificultades: «Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una
nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la
vida social»[97].
121. Está
pendiente el desarrollo de una nueva síntesis que supere falsas dialécticas de
los últimos siglos. El mismo cristianismo, manteniéndose fiel a su identidad y
al tesoro de verdad que recibió de Jesucristo, siempre se repiensa y se reexpresa
en el diálogo con las nuevas situaciones históricas, dejando brotar así su
eterna novedad [98].
El
relativismo práctico
122. Un
antropocentrismo desviado da lugar a un estilo de vida desviado. En la
Exhortación apostólica Evangelii gaudium me
referí al relativismo práctico que caracteriza nuestra época, y que es «todavía
más peligroso que el doctrinal» [99]. Cuando
el ser humano se coloca a sí mismo en el centro, termina dando prioridad
absoluta a sus conveniencias circunstanciales, y todo lo demás se vuelve
relativo. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la omnipresencia
del paradigma tecnocrático y la adoración del poder humano sin límites, se
desarrolle en los sujetos este relativismo donde todo se vuelve irrelevante si
no sirve a los propios intereses inmediatos. Hay en esto una lógica que permite
comprender cómo se alimentan mutuamente diversas actitudes que provocan al
mismo tiempo la degradación ambiental y la degradación social.
123. La
cultura del relativismo es la misma patología que empuja a una persona a
aprovecharse de otra y a tratarla como mero objeto, obligándola a trabajos
forzados, o convirtiéndola en esclava a causa de una deuda. Es la misma lógica
que lleva a la explotación sexual de los niños, o al abandono de los ancianos
que no sirven para los propios intereses. Es también la lógica interna de quien
dice: « Dejemos que las fuerzas invisibles del mercado regulen la economía,
porque sus impactos sobre la sociedad y sobre la naturaleza son daños
inevitables ». Si no hay verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la
satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué
límites pueden tener la trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el
narcotráfico, el comercio de diamantes ensangrentados y de pieles de animales
en vías de extinción? ¿No es la misma lógica relativista la que justifica la
compra de órganos a los pobres con el fin de venderlos o de utilizarlos para
experimentación, o el descarte de niños porque no responden al deseo de sus
padres? Es la misma lógica del «usa y tira», que genera tantos residuos sólo
por el deseo desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita.
Entonces no podemos pensar que los proyectos políticos o la fuerza de la ley
serán suficientes para evitar los comportamientos que afectan al ambiente,
porque, cuando es la cultura la que se corrompe y ya no se reconoce alguna
verdad objetiva o unos principios universalmente válidos, las leyes sólo se
entenderán como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar.
Necesidad
de preservar el trabajo
124. En
cualquier planteo sobre una ecología integral, que no excluya al ser humano, es
indispensable incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente desarrollado por
san Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens.
Recordemos que, según el relato bíblico de la creación, Dios colocó al ser
humano en el jardín recién creado (cf. Gn 2,15) no sólo para
preservar lo existente (cuidar), sino para trabajar sobre ello de manera que
produzca frutos (labrar). Así, los obreros y artesanos «aseguran la creación
eterna» (Si38, 34). En realidad, la intervención humana que procura el
prudente desarrollo de lo creado es la forma más adecuada de cuidarlo, porque
implica situarse como instrumento de Dios para ayudar a brotar las
potencialidades que él mismo colocó en las cosas: «Dios puso en la tierra
medicinas y el hombre prudente no las desprecia» (Si 38,4).
125. Si
intentamos pensar cuáles son las relaciones adecuadas del ser humano con el
mundo que lo rodea, emerge la necesidad de una correcta concepción del trabajo
porque, si hablamos sobre la relación del ser humano con las cosas, aparece la
pregunta por el sentido y la finalidad de la acción humana sobre la realidad.
No hablamos sólo del trabajo manual o del trabajo con la tierra, sino de
cualquier actividad que implique alguna transformación de lo existente, desde
la elaboración de un informe social hasta el diseño de un desarrollo
tecnológico. Cualquier forma de trabajo tiene detrás una idea sobre la relación
que el ser humano puede o debe establecer con lo otro de sí. La espiritualidad
cristiana, junto con la admiración contemplativa de las criaturas que
encontramos en san Francisco de Asís, ha desarrollado también una rica y sana
comprensión sobre el trabajo, como podemos encontrar, por ejemplo, en la vida
del beato Carlos de Foucauld y sus discípulos.
126.
Recojamos también algo de la larga tradición del monacato. Al comienzo
favorecía en cierto modo la fuga del mundo, intentando escapar de la decadencia
urbana. Por eso, los monjes buscaban el desierto, convencidos de que era el
lugar adecuado para reconocer la presencia de Dios. Posteriormente, san Benito
de Nursia propuso que sus monjes vivieran en comunidad combinando la oración y
la lectura con el trabajo manual (ora et labora). Esta introducción del
trabajo manual impregnado de sentido espiritual fue revolucionaria. Se aprendió
a buscar la maduración y la santificación en la compenetración entre el
recogimiento y el trabajo. Esa manera de vivir el trabajo nos vuelve más
cuidadosos y respetuosos del ambiente, impregna de sana sobriedad nuestra
relación con el mundo.
127.
Decimos que «el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida
económico-social» [100]. No obstante, cuando
en el ser humano se daña la capacidad de contemplar y de respetar, se crean las
condiciones para que el sentido del trabajo se desfigure [101]. Conviene recordar siempre que el ser humano
es «capaz de ser por sí mismo agente responsable de su mejora material, de su
progreso moral y de su desarrollo espiritual» [102].
El trabajo debería ser el ámbito de este múltiple desarrollo personal, donde se
ponen en juego muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del
futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación
con los demás, una actitud de adoración. Por eso, en la actual realidad social
mundial, más allá de los intereses limitados de las empresas y de una
cuestionable racionalidad económica, es necesario que «se siga buscando
como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de
todos» [103].
128.
Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación. No debe buscarse que el
progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la
humanidad se dañaría a sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido
de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de
realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser
siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo
debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. Pero la
orientación de la economía ha propiciado un tipo de avance tecnológico para
reducir costos de producción en razón de la disminución de los puestos de
trabajo, que se reemplazan por máquinas. Es un modo más como la acción del ser
humano puede volverse en contra de él mismo. La disminución de los puestos de
trabajo «tiene también un impacto negativo en el plano económico por el
progresivo desgaste del “capital social”, es decir, del conjunto de relaciones
de confianza, fiabilidad, y respeto de las normas, que son indispensables en
toda convivencia civil» [104]. En definitiva,
«los costes humanos son siempre también costes económicos y las
disfunciones económicas comportan igualmente costes humanos» [105]. Dejar de invertir en las personas para
obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad.
129. Para
que siga siendo posible dar empleo, es imperioso promover una economía que
favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial. Por ejemplo,
hay una gran variedad de sistemas alimentarios campesinos y de pequeña escala
que sigue alimentando a la mayor parte de la población mundial, utilizando una
baja proporción del territorio y del agua, y produciendo menos residuos, sea en
pequeñas parcelas agrícolas, huertas, caza y recolección silvestre o pesca
artesanal. Las economías de escala, especialmente en el sector agrícola,
terminan forzando a los pequeños agricultores a vender sus tierras o a
abandonar sus cultivos tradicionales. Los intentos de algunos de ellos por
avanzar en otras formas de producción más diversificadas terminan siendo
inútiles por la dificultad de conectarse con los mercados regionales y globales
o porque la infraestructura de venta y de transporte está al servicio de las
grandes empresas. Las autoridades tienen el derecho y la responsabilidad de
tomar medidas de claro y firme apoyo a los pequeños productores y a la variedad
productiva. Para que haya una libertad económica de la que todos efectivamente
se beneficien, a veces puede ser necesario poner límites a quienes tienen
mayores recursos y poder financiero. Una libertad económica sólo declamada,
pero donde las condiciones reales impiden que muchos puedan
acceder realmente a ella, y donde se deteriora el acceso al trabajo, se
convierte en un discurso contradictorio que deshonra a la política. La
actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y
a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la
región donde instala sus emprendimientos, sobre todo si entiende que la
creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al bien
común.
Innovación
biológica a partir de la investigación
130. En
la visión filosófica y teológica de la creación que he tratado de proponer,
queda claro que la persona humana, con la peculiaridad de su razón y de su
ciencia, no es un factor externo que deba ser totalmente excluido. No obstante,
si bien el ser humano puede intervenir en vegetales y animales, y hacer uso de
ellos cuando es necesario para su vida, el Catecismo enseña
que las experimentaciones con animales sólo son legítimas «si se mantienen en
límites razonables y contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas» 106]. Recuerda con firmeza que el poder humano
tiene límites y que «es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente
a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas» [107].
Todo uso y experimentación «exige un respeto religioso de la integridad de la
creación» [108].
131.
Quiero recoger aquí la equilibrada posición de san Juan Pablo II, quien
resaltaba los beneficios de los adelantos científicos y tecnológicos, que
«manifiestan cuán noble es la vocación del hombre a participar responsablemente
en la acción creadora de Dios», pero al mismo tiempo recordaba que «toda
intervención en un área del ecosistema debe considerar sus consecuencias en
otras áreas» [109]. Expresaba que la Iglesia
valora el aporte «del estudio y de las aplicaciones de la biología molecular,
completada con otras disciplinas, como la genética, y su aplicación tecnológica
en la agricultura y en la industria» [110],
aunque también decía que esto no debe dar lugar a una «indiscriminada
manipulación genética» [111] que ignore
los efectos negativos de estas intervenciones. No es posible frenar la
creatividad humana. Si no se puede prohibir a un artista el despliegue de su
capacidad creadora, tampoco se puede inhabilitar a quienes tienen especiales
dones para el desarrollo científico y tecnológico, cuyas capacidades han sido
donadas por Dios para el servicio a los demás. Al mismo tiempo, no pueden dejar
de replantearse los objetivos, los efectos, el contexto y los límites éticos de
esa actividad humana que es una forma de poder con altos riesgos.
132. En
este marco debería situarse cualquier reflexión acerca de la intervención
humana sobre los vegetales y animales, que hoy implica mutaciones genéticas
generadas por la biotecnología, en orden a aprovechar las posibilidades
presentes en la realidad material. El respeto de la fe a la razón implica
prestar atención a lo que la misma ciencia biológica, desarrollada de manera
independiente con respecto a los intereses económicos, puede enseñar acerca de
las estructuras biológicas y de sus posibilidades y mutaciones. En todo caso,
una intervención legítima es aquella que actúa en la naturaleza «para ayudarla
a desarrollarse en su línea, la de la creación, la querida por Dios» [112].
133. Es
difícil emitir un juicio general sobre el desarrollo de organismos
genéticamente modificados (OMG), vegetales o animales, médicos o agropecuarios,
ya que pueden ser muy diversos entre sí y requerir distintas consideraciones.
Por otra parte, los riesgos no siempre se atribuyen a la técnica misma sino a
su aplicación inadecuada o excesiva. En realidad, las mutaciones genéticas
muchas veces fueron y son producidas por la misma naturaleza. Ni siquiera
aquellas provocadas por la intervención humana son un fenómeno moderno. La
domesticación de animales, el cruzamiento de especies y otras prácticas antiguas
y universalmente aceptadas pueden incluirse en estas consideraciones. Cabe
recordar que el inicio de los desarrollos científicos de cereales transgénicos
estuvo en la observación de una bacteria que natural y espontáneamente producía
una modificación en el genoma de un vegetal. Pero en la naturaleza estos
procesos tienen un ritmo lento, que no se compara con la velocidad que imponen
los avances tecnológicos actuales, aun cuando estos avances tengan detrás un
desarrollo científico de varios siglos.
134. Si
bien no hay comprobación contundente acerca del daño que podrían causar los
cereales transgénicos a los seres humanos, y en algunas regiones su utilización
ha provocado un crecimiento económico que ayudó a resolver problemas, hay
dificultades importantes que no deben ser relativizadas. En muchos lugares,
tras la introducción de estos cultivos, se constata una concentración de
tierras productivas en manos de pocos debido a «la progresiva desaparición de
pequeños productores que, como consecuencia de la pérdida de las tierras
explotadas, se han visto obligados a retirarse de la producción directa» [113].Los más frágiles se convierten en trabajadores
precarios, y muchos empleados rurales terminan migrando a miserables
asentamientos de las ciudades. La expansión de la frontera de estos cultivos
arrasa con el complejo entramado de los ecosistemas, disminuye la diversidad
productiva y afecta el presente y el futuro de las economías regionales. En
varios países se advierte una tendencia al desarrollo de oligopolios en la
producción de granos y de otros productos necesarios para su cultivo, y la
dependencia se agrava si se piensa en la producción de granos estériles que
terminaría obligando a los campesinos a comprarlos a las empresas productoras.
135. Sin
duda hace falta una atención constante, que lleve a considerar todos los
aspectos éticos implicados. Para eso hay que asegurar una discusión científica
y social que sea responsable y amplia, capaz de considerar toda la información
disponible y de llamar a las cosas por su nombre. A veces no se pone sobre la
mesa la totalidad de la información, que se selecciona de acuerdo con los
propios intereses, sean políticos, económicos o ideológicos. Esto vuelve
difícil desarrollar un juicio equilibrado y prudente sobre las diversas
cuestiones, considerando todas las variables atinentes. Es preciso contar con
espacios de discusión donde todos aquellos que de algún modo se pudieran ver
directa o indirectamente afectados (agricultores, consumidores, autoridades,
científicos, semilleras, poblaciones vecinas a los campos fumigados y otros)
puedan exponer sus problemáticas o acceder a información amplia y fidedigna
para tomar decisiones tendientes al bien común presente y futuro. Es una
cuestión ambiental de carácter complejo, por lo cual su tratamiento exige una
mirada integral de todos sus aspectos, y esto requeriría al menos un mayor
esfuerzo para financiar diversas líneas de investigación libre e
interdisciplinaria que puedan aportar nueva luz.
136. Por
otra parte, es preocupante que cuando algunos movimientos ecologistas defienden
la integridad del ambiente, y con razón reclaman ciertos límites a la
investigación científica, a veces no aplican estos mismos principios a la vida
humana. Se suele justificar que se traspasen todos los límites cuando se
experimenta con embriones humanos vivos. Se olvida que el valor inalienable de
un ser humano va más allá del grado de su desarrollo. De ese modo, cuando la
técnica desconoce los grandes principios éticos, termina considerando legítima
cualquier práctica. Como vimos en este capítulo, la técnica separada de la
ética difícilmente será capaz de autolimitar su poder.
CAPÍTULO
CUARTO
UNA
ECOLOGÍA INTEGRAL
137. Dado
que todo está íntimamente relacionado, y que los problemas actuales requieren
una mirada que tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial,
propongo que nos detengamos ahora a pensar en los distintos aspectos de
una ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones
humanas y sociales.
I.
Ecología ambiental, económica y social
138. La
ecología estudia las relaciones entre los organismos vivientes y el ambiente
donde se desarrollan. También exige sentarse a pensar y a discutir acerca de
las condiciones de vida y de supervivencia de una sociedad, con la honestidad
para poner en duda modelos de desarrollo, producción y consumo. No está de más
insistir en que todo está conectado. El tiempo y el espacio no son
independientes entre sí, y ni siquiera los átomos o las partículas subatómicas
se pueden considerar por separado. Así como los distintos componentes del
planeta –físicos, químicos y biológicos– están relacionados entre sí, también
las especies vivas conforman una red que nunca terminamos de reconocer y
comprender. Buena parte de nuestra información genética se comparte con muchos
seres vivos. Por eso, los conocimientos fragmentarios y aislados pueden
convertirse en una forma de ignorancia si se resisten a integrarse en una
visión más amplia de la realidad.
139.
Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la
que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide
entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de
nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados.
Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del
funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus
maneras de entender la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es
posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del
problema. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las
interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales.
No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y
compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una
aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los
excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza.
140.
Debido a la cantidad y variedad de elementos a tener en cuenta, a la hora de
determinar el impacto ambiental de un emprendimiento concreto, se vuelve
indispensable dar a los investigadores un lugar preponderante y facilitar su
interacción, con amplia libertad académica. Esta investigación constante
debería permitir reconocer también cómo las distintas criaturas se relacionan
conformando esas unidades mayores que hoy llamamos «ecosistemas». No los
tenemos en cuenta sólo para determinar cuál es su uso racional, sino porque
poseen un valor intrínseco independiente de ese uso. Así como cada organismo es
bueno y admirable en sí mismo por ser una criatura de Dios, lo mismo ocurre con
el conjunto armonioso de organismos en un espacio determinado, funcionando como
un sistema. Aunque no tengamos conciencia de ello, dependemos de ese conjunto
para nuestra propia existencia. Cabe recordar que los ecosistemas intervienen
en el secuestro de anhídrido carbónico, en la purificación del agua, en el
control de enfermedades y plagas, en la formación del suelo, en la
descomposición de residuos y en muchísimos otros servicios que olvidamos o
ignoramos. Cuando advierten esto, muchas personas vuelven a tomar conciencia de
que vivimos y actuamos a partir de una realidad que nos ha sido previamente
regalada, que es anterior a nuestras capacidades y a nuestra existencia. Por
eso, cuando se habla de «uso sostenible», siempre hay que incorporar una
consideración sobre la capacidad de regeneración de cada ecosistema en sus
diversas áreas y aspectos.
141. Por
otra parte, el crecimiento económico tiende a producir automatismos y a
homogeneizar, en orden a simplificar procedimientos y a reducir costos. Por eso
es necesaria una ecología económica, capaz de obligar a considerar la realidad
de manera más amplia. Porque «la protección del medio ambiente deberá
constituir parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse
en forma aislada» [114]. Pero al mismo tiempo
se vuelve actual la necesidad imperiosa del humanismo, que de por sí convoca a
los distintos saberes, también al económico, hacia una mirada más integral e
integradora. Hoy el análisis de los problemas ambientales es inseparable del
análisis de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la
relación de cada persona consigo misma, que genera un determinado modo de
relacionarse con los demás y con el ambiente. Hay una interacción entre los
ecosistemas y entre los diversos mundos de referencia social, y así se muestra
una vez más que «el todo es superior a la parte 115].
142. Si
todo está relacionado, también la salud de las instituciones de una sociedad
tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana: «Cualquier
menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales» [116]. En ese sentido, la ecología social es
necesariamente institucional, y alcanza progresivamente las distintas
dimensiones que van desde el grupo social primario, la familia, pasando por la
comunidad local y la nación, hasta la vida internacional. Dentro de cada uno de
los niveles sociales y entre ellos, se desarrollan las instituciones que
regulan las relaciones humanas. Todo lo que las dañe entraña efectos nocivos,
como la perdida de la libertad, la injusticia y la violencia. Varios países se
rigen con un nivel institucional precario, a costa del sufrimiento de las
poblaciones y en beneficio de quienes se lucran con ese estado de cosas. Tanto
en la administración del Estado, como en las distintas expresiones de la
sociedad civil, o en las relaciones de los habitantes entre sí, se registran
con excesiva frecuencia conductas alejadas de las leyes. Estas pueden ser
dictadas en forma correcta, pero suelen quedar como letra muerta. ¿Puede
esperarse entonces que la legislación y las normas relacionadas con el medio
ambiente sean realmente eficaces? Sabemos, por ejemplo, que países poseedores
de una legislación clara para la protección de bosques siguen siendo testigos
mudos de la frecuente violación de estas leyes. Además, lo que sucede en una
región ejerce, directa o indirectamente, influencias en las demás regiones.
Así, por ejemplo, el consumo de narcóticos en las sociedades opulentas provoca
una constante y creciente demanda de productos originados en regiones
empobrecidas, donde se corrompen conductas, se destruyen vidas y se termina
degradando el ambiente.
II.
Ecología cultural
143.
Junto con el patrimonio natural, hay un patrimonio histórico, artístico y
cultural, igualmente amenazado. Es parte de la identidad común de un lugar y
una base para construir una ciudad habitable. No se trata de destruir y de
crear nuevas ciudades supuestamente más ecológicas, donde no siempre se vuelve
deseable vivir. Hace falta incorporar la historia, la cultura y la arquitectura
de un lugar, manteniendo su identidad original. Por eso, la ecología también
supone el cuidado de las riquezas culturales de la humanidad en su sentido más
amplio. De manera más directa, reclama prestar atención a las culturas locales
a la hora de analizar cuestiones relacionadas con el medio ambiente, poniendo
en diálogo el lenguaje científico-técnico con el lenguaje popular. Es la
cultura no sólo en el sentido de los monumentos del pasado, sino especialmente
en su sentido vivo, dinámico y participativo, que no puede excluirse a la hora
de repensar la relación del ser humano con el ambiente.
144. La
visión consumista del ser humano, alentada por los engranajes de la actual
economía globalizada, tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar la
inmensa variedad cultural, que es un tesoro de la humanidad. Por eso, pretender
resolver todas las dificultades a través de normativas uniformes o de
intervenciones técnicas lleva a desatender la complejidad de las problemáticas
locales, que requieren la intervención activa de los habitantes. Los nuevos
procesos que se van gestando no siempre pueden ser incorporados en esquemas
establecidos desde afuera, sino que deben partir de la misma cultura local. Así
como la vida y el mundo son dinámicos, el cuidado del mundo debe ser flexible y
dinámico. Las soluciones meramente técnicas corren el riesgo de atender a
síntomas que no responden a las problemáticas más profundas. Hace falta
incorporar la perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas, y así
entender que el desarrollo de un grupo social supone un proceso histórico
dentro de un contexto cultural y requiere del continuado protagonismo de los
actores sociales locales desde su propia cultura. Ni siquiera
la noción de calidad de vida puede imponerse, sino que debe entenderse dentro
del mundo de símbolos y hábitos propios de cada grupo humano.
145.
Muchas formas altamente concentradas de explotación y degradación del medio
ambiente no sólo pueden acabar con los recursos de subsistencia locales, sino
también con capacidades sociales que han permitido un modo de vida que durante
mucho tiempo ha otorgado identidad cultural y un sentido de la existencia y de
la convivencia. La desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que
la desaparición de una especie animal o vegetal. La imposición de un estilo
hegemónico de vida ligado a un modo de producción puede ser tan dañina como la
alteración de los ecosistemas.
146. En
este sentido, es indispensable prestar especial atención a las comunidades
aborígenes con sus tradiciones culturales. No son una simple minoría entre
otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo
a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios. Para
ellos, la tierra no es un bien económico, sino don de Dios y de los antepasados
que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar
para sostener su identidad y sus valores. Cuando permanecen en sus territorios,
son precisamente ellos quienes mejor los cuidan. Sin embargo, en diversas
partes del mundo, son objeto de presiones para que abandonen sus tierras a fin
de dejarlas libres para proyectos extractivos y agropecuarios que no prestan
atención a la degradación de la naturaleza y de la cultura.
III.
Ecología de la vida cotidiana
147. Para
que pueda hablarse de un auténtico desarrollo, habrá que asegurar que se
produzca una mejora integral en la calidad de vida humana, y esto implica
analizar el espacio donde transcurre la existencia de las personas. Los
escenarios que nos rodean influyen en nuestro modo de ver la vida, de sentir y
de actuar. A la vez, en nuestra habitación, en nuestra casa, en nuestro lugar
de trabajo y en nuestro barrio, usamos el ambiente para expresar nuestra
identidad. Nos esforzamos para adaptarnos al medio y, cuando un ambiente es
desordenado, caótico o cargado de contaminación visual y acústica, el exceso de
estímulos nos desafía a intentar configurar una identidad integrada y feliz.
148. Es
admirable la creatividad y la generosidad de personas y grupos que son capaces
de revertir los límites del ambiente, modificando los efectos adversos de los
condicionamientos y aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la
precariedad. Por ejemplo, en algunos lugares, donde las fachadas de los
edificios están muy deterioradas, hay personas que cuidan con mucha dignidad el
interior de sus viviendas, o se sienten cómodas por la cordialidad y la amistad
de la gente. La vida social positiva y benéfica de los habitantes derrama luz
sobre un ambiente aparentemente desfavorable. A veces es encomiable la ecología
humana que pueden desarrollar los pobres en medio de tantas limitaciones. La
sensación de asfixia producida por la aglomeración en residencias y espacios
con alta densidad poblacional se contrarresta si se desarrollan relaciones
humanas cercanas y cálidas, si se crean comunidades, si los límites del
ambiente se compensan en el interior de cada persona, que se siente contenida
por una red de comunión y de pertenencia. De ese modo, cualquier lugar deja de
ser un infierno y se convierte en el contexto de una vida digna.
149.
También es cierto que la carencia extrema que se vive en algunos ambientes que
no poseen armonía, amplitud y posibilidades de integración facilita la
aparición de comportamientos inhumanos y la manipulación de las personas por
parte de organizaciones criminales. Para los habitantes de barrios muy
precarios, el paso cotidiano del hacinamiento al anonimato social que se vive
en las grandes ciudades puede provocar una sensación de desarraigo que favorece
las conductas antisociales y la violencia. Sin embargo, quiero insistir en que
el amor puede más. Muchas personas en estas condiciones son capaces de tejer
lazos de pertenencia y de convivencia que convierten el hacinamiento en una
experiencia comunitaria donde se rompen las paredes del yo y se superan las
barreras del egoísmo. Esta experiencia de salvación comunitaria es lo que suele
provocar reacciones creativas para mejorar un edificio o un barrio [117].
150. Dada
la interrelación entre el espacio y la conducta humana, quienes diseñan
edificios, barrios, espacios públicos y ciudades necesitan del aporte de
diversas disciplinas que permitan entender los procesos, el simbolismo y los
comportamientos de las personas. No basta la búsqueda de la belleza en el
diseño, porque más valioso todavía es el servicio a otra belleza: la calidad de
vida de las personas, su adaptación al ambiente, el encuentro y la ayuda mutua.
También por eso es tan importante que las perspectivas de los pobladores
siempre completen el análisis del planeamiento urbano.
151. Hace
falta cuidar los lugares comunes, los marcos visuales y los hitos urbanos que
acrecientan nuestro sentido de pertenencia, nuestra sensación de arraigo,
nuestro sentimiento de «estar en casa» dentro de la ciudad que nos contiene y
nos une. Es importante que las diferentes partes de una ciudad estén bien
integradas y que los habitantes puedan tener una visión de conjunto, en lugar
de encerrarse en un barrio privándose de vivir la ciudad entera como un espacio
propio compartido con los demás. Toda intervención en el paisaje urbano o rural
debería considerar cómo los distintos elementos del lugar conforman un todo que
es percibido por los habitantes como un cuadro coherente con su riqueza de
significados. Así los otros dejan de ser extraños, y se los puede sentir como
parte de un « nosotros » que construimos juntos. Por esta misma razón, tanto en
el ambiente urbano como en el rural, conviene preservar algunos lugares donde
se eviten intervenciones humanas que los modifiquen constantemente.
152. La
falta de viviendas es grave en muchas partes del mundo, tanto en las zonas
rurales como en las grandes ciudades, porque los presupuestos estatales sólo
suelen cubrir una pequeña parte de la demanda. No sólo los pobres, sino una
gran parte de la sociedad sufre serias dificultades para acceder a una vivienda
propia. La posesión de una vivienda tiene mucho que ver con la dignidad de las
personas y con el desarrollo de las familias. Es una cuestión central de la
ecología humana. Si en un lugar ya se han desarrollado conglomerados caóticos
de casas precarias, se trata sobre todo de urbanizar esos barrios, no de
erradicar y expulsar. Cuando los pobres viven en suburbios contaminados o en
conglomerados peligrosos, «en el caso que se deba proceder a su traslado, y
para no añadir más sufrimiento al que ya padecen, es necesario proporcionar una
información adecuada y previa, ofrecer alternativas de alojamientos dignos e
implicar directamente a los interesados» [118].
Al mismo tiempo, la creatividad debería llevar a integrar los barrios precarios
en una ciudad acogedora: « ¡Qué hermosas son las ciudades que superan la
desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa
integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades que,
aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan,
relacionan, favorecen el reconocimiento del otro! [119]».
153. La
calidad de vida en las ciudades tiene mucho que ver con el transporte, que
suele ser causa de grandes sufrimientos para los habitantes. En las ciudades
circulan muchos automóviles utilizados por una o dos personas, con lo cual el
tránsito se hace complicado, el nivel de contaminación es alto, se consumen
cantidades enormes de energía no renovable y se vuelve necesaria la
construcción de más autopistas y lugares de estacionamiento que perjudican la
trama urbana. Muchos especialistas coinciden en la necesidad de priorizar el
transporte público. Pero algunas medidas necesarias difícilmente serán
pacíficamente aceptadas por la sociedad sin una mejora sustancial de ese
transporte, que en muchas ciudades significa un trato indigno a las personas
debido a la aglomeración, a la incomodidad o a la baja frecuencia de los
servicios y a la inseguridad.
154. El
reconocimiento de la dignidad peculiar del ser humano muchas veces contrasta
con la vida caótica que deben llevar las personas en nuestras ciudades. Pero
esto no debería hacer perder de vista el estado de abandono y olvido que sufren
también algunos habitantes de zonas rurales, donde no llegan los servicios
esenciales, y hay trabajadores reducidos a situaciones de esclavitud, sin
derechos ni expectativas de una vida más digna.
155. La
ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la
vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria
para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una
«ecología del hombre» porque «también el hombre posee una naturaleza que él
debe respetar y que no puede manipular a su antojo» [120].
En esta línea, cabe reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una
relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación
del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo
entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre
el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la
creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus
significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración
del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse
a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar
gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y
enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda
«cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma» [121].
IV. El
principio del bien común
156. La
ecología humana es inseparable de la noción de bien común, un principio que
cumple un rol central y unificador en la ética social. Es «el conjunto de
condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno
de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección» [122].
157. El
bien común presupone el respeto a la persona humana en cuanto tal, con derechos
básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral. También reclama el
bienestar social y el desarrollo de los diversos grupos intermedios, aplicando
el principio de la subsidiariedad. Entre ellos destaca especialmente la
familia, como la célula básica de la sociedad. Finalmente, el bien común
requiere la paz social, es decir, la estabilidad y seguridad de un cierto
orden, que no se produce sin una atención particular a la justicia
distributiva, cuya violación siempre genera violencia. Toda la sociedad –y en
ella, de manera especial el Estado– tiene la obligación de defender y promover
el bien común.
158. En
las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y
cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos
básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e
ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción
preferencial por los más pobres. Esta opción implica sacar las consecuencias
del destino común de los bienes de la tierra, pero, como he intentado expresar
en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium [123], exige contemplar ante todo la inmensa
dignidad del pobre a la luz de las más hondas convicciones creyentes. Basta
mirar la realidad para entender que esta opción hoy es una exigencia ética
fundamental para la realización efectiva del bien común.
V.
Justicia entre las generaciones
159. La
noción de bien común incorpora también a las generaciones futuras. Las crisis
económicas internacionales han mostrado con crudeza los efectos dañinos que
trae aparejado el desconocimiento de un destino común, del cual no pueden ser
excluidos quienes vienen detrás de nosotros. Ya no puede hablarse de desarrollo
sostenible sin una solidaridad intergeneracional. Cuando pensamos en la
situación en que se deja el planeta a las generaciones futuras, entramos en
otra lógica, la del don gratuito que recibimos y comunicamos. Si la tierra nos
es donada, ya no podemos pensar sólo desde un criterio utilitarista de
eficiencia y productividad para el beneficio individual. No estamos hablando de
una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia, ya que la tierra
que recibimos pertenece también a los que vendrán. Los Obispos de Portugal han
exhortado a asumir este deber de justicia: «El ambiente se sitúa en la lógica
de la recepción. Es un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a
la generación siguiente» [124]. Una ecología
integral posee esa mirada amplia.
160. ¿Qué
tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están
creciendo? Esta pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque
no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario. Cuando nos interrogamos
por el mundo que queremos dejar, entendemos sobre todo su orientación general,
su sentido, sus valores. Si no está latiendo esta pregunta de fondo, no creo
que nuestras preocupaciones ecológicas puedan lograr efectos importantes. Pero
si esta pregunta se plantea con valentía, nos lleva inexorablemente a otros
cuestionamientos muy directos: ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿Para qué
vinimos a esta vida? ¿Para qué trabajamos y luchamos? ¿Para qué nos necesita
esta tierra? Por eso, ya no basta decir que debemos preocuparnos por las
futuras generaciones. Se requiere advertir que lo que está en juego es nuestra
propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta
habitable para la humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos,
porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra.
161. Las
predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A
las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y
suciedad. El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio
ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo
de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como
de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones. La atenuación
de los efectos del actual desequilibrio depende de lo que hagamos ahora mismo,
sobre todo si pensamos en la responsabilidad que nos atribuirán los que deberán
soportar las peores consecuencias.
162. La
dificultad para tomar en serio este desafío tiene que ver con un deterioro
ético y cultural, que acompaña al deterioro ecológico. El hombre y la mujer del
mundo posmoderno corren el riesgo permanente de volverse profundamente
individualistas, y muchos problemas sociales se relacionan con el inmediatismo
egoísta actual, con las crisis de los lazos familiares y sociales, con las
dificultades para el reconocimiento del otro. Muchas veces hay un consumo
inmediatista y excesivo de los padres que afecta a los propios hijos, quienes
tienen cada vez más dificultades para adquirir una casa propia y fundar una
familia. Además, nuestra incapacidad para pensar seriamente en las futuras
generaciones está ligada a nuestra incapacidad para ampliar los intereses
actuales y pensar en quienes quedan excluidos del desarrollo. No imaginemos
solamente a los pobres del futuro, basta que recordemos a los pobres de hoy,
que tienen pocos años de vida en esta tierra y no pueden seguir esperando. Por
eso, «además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la
urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intergeneracional» [125].
CAPÍTULO
QUINTO
ALGUNAS
LÍNEAS DE ORIENTACIÓN Y ACCIÓN
163. He
intentado analizar la situación actual de la humanidad, tanto en las grietas que
se observan en el planeta que habitamos, como en las causas más profundamente
humanas de la degradación ambiental. Si bien esa contemplación de la realidad
en sí misma ya nos indica la necesidad de un cambio de rumbo y nos sugiere
algunas acciones, intentemos ahora delinear grandes caminos de diálogo que nos
ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos
sumergiendo.
I.
Diálogo sobre el medio ambiente en la política internacional
164.
Desde mediados del siglo pasado, y superando muchas dificultades, se ha ido
afirmando la tendencia a concebir el planeta como patria y la humanidad como
pueblo que habita una casa de todos. Un mundo interdependiente no significa
únicamente entender que las consecuencias perjudiciales de los estilos de vida,
producción y consumo afectan a todos, sino principalmente procurar que las
soluciones se propongan desde una perspectiva global y no sólo en defensa de
los intereses de algunos países. La interdependencia nos obliga a pensar
en un solo mundo, en un proyecto común. Pero la misma
inteligencia que se utilizó para un enorme desarrollo tecnológico no logra
encontrar formas eficientes de gestión internacional en orden a resolver las
graves dificultades ambientales y sociales. Para afrontar los problemas de
fondo, que no pueden ser resueltos por acciones de países aislados, es
indispensable un consenso mundial que lleve, por ejemplo, a programar una
agricultura sostenible y diversificada, a desarrollar formas renovables y poco
contaminantes de energía, a fomentar una mayor eficiencia energética, a
promover una gestión más adecuada de los recursos forestales y marinos, a
asegurar a todos el acceso al agua potable.
165.
Sabemos que la tecnología basada en combustibles fósiles muy contaminantes
–sobre todo el carbón, pero aun el petróleo y, en menor medida, el gas–
necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora. Mientras no haya un
amplio desarrollo de energías renovables, que debería estar ya en marcha, es
legítimo optar por lo menos malo o acudir a soluciones transitorias. Sin
embargo, en la comunidad internacional no se logran acuerdos suficientes sobre
la responsabilidad de quienes deben soportar los costos de la transición
energética. En las últimas décadas, las cuestiones ambientales han generado un
gran debate público que ha hecho crecer en la sociedad civil espacios de mucho
compromiso y de entrega generosa. La política y la empresa reaccionan con
lentitud, lejos de estar a la altura de los desafíos mundiales. En este sentido
se puede decir que, mientras la humanidad del período post-industrial quizás
sea recordada como una de las más irresponsables de la historia, es de esperar
que la humanidad de comienzos del siglo XXI pueda ser recordada por haber
asumido con generosidad sus graves responsabilidades.
166. El
movimiento ecológico mundial ha hecho ya un largo recorrido, enriquecido por el
esfuerzo de muchas organizaciones de la sociedad civil. No sería posible aquí
mencionarlas a todas ni recorrer la historia de sus aportes. Pero, gracias a
tanta entrega, las cuestiones ambientales han estado cada vez más presentes en
la agenda pública y se han convertido en una invitación constante a pensar a
largo plazo. No obstante, las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los
últimos años no respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión
política, no alcanzaron acuerdos ambientales globales realmente significativos
y eficaces.
167. Cabe
destacar la Cumbre de la Tierra, celebrada en 1992 en Río de Janeiro. Allí se
proclamó que «los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones
relacionadas con el desarrollo sostenible»[126].
Retomando contenidos de la Declaración de Estocolmo (1972), consagró la
cooperación internacional para cuidar el ecosistema de toda la tierra, la
obligación por parte de quien contamina de hacerse cargo económicamente de
ello, el deber de evaluar el impacto ambiental de toda obra o proyecto. Propuso
el objetivo de estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero
en la atmósfera para revertir el calentamiento global. También elaboró una
agenda con un programa de acción y un convenio sobre diversidad biológica,
declaró principios en materia forestal. Si bien aquella cumbre fue
verdaderamente superadora y profética para su época, los acuerdos han tenido un
bajo nivel de implementación porque no se establecieron adecuados mecanismos de
control, de revisión periódica y de sanción de los incumplimientos. Los
principios enunciados siguen reclamando caminos eficaces y ágiles de ejecución
práctica.
168. Como
experiencias positivas se pueden mencionar, por ejemplo, el Convenio de Basilea
sobre los desechos peligrosos, con un sistema de notificación, estándares y
controles; también la Convención vinculante que regula el comercio
internacional de especies amenazadas de fauna y flora silvestre, que incluye
misiones de verificación del cumplimiento efectivo. Gracias a la Convención de
Viena para la protección de la capa de ozono y a su implementación mediante el
Protocolo de Montreal y sus enmiendas, el problema del adelgazamiento de esa
capa parece haber entrado en una fase de solución.
169. En
el cuidado de la diversidad biológica y en lo relacionado con la
desertificación, los avances han sido mucho menos significativos. En lo
relacionado con el cambio climático, los avances son lamentablemente muy
escasos. La reducción de gases de efecto invernadero requiere honestidad,
valentía y responsabilidad, sobre todo de los países más poderosos y más
contaminantes. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el desarrollo sostenible
denominada Rio+20 (Río de Janeiro 2012) emitió una extensa e ineficaz
Declaración final. Las negociaciones internacionales no pueden avanzar
significativamente por las posiciones de los países que privilegian sus
intereses nacionales sobre el bien común global. Quienes sufrirán las
consecuencias que nosotros intentamos disimular recordarán esta falta de
conciencia y de responsabilidad. Mientras se elaboraba esta Encíclica, el
debate ha adquirido una particular intensidad. Los creyentes no podemos dejar de
pedirle a Dios por el avance positivo en las discusiones actuales, de manera
que las generaciones futuras no sufran las consecuencias de imprudentes
retardos.
170.
Algunas de las estrategias de baja emisión de gases contaminantes buscan la
internacionalización de los costos ambientales, con el peligro de imponer a los
países de menores recursos pesados compromisos de reducción de emisiones
comparables a los de los países más industrializados. La imposición de estas
medidas perjudica a los países más necesitados de desarrollo. De este modo, se
agrega una nueva injusticia envuelta en el ropaje del cuidado del ambiente.
Como siempre, el hilo se corta por lo más débil. Dado que los efectos del
cambio climático se harán sentir durante mucho tiempo, aun cuando ahora se
tomen medidas estrictas, algunos países con escasos recursos necesitarán ayuda
para adaptarse a efectos que ya se están produciendo y que afectan sus
economías. Sigue siendo cierto que hay responsabilidades comunes pero
diferenciadas, sencillamente porque, como han dicho los Obispos de Bolivia,
«los países que se han beneficiado por un alto grado de industrialización, a
costa de una enorme emisión de gases invernaderos, tienen mayor responsabilidad
en aportar a la solución de los problemas que han causado» [127].
171. La
estrategia de compraventa de « bonos de carbono » puede dar lugar a una nueva
forma de especulación, y no servir para reducir la emisión global de gases
contaminantes. Este sistema parece ser una solución rápida y fácil, con la apariencia
de cierto compromiso con el medio ambiente, pero que de ninguna manera implica
un cambio radical a la altura de las circunstancias. Más bien puede convertirse
en un recurso diversivo que permita sostener el sobreconsumo de algunos países
y sectores.
172. Los
países pobres necesitan tener como prioridad la erradicación de la miseria y el
desarrollo social de sus habitantes, aunque deban analizar el nivel escandaloso
de consumo de algunos sectores privilegiados de su población y controlar mejor
la corrupción. También es verdad que deben desarrollar formas menos
contaminantes de producción de energía, pero para ello requieren contar con la
ayuda de los países que han crecido mucho a costa de la contaminación actual
del planeta. El aprovechamiento directo de la abundante energía solar requiere
que se establezcan mecanismos y subsidios de modo que los países en desarrollo
puedan acceder a transferencia de tecnologías, asistencia técnica y recursos
financieros, pero siempre prestando atención a las condiciones concretas, ya
que «no siempre es adecuadamente evaluada la compatibilidad de los sistemas con
el contexto para el cual fueron diseñados» [128].Los
costos serían bajos si se los compara con los riesgos del cambio climático. De
todos modos, es ante todo una decisión ética, fundada en la solidaridad de
todos los pueblos.
173.
Urgen acuerdos internacionales que se cumplan, dada la fragilidad de las
instancias locales para intervenir de modo eficaz. Las relaciones entre Estados
deben resguardar la soberanía de cada uno, pero también establecer caminos
consensuados para evitar catástrofes locales que terminarían afectando a todos.
Hacen falta marcos regulatorios globales que impongan obligaciones y que
impidan acciones intolerables, como el hecho de que países poderosos expulsen a
otros países residuos e industrias altamente contaminantes.
174.
Mencionemos también el sistema de gobernanza de los océanos. Pues, si bien hubo
diversas convenciones internacionales y regionales, la fragmentación y la
ausencia de severos mecanismos de reglamentación, control y sanción terminan
minando todos los esfuerzos. El creciente problema de los residuos marinos y la
protección de las áreas marinas más allá de las fronteras nacionales continúa
planteando un desafío especial. En definitiva, necesitamos un acuerdo sobre los
regímenes de gobernanza para toda la gama de los llamados «bienes comunes
globales».
175. La
misma lógica que dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la
tendencia al calentamiento global es la que no permite cumplir con el objetivo
de erradicar la pobreza. Necesitamos una reacción global más responsable, que
implica encarar al mismo tiempo la reducción de la contaminación y el
desarrollo de los países y regiones pobres. El siglo XXI, mientras mantiene un
sistema de gobernanza propio de épocas pasadas, es escenario de un
debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la
dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a
predominar sobre la política. En este contexto, se vuelve indispensable la
maduración de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente
organizadas, con autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los
gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar. Como afirmaba Benedicto
XVI en la línea ya desarrollada por la doctrina social de la Iglesia, «para
gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la
crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes,
para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz,
para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios,
urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya
esbozada por mi Predecesor, [san] Juan XXIII»[129].
En esta perspectiva, la diplomacia adquiere una importancia inédita, en orden a
promover estrategias internacionales que se anticipen a los problemas más
graves que terminan afectando a todos.
II.
Diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales
176. No
sólo hay ganadores y perdedores entre los países, sino también dentro de los
países pobres, donde deben identificarse diversas responsabilidades. Por eso,
las cuestiones relacionadas con el ambiente y con el desarrollo económico ya no
se pueden plantear sólo desde las diferencias entre los países, sino que
requieren prestar atención a las políticas nacionales y locales.
177. Ante
la posibilidad de una utilización irresponsable de las capacidades humanas, son
funciones impostergables de cada Estado planificar, coordinar, vigilar y
sancionar dentro de su propio territorio. La sociedad, ¿cómo ordena y custodia
su devenir en un contexto de constantes innovaciones tecnológicas? Un factor
que actúa como moderador ejecutivo es el derecho, que establece las reglas para
las conductas admitidas a la luz del bien común. Los límites que debe imponer
una sociedad sana, madura y soberana se asocian con: previsión y precaución,
regulaciones adecuadas, vigilancia de la aplicación de las normas, control de
la corrupción, acciones de control operativo sobre los efectos emergentes no
deseados de los procesos productivos, e intervención oportuna ante riesgos
inciertos o potenciales. Hay una creciente jurisprudencia orientada a disminuir
los efectos contaminantes de los emprendimientos empresariales. Pero el marco
político e institucional no existe sólo para evitar malas prácticas, sino
también para alentar las mejores prácticas, para estimular la creatividad que
busca nuevos caminos, para facilitar las iniciativas personales y colectivas.
178. El
drama del inmediatismo político, sostenido también por poblaciones consumistas,
provoca la necesidad de producir crecimiento a corto plazo. Respondiendo a
intereses electorales, los gobiernos no se exponen fácilmente a irritar a la
población con medidas que puedan afectar al nivel de consumo o poner en riesgo
inversiones extranjeras. La miopía de la construcción de poder detiene la
integración de la agenda ambiental con mirada amplia en la agenda pública de
los gobiernos. Se olvida así que «el tiempo es superior al espacio»[130],que siempre somos más fecundos cuando nos
preocupamos por generar procesos más que por dominar espacios de poder. La
grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes
principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le
cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación.
179. En
algunos lugares, se están desarrollando cooperativas para la explotación de
energías renovables que permiten el autoabastecimiento local e incluso la venta
de excedentes. Este sencillo ejemplo indica que, mientras el orden mundial
existente se muestra impotente para asumir responsabilidades, la instancia
local puede hacer una diferencia. Pues allí se puede generar una mayor responsabilidad,
un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una
creatividad más generosa, un entrañable amor a la propia tierra, así como se
piensa en lo que se deja a los hijos y a los nietos. Estos valores tienen un
arraigo muy hondo en las poblaciones aborígenes. Dado que el derecho a veces se
muestra insuficiente debido a la corrupción, se requiere una decisión política
presionada por la población. La sociedad, a través de organismos no
gubernamentales y asociaciones intermedias, debe obligar a los gobiernos a
desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos. Si los
ciudadanos no controlan al poder político –nacional, regional y municipal–,
tampoco es posible un control de los daños ambientales. Por otra parte, las legislaciones
de los municipios pueden ser más eficaces si hay acuerdos entre poblaciones
vecinas para sostener las mismas políticas ambientales.
180. No
se puede pensar en recetas uniformes, porque hay problemas y límites
específicos de cada país o región. También es verdad que el realismo político
puede exigir medidas y tecnologías de transición, siempre que estén acompañadas
del diseño y la aceptación de compromisos graduales vinculantes. Pero en los
ámbitos nacionales y locales siempre hay mucho por hacer, como promover las
formas de ahorro de energía. Esto implica favorecer formas de producción
industrial con máxima eficiencia energética y menos cantidad de materia prima,
quitando del mercado los productos que son poco eficaces desde el punto de
vista energético o que son más contaminantes. También podemos mencionar una
buena gestión del transporte o formas de construcción y de saneamiento de
edificios que reduzcan su consumo energético y su nivel de contaminación. Por
otra parte, la acción política local puede orientarse a la modificación del
consumo, al desarrollo de una economía de residuos y de reciclaje, a la
protección de especies y a la programación de una agricultura diversificada con
rotación de cultivos. Es posible alentar el mejoramiento agrícola de regiones
pobres mediante inversiones en infraestructuras rurales, en la organización del
mercado local o nacional, en sistemas de riego, en el desarrollo de técnicas
agrícolas sostenibles. Se pueden facilitar formas de cooperación o de
organización comunitaria que defiendan los intereses de los pequeños
productores y preserven los ecosistemas locales de la depredación. ¡Es tanto lo
que sí se puede hacer!
181. Es
indispensable la continuidad, porque no se pueden modificar las políticas
relacionadas con el cambio climático y la protección del ambiente cada vez que
cambia un gobierno. Los resultados requieren mucho tiempo, y suponen costos
inmediatos con efectos que no podrán ser mostrados dentro del actual período de
gobierno. Por eso, sin la presión de la población y de las instituciones
siempre habrá resistencia a intervenir, más aún cuando haya urgencias que
resolver. Que un político asuma estas responsabilidades con los costos que
implican, no responde a la lógica eficientista e inmediatista de la economía y
de la política actual, pero si se atreve a hacerlo, volverá a reconocer la
dignidad que Dios le ha dado como humano y dejará tras su paso por esta
historia un testimonio de generosa responsabilidad. Hay que conceder un lugar
preponderante a una sana política, capaz de reformar las instituciones,
coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e
inercias viciosas. Sin embargo, hay que agregar que los mejores mecanismos
terminan sucumbiendo cuando faltan los grandes fines, los valores, una
comprensión humanista y rica de sentido que otorguen a cada sociedad una
orientación noble y generosa.
III.
Diálogo y transparencia en los procesos decisionales
182. La
previsión del impacto ambiental de los emprendimientos y proyectos requiere
procesos políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción,
que esconde el verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores,
suele llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente.
183. Un
estudio del impacto ambiental no debería ser posterior a la elaboración de un
proyecto productivo o de cualquier política, plan o programa a desarrollarse.
Tiene que insertarse desde el principio y elaborarse de modo
interdisciplinario, transparente e independiente de toda presión económica o
política. Debe conectarse con el análisis de las condiciones de trabajo y de
los posibles efectos en la salud física y mental de las personas, en la
economía local, en la seguridad. Los resultados económicos podrán así deducirse
de manera más realista, teniendo en cuenta los escenarios posibles y
eventualmente previendo la necesidad de una inversión mayor para resolver
efectos indeseables que puedan ser corregidos. Siempre es necesario alcanzar
consensos entre los distintos actores sociales, que pueden aportar diferentes
perspectivas, soluciones y alternativas. Pero en la mesa de discusión deben
tener un lugar privilegiado los habitantes locales, quienes se preguntan por lo
que quieren para ellos y para sus hijos, y pueden considerar los fines que
trascienden el interés económico inmediato. Hay que dejar de pensar en
«intervenciones» sobre el ambiente para dar lugar a políticas pensadas y
discutidas por todas las partes interesadas. La participación requiere que
todos sean adecuadamente informados de los diversos aspectos y de los
diferentes riesgos y posibilidades, y no se reduce a la decisión inicial sobre
un proyecto, sino que implica también acciones de seguimiento o monitorización
constante. Hace falta sinceridad y verdad en las discusiones científicas y
políticas, sin reducirse a considerar qué está permitido o no por la
legislación.
184.
Cuando aparecen eventuales riesgos para el ambiente que afecten al bien común
presente y futuro, esta situación exige «que las decisiones se basen en una
comparación entre los riesgos y los beneficios hipotéticos que comporta cada
decisión alternativa posible» [131]. Esto vale
sobre todo si un proyecto puede producir un incremento de utilización de
recursos naturales, de emisiones o vertidos, de generación de residuos, o una
modificación significativa en el paisaje, en el hábitat de especies protegidas
o en un espacio público. Algunos proyectos, no suficientemente analizados,
pueden afectar profundamente la calidad de vida de un lugar debido a cuestiones
tan diversas entre sí como una contaminación acústica no prevista, la reducción
de la amplitud visual, la pérdida de valores culturales, los efectos del uso de
energía nuclear. La cultura consumista, que da prioridad al corto plazo y al
interés privado, puede alentar trámites demasiado rápidos o consentir el
ocultamiento de información.
185. En
toda discusión acerca de un emprendimiento, una serie de preguntas deberían
plantearse en orden a discernir si aportará a un verdadero desarrollo integral:
¿Para qué? ¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué manera? ¿Para quién? ¿Cuáles son
los riesgos? ¿A qué costo? ¿Quién paga los costos y cómo lo hará? En este
examen hay cuestiones que deben tener prioridad. Por ejemplo, sabemos que el
agua es un recurso escaso e indispensable y es un derecho fundamental que
condiciona el ejercicio de otros derechos humanos. Eso es indudable y supera
todo análisis de impacto ambiental de una región.
186. En
la Declaración de Río de 1992, se sostiene que, «cuando haya peligro de daño
grave o irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá
utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces» [132] que impidan la degradación del medio
ambiente. Este principio precautorio permite la protección de los más débiles,
que disponen de pocos medios para defenderse y para aportar pruebas
irrefutables. Si la información objetiva lleva a prever un daño grave e
irreversible, aunque no haya una comprobación indiscutible, cualquier proyecto
debería detenerse o modificarse. Así se invierte el peso de la prueba, ya que
en estos casos hay que aportar una demostración objetiva y contundente de que
la actividad propuesta no va a generar daños graves al ambiente o a quienes lo
habitan.
187. Esto
no implica oponerse a cualquier innovación tecnológica que permita mejorar la
calidad de vida de una población. Pero en todo caso debe quedar en pie que la
rentabilidad no puede ser el único criterio a tener en cuenta y que, en el
momento en que aparezcan nuevos elementos de juicio a partir de la evolución de
la información, debería haber una nueva evaluación con participación de todas
las partes interesadas. El resultado de la discusión podría ser la decisión de
no avanzar en un proyecto, pero también podría ser su modificación o el
desarrollo de propuestas alternativas.
188. Hay
discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente donde es difícil
alcanzar consensos. Una vez más expreso que la Iglesia no pretende definir las
cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero invito a un debate
honesto y transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías
no afecten al bien común.
IV.
Política y economía en diálogo para la plenitud humana
189. La
política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los
dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el
bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en
diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la
vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio
a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema,
reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo
podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación.
La crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una
nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación
de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo
una reacción que llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo
al mundo. La producción no es siempre racional, y suele estar atada a variables
económicas que fijan a los productos un valor que no coincide con su valor real.
Eso lleva muchas veces a una sobreproducción de algunas mercancías, con un
impacto ambiental innecesario, que al mismo tiempo perjudica a muchas economías
regionales [133]. La burbuja financiera
también suele ser una burbuja productiva. En definitiva, lo que no se afronta
con energía es el problema de la economía real, la que hace posible que se
diversifique y mejore la producción, que las empresas funcionen adecuadamente,
que las pequeñas y medianas empresas se desarrollen y creen empleo.
190. En
este contexto, siempre hay que recordar que «la protección ambiental no puede
asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costos y beneficios. El
ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de
defender o de promover adecuadamente» [134].
Una vez más, conviene evitar una concepción mágica del mercado, que tiende a
pensar que los problemas se resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios
de las empresas o de los individuos. ¿Es realista esperar que quien se
obsesiona por el máximo beneficio se detenga a pensar en los efectos
ambientales que dejará a las próximas generaciones? Dentro del esquema del
rédito no hay lugar para pensar en los ritmos de la naturaleza, en sus tiempos
de degradación y de regeneración, y en la complejidad de los ecosistemas, que
pueden ser gravemente alterados por la intervención humana. Además, cuando se
habla de biodiversidad, a lo sumo se piensa en ella como un depósito de
recursos económicos que podría ser explotado, pero no se considera seriamente
el valor real de las cosas, su significado para las personas y las culturas,
los intereses y necesidades de los pobres.
191.
Cuando se plantean estas cuestiones, algunos reaccionan acusando a los demás de
pretender detener irracionalmente el progreso y el desarrollo humano. Pero
tenemos que convencernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción
y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. Los
esfuerzos para un uso sostenible de los recursos naturales no son un gasto inútil,
sino una inversión que podrá ofrecer otros beneficios económicos a medio plazo.
Si no tenemos estrechez de miras, podemos descubrir que la diversificación de
una producción más innovativa y con menor impacto ambiental, puede ser muy
rentable. Se trata de abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican
detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía
con cauces nuevos.
192. Por
ejemplo, un camino de desarrollo productivo más creativo y mejor orientado
podría corregir el hecho de que haya una inversión tecnológica excesiva para el
consumo y poca para resolver problemas pendientes de la humanidad; podría
generar formas inteligentes y rentables de reutilización, refuncionalización y
reciclado; podría mejorar la eficiencia energética de las ciudades. La
diversificación productiva da amplísimas posibilidades a la inteligencia humana
para crear e innovar, a la vez que protege el ambiente y crea más fuentes de
trabajo. Esta sería una creatividad capaz de hacer florecer nuevamente la
nobleza del ser humano, porque es más digno usar la inteligencia, con audacia y
responsabilidad, para encontrar formas de desarrollo sostenible y equitativo,
en el marco de una noción más amplia de lo que es la calidad de vida. En
cambio, es más indigno, superficial y menos creativo insistir en crear formas
de expolio de la naturaleza sólo para ofrecer nuevas posibilidades de consumo y
de rédito inmediato.
193. De
todos modos, si en algunos casos el desarrollo sostenible implicará nuevas
formas de crecer, en otros casos, frente al crecimiento voraz e irresponsable
que se produjo durante muchas décadas, hay que pensar también en detener un
poco la marcha, en poner algunos límites racionales e incluso en volver atrás
antes que sea tarde. Sabemos que es insostenible el comportamiento de aquellos
que consumen y destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden vivir de
acuerdo con su dignidad humana. Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto
decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda
crecer sanamente en otras partes. Decía Benedicto XVI que «es necesario que las
sociedades tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer
comportamientos caracterizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo
de energía y mejorando las condiciones de su uso» [135].
194. Para
que surjan nuevos modelos de progreso, necesitamos «cambiar el modelo de
desarrollo global»[136], lo cual implica
reflexionar responsablemente «sobre el sentido de la economía y su finalidad,
para corregir sus disfunciones y distorsiones» [137].
No basta conciliar, en un término medio, el cuidado de la naturaleza con la
renta financiera, o la preservación del ambiente con el progreso. En este tema
los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se
trata de redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no
deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede
considerarse progreso. Por otra parte, muchas veces la calidad real de la vida
de las personas disminuye –por el deterioro del ambiente, la baja calidad de
los mismos productos alimenticios o el agotamiento de algunos recursos– en el
contexto de un crecimiento de la economía. En este marco, el discurso del
crecimiento sostenible suele convertirse en un recurso diversivo y exculpatorio
que absorbe valores del discurso ecologista dentro de la lógica de las finanzas
y de la tecnocracia, y la responsabilidad social y ambiental de las empresas
suele reducirse a una serie de acciones de marketing e imagen.
195. El
principio de maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra
consideración, es una distorsión conceptual de la economía: si aumenta la
producción, interesa poco que se produzca a costa de los recursos futuros o de
la salud del ambiente; si la tala de un bosque aumenta la producción, nadie
mide en ese cálculo la pérdida que implica desertificar un territorio, dañar la
biodiversidad o aumentar la contaminación. Es decir, las empresas obtienen
ganancias calculando y pagando una parte ínfima de los costos. Sólo podría
considerarse ético un comportamiento en el cual «los costes económicos y
sociales que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes se
reconozcan de manera transparente y sean sufragados totalmente por aquellos que
se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones» [138].La racionalidad instrumental, que sólo aporta
un análisis estático de la realidad en función de necesidades actuales, está
presente tanto cuando quien asigna los recursos es el mercado como cuando lo
hace un Estado planificador.
196. ¿Qué
ocurre con la política? Recordemos el principio de subsidiariedad, que otorga
libertad para el desarrollo de las capacidades presentes en todos los niveles,
pero al mismo tiempo exige más responsabilidad por el bien común a quien tiene
más poder. Es verdad que hoy algunos sectores económicos ejercen más poder que
los mismos Estados. Pero no se puede justificar una economía sin política, que
sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos aspectos de la
crisis actual. La lógica que no permite prever una preocupación sincera por el
ambiente es la misma que vuelve imprevisible una preocupación por integrar a
los más frágiles, porque «en el vigente modelo “exitista” y “privatista” no
parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados
puedan abrirse camino en la vida» [139].
197.
Necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un
replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos
aspectos de la crisis. Muchas veces la misma política es responsable de su
propio descrédito, por la corrupción y por la falta de buenas políticas
públicas. Si el Estado no cumple su rol en una región, algunos grupos económicos
pueden aparecer como benefactores y detentar el poder real, sintiéndose
autorizados a no cumplir ciertas normas, hasta dar lugar a diversas formas de
criminalidad organizada, trata de personas, narcotráfico y violencia muy
difíciles de erradicar. Si la política no es capaz de romper una lógica
perversa, y también queda subsumida en discursos empobrecidos, seguiremos sin
afrontar los grandes problemas de la humanidad. Una estrategia de cambio real
exige repensar la totalidad de los procesos, ya que no basta con incluir
consideraciones ecológicas superficiales mientras no se cuestione la lógica
subyacente en la cultura actual. Una sana política debería ser capaz de asumir
este desafío.
198. La
política y la economía tienden a culparse mutuamente por lo que se refiere a la
pobreza y a la degradación del ambiente. Pero lo que se espera es que
reconozcan sus propios errores y encuentren formas de interacción orientadas al
bien común. Mientras unos se desesperan sólo por el rédito económico y otros se
obsesionan sólo por conservar o acrecentar el poder, lo que tenemos son guerras
o acuerdos espurios donde lo que menos interesa a las dos partes es preservar
el ambiente y cuidar a los más débiles. Aquí también vale que «la unidad es
superior al conflicto» [140].
V. Las
religiones en el diálogo con las ciencias
199. No
se puede sostener que las ciencias empíricas explican completamente la vida, el
entramado de todas las criaturas y el conjunto de la realidad. Eso sería
sobrepasar indebidamente sus confines metodológicos limitados. Si se reflexiona
con ese marco cerrado, desaparecen la sensibilidad estética, la poesía, y aun
la capacidad de la razón para percibir el sentido y la finalidad de las cosas [141]. Quiero recordar que «los textos religiosos
clásicos pueden ofrecer un significado para todas las épocas, tienen una fuerza
motivadora que abre siempre nuevos horizontes […] ¿Es razonable y culto
relegarlos a la oscuridad, sólo por haber surgido en el contexto de una
creencia religiosa?» [142]. En realidad, es
ingenuo pensar que los principios éticos puedan presentarse de un modo
puramente abstracto, desligados de todo contexto, y el hecho de que aparezcan
con un lenguaje religioso no les quita valor alguno en el debate público. Los
principios éticos que la razón es capaz de percibir pueden reaparecer siempre
bajo distintos ropajes y expresados con lenguajes diversos, incluso religiosos.
200. Por
otra parte, cualquier solución técnica que pretendan aportar las ciencias será
impotente para resolver los graves problemas del mundo si la humanidad pierde
su rumbo, si se olvidan las grandes motivaciones que hacen posible la
convivencia, el sacrificio, la bondad. En todo caso, habrá que interpelar a los
creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus acciones,
habrá que reclamarles que vuelvan a abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo
más hondo de sus propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz. Si
una mala comprensión de nuestros propios principios a veces nos ha llevado a
justificar el maltrato a la naturaleza o el dominio despótico del ser humano
sobre lo creado o las guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes
podemos reconocer que de esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría
que debíamos custodiar. Muchas veces los límites culturales de diversas épocas
han condicionado esa conciencia del propio acervo ético y espiritual, pero es
precisamente el regreso a sus fuentes lo que permite a las religiones responder
mejor a las necesidades actuales.
201. La
mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería
provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al
cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de
redes de respeto y de fraternidad. Es imperioso también un diálogo entre las
ciencias mismas, porque cada una suele encerrarse en los límites de su propio
lenguaje, y la especialización tiende a convertirse en aislamiento y en
absolutización del propio saber. Esto impide afrontar adecuadamente los problemas
del medio ambiente. También se vuelve necesario un diálogo abierto y amable
entre los diferentes movimientos ecologistas, donde no faltan las luchas
ideológicas. La gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el
bien común y avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y
generosidad, recordando siempre que «la realidad es superior a la idea» [143].
CAPÍTULO
SEXTO
EDUCACIÓN
Y ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA
202.
Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad
necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una
pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica
permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se
destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá
largos procesos de regeneración.
I.
Apostar por otro estilo de vida
203. Dado
que el mercado tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar
sus productos, las personas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y
los gastos innecesarios. El consumismo obsesivo es el reflejo subjetivo del
paradigma tecnoeconómico. Ocurre lo que ya señalaba Romano Guardini: el ser
humano «acepta los objetos y las formas de vida, tal como le son impuestos por
la planificación y por los productos fabricados en serie y, después de todo,
actúa así con el sentimiento de que eso es lo racional y lo acertado»[144]. Tal paradigma hace creer a todos que son
libres mientras tengan una supuesta libertad para consumir, cuando quienes en
realidad poseen la libertad son los que integran la minoría que detenta el
poder económico y financiero. En esta confusión, la humanidad posmoderna no
encontró una nueva comprensión de sí misma que pueda orientarla, y esta falta
de identidad se vive con angustia. Tenemos demasiados medios para unos escasos
y raquíticos fines.
204. La
situación actual del mundo «provoca una sensación de inestabilidad e
inseguridad que a su vez favorece formas de egoísmo colectivo» [145]. Cuando las personas se vuelven
autorreferenciales y se aíslan en su propia conciencia, acrecientan su
voracidad. Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita
objetos para comprar, poseer y consumir. En este contexto, no parece posible
que alguien acepte que la realidad le marque límites. Tampoco existe en ese
horizonte un verdadero bien común. Si tal tipo de sujeto es el que tiende a
predominar en una sociedad, las normas sólo serán respetadas en la medida en
que no contradigan las propias necesidades. Por eso, no pensemos sólo en la
posibilidad de terribles fenómenos climáticos o en grandes desastres naturales,
sino también en catástrofes derivadas de crisis sociales, porque la obsesión
por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan
sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca.
205. Sin
embargo, no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse
hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y
regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que
les impongan. Son capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la
luz su propio hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad.
No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la
belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo
de los corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide
esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle.
206. Un
cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre
los que tienen poder político, económico y social. Es lo que ocurre cuando los
movimientos de consumidores logran que dejen de adquirirse ciertos productos y
así se vuelven efectivos para modificar el comportamiento de las empresas,
forzándolas a considerar el impacto ambiental y los patrones de producción. Es
un hecho que, cuando los hábitos de la sociedad afectan el rédito de las
empresas, estas se ven presionadas a producir de otra manera. Ello nos recuerda
la responsabilidad social de los consumidores. «Comprar es siempre un acto
moral, y no sólo económico» [146]. Por eso,
hoy «el tema del deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de cada uno
de nosotros» [147].
207. La
Carta de la Tierra nos invitaba a todos a dejar atrás una etapa de
autodestrucción y a comenzar de nuevo, pero todavía no hemos desarrollado una
conciencia universal que lo haga posible. Por eso me atrevo a proponer
nuevamente aquel precioso desafío: «Como nunca antes en la historia, el destino
común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo […] Que el nuestro sea un
tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida;
por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en
la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida» [148].
208.
Siempre es posible volver a desarrollar la capacidad de salir de sí hacia el
otro. Sin ella no se reconoce a las demás criaturas en su propio valor, no
interesa cuidar algo para los demás, no hay capacidad de ponerse límites para
evitar el sufrimiento o el deterioro de lo que nos rodea. La actitud básica de
autotrascenderse, rompiendo la conciencia aislada y la autorreferencialidad, es
la raíz que hace posible todo cuidado de los demás y del medio ambiente, y que
hace brotar la reacción moral de considerar el impacto que provoca cada acción
y cada decisión personal fuera de uno mismo. Cuando somos capaces de superar el
individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y
se vuelve posible un cambio importante en la sociedad.
II.
Educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente
209. La
conciencia de la gravedad de la crisis cultural y ecológica necesita traducirse
en nuevos hábitos. Muchos saben que el progreso actual y la mera sumatoria de
objetos o placeres no bastan para darle sentido y gozo al corazón humano, pero
no se sienten capaces de renunciar a lo que el mercado les ofrece. En los
países que deberían producir los mayores cambios de hábitos de consumo, los
jóvenes tienen una nueva sensibilidad ecológica y un espíritu generoso, y
algunos de ellos luchan admirablemente por la defensa del ambiente, pero han
crecido en un contexto de altísimo consumo y bienestar que vuelve difícil el
desarrollo de otros hábitos. Por eso estamos ante un desafío educativo.
210. La
educación ambiental ha ido ampliando sus objetivos. Si al comienzo estaba muy
centrada en la información científica y en la concientización y prevención de
riesgos ambientales, ahora tiende a incluir una crítica de los «mitos» de la
modernidad basados en la razón instrumental (individualismo, progreso
indefinido, competencia, consumismo, mercado sin reglas) y también a recuperar
los distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el
solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual
con Dios. La educación ambiental debería disponernos a dar ese salto hacia el
Misterio, desde donde una ética ecológica adquiere su sentido más hondo. Por
otra parte, hay educadores capaces de replantear los itinerarios pedagógicos de
una ética ecológica, de manera que ayuden efectivamente a crecer en la
solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado en la compasión.
211. Sin
embargo, esta educación, llamada a crear una «ciudadanía ecológica», a veces se
limita a informar y no logra desarrollar hábitos. La existencia de leyes y
normas no es suficiente a largo plazo para limitar los malos comportamientos,
aun cuando exista un control efectivo. Para que la norma jurídica produzca
efectos importantes y duraderos, es necesario que la mayor parte de los
miembros de la sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y
que reaccione desde una transformación personal. Sólo a partir del cultivo de
sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico. Si
una persona, aunque la propia economía le permita consumir y gastar más,
habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la calefacción, se supone
que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado del
ambiente. Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas
acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas
hasta conformar un estilo de vida. La educación en la responsabilidad ambiental
puede alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia directa e
importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material plástico
y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo
que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos,
utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias
personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias. Todo esto es parte de
una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser humano. El hecho
de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas
motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad.
212. No
hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones
derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que
se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que
siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente. Además, el
desarrollo de estos comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia
dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital, nos permite experimentar que
vale la pena pasar por este mundo.
213. Los
ámbitos educativos son diversos: la escuela, la familia, los medios de
comunicación, la catequesis, etc. Una buena educación escolar en la temprana
edad coloca semillas que pueden producir efectos a lo largo de toda una vida.
Pero quiero destacar la importancia central de la familia, porque «es el ámbito
donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada
contra los múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según
las exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de
la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida»[149]. En la familia se cultivan los primeros
hábitos de amor y cuidado de la vida, como por ejemplo el uso correcto de las
cosas, el orden y la limpieza, el respeto al ecosistema local y la protección
de todos los seres creados. La familia es el lugar de la formación integral,
donde se desenvuelven los distintos aspectos, íntimamente relacionados entre
sí, de la maduración personal. En la familia se aprende a pedir permiso sin
avasallar, a decir « gracias » como expresión de una sentida valoración de las
cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón
cuando hacemos algún daño. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a
construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea.
214. A la
política y a las diversas asociaciones les compete un esfuerzo de
concientización de la población. También a la Iglesia. Todas las comunidades
cristianas tienen un rol importante que cumplir en esta educación. Espero
también que en nuestros seminarios y casas religiosas de formación se eduque
para una austeridad responsable, para la contemplación agradecida del mundo,
para el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente. Dado que es
mucho lo que está en juego, así como se necesitan instituciones dotadas de
poder para sancionar los ataques al medio ambiente, también necesitamos
controlarnos y educarnos unos a otros.
215. En
este contexto, «no debe descuidarse la relación que hay entre una adecuada educación
estética y la preservación de un ambiente sano» [150].
Prestar atención a la belleza y amarla nos ayuda a salir del pragmatismo
utilitarista. Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo
bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso
inescrupuloso. Al mismo tiempo, si se quiere conseguir cambios profundos, hay
que tener presente que los paradigmas de pensamiento realmente influyen en los
comportamientos. La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si
no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida,
la sociedad y la relación con la naturaleza. De otro modo, seguirá avanzando el
paradigma consumista que se transmite por los medios de comunicación y a través
de los eficaces engranajes del mercado.
III.
Conversión ecológica
216. La
gran riqueza de la espiritualidad cristiana, generada por veinte siglos de
experiencias personales y comunitarias, ofrece un bello aporte al intento de
renovar la humanidad. Quiero proponer a los cristianos algunas líneas de
espiritualidad ecológica que nacen de las convicciones de nuestra fe, porque lo
que el Evangelio nos enseña tiene consecuencias en nuestra forma de pensar,
sentir y vivir. No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las
motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el
cuidado del mundo. Porque no será posible comprometerse en cosas grandes sólo
con doctrinas sin una mística que nos anime, sin «unos móviles interiores que impulsan,
motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria» [151]. Tenemos que reconocer que no siempre los
cristianos hemos recogido y desarrollado las riquezas que Dios ha dado a la
Iglesia, donde la espiritualidad no está desconectada del propio cuerpo ni de
la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino que se vive con ellas y
en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea.
217. Si
«los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido
los desiertos interiores» [152], la crisis
ecológica es un llamado a una profunda conversión interior. Pero también
tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una
excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el
medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se
vuelven incoherentes. Les hace falta entonces una conversión ecológica,
que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo
en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser
protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no
consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia
cristiana.
218.
Recordemos el modelo de san Francisco de Asís, para proponer una sana relación
con lo creado como una dimensión de la conversión íntegra de la persona. Esto
implica también reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias,
y arrepentirse de corazón, cambiar desde adentro. Los Obispos australianos
supieron expresar la conversión en términos de reconciliación con la creación:
«Para realizar esta reconciliación debemos examinar nuestras vidas y reconocer
de qué modo ofendemos a la creación de Dios con nuestras acciones y nuestra
incapacidad de actuar. Debemos hacer la experiencia de una conversión, de un
cambio del corazón» [153].
219. Sin
embargo, no basta que cada uno sea mejor para resolver una situación tan
compleja como la que afronta el mundo actual. Los individuos aislados pueden
perder su capacidad y su libertad para superar la lógica de la razón
instrumental y terminan a merced de un consumismo sin ética y sin sentido
social y ambiental. A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no
con la mera suma de bienes individuales: «Las exigencias de esta tarea van a
ser tan enormes, que no hay forma de satisfacerlas con las posibilidades de la
iniciativa individual y de la unión de particulares formados en el
individualismo. Se requerirán una reunión de fuerzas y una unidad de realización»
[154]. La conversión ecológica que se requiere
para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión
comunitaria.
220. Esta
conversión supone diversas actitudes que se conjugan para movilizar un cuidado
generoso y lleno de ternura. En primer lugar implica gratitud y gratuidad, es
decir, un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que
provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos
aunque nadie los vea o los reconozca: «Que tu mano izquierda no sepa lo que
hace la derecha […] y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará» (Mt 6,3-4).
También implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás
criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión
universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde
dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los
seres. Además, haciendo crecer las capacidades peculiares que Dios le ha dado,
la conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su creatividad y su
entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose a Dios «como un
sacrificio vivo, santo y agradable» (Rm 12,1). No entiende su
superioridad como motivo de gloria personal o de dominio irresponsable, sino
como una capacidad diferente, que a su vez le impone una grave responsabilidad
que brota de su fe.
221.
Diversas convicciones de nuestra fe, desarrolladas al comienzo de esta
Encíclica, ayudan a enriquecer el sentido de esta conversión, como la
conciencia de que cada criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que
enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha asumido en sí este mundo material y
ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada ser, rodeándolo con su cariño y
penetrándolo con su luz. También el reconocimiento de que Dios ha creado el
mundo inscribiendo en él un orden y un dinamismo que el ser humano no tiene
derecho a ignorar. Cuando uno lee en el Evangelio que Jesús habla de los
pájaros, y dice que « ninguno de ellos está olvidado ante Dios » (Lc 12,6),
¿será capaz de maltratarlos o de hacerles daño? Invito a todos los cristianos a
explicitar esta dimensión de su conversión, permitiendo que la fuerza y la luz
de la gracia recibida se explayen también en su relación con las demás
criaturas y con el mundo que los rodea, y provoque esa sublime fraternidad con
todo lo creado que tan luminosamente vivió san Francisco de Asís.
IV. Gozo
y paz
222. La
espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de
vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar
profundamente sin obsesionarse por el consumo. Es importante incorporar una
vieja enseñanza, presente en diversas tradiciones religiosas, y también en la
Biblia. Se trata de la convicción de que « menos es más ». La constante
acumulación de posibilidades para consumir distrae el corazón e impide valorar
cada cosa y cada momento. En cambio, el hacerse presente serenamente ante cada
realidad, por pequeña que sea, nos abre muchas más posibilidades de comprensión
y de realización personal. La espiritualidad cristiana propone un crecimiento
con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad
que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que
ofrece la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no
poseemos. Esto supone evitar la dinámica del dominio y de la mera acumulación
de placeres.
223. La
sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora. No es menos vida,
no es una baja intensidad sino todo lo contrario. En realidad, quienes
disfrutan más y viven mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí y
allá, buscando siempre lo que no tienen, y experimentan lo que es valorar cada
persona y cada cosa, aprenden a tomar contacto y saben gozar con lo más simple.
Así son capaces de disminuir las necesidades insatisfechas y reducen el
cansancio y la obsesión. Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo
cuando se es capaz de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en
los encuentros fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en
la música y el arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración. La
felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando
así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida.
224. La
sobriedad y la humildad no han gozado de una valoración positiva en el último
siglo. Pero cuando se debilita de manera generalizada el ejercicio de alguna
virtud en la vida personal y social, ello termina provocando múltiples
desequilibrios, también ambientales. Por eso, ya no basta hablar sólo de la
integridad de los ecosistemas. Hay que atreverse a hablar de la integridad de
la vida humana, de la necesidad de alentar y conjugar todos los grandes
valores. La desaparición de la humildad, en un ser humano desaforadamente
entusiasmado con la posibilidad de dominarlo todo sin límite alguno, sólo puede
terminar dañando a la sociedad y al ambiente. No es fácil desarrollar esta sana
humildad y una feliz sobriedad si nos volvemos autónomos, si excluimos de
nuestra vida a Dios y nuestro yo ocupa su lugar, si creemos que es nuestra
propia subjetividad la que determina lo que está bien o lo que está mal.
225. Por
otro lado, ninguna persona puede madurar en una feliz sobriedad si no está en
paz consigo mismo. Parte de una adecuada comprensión de la espiritualidad
consiste en ampliar lo que entendemos por paz, que es mucho más que la ausencia
de guerra. La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado
de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja
en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva
a la profundidad de la vida. La naturaleza está llena de palabras de amor, pero
¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción
permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia? Muchas personas experimentan
un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para
sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar
todo lo que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el modo como se
trata al ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para
recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro
estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre
nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe ser fabricada sino
descubierta, develada»[155].
226.
Estamos hablando de una actitud del corazón, que vive todo con serena atención,
que sabe estar plenamente presente ante alguien sin estar pensando en lo que
viene después, que se entrega a cada momento como don divino que debe ser
plenamente vivido. Jesús nos enseñaba esta actitud cuando nos invitaba a mirar
los lirios del campo y las aves del cielo, o cuando, ante la presencia de un
hombre inquieto, « detuvo en él su mirada, y lo amó » (Mc 10,21).
Él sí que estaba plenamente presente ante cada ser humano y ante cada criatura,
y así nos mostró un camino para superar la ansiedad enfermiza que nos vuelve
superficiales, agresivos y consumistas desenfrenados.
227. Una
expresión de esta actitud es detenerse a dar gracias a Dios antes y después de
las comidas. Propongo a los creyentes que retomen este valioso hábito y lo
vivan con profundidad. Ese momento de la bendición, aunque sea muy breve, nos
recuerda nuestra dependencia de Dios para la vida, fortalece nuestro sentido de
gratitud por los dones de la creación, reconoce a aquellos que con su trabajo
proporcionan estos bienes y refuerza la solidaridad con los más necesitados.
V. Amor
civil y político
228. El
cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de
convivencia y de comunión. Jesús nos recordó que tenemos a Dios como nuestro
Padre común y que eso nos hace hermanos. El amor fraterno sólo puede ser
gratuito, nunca puede ser un pago por lo que otro realice ni un anticipo por lo
que esperamos que haga. Por eso es posible amar a los enemigos. Esta misma gratuidad
nos lleva a amar y aceptar el viento, el sol o las nubes, aunque no se sometan
a nuestro control. Por eso podemos hablar de una fraternidad universal.
229. Hace
falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una
responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y
honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la
ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir
que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo
fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para
preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de
violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del
cuidado del ambiente.
230. El
ejemplo de santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino
del amor, a no perder la oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de
cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad. Una ecología integral
también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la
violencia, del aprovechamiento, del egoísmo. Mientras tanto, el mundo del
consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas
sus formas.
231. El
amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y
se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El
amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de
la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a
«las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas» [156]. Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal
de una «civilización del amor» [157]. El amor
social es la clave de un auténtico desarrollo: «Para plasmar una sociedad más
humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida
social –a nivel político, económico, cultural–, haciéndolo la norma constante y
suprema de la acción»[158]. En este marco,
junto con la importancia de los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos
mueve a pensar en grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación
ambiental y alienten una cultura del cuidado que impregne toda
la sociedad. Cuando alguien reconoce el llamado de Dios a intervenir junto con
los demás en estas dinámicas sociales, debe recordar que eso es parte de su
espiritualidad, que es ejercicio de la caridad y que de ese modo madura y se
santifica.
232. No
todos están llamados a trabajar de manera directa en la política, pero en el
seno de la sociedad germina una innumerable variedad de asociaciones que
intervienen a favor del bien común preservando el ambiente natural y urbano.
Por ejemplo, se preocupan por un lugar común (un edificio, una fuente, un
monumento abandonado, un paisaje, una plaza), para proteger, sanear, mejorar o
embellecer algo que es de todos. A su alrededor se desarrollan o se recuperan
vínculos y surge un nuevo tejido social local. Así una comunidad se libera de
la indiferencia consumista. Esto incluye el cultivo de una identidad común, de
una historia que se conserva y se transmite. De esa manera se cuida el mundo y
la calidad de vida de los más pobres, con un sentido solidario que es al mismo
tiempo conciencia de habitar una casa común que Dios nos ha prestado. Estas
acciones comunitarias, cuando expresan un amor que se entrega, pueden
convertirse en intensas experiencias espirituales.
VI.
Signos sacramentales y descanso celebrativo
233. El
universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una
hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre [159]. El ideal no es sólo pasar de lo exterior a lo interior
para descubrir la acción de Dios en el alma, sino también llegar a encontrarlo
en todas las cosas, como enseñaba san Buenaventura: «La contemplación es tanto
más eminente cuanto más siente en sí el hombre el efecto de la divina gracia o
también cuanto mejor sabe encontrar a Dios en las criaturas exteriores»[160].
234. San
Juan de la Cruz enseñaba que todo lo bueno que hay en las cosas y experiencias
del mundo «está en Dios eminentemente en infinita manera, o, por mejor decir,
cada una de estas grandezas que se dicen es Dios»[161].
No es porque las cosas limitadas del mundo sean realmente divinas, sino porque
el místico experimenta la íntima conexión que hay entre Dios y todos los seres,
y así «siente ser todas las cosas Dios»[162].
Si le admira la grandeza de una montaña, no puede separar eso de Dios, y
percibe que esa admiración interior que él vive debe depositarse en el Señor:
«Las montañas tienen alturas, son abundantes, anchas, y hermosas, o graciosas,
floridas y olorosas. Estas montañas es mi Amado para mí. Los valles solitarios
son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la
variedad de sus arboledas y en el suave canto de aves hacen gran recreación y
deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos
valles es mi Amado para mí»[163].
235. Los
Sacramentos son un modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios
y se convierte en mediación de la vida sobrenatural. A través del culto somos
invitados a abrazar el mundo en un nivel distinto. El agua, el aceite, el fuego
y los colores son asumidos con toda su fuerza simbólica y se incorporan en la
alabanza. La mano que bendice es instrumento del amor de Dios y reflejo de la
cercanía de Jesucristo que vino a acompañarnos en el camino de la vida. El agua
que se derrama sobre el cuerpo del niño que se bautiza es signo de vida nueva.
No escapamos del mundo ni negamos la naturaleza cuando queremos encontrarnos
con Dios. Esto se puede percibir particularmente en la espiritualidad cristiana
oriental: «La belleza, que en Oriente es uno de los nombres con que más
frecuentemente se suele expresar la divina armonía y el modelo de la humanidad
transfigurada, se muestra por doquier: en las formas del templo, en los
sonidos, en los colores, en las luces y en los perfumes»[164]. Para la experiencia cristiana, todas las criaturas del
universo material encuentran su verdadero sentido en el Verbo encarnado, porque
el Hijo de Dios ha incorporado en su persona parte del universo material, donde
ha introducido un germen de transformación definitiva: «el Cristianismo no
rechaza la materia, la corporeidad; al contrario, la valoriza plenamente en el
acto litúrgico, en el que el cuerpo humano muestra su naturaleza íntima de
templo del Espíritu y llega a unirse al Señor Jesús, hecho también él cuerpo
para la salvación del mundo»[165].
236. En
la Eucaristía lo creado encuentra su mayor elevación. La gracia, que tiende a
manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo,
hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del
misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un
pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro
propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la
plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de
vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el
cosmos da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor
cósmico: «¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar
de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre
el altar del mundo»[166]. La Eucaristía
une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió
de las manos de Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En el Pan
eucarístico, «la creación está orientada hacia la divinización, hacia las
santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo»[167]. Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de
motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser
custodios de todo lo creado.
237. El
domingo, la participación en la Eucaristía tiene una importancia especial. Ese
día, así como el sábado judío, se ofrece como día de la sanación de las
relaciones del ser humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el
mundo. El domingo es el día de la Resurrección, el «primer día» de la nueva
creación, cuya primicia es la humanidad resucitada del Señor, garantía de la
transfiguración final de toda la realidad creada. Además, ese día anuncia «el
descanso eterno del hombre en Dios»[168]. De
este modo, la espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de la
fiesta. El ser humano tiende a reducir el descanso contemplativo al ámbito de
lo infecundo o innecesario, olvidando que así se quita a la obra que se realiza
lo más importante: su sentido. Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una
dimensión receptiva y gratuita, que es algo diferente de un mero no hacer. Se
trata de otra manera de obrar que forma parte de nuestra esencia. De ese modo,
la acción humana es preservada no únicamente del activismo vacío, sino también
del desenfreno voraz y de la conciencia aislada que lleva a perseguir sólo el
beneficio personal. La ley del descanso semanal imponía abstenerse del trabajo
el séptimo día «para que reposen tu buey y tu asno y puedan respirar el hijo de
tu esclava y el emigrante» (Ex 23,12). El descanso es una
ampliación de la mirada que permite volver a reconocer los derechos de los
demás. Así, el día de descanso, cuyo centro es la Eucaristía, derrama su luz
sobre la semana entera y nos motiva a incorporar el cuidado de la naturaleza y
de los pobres.
VII. La
Trinidad y la relación entre las criaturas
238. El
Padre es la fuente última de todo, fundamento amoroso y comunicativo de cuanto
existe. El Hijo, que lo refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se
unió a esta tierra cuando se formó en el seno de María. El Espíritu, lazo
infinito de amor, está íntimamente presente en el corazón del universo animando
y suscitando nuevos caminos. El mundo fue creado por las tres Personas como un
único principio divino, pero cada una de ellas realiza esta obra común según su
propiedad personal. Por eso, «cuando contemplamos con admiración el universo en
su grandeza y belleza, debemos alabar a toda la Trinidad»[169].
239. Para
los cristianos, creer en un solo Dios que es comunión trinitaria lleva a pensar
que toda la realidad contiene en su seno una marca propiamente trinitaria. San
Buenaventura llegó a decir que el ser humano, antes del pecado, podía descubrir
cómo cada criatura «testifica que Dios es trino». El reflejo de la Trinidad se
podía reconocer en la naturaleza «cuando ni ese libro era oscuro para el hombre
ni el ojo del hombre se había enturbiado» [170].
El santo franciscano nos enseña que toda criatura lleva en sí una
estructura propiamente trinitaria, tan real que podría ser
espontáneamente contemplada si la mirada del ser humano no fuera limitada,
oscura y frágil. Así nos indica el desafío de tratar de leer la realidad en
clave trinitaria.
240. Las
Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el
modelo divino, es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y
a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que
en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones
que se entrelazan secretamente [171].Esto no
sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las
criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización.
Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que
entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con
los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia ese
dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está
conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad
global que brota del misterio de la Trinidad.
VIII.
Reina de todo lo creado
241.
María, la madre que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este
mundo herido. Así como lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús,
ahora se compadece del sufrimiento de los pobres crucificados y de las
criaturas de este mundo arrasadas por el poder humano. Ella vive con Jesús
completamente transfigurada, y todas las criaturas cantan su belleza. Es la
Mujer « vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce
estrellas sobre su cabeza » (Ap 12,1). Elevada al cielo, es Madre y
Reina de todo lo creado. En su cuerpo glorificado, junto con Cristo resucitado,
parte de la creación alcanzó toda la plenitud de su hermosura. Ella no sólo
guarda en su corazón toda la vida de Jesús, que «conservaba» cuidadosamente
(cf Lc 2,19.51), sino que también comprende ahora el sentido
de todas las cosas. Por eso podemos pedirle que nos ayude a mirar este mundo
con ojos más sabios.
242.
Junto con ella, en la familia santa de Nazaret, se destaca la figura de san
José. Él cuidó y defendió a María y a Jesús con su trabajo y su presencia generosa,
y los liberó de la violencia de los injustos llevándolos a Egipto. En el
Evangelio aparece como un hombre justo, trabajador, fuerte. Pero de su figura
emerge también una gran ternura, que no es propia de los débiles sino de los
verdaderamente fuertes, atentos a la realidad para amar y servir humildemente.
Por eso fue declarado custodio de la Iglesia universal. Él también puede
enseñarnos a cuidar, puede motivarnos a trabajar con generosidad y ternura para
proteger este mundo que Dios nos ha confiado.
IX. Más
allá del sol
243. Al
final nos encontraremos cara a cara frente a la infinita belleza de Dios
(cf. 1 Co 13,12) y podremos leer con feliz admiración el
misterio del universo, que participará con nosotros de la plenitud sin fin. Sí,
estamos viajando hacia el sábado de la eternidad, hacia la nueva Jerusalén,
hacia la casa común del cielo. Jesús nos dice: «Yo hago nuevas todas las cosas»
(Ap 21,5). La vida eterna será un asombro compartido, donde cada
criatura, luminosamente transformada, ocupará su lugar y tendrá algo para
aportar a los pobres definitivamente liberados.
244.
Mientras tanto, nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se nos confió,
sabiendo que todo lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta celestial.
Junto con todas las criaturas, caminamos por esta tierra buscando a Dios,
porque, «si el mundo tiene un principio y ha sido creado, busca al que lo ha
creado, busca al que le ha dado inicio, al que es su Creador»[172]. Caminemos cantando. Que nuestras luchas y
nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza.
245.
Dios, que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las
fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante. En el corazón de este
mundo sigue presente el Señor de la vida que nos ama tanto. Él no nos abandona,
no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su
amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea.
* * *
246.
Después de esta prolongada reflexión, gozosa y dramática a la vez, propongo dos
oraciones, una que podamos compartir todos los que creemos en un Dios creador
omnipotente, y otra para que los cristianos sepamos asumir los compromisos con
la creación que nos plantea el Evangelio de Jesús.
Oración
por nuestra tierra
Dios omnipotente,
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz.
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz.
Oración cristiana con la creación
Te alabamos, Padre, con todas tus criaturas,
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas,
y están llenas de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas.
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas,
y están llenas de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas.
Hijo de Dios, Jesús,
por ti fueron creadas todas las cosas.
Te formaste en el seno materno de María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste este mundo con ojos humanos.
Hoy estás vivo en cada criatura
con tu gloria de resucitado.
Alabado seas.
por ti fueron creadas todas las cosas.
Te formaste en el seno materno de María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste este mundo con ojos humanos.
Hoy estás vivo en cada criatura
con tu gloria de resucitado.
Alabado seas.
Espíritu Santo, que con tu luz
orientas este mundo hacia el amor del Padre
y acompañas el gemido de la creación,
tú vives también en nuestros corazones
para impulsarnos al bien.
Alabado seas.
orientas este mundo hacia el amor del Padre
y acompañas el gemido de la creación,
tú vives también en nuestros corazones
para impulsarnos al bien.
Alabado seas.
Señor Uno y Trino,
comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos
con todo lo que existe.
comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos
con todo lo que existe.
Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas.
Amén.
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas.
Amén.
Dado en
Roma, junto a San Pedro, el 24 de mayo, Solemnidad de Pentecostés, del año
2015, tercero de mi Pontificado.
Franciscus
[1] Cántico
de las criaturas: Fonti
Francescane (FF) 263.
[2] Carta
ap. Octogesima adveniens (14
mayo 1971), 21: AAS 63 (1971), 416-417
[3] Discurso a la FAO en su 25 aniversario (16
noviembre 1970): AAS 62 (1970), 833.
[4] Carta
enc. Redemptor hominis (4
marzo 1979), 15: AAS 71 (1979), 287.
[5] Cf. Catequesis (17 enero 2001), 4: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (19 enero 2001), p. 12.
[6] Carta
enc. Centesimus annus (1 mayo
1991), 38: AAS 83 (1991), 841.
[7] Ibíd., 58, p. 863.
[8] Juan
Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30
diciembre 1987), 34: AAS 80 (1988), 559.
[9] Cf.
Id., Carta enc. Centesimus annus (1
mayo 1991), 37: AAS 83 (1991), 840.
[10] Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (8 enero 2007): AAS 99
(2007), 73.
[11] Carta
enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), 51: AAS 101 (2009), 687
[12] Discurso al Deutscher Bundestag, Berlín (22 septiembre 2011): AAS 103
(2011), 664.
[13] Discurso al clero de la Diócesis de Bolzano-Bressanone (6
agosto 2008): AAS 100 (2008), 634.
[14] Mensaje
para el día de oración por la protección de la creación (1 septiembre
2012).
[15] Discurso
en Santa Bárbara,
California (8 noviembre 1997); cf. John Chryssavgis, On Earth as in
Heaven: Ecological Vision and Initiatives of Ecumenical Patriarch Bartholomew,
Bronx, New York 2012.
[16] Ibíd.9.
[17] Conferencia
en el Monasterio de Utstein, Noruega (23 junio 2003).
[18] Discurso
« Global Responsibility and Ecological Sustainability: Closing
Remarks », I Vértice de Halki, Estambul (20 junio 2012).
[19] Tomás
de Celano, Vida primera de San Francisco, XXIX, 81: FF 460.
[20] Legenda
maior, VIII,
6: FF 1145.
[21] Cf.
Tomás de Celano, Vida segunda de San Francisco, CXXIV, 165: FF 750.
[22]Conferencia
de los Obispos Católicos del Sur de África, Pastoral Statement on the
Environmental Crisis (5 septiembre 1999).
[23] Cf. Saludo al personal de la FAO (20 noviembre
2014): AAS 106 (2014), 985.
[24] V
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento
de Aparecida (29 junio 2007), 86.
[25] Conferencia
de los Obispos Católicos de Filipinas, Carta pastoral What is Happening
to our Beautiful Land? (29 enero 1988).
[26] Conferencia
Episcopal Boliviana, Carta pastoral sobre medio ambiente y desarrollo humano en
Bolivia El universo, don de Dios para la vida(2012), 17.
[27] Cf.
Conferencia Episcopal Alemana. Comisión para Asuntos Sociales, Der
Klimawandel: Brennpunkt globaler, intergenerationeller und ökologischer
Gerechtigkeit (septiembre 2006), 28-30.
[28] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia, 483.
[29] Catequesis (5 junio 2013): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (7 junio 2013), p. 12.
[30] Obispos
de la región de Patagonia-Comahue (Argentina), Mensaje de Navidad (diciembre
2009), 2.
[31] Conferencia
de los Obispos Católicos de los Estados Unidos, Global Climate Change:
A Plea for Dialogue, Prudence and the Common Good (15 junio 2001).
[32] V
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento
de Aparecida (29 junio 2007), 471.
[33] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 56: AAS 105 (2013), 1043.
[34] Juan
Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de
la Paz 1990, 12: AAS 82 (1990), 154.
[35] Id., Catequesis (17 enero 2001), 3: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (19 enero 2001), p. 12.
[36] Juan
Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de
la Paz 1990, 15: AAS 82 (1990), 156.
[37] Catecismo de la Iglesia Católica, 357.
[38] Cf. Angelus (16 noviembre 1980): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (23 noviembre 1980), p. 9.
[39] Benedicto
XVI, Homilía en el solemne inicio del
ministerio petrino (24 abril 2005): AAS 97
(2005), 711.
[40] Cf. Legenda
maior, VIII, 1: FF 1134.
[41] Catecismo de la Iglesia Católica, 2416.
[42] Conferencia
Episcopal Alemana, Zukunft der Schöpfung – Zukunft der Menschheit.
Erklärung der Deutschen Bischofskonferenz zu Fragen der Umwelt und der
Energieversorgung (1980), II, 2.
[43] Catecismo de la Iglesia Católica, 339.
[44] Hom.
in Hexaemeron, 1, 2,
10: PG 29, 9.
[45] Divina
Comedia. Paraíso, Canto XXXIII, 145.
[46] Benedicto
XVI, Catequesis (9 noviembre
2005), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (11
noviembre 2005), p. 20.
[47] Id.,
Carta enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), 51: AAS 101 (2009), 687.
[48] Juan
Pablo II, Catequesis (24
abril 1991), 6: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (26 abril 1991), p. 6.
[49] El Catecismo explica
que Dios quiso crear un mundo en camino hacia su perfección última y que esto
implica la presencia de la imperfección ydel mal físico; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 310.
[50] Cf.
Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et
spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 36.
[51] Tomás
de Aquino, Summa Theologiae I, q. 104, art. 1, ad 4.
[52] Id., In
octo libros Physicorum Aristotelis expositio, lib. II, lectio 14.
[53] En esta
perspectiva se sitúa la aportación del P. Teilhard de Chardin; cf. Pablo
VI, Discurso en un establecimiento químico-farmacéutico (24
febrero 1966): Insegnamenti 4 (1966), 992-993; Juan Pablo
II, Carta al reverendo P. George V. Coyne (1 junio
1988): Insegnamenti 5/2 (2009), 60; Benedicto XVI, Homilía para la celebración de las Vísperas en Aosta (24
julio 2009):L’Osservatore romano, ed. semanal en lengua española
(31 julio 2009), p. 3s.
[54] Juan
Pablo II, Catequesis (30
enero 2002), 6: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (1 febrero 2002), p. 12.
[55] Conferencia
de los Obispos Católicos de Canadá. Comisión para los Ąsuntos Sociales, Carta
pastoral You love all that exists... all things are yours, God, Lover
of Life (4 octubre 2003), 1.
[56] Conferencia
de los Obispos Católicos de Japón, Reverence for Life. A Message for
the Twenty-First Century (1 enero 2001), n. 89.
[57] Juan
Pablo II, Catequesis (26
enero 2000), 5: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (28 enero 2000), p. 3.
[58] Id., Catequesis (2 agosto 2000), 3: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (4 agosto 2000), p. 8.
[59] Paul
Ricoeur, Philosophie de la volonté II. Finitude et
culpabilité, Paris 2009, 2016 (ed. esp.: Finitud y
culpabilidad, Madrid 1967, 249).
[60] Summa
Theologiae I, q. 47, art. 1.
[61] Ibíd.
[62] Cf. ibíd.,
art. 2, ad 1; art. 3.
[63]Catecismo de la Iglesia Católica, 340.
[64] Cántico
de las criaturas: FF 263.
[65] Cf.
Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, A Igreja e a questão
ecológica (1992), 53-54.
[66] Ibíd., 61.
[67] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 215: AAS 105 (2013), 1109.
[68] Cf.
Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), 14: AAS 101 (2009), 650.
[69] Catecismo de la Iglesia Católica, 2418.
[70] Conferencia
del Episcopado Dominicano, Carta pastoral Sobre la relación del hombre
con la naturaleza (21 enero1987).
[71] Juan
Pablo II, Carta enc. Laborem exercens (14
septiembre 1981), 19: AAS 73 (1981), 626.
[72] Carta
enc. Centesimus annus (1 mayo
1991), 31: AAS 83 (1991), 831.
[73] Carta
enc. Sollicitudo rei socialis (30
diciembre 1987), 33: AAS 80 (1988), 557.
[74] Discurso a los indígenas y campesinos de México, Cuilapán (29 enero 1979), 6: AAS 71
(1979), 209.
[75] Homilía durante la Misa celebrada para los agricultores en
Recife, Brasil (7 julio 1980), 4: AAS 72 (1980), 926.
[76] Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990,
8: AAS 82 (1990), 152.
[77] Conferencia
Episcopal Paraguaya, Carta pastoral El campesino paraguayo y la
tierra (12 junio 1983), 2, 4, d.
[78] Conferencia
Episcopal de Nueva Zelanda, Statement on Environmental Issues,
Wellington (1 septiembre 2006).
[79] Carta
enc. Laborem exercens (14
septiembre 1981), 27: AAS 73 (1981), 645.
[80] Por
eso san Justino podía hablar de «semillas del Verbo» en el mundo; cf. II
Apología 8, 1-2; 13, 3-6: PG 6, 457-458; 467.
[81] Juan
Pablo II, Discurso a los representantes de la
ciencia, de la cultura y de los altos estudios en la Universidad de las
Naciones Unidas, Hiroshima (25 febrero 1981), 3: AAS 73
(1981), 422.
[82] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), 69: AAS 101 (2009), 702.
[83] Romano
Guardini, Das Ende der Neuzeit, Würzburg 19659, 87 (ed.
esp.: El ocaso de la Edad Moderna, Madrid 1958, 111-112).
[84] Ibíd. (ed. esp.: 112).
[85] Ibíd., 87-88
(ed. esp.: 112).
[86] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia, 462.
[87] Romano
Guardini, Das Ende der Neuzeit, 63s (ed. esp.: El ocaso de
la Edad Moderna, 83-84).
[88] Ibíd., 64 (ed. esp.: 84).
[89] Cf.
Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), 35: AAS 101 (2009), 671.
[90] Ibíd., 22: p. 657.
[91] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 231: AAS 105 (2013), 1114.
[92] Romano
Guardini, Das Ende der Neuzeit, 63 (ed. esp.: El ocaso de
la Edad Moderna, 83).
[93] Juan
Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1
mayo 1991), 38: AAS 83 (1991), 841.
[94] Cf.
Declaración Love for Creation. An Asian Response to the Ecological
Crisis, Coloquio promovido por la Federación de las Conferencias
Episcopales de Asia (Tagaytay 31 enero – 5 febrero 1993), 3.3.2.
[95] Juan
Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1
mayo 1991), 37: AAS 83 (1991), 840.
[96] Benedicto
XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la
Paz 2010, 2: AAS 102 (2010), 41.
[97] Id.,
Carta enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), 28: AAS 101 (2009), 663.
[98] Cf.
Vicente de Lerins, Commonitorium primum, cap. 23: PL 50,
668 : « Ut annis scilicet consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate ».
[99] N.
80: AAS 105 (2013), 1053.
[100] Conc.
Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes,
sobre la Iglesia en el mundo actual, 63.
[101]Cf. Juan
Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1
mayo 1991), 37: AAS 83 (1991), 840.
[102] Pablo
VI, Carta enc. Populorum progressio (26
marzo 1967), 34: AAS 59 (1967), 274.
[103]Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), 32: AAS 101 (2009), 666.
[104] Ibíd.
[105] Ibíd.101.
[106] Catecismo de la Iglesia Católica, 2417.
[107] Ibíd.,
2418.
[108] Ibíd.,
2415.
[109] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 6: AAS 82
(1990), 150.
[110] Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias (3
octubre 1981), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (8 noviembre 1981), p. 7.
[111] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990,
7: AAS 82 (1990), 151.
[112] Juan
Pablo II, Discurso a la 35 Asamblea General
de la Asociación Médica Mundial (29 octubre 1983), 6: AAS 76
(1984), 394.
[113] Comisión
Episcopal de Pastoral social de Argentina, Una tierra para todos (junio
2005), 19.
[114] Declaración
de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo (14 junio 1992), Principio 4.
[115] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 237: AAS 105 (2013), 1116.
[116] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), 51: AAS 101 (2009), 687.
[117] Algunos
autores han mostrado los valores que suelen vivirse, por ejemplo, en las «
villas », chabolas o favelas de América Latina: cf. Juan Carlos Scannone, S.J.,
«La irrupción del pobre y la lógica de la gratuidad», en Juan Carlos Scannone y
Marcelo Perine (eds.), Irrupción del pobre y quehacer filosófico. Hacia
una nueva racionalidad, Buenos Aires 1993, 225-230.
[118] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia, 482.
[119] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 210: AAS 105 (2013), 1107.
[120] Discurso al Deutscher Bundestag, Berlín (22
septiembre 2011): AAS 103 (2011), 668.
[121] Catequesis (15 abril 2015): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (17 abril 2015), p. 2.
[122] Conc.
Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes,
sobre la Iglesia en el mundo actual, 26.
[123] Cf.
n. 186-201: AAS 105 (2013), 1098-1105.
[124] Conferencia
Episcopal Portuguesa, Carta pastoral Responsabilidade solidária pelo
bem comum (15 septiembre 2003), 20.
[125] Benedicto
XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la
Paz 2010, 8: AAS 102 (2010), 45.
[126] Declaración
de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo (14 junio 1992),
Principio 1.
[127] Conferencia
Episcopal Boliviana, Carta pastoral sobre medio ambiente y desarrollo humano en
Bolivia El universo, don de Dios para la vida (2012), 86.
[128] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Energía, justicia y paz, IV, 1,
Ciudad del Vaticano 2013, 57.
[129] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), 67: AAS 101 (2009), 700.
[130] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 222: AAS 105 (2013), 1111.
[131] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia, 469.
[132] Declaración
de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo (14 junio 1992),
Principio 15.
[133] Cf.
Conferencia del Episcopado Mexicano. Comisión Episcopal para la Pastoral
Social, Jesucristo, vida y esperanza de los indígenas y
campesinos (14 enero 2008).
[134] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia, 470.
[135] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010,
9: AAS 102 (2010), 46.
[136] Ibíd.
[137] Ibíd., 5: p. 43.
[138] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), 50: AAS 101 (2009), 686.
[139] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 209: AAS 105 (2013), 1107.
[140] Ibíd.,
228: p. 1113.
[141] Cf.
Carta enc. Lumen fidei (29
junio 2013), 34: AAS 105 (2013), 577: «La luz de la fe, unida
a la verdad del amor, no es ajena al mundo material, porque el amor se vive
siempre en cuerpo y alma; la luz de la fe es una luz encarnada, que procede de
la vida luminosa de Jesús. Ilumina incluso la materia, confía en su
ordenamiento, sabe que en ella se abre un camino de armonía y de comprensión
cada vez más amplio. La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: esta invita
al científico a estar abierto a la realidad, en toda su riqueza inagotable. La
fe despierta el sentido crítico, en cuanto que no permite que la investigación
se conforme con sus fórmulas y la ayuda a darse cuenta de que la naturaleza no
se reduce a ellas. Invitando a maravillarse ante el misterio de la creación, la
fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se
presenta a los estudios de la ciencia».
[142] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 256: AAS 105 (2013), 1123.
[143] Ibíd.,
231: p. 1114.
[144] Das
Ende der Neuzeit,
Würzburg 19659, 66-67 (ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna,
Madrid 1958, 87).
[145] Juan
Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de
la Paz 1990, 1: AAS 82 (1990), 147.
[146] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), 66: AAS 101 (2009), 699.
[147] Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010,
11: AAS 102 (2010), 48.
[148] Carta
de la Tierra, La Haya
(29 junio 2000).
[149] Juan
Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1
mayo 1991), 39: AAS 83 (1991), 842.
[150] Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990,
14: AAS 82 (1990), 155.
[151] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 261: AAS 105 (2013), 1124.
[152] Benedicto
XVI, Homilía en el solemne inicio del
ministerio petrino (24 abril 2005): AAS 97
(2005), 710.
[153] Conferencia
de los Obispos católicos de Australia, A New Earth – The Environmental
Challenge (2002).
[154] Romano
Guardini, Das Ende der Neuzeit, 72 (ed. esp.: El ocaso de
la Edad Moderna, 93).
[155] Exhort.
ap. Evangelii gaudium (24
noviembre 2013), 71: AAS 105 (2013), 1050.
[156] Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[157] Pablo
VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz
1977: AAS 68 (1976), 709.
[158] Consejo
Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia, 582.
[159] Un
maestro espiritual, Ali Al-Kawwas, desde su propia experiencia, también
destacaba la necesidad de no separar demasiado las criaturas del mundo de la
experiencia de Dios en el interior. Decía: «No hace falta criticar
prejuiciosamente a los que buscan el éxtasis en la música o en la poesía. Hay
un secreto sutil en cada uno de los movimientos y sonidos de este mundo. Los
iniciados llegan a captar lo que dicen el viento que sopla, los árboles que se
doblan, el agua que corre, las moscas que zumban, las puertas que crujen, el
canto de los pájaros, el sonido de las cuerdas o las flautas, el suspiro de los
enfermos, el gemido de los afligidos…» (Eva De Vitray-Meyerovitch [ed.], Anthologie
du soufisme, Paris 1978, 200).
[160] In
II Sent., 23, 2, 3.
[161] Cántico
espiritual, XIV-XV,
5.
[162] Ibíd.
[163] Ibíd.,
XIV-XV, 6-7.
[164] Juan
Pablo II, Carta ap. Orientale lumen (2
mayo 1995), 11: AAS 87 (1995), 757.
[165] Ibíd.
[166] Id.,
Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17
abril 2003), 8: AAS 95 (2003), 438.
[167] Benedicto
XVI, Homilía en la Misa del Corpus Christi (15
junio 2006): AAS 98 (2006), 513.
[168] Catecismo de la Iglesia Católica, 2175.
[169]Juan
Pablo II, Catequesis (2
agosto 2000), 4: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (4 agosto 2000), p. 8.
[170] Quaest.
disp. de Myst. Trinitatis, 1, 2, concl.
[171] Cf.
Tomás de Aquino, Summa Theologiae I, q. 11, art. 3; q. 21,
art. 1, ad 3; q. 47, art. 3.
[172] Basilio
Magno, Hom. in Hexaemeron, 1, 2, 6: PG 29, 8.
¡Ave María
puríssima!
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apoyo.
Recemos unos por
otros.
Unidos en el Corazón de la Sagrada Familia,