Breve
reseña bibliográfica de vida de Eduardo Antonio Azcuy: Ensayista y poeta, nació
en Buenos Aires el 12 de abril de 1926.
La
promoción cultural desarrollada en Argentina, desde la década del '70 hasta la
del '90, probablemente pueda ejemplificarse en la persona y la labor de Eduardo
Antonio Azcuy, al grado de que mucho de lo que ahora se hace es el seguimiento
de una forma que Azcuy encontró para hacer llegar a un gran público obras de
autores olvidados, poco conocidos o escasamente difundidos, pero todos
esenciales. Como principal impulsor de Megafón, una revista literaria
que es un hito fundamental de la cultura argentina, difundió a varios poetas y
escritores del interior y, estando al frente de las colecciones de la Editorial
Castañeda, la de Estudios Antropológicos y Religiosos y la de Estudios
Filosóficos, rescató a autores casi olvidados del calibre intelectual de
José Imbelloni, Enrique Oltra, Adán Quiroga, Rodolfo Kusch, y, al mismo tiempo,
promovió a nuevas figuras que se consolidaron definitivamente como Francisco
García Bazán, Mario C. Casalla, Carlos Cullen, entre otros.
Aunque fue un intelectual autodidacto, formado al modo de los
antiguos escritores, frecuentando las grandes bibliotecas, los círculos
intelectuales más exigentes y los medios culturales más diversos, Azcuy fue un
escritor sensible a los nuevos paradigmas alternativos del pensamiento
latinoamericano contemporáneo, interesándose por el mestizaje, la
transculturación, la diversidad, la identidad y la cultura en la sociedad y
política de América Latina. Fue un impulsor de la renovación del pensamiento crítico
social latinoamericano porque supo entrever los desafíos de una nueva manera de
hacer y pensar en Nuestra América. Le interesaba dar respuestas a las
necesidades nacionales del momento que le correspondió vivir; así, más que
teorizar y plasmar su pensamiento en publicaciones propias, que las tiene, se
puso al frente, junto con su esposa Graciela Maturo, para dar cuerpo a
innumerables proyectos, publicaciones e instituciones que diseñó y puso en
marcha. Desde esa perspectiva se puede decir que la configuración de su enfoque
transcultural, su método transdisciplinario y la hermenéutica simbólica de la
cultura, ha convertido a Azcuy en uno de los precursores en Argentina e
Hispanoamérica de lo que hoy día se denominan "Estudios Culturales",
"Estudios Poscoloniales" y "Estudios Subalternos."
Los
estudios culturales tienen un precedente en los aportes del “Birmingham Centre
for Cultural Studies" de Inglaterra, que en cierto sentido fue el modelo
fundador de un nuevo espacio transdisciplinario que, desde una postura crítica,
intenta comprender la cultura desde aquellos agentes históricamente
"desprovistos" de ella, la cultura vista desde la perspectiva de los
subalternos. Azcuy ha potenciado aquella tradición de los estudios de la cultura
en nuestro país, y ha agregado un valor extra a dichos estudios al ampliar el
foco de su análisis a la función política de la cultura. Adicionalmente, Azcuy
supo mostrar que la dimensión cultural de los procesos sociales contemporáneos
no se limita a asuntos relacionados con las “artes”, las “culturas populares” y
las “industrias culturales”, sino con otros procesos históricos y aspectos
culturales significativos desarrollados simbólicamente en otros espacios y
prácticas sociales.
Como
Ángel Rama, Antonio Cornejo Polar, Graciela Maturo, Eduardo Azcuy practicó los
estudios culturales, pero sin desconocer jamás la especificidad de la tradición
literaria ni reducir el texto literario a la ideología del autor, buscando
siempre dialogar libremente con el poema o la novela, respetando la pluralidad
de sentidos que contiene el simbolismo artístico. Y es que aun cuando Azcuy era
un hombre de convicciones firmes y elaboradas, que sabía defender con celo y
energía sus puntos de vista, porque sus palabras no eran fruto de la inspiración,
sino del pensar largamente meditado y varias veces rumiado, nunca faltaba el
respeto a su lector o a su oyente, por esta razón, cuando hablaba, su
interlocutor no podía quedar indiferente, enseguida era magnetizado por la
fuerza inmantadora de su pensamiento que lo atraía hacia el centro de amables
discusiones y fluidos intercambios de ideas.
Ningún
área, ningún aspecto, ninguna zona o dimensión del conocimiento humano, antiguo
o contemporáneo, tradicional o moderno, le era ajeno o desconocido, fue un
lector omnívoro, quizás algo desordenado por la multitud indefinida de
curiosidades e inclinaciones, de ahí su fecundidad. Sus lecturas no semejaban
un jardín ordenado, sino una selva exuberante donde florecían generosamente con
libertad y espontaneidad toda clase de intereses, los más diversos y los más
enigmáticos, ya que era capaz de apasionarse encendidamente tanto por la
arqueología, la antropología, la filosofía, la psicología, la sociología, lo
politología, como por las ciencias sagradas del simbolismo, la metafísica, la
religión y el esoterismo, y hasta por aquellas formas del conocimiento
marginal, aquellas teorías despreciadas, por inusuales o insólitas, que
buscaban carta de ciudadanía científica, por lo mismo, excluidas del canon del
conocimiento ortodoxo, a veces anatematizadas y condenadas por heréticas,
debido a que su objeto de estudio son aquellos fenómenos exóticos e
inexplicables que observan la parapsicología y la ufología.
Aunque
fue un autor del siglo XX y receptivo a todas las novedades de la modernidad,
Azcuy era, por naturaleza y temple, un escritor a la antigua que cultivaba la
erudición, las humanidades y las ciencias, con espíritu ascético y monástico. A
veces costaba seguirle el hilo de la conversación porque su familiaridad y
trato cotidiano con los temas y cuestiones menos habituales le permitían saltar
ágilmente de una a otra cosa con total naturalidad, exigiéndole a su
interlocutor un ritmo de vértigo y un estado de atención constante, uno no
podía distraerse so pena de perderse en medio de esos vaivenes, razón por la
que no pocas veces los esfuerzos resultaban agotadores. Esos desbordes de su
personalidad no eran más que continuos brotes o borbotones de un conocimiento
manantío que, cuando afloraba, se derramaba generosamente en la conversación.
Tengo
la impresión de que, pese a todos los que se le acercaron y le trataron, muy
pocos fueron quizás los que han logrado comprenderle o aun más acompañarle por
aquellos caminos solitarios e insondables de la curiosidad humana en los que se
aventuraba con ingenuo y confiado optimismo. Y es que sólo los puros de corazón
pueden adentrarse en territorios peligrosos y salir indemnes de esos intentos.
Eduardo Antonio Azcuy pertenece a una estirpe de intelectuales y escritores
absolutamente necesarios que casi ha desaparecido porque, varios de ellos, se
han ido demasiado pronto. Su singularidad no reside solamente en ser el autor
de obras fundacionales adscritas al género de ese realismo fantástico que se
atribuyen otras literaturas con exclusividad, sino en haber derrochado a manos
llenas, trabajo y generosidad. Sin haber concluido aun toda su labor, dejó
cientos de proyectos, ideas, ilusiones. Nos ha quedado una obra incompleta,
pero suficiente, para damos idea de su valía intelectual.
Por
esta razón, en esta evocación, rescato junto con la obra, al hombre. Los
trabajos que hemos seleccionado para este primer dossier reflejan muy
bien a ambos. Fundamentales son los trabajos de Graciela Maturo, no sólo porque
son testimonios de primera mano de quien fuera su compañera de vida sino
también uno de sus principales críticos y exégetas; el lector advertirá que, en
tanto algunos de esos textos han sido concebidos como conferencias o
presentaciones del libro de Azcuy Asedios a otra realidad hay conceptos
y pasajes que se repiten textualmente; no hemos querido refundirlos en un solo
texto ni tampoco eliminar alguno de ellos, ya que cada uno de los mismos, con
títulos diferentes y ligeras modificaciones, fueron leídos en distintos
momentos. Los conservamos como testimonios de esos momentos particulares y los
publicamos como variantes del mismo tema. Igualmente iluminadores nos parecen
los textos de Pablo José Hernández, Hugo Francisco Bauzá y Jorge A. Foti,
quienes, aparte de secundarlo y acompañarlo en diversos proyectos, compartieron
muchos momentos con él al haber frecuentado y cultivado su entrañable amistad.
De
Eduardo Antonio Azcuy solo nos resta decir que nació el 12 de abril de 1926 y
falleció en 1992. Fue Poeta, ensayista, crítico literario, periodista,
estudioso del simbolismo en las culturas y de la tradición mítico-poética
occidental, pensador político, produjo más de una decena de obras publicadas en
Buenos Aires, Madrid, Barcelona y Caracas y numerosos artículos y opúsculos.
Encabezó junto a Rodolfo Kusch una generación de pensadores de un nivel
excepcional, signada por la reafirmación de la identidad nacional y
latinoamericana.
Fueron
sus obras:
Poemas
para la hora grave.
Editorial Botella al mar, Buenos Aires, 1952.
Poemas
existenciales.
Buenos Aires, 1954.
Aproximaciones
a la poética de Rimbaud, y versión castellana de Poemas y Los desiertos
del amor de Arthur Rimbaud. Editorial Dintel, Buenos Aires, 1958.
El
ocultismo y la creación poética. Premio de Ensayo de la Sociedad
Argentina de Escritores, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1966. Segunda
edición Monte Ávila, Caracas, 1982.
Persecución
del sol (poesía)
Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1972.
El
legado extrahumano,
A.T.E., Barcelona, 1976.
Arquetipos
y símbolos celestes,
Ed. Fernando García Cambeiro, Buenos Aires, 1976.
Los
dioses en la creación del hombre. Con la colaboración de Lesly Sánchez,
Pomaire, Argentina, 1980.
Identidad
cultural, ciencia y tecnología. Aportes para un debate latinoamericano. Compilación y
prólogo de E.A A. Ed. F. García Cambeiro, Buenos Aires, 1987.
Kusch
y el pensar desde América. Compilación y prólogo de E.A.A. Ed. F. García
Cambeiro, Buenos Aires, 1989.
Rimbaud.
La rebelión fundamental. Ed. Último Reino, Buenos Aires, 1991.
Juicio
ético a la revolución tecnológica. Acción Cultural Cristiana, Madrid,
1994.
Asedios a la otra
realidad, Kier, Buenos Aires,
2000.