Cristo y su
Madre son inseparables, recordó el Papa en su homilía
En la Solemnidad
de María Santísima Madre de Dios, en que también se celebra la 48ª
Jornada Mundial de la paz cuyo tema es “Ya no esclavos, sino hermanos”,
tal como lo escribe el Papa Francisco en su mensaje, a las 10,00, en la Basílica
Vaticana el Pontífice presidió la celebración de la Santa Misa.
En su homilía el
Obispo de Roma recordó las palabras con las que Isabel
pronunció su bendición sobre la Virgen Santa: “¡Bendita tú
entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me
visite la madre de mi Señor?”. Y explicó que esta bendición está en continuidad
con la bendición sacerdotal que Dios había sugerido a Moisés
para que la transmitiese a Aarón y a todo el pueblo: “El Señor
te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El
Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”.
El Papa
Bergoglio destacó que con esta celebración la Iglesia nos recuerda que
María es la primera destinataria de esta bendición, puesto que
en ella se cumple, como en ninguna otra criatura, el haber visto brillar sobre
ella el rostro de Dios, el Verbo eterno, a fin de que todos lo
puedan contemplar.
Además de
contemplar el rostro de Dios – explicó el Santo Padre – también podemos alabarlo
y glorificarlo como los pastores, que volvieron de Belén
con un canto de acción de gracias después de ver al niño y a su joven madre. Y
destacó que ambos estaban juntos, como lo estuvieron en el Calvario,
porque Cristo y su Madre son inseparables.
Tras destacar
que María está tan unida a Jesús porque él le ha dado el
conocimiento del corazón, el conocimiento de la fe, alimentada por la
experiencia materna y el vínculo íntimo con su Hijo, Francisco afirmó que la Santísima
Virgen es la mujer de fe que dejó entrar a Dios
en su corazón, en sus proyectos; es la creyente capaz de percibir en el don del
Hijo el advenimiento de la «plenitud de los tiempos», en el que Dios entró
personalmente en el surco de la historia de la salvación.
Del mismo modo,
Cristo y la Iglesia son inseparables, dijo también el
Papa y no se puede entender la salvación realizada por Jesús sin
considerar la maternidad de la Iglesia. De ahí que afirmara que
separar a Jesús de la Iglesia sería introducir una “dicotomía absurda”,
como escribió el beato Pablo VI.
“Nuestra
fe no es una idea abstracta o una filosofía, sino la relación vital y plena con
una persona: Jesucristo, el Hijo único de Dios que se hizo hombre,
murió y resucitó para salvarnos y vive entre nosotros”, afirmó el Pontífice y
añadió que es la Iglesia quien lo anuncia y es en la Iglesia donde Jesús sigue
haciendo sus gestos de gracia que son los sacramentos, lo que,
además, expresa su maternidad. De ahí que destacara que ninguna manifestación
de Cristo, ni siquiera la más mística, puede separarse de la carne y la sangre
de la Iglesia, de la concreción histórica del Cuerpo de Cristo. Sin la Iglesia,
Jesucristo queda reducido a una idea, una moral, un sentimiento. Sin la
Iglesia, nuestra relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de
nuestras interpretaciones, de nuestro estado de ánimo.
El Papa concluyó
su homilía con el deseo de que esta madre dulce y premurosa
nos obtenga la bendición del Señor para toda la familia humana.
De manera especial hoy – dijo – Jornada Mundial de la Paz, invocamos
su intercesión para que el Señor nos de la paz en nuestros días:
paz en nuestros corazones, paz en las familias, paz entre las naciones; a la
vez que recordó que este año, en concreto, el mensaje para la Jornada Mundial
de la Paz lleva por título: “Ya no más esclavos, sino hermanos”.
“Todos – dijo
Francisco al concluir – estamos llamados a ser libres, todos a ser hijos y,
cada uno de acuerdo con su responsabilidad, a luchar contra las formas modernas
de esclavitud. Desde todo pueblo, cultura y religión, unamos nuestras fuerzas.
Que nos guíe y sostenga Aquel que para hacernos a todos hermanos se hizo
nuestro servidor”.
La oración es la raíz de la paz: Papa en
el Ángelus
Comienza un nuevo
año y la atmósfera de alegría y esperanza se respiraba la mañana de
este 1 de enero en Roma. Miles de personas acudieron a la
plaza de San Pedro y sus inmediaciones para rezar con el Santo
Padre la oración a la Madre de Dios, como Francisco la definió “humilde mujer
de Nazaret, quien dio a Jesús su amor y su carne humana. Y así, el Obispo de
Roma habla del inicio del nuevo año relacionándolo con nuestro bautismo
“redescubramos el regalo recibido en aquel Sacramento que nos ha regenerado la
vida nueva: la vida divina”. Explica el Papa Bergoglio que con el bautismo
somos introducidos en la comunión con Dios, recibiendo su amor y cariño, y en
consecuencia llegamos a la Paz, especialmente hoy, que como recordó el Santo
Padre, celebrados la Jornada de la Paz cuyo lema este año es
“No esclavos, sino hermanos”. Así el Papa nos llama a combatir cada forma
de esclavitud y a construir la fraternidad, siendo esto una responsabilidad de
cada uno de nosotros.
Francisco pidió
que presentáramos a María nuestros propósitos de bien, y que estemos bajo el
manto de su protección.
Y después de la
oración mariana, el Santo Padre saludó detalladamente a los fieles, agradeció a
todos los que han promovido las diferentes marchas por la paz en el mundo. Y en
este sentido se vivió una conexión en directo con la campana de Rovereto, en
Trentino, Italia, llamada María Dolensa, dedicada a todos los caídos en
guerras.
Texto de
la alocución del Papa Francisco antes de rezar el Ángelus:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días y buen año!
En este primer
día del año, en el clima gozoso, si bien frío, de la Navidad, la Iglesia
nos invita a fijar nuestra mirada de fe y de amor en la Madre de Jesús. En
Ella, humilde mujer de Nazaret, “la Palabra se hizo carne y habitó entre
nosotros” (Jn1, 14). Por eso es imposible separar la contemplación de
Jesús, la Palabra de la vida que se ha hecho visible y tangible (cfr. 1 Jn
1,1), de la contemplación de María, que le ha dado su amor y su carne humana.
Hoy escuchamos
las palabras del apóstol Pablo: “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer” (Gal
4,4). Aquel “nacido de una mujer” habla de manera esencial y por esto aún más
fuerte de la verdadera humanidad del Hijo de Dios. Como afirma un Padre de la
Iglesia, San Atanasio: “Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre y de él vino
la salvación de toda la humanidad” (Carta a Epíteto: PG 26).
Pero San Pablo
añade también: “Nacido bajo la ley” (Gal 4, 4). Con esta expresión
subraya que Cristo ha asumido la condición humana liberándola de la cerrada
mentalidad legalista, insoportable. En efecto, la ley, privada de la gracia, se
vuelve un yugo insoportable, y en lugar de hacernos bien, nos hace mal. Pero
Jesús decía: “el sábado ha sido hecho para el hombre, no el hombre para
el sábado”. He aquí entonces la finalidad por la que Dios envía a su
Hijo a la tierra a hacerse hombre: una finalidad de liberación,
es más, de regeneración. De liberación “para rescatar a aquellos
que estaban bajo la ley” (v. 5); y el rescate se produjo con la muerte de
Cristo en la cruz. Pero sobre todo de regeneración: “Para que recibiéramos la
adopción de hijos” (v. 5). Incorporados en Él, los hombres llegan a ser
realmente hijos de Dios. Este pasaje estupendo se produce en nosotros con el
Bautismo, que nos injerta como miembros vivos en Cristo y nos inserta en su
Iglesia.
Al inicio de un
nuevo año nos hace bien recordar el día de nuestro Bautismo: redescubramos el
regalo recibido en aquel Sacramento que nos ha regenerado a la vida nueva: la
vida divina. Y esto a través de la Madre Iglesia, que tiene como modelo a la
Madre María. Gracias al Bautismo hemos sido introducidos en la comunión con
Dios y ya no estamos a merced del mal y del pecado, sino que recibimos el amor,
la ternura, la misericordia del Padre celestial.
Les pregunto
nuevamente: ¿Quién de ustedes recuerda el día en que ha sido bautizado,
recuerda la fecha de su bautismo? ¿Quién de ustedes la recuerda? Levanten la
mano. ¡Ah hay muchos, pero no tantos eh! Para quienes no la recuerdan les daré
una tarea para hacer en casa. Buscar esa fecha y custodiarla bien en el
corazón. También pueden pedir ayuda a sus padres, a su padrino, a su madrina, a
los tíos, a los abuelos… Pero, ¿cuál fue el día en que yo he sido bautizado?
Ese es un día de fiesta. Hagan eso. Será muy bello para agradecer a Dios el don
del Bautismo.
Esta cercanía de
Dios a nuestra existencia nos da la verdadera paz, la paz, el don divino que
queremos implorar especialmente hoy, Jornada Mundial de la Paz. Yo leo ahí: “La
paz es siempre posible”. ¡Siempre es posible la paz! Debemos buscarla. Y allá:
“La oración en la raíz de la paz”. La oración es precisamente la raíz de la
paz. La paz es siempre posible. Y nuestra oración, está en la raíz de la paz.
La oración hace germinar la paz.
Hoy, Jornada
Mundial de la Paz, “Ya no esclavos, sino hermanos”: he aquí el Mensaje de esta
Jornada. Porque las guerras nos hacen esclavos. Siempre. Un mensaje que nos
implica a todos. Todos estamos llamados a combatir cualquier forma de
esclavitud y a construir la fraternidad. Todos, cada uno según su propia
responsabilidad.
Y acuérdense
bien: la paz es posible. Y en la raíz de la paz está siempre la oración.
Recemos por la paz.
También existen esas
bellas escuelas de paz, esas por la paz, debemos ir adelante con esta educación
por la paz.
A María, Madre
de Dios y Madre nuestra, le presentamos nuestros propósitos de bien. A Ella le
pedimos que extienda sobre nosotros, y sobre todos los días del año nuevo, el
manto de su materna protección: “Santa Madre de Dios, no desprecies las
súplicas de nosotros, que estamos en la prueba, y líbranos de todo peligro, oh
Virgen gloriosa y bendita”.
E invito a todos
ustedes, a saludar hoy a la Virgen como Madre de Dios. A saludarla con aquel
saludo: “Santa Madre de Dios”, como fue aclamada por los fieles de la ciudad de
Éfeso al inicio de la vida cristiana, del cristianismo, cuando desde la otra
parte de la entrada de la iglesia, gritaban a sus pastores este saludo a la
Virgen: “Santa Madre de Dios”. Todos juntos, tres veces, fuerte, “Santa Madre
de Dios”, “Santa Madre de Dios”, “Santa Madre de Dios”.
(Traducción de María
Fernanda Bernasconi - RV).
Palabras
del Papa después de la oración del Ángelus:
Queridos
hermanos y hermanas,
dirijo a todos
los aquí presentes mi cordial saludo, deseándoles un feliz y sereno año nuevo.
Saludo en particular a los peregrinos de los Países Escandinavos y de
Eslovaquia, a los fieles de Asola, Castiglione delle Stiviere, Saccolongo,
Sotto il Monte, Bonate Sotto e Benevento, a los jóvenes de Andria y Castelnuovo
del Garda. Un cordial saludo va a los Stersinger de Alemania, Austria y Suiza
por su empeño de ir de casa en casa para anunciar el nacimiento del Señor y
recoger regalos para los niños necesitados. ¡Feliz Navidad y un Feliz Año
Nuevo!
Dirijo mi
pensamiento a aquellos de las Diócesis del mundo entero, que han promovido
momentos de oración por la paz, porque la oración es la raíz de la paz, como
dice la pancarta. Recuerdo en particular la marcha nacional que se desarrolló
ayer en Venecia, la manifestación “Paz en todas las tierras”, promovida en Roma
y numerosas ciudades del mundo.
En este momento
estamos conectados con Trentino, donde se encuentra la gran campana llamada
‘Maria Dolens’, realizada en honor a los caídos de todas las guerras y
bendecida por el beato Pablo VI en 1965. En poco escucharemos los retoques de
aquella campana. Que nunca más haya guerras, ¡nunca más las guerras!, y siempre
el deseo y el empeño de paz y de fraternidad entre los pueblos.
Buen año a
todos. Que sea un año de paz, de paz, en el abrazo de cariño del Señor y
con la protección de María, Madre de Dios y Madre nuestra. Saludo a todos. Y
veo que hay tanto mexicanos allí, les saludo ¡son numerosos los mexicanos!
Buen año y por
favor no olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la vista.
Ahora esperamos
el sonido de las campanas.
Fuente: News.Va (1º-01-2015).