CLUB SOCIAL SAN JUSTO
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miércoles, 14 de enero de 2015

Eduardo A. Azcuy

Breve reseña bibliográfica de vida de Eduardo Antonio Azcuy: Ensayista y poeta, nació en Buenos Aires el 12 de abril de 1926.
La promoción cultural desarrollada en Argentina, desde la década del '70 hasta la del '90, probablemente pueda ejemplificarse en la persona y la labor de Eduardo Antonio Azcuy, al grado de que mucho de lo que ahora se hace es el seguimiento de una forma que Azcuy encontró para hacer llegar a un gran público obras de autores olvidados, poco conocidos o escasamente difundidos, pero todos esenciales. Como principal impulsor de Megafón, una revista literaria que es un hito fundamental de la cultura argentina, difundió a varios poetas y escritores del interior y, estando al frente de las colecciones de la Editorial Castañeda, la de Estudios Antropológicos y Religiosos y la de Estudios Filosóficos, rescató a autores casi olvidados del calibre intelectual de José Imbelloni, Enrique Oltra, Adán Quiroga, Rodolfo Kusch, y, al mismo tiempo, promovió a nuevas figuras que se consolidaron definitivamente como Francisco García Bazán, Mario C. Casalla, Carlos Cullen, entre otros.
Aunque fue un intelectual autodidacto, formado al modo de los antiguos escritores, frecuentando las grandes bibliotecas, los círculos intelectuales más exigentes y los medios culturales más diversos, Azcuy fue un escritor sensible a los nuevos paradigmas alternativos del pensamiento latinoamericano contemporáneo, interesándose por el mestizaje, la transculturación, la diversidad, la identidad y la cultura en la sociedad y política de América Latina. Fue un impulsor de la renovación del pensamiento crítico social latinoamericano porque supo entrever los desafíos de una nueva manera de hacer y pensar en Nuestra América. Le interesaba dar respuestas a las necesidades nacionales del momento que le correspondió vivir; así, más que teorizar y plasmar su pensamiento en publicaciones propias, que las tiene, se puso al frente, junto con su esposa Graciela Maturo, para dar cuerpo a innumerables proyectos, publicaciones e instituciones que diseñó y puso en marcha. Desde esa perspectiva se puede decir que la configuración de su enfoque transcultural, su método transdisciplinario y la hermenéutica simbólica de la cultura, ha convertido a Azcuy en uno de los precursores en Argentina e Hispanoamérica de lo que hoy día se denominan "Estudios Culturales", "Estudios Poscoloniales" y "Estudios Subalternos."
Los estudios culturales tienen un precedente en los aportes del “Birmingham Centre for Cultural Studies" de Inglaterra, que en cierto sentido fue el modelo fundador de un nuevo espacio transdisciplinario que, desde una postura crítica, intenta comprender la cultura desde aquellos agentes históricamente "desprovistos" de ella, la cultura vista desde la perspectiva de los subalternos. Azcuy ha potenciado aquella tradición de los estudios de la cultura en nuestro país, y ha agregado un valor extra a dichos estudios al ampliar el foco de su análisis a la función política de la cultura. Adicionalmente, Azcuy supo mostrar que la dimensión cultural de los procesos sociales contemporáneos no se limita a asuntos relacionados con las “artes”, las “culturas populares” y las “industrias culturales”, sino con otros procesos históricos y aspectos culturales significativos desarrollados simbólicamente en otros espacios y prácticas sociales.
Como Ángel Rama, Antonio Cornejo Polar, Graciela Maturo, Eduardo Azcuy practicó los estudios culturales, pero sin desconocer jamás la especificidad de la tradición literaria ni reducir el texto literario a la ideología del autor, buscando siempre dialogar libremente con el poema o la novela, respetando la pluralidad de sentidos que contiene el simbolismo artístico. Y es que aun cuando Azcuy era un hombre de convicciones firmes y elaboradas, que sabía defender con celo y energía sus puntos de vista, porque sus palabras no eran fruto de la inspiración, sino del pensar largamente meditado y varias veces rumiado, nunca faltaba el respeto a su lector o a su oyente, por esta razón, cuando hablaba, su interlocutor no podía quedar indiferente, enseguida era magnetizado por la fuerza inmantadora de su pensamiento que lo atraía hacia el centro de amables discusiones y fluidos intercambios de ideas.
Ningún área, ningún aspecto, ninguna zona o dimensión del conocimiento humano, antiguo o contemporáneo, tradicional o moderno, le era ajeno o desconocido, fue un lector omnívoro, quizás algo desordenado por la multitud indefinida de curiosidades e inclinaciones, de ahí su fecundidad. Sus lecturas no semejaban un jardín ordenado, sino una selva exuberante donde florecían generosamente con libertad y espontaneidad toda clase de intereses, los más diversos y los más enigmáticos, ya que era capaz de apasionarse encendidamente tanto por la arqueología, la antropología, la filosofía, la psicología, la sociología, lo politología, como por las ciencias sagradas del simbolismo, la metafísica, la religión y el esoterismo, y hasta por aquellas formas del conocimiento marginal, aquellas teorías despreciadas, por inusuales o insólitas, que buscaban carta de ciudadanía científica, por lo mismo, excluidas del canon del conocimiento ortodoxo, a veces anatematizadas y condenadas por heréticas, debido a que su objeto de estudio son aquellos fenómenos exóticos e inexplicables que observan la parapsicología y la ufología.
Aunque fue un autor del siglo XX y receptivo a todas las novedades de la modernidad, Azcuy era, por naturaleza y temple, un escritor a la antigua que cultivaba la erudición, las humanidades y las ciencias, con espíritu ascético y monástico. A veces costaba seguirle el hilo de la conversación porque su familiaridad y trato cotidiano con los temas y cuestiones menos habituales le permitían saltar ágilmente de una a otra cosa con total naturalidad, exigiéndole a su interlocutor un ritmo de vértigo y un estado de atención constante, uno no podía distraerse so pena de perderse en medio de esos vaivenes, razón por la que no pocas veces los esfuerzos resultaban agotadores. Esos desbordes de su personalidad no eran más que continuos brotes o borbotones de un conocimiento manantío que, cuando afloraba, se derramaba generosamente en la conversación.
Tengo la impresión de que, pese a todos los que se le acercaron y le trataron, muy pocos fueron quizás los que han logrado comprenderle o aun más acompañarle por aquellos caminos solitarios e insondables de la curiosidad humana en los que se aventuraba con ingenuo y confiado optimismo. Y es que sólo los puros de corazón pueden adentrarse en territorios peligrosos y salir indemnes de esos intentos. Eduardo Antonio Azcuy pertenece a una estirpe de intelectuales y escritores absolutamente necesarios que casi ha desaparecido porque, varios de ellos, se han ido demasiado pronto. Su singularidad no reside solamente en ser el autor de obras fundacionales adscritas al género de ese realismo fantástico que se atribuyen otras literaturas con exclusividad, sino en haber derrochado a manos llenas, trabajo y generosidad. Sin haber concluido aun toda su labor, dejó cientos de proyectos, ideas, ilusiones. Nos ha quedado una obra incompleta, pero suficiente, para damos idea de su valía intelectual.
Por esta razón, en esta evocación, rescato junto con la obra, al hombre. Los trabajos que hemos seleccionado para este primer dossier reflejan muy bien a ambos. Fundamentales son los trabajos de Graciela Maturo, no sólo porque son testimonios de primera mano de quien fuera su compañera de vida sino también uno de sus principales críticos y exégetas; el lector advertirá que, en tanto algunos de esos textos han sido concebidos como conferencias o presentaciones del libro de Azcuy Asedios a otra realidad hay conceptos y pasajes que se repiten textualmente; no hemos querido refundirlos en un solo texto ni tampoco eliminar alguno de ellos, ya que cada uno de los mismos, con títulos diferentes y ligeras modificaciones, fueron leídos en distintos momentos. Los conservamos como testimonios de esos momentos particulares y los publicamos como variantes del mismo tema. Igualmente iluminadores nos parecen los textos de Pablo José Hernández, Hugo Francisco Bauzá y Jorge A. Foti, quienes, aparte de secundarlo y acompañarlo en diversos proyectos, compartieron muchos momentos con él al haber frecuentado y cultivado su entrañable amistad.
De Eduardo Antonio Azcuy solo nos resta decir que nació el 12 de abril de 1926 y falleció en 1992. Fue Poeta, ensayista, crítico literario, periodista, estudioso del simbolismo en las culturas y de la tradición mítico-poética occidental, pensador político, produjo más de una decena de obras publicadas en Buenos Aires, Madrid, Barcelona y Caracas y numerosos artículos y opúsculos. Encabezó junto a Rodolfo Kusch una generación de pensadores de un nivel excepcional, signada por la reafirmación de la identidad nacional y latinoamericana.
Fueron sus obras:
Poemas para la hora grave. Editorial Botella al mar, Buenos Aires, 1952.
Poemas existenciales. Buenos Aires, 1954.
Aproximaciones a la poética de Rimbaud, y versión castellana de Poemas y Los desiertos del amor de Arthur Rimbaud. Editorial Dintel, Buenos Aires, 1958.
El ocultismo y la creación poética. Premio de Ensayo de la Sociedad Argentina de Escritores, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1966. Segunda edición Monte Ávila, Caracas, 1982.
Persecución del sol (poesía) Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1972.
El legado extrahumano, A.T.E., Barcelona, 1976.
Arquetipos y símbolos celestes, Ed. Fernando García Cambeiro, Buenos Aires, 1976.
Los dioses en la creación del hombre. Con la colaboración de Lesly Sánchez, Pomaire, Argentina, 1980.
Identidad cultural, ciencia y tecnología. Aportes para un debate latinoamericano. Compilación y prólogo de E.A A. Ed. F. García Cambeiro, Buenos Aires, 1987.
Kusch y el pensar desde América. Compilación y prólogo de E.A.A. Ed. F. García Cambeiro, Buenos Aires, 1989.
Rimbaud. La rebelión fundamental. Ed. Último Reino, Buenos Aires, 1991.
Juicio ético a la revolución tecnológica. Acción Cultural Cristiana, Madrid, 1994.
Asedios a la otra realidad, Kier, Buenos Aires, 2000.