CLUB SOCIAL SAN JUSTO
Fundado: 21 de Diciembre de 1919

Dirección: Av. Arturo Illia 2632 - San Justo - La Matanza - Buenos Aires.
Correo Electronico: clubsocialsanjusto@gmail.com
Actividad: SOCIAL - CULTURAL - DEPORTIVA - FOMENTO - PRO BIBLIOTECA

"Al Servicio de la Comunidad de San Justo y La Matanza"

domingo, 30 de noviembre de 2014

Abelardo Castillo, el guardián de los libros

Cuando hay notas culturales y/o literarias en los diarios nacionales como esta, no es imposible de quererla compartir en su difusión:
Abelardo Castillo "No sé cómo se revierte que un chico se acostumbre a leer 140 caracteres"
ENTREVISTA. A los 79, el gran cuentista rescata a autores olvidados, elige novelas imprescindibles y cree tener un truco para que los chicos lean más.
Kafka y Van Gogh se miran desafiantes, desde retratos enfrentados en lo alto de la habitación. Abajo hay un rifle, quizá sea el arma que defina el duelo. Sartre y Poe se hacen anchos en la biblioteca. No se empujan, pero tampoco ceden lugar. A metros hay un ajedrez, tal vez de noche se escapen de esos lomos cuadrados y disputen la partida. En la casa de Abelardo Castillo, la ficción brota de las paredes.
Hay un escarabajo egipcio, que en la mitología era amuleto de vida y poder, pero en Balvanera trabaja de pisapapeles. Se ven llaves de hierro oxidado, de una celda o de un reino, un tratado de pintura de Leonardo da Vinci, la Revolución Francesa en tres tomos y la foto de un abrazo entre Castillo y la escritora Sylvia Iparaguirre, su mujer, sonriente en el marco y sonriente cuando entra en escena, con una pregunta que devuelve realidad: “¿Quieren café?”.
A los 79 años, Castillo acaba de ser distinguido con el Konex de Brillante, un premio que recibieron Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Héctor Tizón y Ricardo Piglia. El motivo es su obra, pero a ese camino de cuentista, dramaturgo y narrador se suma una razón subyacente: Castillo mejora las lecturas de los argentinos, no sólo por lo que escribe, sino por los libros que recomienda, los que defiende de los prejuicios y los que busca rescatar del olvido.
Llega el café. Silencio de Kafka, Van Gogh, Sartre y Poe. Castillo, boxeador diletante, tira un derechazo: “Oscar Wilde decía que, en un reportaje, lo único que no importa son las preguntas”. El periodista de Viva siente el impacto, pero no se va a rendir así nomas.-
Empecemos por el principio, ¿por qué su rechazo a la letra A?
No sé, desde que empecé a escribir a máquina, siempre tuve una gran resistencia a empezar los párrafos con la letra A. También pensé que era una locura inédita y personal hasta que leí que Kafka detestaba la letra K, la letra de su apellido. Lo leí en sus diarios y ahí pensé: “Yo detesto evidentemente la letra de mi nombre” y algo tiene que ver, que no pienso resolver psicoanalíticamente, pero me molesta mucho empezar los párrafos con la letra A.-
Alumnos de su taller cuentan que usted los ayuda a construir una “familia literaria”, un universo propio de lecturas para apuntalar la escritura. ¿Cómo se da esa construcción?
Yo llamo “familia literaria” a aquellos libros que cada autor debe sentir como esenciales para él, vale decir que mi familia literaria no es necesariamente la tuya ni la de Sylvia. Cada uno construye la suya. El consejo que doy es que lean al autor que les gusta, las autobiografías; los diarios, si los tiene, como en el caso de Kafka, André Gide, Léon Bloy; y sobre todo que se fijen en aquellos autores que cita ese autor. Si uno lee a Hermann Hesse y siente que es un “padre espiritual, un abuelo espiritual”, bueno, fíjense los autores que fascinan a Hesse y ahí se va a encontrar con Hölderlin, Novalis, Nietzsche, e incluso con músicos como Mozart y con músicos no wagnerianos. Todo esto crea una familia espiritual que, a la larga, es sin duda la única familia con la que puede dialogar un escritor. Y no implica el rechazo de aquellos escritores no vinculados a esa lectura.-
¿Cómo un chico sin biblioteca en su casa infantil se convierte en constructor de este “castillo” de libros, leídos o escritos, que es su vida?
Nunca lo supe. Atribuyo mi vinculación profunda con la lectura al Colegio Salesiano Wilfrid Barón de Ramos Mejía: había un lugar que se llamaba ‘el estudio’, donde uno podía leer. No necesitabas estudiar, podías leer cualquier libro de la biblioteca. Ahí me acostumbré al silencio y a la lectura. En ese lugar pongo mi iniciación como lector, aunque mi relación con la lectura es previa: cuando entré a primer grado ya sabía leer. Siempre me fascinaron los libros como objeto. No había visto en mi vida una biblioteca pero quería tener una, con esos libros de lomo ancho de pie.-
Si un libro es una caja mágica que contiene una historia, ¿cómo hacer para contagiar a un chico de hoy, acechado por las tecnologías, con “la felicidad de la lectura”, como decía Borges?
Creo que cada día es más difícil, sobre todo porque la atención de los chicos es cada vez menor y una de las razones es internet. El chico se acostumbra en ciertas redes sociales a no leer más de 140 caracteres y no sé cómo se revierte eso. Tampoco saben las tablas y yo creo que el uso de la memoria es esencial, no para la formación cultural de un hombre, sino para su formación total como ser humano. Si no recordáramos lo que hicimos ayer o el año pasado habríamos perdido la cadena que constituye nuestro ser. Y hoy la memoria está totalmente desvalorizada. Además, cada vez se utiliza menos, porque cuando uno busca algo, va a internet. Schopenhauer recomendaba tratar de recordar un dato antes que ir a buscarlo. Yendo a la pregunta, y tomándola un poco en broma, tengo una metodología para que los chicos lean, que es prohibirles la lectura, ponerles los libros que querés que lean en estantes inalcanzables y decirles: ‘De acá para allá no leas nada’. Entonces, obligarlos a querer saber qué hay ahí tan prohibido. Más que facilitarle la lectura, dificultársela, ja, ja... probablemente la curiosidad los lleve a leer, aunque tengan que subirse a una escalera.-
¿Cómo llegan a sus manos Sandokán, el Quijote y La guerra y la paz... y  cuánto hay en usted de pirata, caballero hidalgo, emperador, luchador social?
Sandokán era la lectura obligada de los chicos de 8 a 11 años de mi época de cierto nivel cultural, que no quiere decir nivel económico. Fue esencial no sólo como aventura, sino ideológicamente, porque Sandokán no es cualquier pirata: es un príncipe malayo al que lo ingleses le han robado su principado, un hombre que está peleando contra el imperio. Y eso formó en mí un concepto de la ética que no he perdido. Una de las cosas que me impresionó es la amistad de Sandokán con Yáñez, que estaba más cerca de nosotros porque era latino. No fue una amistad ridícula como sería hoy la de Batman y Robin, sino la amistad de dos hombres muy valerosos que se respetaban mucho y que estaban tratando de recuperar lo que les pertenecía. El Quijote me llegó en el secundario. Tuve un gran profesor de Literatura, Rodolfo Contastín, que de alguna manera me enseñó todo lo que sé. No daba el Quijote como lectura obligatoria. Un día dijo que si alguno lo quería leer, que lo hiciera solo, y eso me hizo reaccionar. Lo leí en segundo o en tercer año. De ahí creo que viene mi teoría del libro escondido. La guerra y la paz era casi una obligación ética en la época en que la leí, cuando tenía veintipico. Ya había leído a innumerables autores que hablaban de ese libro como uno de los más grande que ha dado la literatura. Fue mi iniciación en la literatura desde la literatura.-
Medido en kilómetros, o en páginas, ¿qué extensión alcanzó ya el diario que escribe desde hace 61 años?
Sigo escribiéndolo, hace dos o tres días escribí. Ya se publicaron las primeras 600 páginas y debe haber 2.000 en total. El diario que viene terminaría en 2005 o 2006 y de ahí ya no lo público más, porque he advertido que el hecho de publicar el diario me impedía escribirlo con naturalidad. Así que iremos hasta que cumplí 70 años, o hasta que salió el libro de cuentos El espejo que tiembla. Todo lo demás no sé, lo tiraré, lo quemaré, pero lo escribo como lo empecé: para mí.-
Fue nadador, ajedrecista de alta intensidad, remero. Lo que nunca imaginó era que un día iba a tener que ejercer como torero en Olavarría...
Lo cuento en el diario: estuve enfrentado cara a cara con un toro que me obligó a huir vergonzosamente, así que volví al día siguiente para tener mi enfrentamiento personal con ese mismo toro, como una especie de venganza. Fue en 1956, cuando estaba haciendo el Servicio Militar. Por suerte, el que huyó en el momento crucial fue el toro.-
Usted sostiene que la literatura es el arte de los pueblos pobres, pues alcanza un lápiz y un papel para encararlo.
Y sí, porque para cualquier otra cosa se necesita dinero, para jugar al tenis, para sacar fotografías, para hacer música, porque necesitás un piano, un violín, aunque sea un flautín. En cambio, para escribir una novela no necesitás más que un lápiz y un bloc de hojas.-
Arlt, Borges y Marechal conforman, para usted, la Santísima Trinidad de la literatura argentina. ¿A qué escritores jovenes recomendaría?
No conozco tanto a los jóvenes-jóvenes. La última joven que conozco es Samanta Schweblin, que me parece una notable narradora. Podría hablar de Pablo Ramos, de Juan Forn, de Gonzalo Garcés, pero deben tener de 40 años para arriba, ya son escritores mayores. En mi generación se llamaba joven a alguien que tenía entre 20 y 30 años. Cuando Liliana Heker y Ricardo Piglia publicaron su primer libro tenían 23 años. Sin hablar de Neruda, que antes de los 20 ya había escrito Veinte poemas de amor y una canción desesperada.-
Reivindica a Mujica Láinez, pero considera que ha sido uno de los olvidados. ¿Quiénes más han sido olvidados?
Un número considerable de escritores, que debería avergonzarnos. ¿Quién recuerda hoy que Benito Lynch era uno de los más grandes escritores argentinos? ¿Quién recuerda a Arturo Cancela, antecedente de Bioy Casares y Cortázar? ¿Quién recuerda a Pedroni, uno de los grandes poetas argentinos? Y podría seguir, Banchs, las desmemorias grandes, y pronto va a pasar con Juan José Manauta, un escritor como Kordon. Fueron escritores muy considerables. En broma, Sabato decía que acá, para ser un gran hombre, tenías que dejar de serlo, es decir, tenías que morirte, pero yo creo que ni siquiera eso es cierto: hoy la muerte barre con todo. El problema es que es tan difícil conseguir los libros que los chicos no pueden leer a esos autores. Por eso hay que leer las grandes novelas argentinas, entre las que pongo Los siete locos, de Roberto Arlt; Historia funambulesca del profesor Landormy, de Cancela; La casa, de Mujica Láinez; La invención de Morel, de Bioy Casares; Sobre héroes y tumbas, de Sabato; Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal; Rayuela, de Julio Cortázar; y El inglés de los huesos”, de Benito Lynch.-
Por Martín Bonetto
Fuente: http://www.clarin.com/viva/Revista_Viva-Abelardo_Castillo-libros-Twitter_0_1258074427.html