Atento a nota periodística
de opinión, que son de actualidad, aquí hay una que expresa algunos conceptos a
través del “Pero”:
PERO
PERO. En los
últimos cuatro días he leído demasiadas veces esa palabra. Normalmente
introduciendo una adversativa tras una declaración de buenas intenciones de
pero grullo. «Condeno el uso de la violencia PERO». «Estoy a favor de la
libertad de expresión PERO». Hablo, claro, de las reacciones al atroz, terrible
crimen que varios terroristas cometieron en París y que acabó con las vidas de
diecisiete personas, entre ellas cinco dibujantes de la revista Charlie
Hebdo, blanco del ataque. En un primer momento, cuando sucedió, me quedé
completamente bloqueado. Incapaz de reaccionar, ni mucho menos de escribir
sobre lo que había pasado. No quería escribir en caliente, no quería decir
cosas en público de las que luego pudiera arrepentirme. Quería tener cierto
duelo antes de hablar, porque el dolor en ocasiones no es buen consejero. Y
esto me ha dolido muchísimo. Necesitaba distancia y cierta reflexión. Por
desgracia, fui de los pocos que pensó así.
Desde el
instante siguiente al ataque las redes comenzaron a llenarse de opiniones de
personas que resultaron ser expertas en el Islam —aunque confundieran árabe
con musulmán; pequeños detalles sin importancia—, en libertad de
expresión, en geopolítica en general y en la historia de la Charlie Hebdo
en particular. Y así, junto a la farsa habitual y esperable —medios que llevan
años secuestrados por intereses políticos y económicos diciendo que ellos también
son Charlie, el gobierno de Rajoy haciéndose cruces
mientras aprueba la Ley Mordaza— he asistido con pena y rabia a un desfile de
opiniones lanzadas desde la izquierda, o desde cierta izquierda, o desde
ciertas personas de izquierda.
Pienso que hay,
en ciertas personas, una necesidad de disentir casi patológica, de ir más allá
de la mayoría, incluso de los de su cuerda, de ver lo que nadie ve, de
querer ser más papista que el papa: de ser más izquierda que nadie. Normalmente
esto conlleva una seriedad exagerada, un ansia de trascendencia que deviene en
una superioridad moral tan dañina como la de la derecha más tradicional. Desde
arriba, nos juzgan y señalan nuestros pecados. Y se pasan, claro. Creo de veras
que cierta izquierda, en esa especie de carrera por ver quién es más abierto,
tolerante y respetuoso, han acabado dando la vuelta completa y cayendo en
cierto tipo de conservadurismo. Es lo que ha sucedido estos días en torno a Charlie
Hebdo.
Obviamente
muchas de esas personas ni siquiera conocían la revista previamente. A partir
de cuatro portadas que satirizaban el Islam se han formado una rápida opinión
para desmarcarse de la corriente y descubrirnos que ahora lo verdaderamente de
izquierdas es censurar y poner límites, porque, claro, Charlie Hebdo
es una revista islamófoba. Porque satiriza el Islam. Da lo mismo que durante
sus cinco décadas de historia hayan disparado a todo y a todos, da lo mismo que
tengan multitud de portadas y chistes donde arremeten contra otras religiones,
incluyendo la católica. Da lo mismo que hayan cargado abiertamente contra la
derecha y contra las políticas xenófobas de la misma, da igual que varios de
los dibujantes sean de origen árabe. Han visto una imagen en la que han
detenido la mirada tres segundos y eso es suficiente para sentar cátedra.
Criticar el
Islam es racista y xenófobo, dicen. Es una falta de respeto innecesaria a las
creencias de unas personas. Ok. Supongo entonces que toda esa gente se sentirá
fatal cuando Mongolia ridiculiza las creencias de los católicos
españoles. Pero no, por supuesto. A esas personas de izquierda les parece bien
eso, les parece bien la crítica sin límites a nuestras tradiciones, entienden
que eso es progresista, y de hecho ponen el grito en el cielo con cada condena
de nuestra deficiente legislación a un humorista. Porque, dicen, la libertad de
expresión es sagrada. Cómo ha cambiado el cuento en tres días. De repente, las
mismas personas que seguramente compartirían entusiasmados viñetas de El
Papus de los años setenta cargando contra la Iglesia, los mismos que
quizás sin saber su procedencia hayan aplaudido antes alguna portada de Charlie
Hebdo crítica con Franco— por ejemplo—, nos dicen que libertad de
expresión sí PERO.
Nos estamos
equivocando terriblemente. En serio. Si ése va a ser el discurso, si la
izquierda va a ser así, perdón pero yo me bajo. Esto no es ser de izquierdas, o
al menos no es la idea que yo tengo de ser de izquierdas. Primero: la oración
«Estoy a favor de la libertad de expresión» debe ser simple y terminar con un
punto. No admite matices. Si los tiene, entonces ya no es libertad. Si
consideras que una cosa es la libertad de expresión y otra faltar al respeto,
entonces no has entendido absolutamente nada. La libertad de expresión incluye
la posibilidad de faltar al respeto. Porque si tenemos que respetar las
creencias, entonces tenemos que respetarlas todas; incluso las absurdas o las
que sólo sostiene una persona. Lo cual equivale a decir que no podemos reírnos
de nada. Pero si la cuestión es que alguien considera que no puede satirizarse
una religión porque es la que profesa un pueblo oprimido, entonces
vamos todavía peor. Primero, por el paternalismo etnocentrista de quien está
intentando ser más tolerante y multicultural que nadie. Y segundo, porque
precisamente es la versión dura de esa religión la que está oprimiendo a
millones de árabes. Musulmanes o no, religiosos o no. Estáis errando el tiro:
no es con el radicalismo y el fanatismo con el que debéis ser tolerantes. No
son «sus costumbres»; es un sistema de control totalitario y asfixiante que
está matando, sobre todo, árabes. Que oprime a las mujeres, que castiga la
disidencia, que tortura. Que hace todo lo que aquí hemos luchado, desde la
izquierda, por erradicar. Y ahora, por no querer pecar de lo que con acierto
denunciáis en la derecha, por no dar pie a que nadie dude de vuestro respeto a
otras culturas, estáis comulgando con ruedas de molino. Ruedas de molino
peligrosas, además. Y se cae en una esquizofrenia cultural llamativa: se
defiende el velo porque las monjas también llevan la cabeza cubierta y al mismo
tiempo se critica la iglesia católica por relegar a las mujeres a ese rol. Se
exige el laicismo para nosotros pero se respeta el integrismo para ellos.
Sólo que ya no hay un nosotros separado de un ellos. No me
extiendo aquí porque me faltan conocimientos y porque precisamente ayer leí,
vía Pepo Pérez, este artículo de Ilya U. Topper al que os
remito, porque creo que expone la cuestión con claridad cristalina.
No es una
cuestión cultural. Se trata de opresión y tiranía. Y, creedme, a nadie le gusta
ser oprimido. Pensaba que eso sí lo teníamos claro. Si ante la prohibición de
dibujar a Mahoma la respuesta es no dibujarlo, entonces han ganado los
opresores. «¿Por qué molestar?», se preguntan algunos; «De acuerdo, a favor al
cien por cien con la libertad de sátira de Charlie Hebdo, pero si
sabían lo que podía pasar, para qué arriesgarse?». El argumento del miedo me
apena más incluso que el anterior, que más bien me cabreaba. «¿Qué necesidad
hay de provocar? Hombre… seamos juiciosos». Tanto darle vueltas a los límites
del humor y de la libertad de expresión para llegar a la conclusión de que el
límite está en las pistolas. Así de triste. Di lo que quieras pero si te pueden
pegar un tiro, cállate. Esto no me lo estoy inventando, ni estoy haciendo
parodia: son comentarios que se escuchan y leen en estos días, dichos por gente
supuestamente tolerante y abierta. «Se lo han buscado», «Ya sabían el riesgo
que corrían». El argumento de ser tolerante con la intolerancia porque las
consecuencias pueden ser sangrientas es, lo voy a decir claro, aterrador.
Supone una derrota absoluta, en mi opinión, de unos valores y una ideología que
debería buscar todo lo contrario: la valentía, el arrojo, la lucha por lo que
se cree. Si nos metemos con unos porque no nos ponen bombas pero con los que sí
lo hacen nos callamos, hemos perdido. Y ellos han ganado. Es un argumento que,
tristemente, he tenido que ver cómo sostiene alguien por lo general tan lúcido
como Joe Sacco, que para mi sorpresa toma la parte por el todo
y se cuestiona si no tendríamos que respetar la exigencia de unos fanáticos
para no molestar a millones de personas.
Pero, ¿sabéis?
Quizás la pregunta sea lícita. Hablamos de vidas, es cierto. Hemos vivido días
terribles. Charb, Cabu, Honoré,
Tignous y Wolinski han muerto por dibujar.
Otras doce personas ha sido igualmente asesinadas, supongo que, según los que
intentan justificar en alguna medida lo que ha sucedido, por pasar por allí.
Los cinco dibujantes habían «provocado»; ¿qué había hecho el resto, según los
que argumentan con esos PEROS? Da igual, no quiero entrar en eso. Quiero
hacerme preguntas. ¿Por qué se arriesgaron? Es cierto.
¿Por qué se
arriesgaron a dibujar a Mahoma si sabían que los podían matar?
¿Por qué El
Papus se reía de la ultraderecha si sabían que les podían poner una bomba?
¿Por qué negarse
a pagar el impuesto revolucionario a ETA si sabes que te pueden pegar un tiro?
¿Por qué exigir
democracia si te pueden torturar en una comisaría?
«Por qué los
negros pedían derechos si sabían que el Ku Klux Klan acechaba?
¿Por qué no se
quedaron en su casa Martin Luther King, Nelson Mandela
o Malala Yousafzai?
¿Por qué hablar,
por qué arriesgarse?
La respuesta es
sencilla: porque nadie más lo hacía.
Mientras los
demás sucumbían al miedo o eran víctimas de su propia confusión, los autores de
Charlie Hebdo no cedieron. No se dejaron silenciar por la violencia,
no rebajaron ni un ápice su sátira feroz contra quienes pretenden oprimir y
recortar la libertad. No dejaron nunca de ser dignos de una tradición satírica
profundamente francesa, que hunde sus raíces en el siglo XIX, en las figuras de
autores como Honoré Daumier: tal vez él también debería
haberse abstenido de caricaturizar el rey, y se habría ahorrado la cárcel.
El humor es
libertad absoluta. El humor ofende, por supuesto que ofende. Para eso está.
Para señalar al poderoso, para denunciar la injusticia, para gritar allí donde
los demás callan. Para jugársela, por todos nosotros. También por los que
tuercen el gesto, también por los que opinan que va «demasiado lejos». Ahora
todos son Charlie Hebdo. Pero no es cierto. La mayoría callamos
mientras ellos se la jugaban, mientras se ponían conscientemente en el punto de
mira porque lo contrario era la derrota que, tal vez, estemos viviendo estos
días. Hago mías las lúcidas palabras de Isaac Rosa en el
homenaje de Orgullo y satisfacción: «“Yo soy Charlie”, repetimos todos estos
días. Pero qué va. Charlie eran solo unos pocos, los que se jugaron la vida».
Así es. No soy Charlie, no me atrevería a decir que lo soy, porque no tuve el
valor de hacer lo que ellos hicieron. Ahora, lamentablemente, tenemos que
asistir al juicio desinformado a su labor por parte de quienes se dicen
defensores de la libertad. Y tenemos que ver cómo una ultraderecha a la que
siempre atacaron capitaliza su tragedia, y cómo gentes que querrían prohibir la
sátira contra sus creencias proclaman la libertad de expresión para criticar
las de enfrente.
No hay que
estigmatizar a quien elige no jugársela. Pero tampoco podemos criminalizar a
quien sí tiene el valor para ello, porque es perverso. Y quiero decir para
terminar que estoy lleno de dudas. Cada vez más. Y que por eso me asombra que
muchos tengan perfectamente claro y ordenado el mundo en su cabeza y puedan
juzgar con tanta alegría unos hechos y a unas personas desde el minuto uno. Me
maravilla tanta certeza en un mundo tan complejo; ojalá yo tuviera tanta
seguridad ideológica, ahorra muchos disgustos. Pero sí creo tener algo claro:
como sociedad no podemos ceder. Si lo hacemos, si dejamos de hacer humor no ya
para no herir susceptibilidades, sino para que no nos vuelen la cabeza, esto no
terminará nunca. Será la mayor victoria del terror, y el mayor fracaso de todos
los que queremos libertad, de cualquier parte del mundo. Y será el peor favor
que hacerles a los millones de árabes que son las primeras víctimas del
fanatismo, por añadidura. Pero no puedo ser optimista. No con lo que estoy presenciando.
La corrección política es peligrosísima; no sabéis cuánto. Deviene en un nuevo
conservadurismo que rápidamente se volverá en nuestra contra. Ya lo está
haciendo.
Charlie
Hebdo: gracias. Lo siento. No os merecéis las balas; tampoco os merecéis tanto
PERO.
Fuente: The Watcher and the Tower (11-01-2015).
https://thewatcherblog.wordpress.com/2015/01/11/pero/En la la tapa de la imagen dice: Dieu, hors de l´ecole: Dios fuera de la escuela
Ras le cul des reunions de parents d´éléves: como el culo la reunión de padres de los estudiantes.